jueves, 26 de febrero de 2009

SEGUNDO LIBRO DEL QUIJOTE EN VERSO

SEGUNDO LIBRO.
SEGUNDA PARTE.
DE LA HISTORIA
DEL CABALLERO DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

CAPÍTULO I.


Tercera salida.

Cid Hamete Benengeli
cuenta en la segunda parte
de esta verdadera historia
con la tercera salida
del famoso Don Quijote.
Así, el cura y el barbero
fue casi un mes que estuvieron
sin ver por no renovar
ni traerle a la memoria
las muchas cosas pasadas.
Visitáronle al fin,
y halláronle bien sentado,
en la cama y vestida
una almilla de bayeta,
verde con un buen bonete,
colorado toledano;
tan seco y amojamado,
pareciendo más bien momia.
De su salud les dio cuenta
tranquilo con muy buen juicio
con palabras elegantes
y vienen a tratar esto
que llaman razón de estado:
Reglas y preceptos políticos.
Haciéndose cada uno
de los tres legislador,
como un Licurgo moderno.
Mas el cura quiso hacer
una experiencia por ver
si era falsa o verdadera
de buen juicio la apariencia.
De lance en lance le dijo:
de la corte sus noticias
de que el Turco llegaría
con su poderosa armada;
no sabían su designio
ni donde va a descargar
aquel su tan gran nublado;
y Su Majestad el rey
había hecho proveer
las costas, Sicilia y Nápoles
También la isla de Malta.
A esto dijo don Quijote,
Como guerrero prudente
bien hace Su Majestad
en proveer sus estados
V el tiempo necesario
no estén desapercibidos.
Si se toma mi consejo
aconsejárale yo
que use de una prevención
de la cual, Su Majestad,
debe de estar muy ajeno
de pensar, acaso, en ello.
Apenas oyó esto el cura
que se dijo para sí:
- Dios te tenga de la mano
pobre de tí don Quijote,
me parece te despeñas
de la cumbre de locura
hasta el más profundo abismo,
de esta tu simplicidad.
Como el cura y el barbero
dio en el mismo pensamiento,
preguntó a don Quijote,
cual es esa prevención
que en la lista se pusiera
de muchos advertimientos
impertinentes que suelen
los pueblos dar a los príncipes.
- Señor, raspador, es este
-le contestó don Quijote-
que no es impertinente,
sino más bien pertinente.
- Yo no lo digo, por tanto
-el barbero replicó-
sino que tiene mostrada
la experiencia que de todos
que se dan son imposibles
disparatados o daño
que le hacen al rey o al reino
- Pues el mío, -don Quijote
respondió- no es imposible
ni lo es disparatado
es más fácil y más justo
el más breve y mañero
de caber en pensamiento
de algún arbitrante bueno.
- En decir vuestra merced
tarda, señor don Quijote,
- No querría que dijera
ahora, y que amaneciere
en otros validos mañana
de señores consejeros
y otro llevase las gracias
y el premio de mi trabajo

- Por mí, le dijo el barbero-
la palabra doy aquí
y por delante de Dios,
de no decir lo que vuestra
merced dijere al rey
ni a roque ni s terrenal
juramento que aprendí
de aquel romance del cura
que en el prefacio avisó
(durante la misa el párroco)
del ladrón que le robaba
las cien doblas y su mula
andariega
- No sé historias
-le confesó don Quijote-
que es bueno ese juramento si sé y el señor barbero
es hombre de bien y honrado.
- Cuando no lo fuera -dijo
el cura- por él le abono
y salgo por él que en esto
no hablará más que un mudo.
- ¿Y a vuestra merced quien fía?
-- Mi profesión, -respondió
el cura- que es de guardar
secreto.
- ¡Cuerpo de tal
-dijo a esto don Quijote-
¿Es que hay más sino mandar
Su Majestad, un pregón
que se junten en la corte
para un día señalado
todos esos caballeros
andantes que por España
vagan; aunque solo media
docena vengan entre ellos
baste solo a destruir
esa potestad del Turco.
Les dijo ya, en este punto
la sobrina;
- Que me maten
si a ser caballero andante,
mi señor quiere volver.
A esto dijo don Quijote:
- Morir caballero andante
he, ya baje o suba el Turco.

que mejor quisiere o cuando
poderosamente pueda
que otra vez digo que Dios
bien me comprende y entiende.

En esto dijo el barbero:
- Suplico a vuestras mercedes
Que se me dé la licencia
para contar cuento breve
que sucedió en Sevilla
el cual, como molde viene.

Dio licencia don Quijote
y de esta manera empezó:
- En la casa de los locos
de Sevilla estaba un hombre
que allí parientes encerraron
y parece estaba loco
Fue graduado por Osuna;
y aún fuera por Salamanca,
no dejara de ser loco:
y aún graduado por cánones.
Al cabo de algunos años
se dio a entender que ya estaba
cuerdo y en su entero juicio.
Salir pidió al arzobispo
de miseria en que vivía
pues de juicio bien estaba
que parientes por gozar
de la parte de la herencia,
al cabo de algunos años
tenían hasta la muerte.
El arzobispo pidió
a un capellán suyo informesi el licenciado decía
Verdad de lo que tenía
y asimismo con el loco
hablase y si el rector
ojeriza le tenía,
por no perder los regalos
que sus parientes le hacían
por decir que estaba loco
con lúcidos intervalos
le daba gracias a Dios
de haber sacado de bestia
haciéndole otra vez hombre.
El rector al capellán
le dijo que bien mirase
lo que hacía con llevarle
ante el señor arzobispo,
porque sin duda el licenciado
aún se encontraba bien loco.
Pidió al capelán licencia
para despedirse de otros
compañeros que eran locos.
Le acompaña el capellán
a una jaula se llegaron
donde hay un loco furioso
aunque se encontraba sosegado
- Hermano me voy a casa,
por gracia de Dios curado.
Mandaré buenos regalos
a todas vuestras mercedes.
Tenga grandes esperanzas
y mucha confianza en Él,
para poderlos comer.
Cómalos en todo caso
pues imagino que todas
nuestras locuras proceden
por estómagos vacíos;
de cerebros llenos de aire,
descaer en infortunios
apoca ya a la salud
y la muerte acarrea.
Escuchó estas razones
otro loco en otra jaula,
Preguntó quien se iba cuerdo
y el licenciado le dijo:
- Yo soy quien se va hermano,
necesidad ya no tengo
porqué estar aquí, infinitas
gracias a los cielos doy.
- Lo que dices licenciado
mira no te engañe el diablo
-el loco le replicó-
sosegad el pie y estaos
quedito en vuestra casa
y ahorraréis la vuelta aquí.
- Que estoy bueno yo bien sé,
-le replicó el licenciado-
- ¿Vos bueno? - le dijo el loco-
Ahora bien ello dirá
el tiempo, yo os voto a Júpiter
su majestad en la tierra,
que por solo este pecado,
que Sevilla hoy comete
en sacaros de esta casa,
tengo de hacer un castigo
quede por todos los siglos
el recuerdo en su memoria.
Asiéndole al capellán
por las manos, el licenciado
le dijo:
- Vuestra merced
no tenga pena ni le haga
caso de lo que este loco,
le dice, que si él es Júpiter
y no quisiera llover
pues yo soy Neptuno el padre
y dios de todas las aguas,
lloverá todas las veces
que se me antojare a mí,
y así, fuere menester.
Y el capellán le responde:
- No está bien, señor Neptuno,
a Júpiter enojar,
vuestra merced quede en casa,
otro día que haya más
comodidad, más espacio
por vuestra merced volvamos.
Ríe el rector y presentes
el capellán se corrió.
Y aquí acabose el cuento.
- ¡Señor rapista, señor
rapista! ¿Éste es el cuento
tal molde, que no podía
aquí, dejar de contar?
Pues sepa, señor barbero,
y cuan ciego es aquel
que por tela de cedazo
no ve, ¿Es posible no sepa
que son las comparaciones
hechas de ingenio a ingenio
y de valor a valor
hermosura a hermosura
de linaje a linaje
odiadas mal recibidas
son, señor barbero yo
no soy el dios de las aguas,
ni procuro, pues, que nadie
me tenga a mí por discreto
no siéndolo. Me fatiga
solo por dar a entender
al mundo en el error
que está en no renovar
en sí Éste feliz tiempo
donde campeaba la orden
de caballería andante
no gozando nuestra edad
las edades que tomaron
a su cargo en sus espaldas,
la defensa de los reinos
el amparo de doncellas,
el socorro de los huérfanos,
castigo de los soberbios,
y al premio de los humildes,
los más de los caballeros
que por algo ahora se usan:
antes les cuajan los damascos
brocados, y ricas telas
que se visten, que ni malla
que los caballeros se arman
que duermen en los campos,
sujetos al rigor del cielo
ni quien sin sacar los pies
en estribos arrimada
su lanza, y solo procure
pues, descabezar el sueño
los andantes caballeros.
Pero ve ahora que triunfa
la pereza a diligencia,
la ociosidad del trabajo,
el vicio de la virtud,
de valentía, arrogancia,
Teórica de la mentira,
de las armas que vivieron,
en las edades del oro,
donde fue resplandeciente
el andante caballero.
¿Quién más honesto Amadís
de Gaula? ¿Quién más virtuoso
que Palmerín de Inglaterra?
¿Y quién más acomodado
y más que Tirante el Blanco?
Su Majestad, bien servido
Quedará y así, el Turco
fuera pelando las barbas
lloverá v cuando quisiere
y digo, señor bacía,
esto para que me entienda
que todo es bien comprendido,
- Como mi intención fue buena
-el barbero contestó-
no debe vuestra merced
sentirse, así, aludido,
- Si puedo sentirme o no-
le replicó don Quijote-
yo me lo sé.
- A esto dijo
el cura:
- Tengo un escrúpulo
que me escarba la conciencia
-- En otras cosas más tiene
licencia el señor cura,
y puede decir su escrúpulo
porque no es de gusto andar
con conciencia escrupulosa.
- - Pues con ese beneplácito
-el cura le respondió-
digo que éste es mi escrúpulo:
no poderme persuadir
que de ninguna manera
a que toda la caterva
de caballeros andantes
que vuestra merced ha dicho,
y no fueron por capricho,
hayan sido verdaderas
personas de carne y hueso
antes creo que es ficción,
fábula, mentira y sueños,
contados por hombres poco
despiertos medio dormidos
en otros tiempos nacidos
no muy cuerdo más bien loco.
- Error ese en que han caído
quienes creen que no ha habido
ni tan mucho ni tan poco
caballeros en el mundo.
Es tan verdad que hasta puedo
bien describirle a Amadís,
como visto por mis ojos
y le digo sin sonrojos,
era un hombre de alto, así,
blanco de rostro y puesto
bien de barba y aunque negra
y con la mirada que alera,
sin efectos deshonestos
riguroso de razones
corto, más tardo en airearse
y más en no descararse,
y muy presto en deponer,
la ira y el mal humor.
Y, así, describir podría
de la historia caballeros
de los que oyó, fueron muchos
Yo tengo hasta sus historias
por hazañas que cuentan
y condiciones que tienen
se puede sacar por buena,
Fisonomía, facciones
de colores, y estatura.
- ¿Qué tan grande le parece,
a mi señor don Quijote,
-le preguntó el barbero-
sobre el gigante Morgante?
- En esto de los gigantes
-le replicó don Quijote-
hay diversas opiniones;
pero la Santa Escritura
que fallar no puede un átomo,
si nos muestra que los hubo
como Goliat, filisteo
que tenía siete codos
y medio, que es de grandeza,
y desmesurada altura.
Mas de Morgante no sé
de su altura que decir
que duerme bajo techado
dado que encontraba casa,
y no es muy desmesurada
su gramdeza que cupiese.
En esto que las mujeres
salen, se oyen grandes voces
acuden todos al patio.


CAPÓTULO II.
El ama y la sobrina
gritaban a Sancho Panza
no le dejaban entrar.
- ¿Qué quiere éste mostrenco
en esta casa; marchaos
que sois vos y no son otros
que le destrae y sonsacan
-y por esos andurriales
es quien lleva a mi señor.
- De Satanás eres ama;
y malamente llevado
por esos andurriales
he sido yo que sacó
tu amo, -le respondió Sancho-
de casa con engañifas
y promesas no cumplidas
que prometida la ínsula,
y que hasta ahora la espero.
- Malas ínsulas te ahoguen
le contestó la sobrina,
¿Eso es cosa de comer?
Golosazo y comilón.
- No es de comer, -replicó-
Si no, pues, de gobernar,
mejor que cuatro ciudades
y cuatro alcaldes de corte,
- Con todo eso no entréis
acá, pozo de maldades
y de malicias costal.
Id a gobernar su casa
a labrar los pigujares
y dejaros de las ínsulas
ni de ínsulos gobernar.
Grande gusto recibieron
el cura y el barbero
de oír de los tres el coloquio.
Y Don Quijote temiendo
dijera más necedades
llamó a, Sancho, y, a ellas
que le dejasen entrar.
Se despidieron el cura
y el barbero; desesperan
de la salud del Hidalgo,
con sus raros pensamientos.
Dijo el cura al barbero:
- Como vos veréis compadre,
cuando menos lo pensemos,
nuestro hidalgo otra vez
vuelve a volar la ribera.
- No pongo yo duda en eso
-le respondió el barbero-
pero más me maravilla
la simplicidad de, Sancho,
ya que tan creído tiene
aquello que es de la ínsula,
que de sus cascos no es fácil
ni aún con muchos desengaños
borrar lo metido en ellos.
- Dios las remedie; parece
que fueron hechos los dos
en una misma turquesa.
La< locura del señor
sin la tal simplicidad
del escudero no vale
ni un ardite, y, no más.

- Holgara mucho saber
lo que los dos tratan ahora.
- Pues el ama y la sobrina
creo luego nos dirán
que no son de condición
para dejar de escuchar.
Los dos en el aposento,
solos allí se encerraron.
- Mucho pesándome está
que hayas dicho y digas, Sancho,
que fui yo quien te sacó
de tus casillas, sabiendo,
que no me quedé en mi casa,
y juntos salimos, juntos
fuimos y peregrinamos
la mucha suerte y fortuna,
Si una vez te mantearon
a mí me han molido ciento,
es ventaja que te llevo.
- En razón, en eso está,
que según vuestra merced
anejas a caballeros
desgracias en los andantes
pero no a los escuderos
- Por aquello te engañaste
dice: cuquando caput dolet,
- Otra lengua que la mía
no le entiendo, -respondió
Sacho.
- Que quiere decir
cuando duele la cabeza
todos los miembros duelen
y así, siendo yo tu amo
y, señor, soy tu cabeza
tu parte, siendo el criado,
Que siempre que tenga un mal,
a ti te ha de doler,
y a mí el tuyo de tu mal.
- Pues eso había de ser
cuando a mí me mantearon;
mi cabeza está detrás
de las bardas: y mirándome
como vuelo por los aires
por encima de las tapias
del corral de aquella venta.
- ¿Querrás tu decir ahora
-le respondió don Quijote-
que no me dolía yo
cuando a ti te manteaban?
Si lo dices, no lo digas,
pues yo más dolor sentía
en mi espíritu entonces,
-apenado don Quijote-
que allí tú en todo tu cuerpo.
¿Qué dicen de mí en el pueblo?
¿El vulgo que opinión tiene
de hidalgos y caballeros?
¿Y qué de mi valentía
y qué de mis buenas hazañas
y qué de mi cortesía?

¿Qué del asunto platican
de resucitar la orden
caballeresca olvidada?
Y esto me has de decir
sin añadir nada al bueno
ni quitar de lo que es malo
cosa alguna; los vasallos
leales dicen la verdad
a sus señores en su ser,
con toda figura propia,
y sin que la adulación
la acreciente con respetos
vanos, y la disminuya.
- Haré de muy buena gana
a condición, no se enoje
de lo que yo le dijere
tal como lo quiere en cueros
- Y bien, hablar puedes, Sancho,
libremente sin rodeos.
- Y lo primero que digo
es, que a vuestra merced tienen
por un grandísimo loco
y a mí como mentecato;
no se contiene a los límites;
de la hidalguía: se puso
don y que con cuatro cepas,
con dos yugadas de tierra
y que con un trapo atrás
y puesto otro delante
se metió a caballero
como hidalgo escuderil,
pone humo a los zapatos
toma puntos en las medias
negras, y con seda verde.

-Eso, -dijo don Quijote-,
no tiene que ver conmigo;
ando siempre bien vestido:
y remendado jamás
roto bien podría ser
y roto mas de las armas
- En lo que toca-prosigue
Sancho- a la valentía
hazañas y asuntos vuestros,
hay diferentes opiniones:
es loco pero gracioso;
dicen unos y los otros
valiente mas desgraciado;
cortés, pero impertinente;
a vuestra merced, no dejan
ni a mí, ningún hueso sano.
- Mira, Sancho, no hay famoso
que no hayan calumniado:
César, animoso
muy prudente y valiente
capitán, él fue notado
de ambicioso, y mal vestido
ni limpio con sus costumbres;
de Alejandro, sí borracho,
con sobrenombre de Magno;
de Hércules con sus trabajos,
se cuenta que fue lascivo;
del hermano de Amadís,
que fue un hombre muy llorón.
- Si de lo dicho no hay más
bienvenidas sean estas.
- ¡Ahí está el toque por mi padre! ¡Vaya con lo dicho!
Caballero de la andante
y feliz caballería,
le dijo con mucha sorna
otras más cuantas lindezas.


CAPÍTULO III.

- De esa manera, ¿verdad
es que hay historia mía
que fuera un moro y sabio
¿Quien compuso esta historia?
- Es tan verdad, señor,
-dijo
Sansón-, que para mí tengo
que impresas hay más de doce
mil libros, sino que dígalo
Barcelona y Portugal
Valencia donde imprimieron
y aún lo fuera en Amberes
(Cervantes se confundió
la de Amberes con Bruselas)
y que a mi se me trasluce
que no habrá nación ni lengua
en donde no se traduzca
- Una de las cosas que
debe de dar, más contento
a hombre honrado y eminente
es verse viviendo impreso
y en estampa con buen nombre
que al contrario de ser bueno
ninguna muerte le iguale.
Mi señor bachiller dígame
¿qué hazañas mías son más
ponderadas en la historia?
- Diferentes opiniones
como diferentes gustos;
la de molinos de viento,
en la que a vuestra merced
le parecieron Briareos,
y gigantes con cien brazos;
otros la de los batanes..
- Y, ¿qué la de los yangüeses
-le preguntó, Sancho Panza-,
que a Rocinante le dio
pedir cotufas al golfo?
- Nada deja en el tintero
-le contestó bachiller-
y recuerda las cabriolas
que Sancho en las mantas dio. - - No fue en las mantas, por ser
al aire, -replica, Sancho-.
- Que se le haya olvidado
al sabio autor de esta historia,
de los infinitos palos
que en diferentes encuentros
sacuden a Don Quijote.
- También pudiera callarlos
por equidad, -don Quijote
dijo- ya que las acciones
que ni mudan, ni se altera
de la historia la verdad,
no hay para que ya escribirlas.
- Pero uno es escritor
como buen historiador
o como poeta lúcido
pues éste cuenta las cosas,
o canta no como son
mas como deben de ser,
-les contestaba Sansón-,
- Digo yo que entre esos palos
señor, van los palos nuestros;
mas no hay que maravillarse
como dice mi señor:
el dolor de la cabeza
también miembros participan.
A fe que no os falta memoria,
cuando vos queréis tenerla.
- Cuando quisiere olvidar,
garrotazos recibidos;
ahí quedan los cardenales
que en las costillas están.
- Se dice también de vos,
que muy crédulo fuisteis,
al creer como verdad
el gobierno de la ínsula.

- Pero aun hay sol en las bardas
-así, dijo don Quijote
con los años la experiencia
es que esté ya más idóneo
para ser gobernador.
- La ínsula que no gobierne
con estos años que tengo
no la podré gobernar
con los de Matusalén.
He visto gobernador
que no llega a la altura
de la suela del zapato;
con todo eso le llaman
señoría y con plata
buena se sirven a diario
sus más exquisitos platos
- Pero esos manuales son
más que aquellos que gobiernan
ínsulas que han de saber
Gramática en dos lecciones.

- Con la grama me avendría
yo; pero no, -dijo, Sancho-.
con la tica, ni me tiro
ni me pago, (no me meto,
paso del juego de cartas)
porque no la entiendo yo,
- Historias hay que carecen
de claridad, y ser pudo
con la muestra, Sancho amigo.

- Eso no, -Sansón responde-
pues muy clara es la historia:
Los niños la manosean;
los moros la están leyendo;
muy bien los hombres la entienden;
los viejos bien la celebran;
está trillada y leída
Tan conocida que apenas
ven un rocín flaco, dicen:
mira Rocinante es.
De señor, no hay antecámara
que no tenga un don Quijote
Pues él no tiene palabra
deshonesta, o pensamiento
que sea menor al católico.
- Historiadores que escriban
mentiras deben quemarse
como a quien hace monedas
falsas, -dijo don Quijote
Decir gracias y recibir
donaires, esto es de grandes
ingenios: la más discreta
figura de la comedia,
es la del bobo, no puede
ser quien darse a entender,
quiere, que es simple actor.
Es como cosa sagrada
la historia que es verdadera,
y donde está la verdad
está el reflejo de Dios.
Mas no obstante esto hay
algunos que mal componen
y arrojan libros de sí
como si fueran batruelos
- No hay libros tan malos, -dijo
bachiller con bastante énfasis-,
que no tenga de algo bueno
Sancho se fue a casa a comer,
Don Quijote a Sansón
invita quede con él,
al ordinario añadieron
dos pichones; y tratose
de caballería luego;
Con humor siguió Carrasco;
acabose el banquete
Y en la siesta se durmieron.


CAPÍTULO IV.
A casa de don Quijote
volvió, Sancho, y les dijo:
- A lo que el señor, Sansón
dice que se deseaba
saber quién, el cómo, y cuándo.
El jumento se me hurtó;
que respondiendo le digo
que la misma noche huyendo
de la Santa Hermandad
fuimos a Sierra Morena,
fue después de la aventura
sin ventura a galeotes
Liberamos de cadenas.
Después hay otra aventura;
De mi señor sin ventura
del difunto que llevaban
A Segovia a enterrar.
Tan profundo nos dormimos
arrimado mi señor
a su lanza, y yo sobre
mi jumento pues quien quiera
que fue se tomó el lugar
de llegar y suspenderme
por cuatro estacas que puso
a los lados de la albarda,
de forma que me dejó
a caballo sobre ella
y sacó sin enterarme
debajo de mí al jumento;
apenas me hube estremecido
di conmigo en el suelo,
y mirando por mi rucio
acudiéronme las lágrimas
profunda lamentación
--que si no puso el autor
pues no puso cosa buena.
Al fin de unos cuantos días,
Viniendo con la señora,
princesa Micomicona
reconocí al jumento
y a quien venía sobre él
con hábito de gitano,
a Ginés de Pasamonte
- No está en eso el error
-replicó Sansón Carrasco-
Si no que es el autor
de esta historia el que puso
a Sancho sobre su asno
al mismo rucio robado
- A eso, -le respondió, Sancho-
no sé que responder
que el historiador se engaña
o del impresor descuido.
¿Qué fue de los cien escudos?
- - Gasté en pro de mi persona,
-le contestó, Sancho Panza-,
de mi mujer y mis hijos
Negra ventura me espera
si regresando a mi casa
sin el jumento y sin blanca
allí mal lo pasaría.
Otra cosa hay que enmendar
señor bachiller en esa
leyenda, -le preguntó
Don Quijote, a Sansón-.
- Si debe de haber, -responde
Carrasco a Don Quijote
ninguno debe de ser
de importancia a referidas.
Y ¿por ventura el autor
promete segunda parte?
- Pero dice que no ha hallado
, y no sabe quien lo tiene,
y así estamos en la duda
por algunos que nos dicen,
que: Nunca segundas partes
fueron buenas; ciertamente.
Si bien quienes son joviales
mas que saturninos, dicen
vamos con más quijotadas:
embista bien don Quijote
hable con refranes, Sancho.
- ¿Y a que se atiene el autor?
- Y pues que así como la halle
interés por alabanza,
Cuando la dé a la estampa.
- ¿Al interés y al dinero
mira el autor? Maravilla.
y así será que lo acierte
que si no habrá harbar,
harbar, tal como en la víspera
de pascuas que el sastre hace
que obras que se hacen apriesa
no salen con perfección

Lo que yo sé decir es
que si mi señor tomase
mi consejo ya habríamos
pues salido a la campaña.
En esto se oyeron relinchos
de Rocinante; de agüero
bueno tomó don Quijote
y determinó de hacerse
de allí a tres o cuatro días
otra salida pidió
consejo al bachiller
por donde comenzaría
la jornada; el cual dijo:
- Por el reino de Aragón.
y ciudad de Zaragoza
que de allí a pocos días
las solemnísimas justas
por las fiestas de San Jorge.
Donde podría ganar fama
sobre todos los demás,
de caballeros andantes,
y también aragoneses.
Que no acometa peligros
a causa de que su vida
no era suya sí de aquellos
que habían su menester,
para que los amparase;
y en su desventura ayuda.

- A eso reniego, señor
Sansón, que pronto acomete,
mi amoy, a más de cien hombres
-dijo en este punto, Sancho-,
armados; como un muchacho,
goloso, media docena
de badeas pues hay tiempo
de acometer, como hay tiempo
de retirar; no ha de ser
el ¡Santiago y cierra España!
Y, señor Sansón, no pienso
de hacer fama de valiente,
sino leal escudero.
Y por los servicios hechos
al famoso Don Quijote
me dé una de las ínsulas
que me tiene prometido.
Creo que tengo oído
y si el mal no lo recuerdo
que en extremos de cobarde
y de temerario está,
por medio la valentía
Si no me diere la ínsula
soy nacido resignado
que un hombre no ha de vivir
en hoto de otro y más,
que sabe bien, quizá mejor
será el pan desgobernado
que siendo gobernador.
No dejaré ocasión
que sí de buenas a buenas
sin mucha solicitud
me dejare el cielo alguna
o semejante a una ínsula.
Necio no soy que deseche
lo que bién se dice: Cuando
te dieren una vaquilla
corre ues con la noguilla
Y así: cuado viene el bien
mételo en casa, también.
- Habláis como catedráticos,
-dijo Sansón Carrasco-
él os dará no una ínsula,
sino un reino que es mejor.
- Y tanto es lo de más
como lo de menos es.
-Sancho Panza respondió-,.
no echa mi señor los reinos
en saco roto pues me he
tomado el pulso y bien me hallo
con salud para regir
reinos y gobernar ínsulas
- Mirad, Sancho, -Sansón dijo-,
que los oficios nos mudan
las costumbres y podría
ser que os ve gobernador
engreido en el cargo
no conocieseis la madre
que os parió.
- Se ha de entender
eso, -le respondió, Sancho-,
con el que nació en malvas
y no en viejos cristianos.
Don Quijote decidido
tomó determinación
que la partida sería
de allí a unos ocho días.
Ruega al bachiller que guarde
en secreto la salida,
para que no entorpecieran
las mujeres de la casa.
Despidiéronse y Sancho
se fue a casa a preparar
cosas para la jornada.



CAPÍTULO V.
El traductor de esta historia
así que llegó a escribir
este capítulo quinto
por apócrifo tomó
ya que no podían ser
palabras propias de, Sancho,
por su pobre condición,
en materia de las letras.
Así decía la historia:
Llegó, Sancho, a casa tan
regocijado y alegre
que la mujer al instante
le conoció su alegría
¿Qué traes, Sacho, que muy
alegre venís? Responde:
- Mujer, si quisiera Dios
bien me holgare no estar
tan alegre como muestro.
- Yo no os entiendo marido
y decir no sé qué es
te holgáredes no tener
el gusto por no tenerlo.
- Mujer -respondió Sancho-,
por servir yo estoy alegre,
nuevamente a mi amo,
el famoso don Quijote
que salir ha decidido
a buscar las aventuras
que nos den reinos y fama,
y vuelvo a salir con él,
que mi necesidad quiere.

Me entristece apartarme
de ti, y de nuestros hijos.
- Mirad, Sancho, -replicó
Teresa-, desde que sois
miembro de caballería
andante, de otra manera
me habláis y tan rodeada,
que no os entiendo nada.
- Basta que me entienda Dios
mujer, -Sancho, replicó-
por ser el entendedor
de nuestras cosas humanas.

Nos conviene tener cuenta
del rucio y se quede para
armas tomar, que no vamos
a bodas, sino a rodear
el mundo, y tener dares
y tomares, con gigantes
con endriagos, con vestiglos,
y a oír silbos y rugidos,
bramidos y los baladros,
y aún con esto fueran flores,
de cantueso si no fuera
que hay que entender con yangüeses,
y con moros encantados.

- Mas si por ventura os viéredes
con algún gobierno no os
olvidéis de mí, los hijos
y buen cuidado del asno.
Sanchico tiene ya quince
años, y ya va a la escuela
si su tío el abad
ha de dejar en la Iglesia,
Mari Sancha, vuestra hija,
será mejor malcasada
que bien abarraganada
pues barrunto que desea,
tanto tener un marido
como vos quiere un gobierno.
- Si Dios me llega a temer
algo que sea de gobierno
pues que tengo de casar
mujer mía, a Mari Sancha
tan alta que no la alcancen;
señoría han de llamar.

- Eso no, -le respondió
Teresa-, con un igual,
y casad por ser lo más
acertado, que si sacas
de los zuecos los chapines,
saya parda catorceno
a verdugado, saboyanas
de seda de una Marica
y de un tú a una tal doña
señoría no se ha
de hallarse bien la muchacha,
a cada paso caer
en mil faltas, descubriendo
la hilaza que es de su tela
tan basta como grosera,
sin cubuierta se quedara.
- Calla boba, -dijo Sancho-
que todo será usarlo
dos o tres años, después,
le vendrá el señorío
y gravedad como molde, y cuando no, ¿ya que importa?

Séase ella señoría
y venga lo que viniere.
- Estando, Sancho, con vuestro
estado, -dijo Teresa-,
traed vos dinero, Sancho,
Y casarla a mi cargo
pues aquí está Lope Tacho,
mozo rollizo y bien sano,
y sé que no mira mal
de ojos a nuestra muchacha
y con este que es igual
nuestro, no está mal casarla;
tendremos a nuestros ojos
y seremos todos unos.
padres, hijos, nietos, yernos
y habrá paz entre nosotros.

- Ven acá bestia, y mujer,
de Barrabás, -dijo Sancho-,
¿Porqué quieres tú ahora
sin ser qué, ni para qué
estorbarme que no case
a mi hija con quien dé
nietos que también se llamen
señoría? Ahora mira,
siempre he oído decir
a mis mayores que quienes
no gozan de la ventura
cuando viene, ya quejar
no se debe si se pasa.
Y ahora no está bien dejemos
cuando ella está a nuestra puerta,
dejémonos llevar de este
viento que la vela sopla.
No te parece animalia
que será bien que mi cuerpo
en algún gobierno dé
provechoso que nos saque
m el pie del lodo en que estamos
tan metidos hasta el cuello.
Y cásese a Mari Sancha
con aquel que yo quisiere
y verás como te llaman
pues Doña Teresa Panza
y te sientes en la iglesia
cómoda sobre alcatifa,
almohadas y arambeles
a su pesar y despecho
de las hidalgas del pueblo
Sanchica ha de ser condesa
aunque tú más y más digas
- ¿Veis cuanto decís, marido?
Sin mí voluntad será
y sin mi consentimiento.
El condado de mi hija
temo es su perdición.
Siempre, hermano, fui amiga
de igualdad y libertad,
y no puedo ver entonos
sin fundamento. Teresa,
pusiéronme en el bautismo
sin añadir, ni cortapisa
con nombre mondo y escueto
sin arrequives de doña
Cascajo soy por mi padre
y por ser vuestra mujer
me llaman Teresa Panza
Y digo si estáis porfiando
en tener un buen gobierno
que llevéis a vuestro hijo,
para que vos le enseñéis
desde ahora mismo aprenda
a tener gobierno bueno
pues que está bien que los hijos
hereden oficios del padre
-En teniendo yo gobierno
por la posta enviaré
a por él,y, a sí dinero
y que no me faltará
que nunca falta quien preste
bien a los gobernadores
cuando no lo tienen éstos.
Vístele que disimule
lo que es y que así parezca
qué ha de ser en el gobierno
-le dijo Teresa Panza-.
Con dinero vestiré
como un palmito y mejor.
- En efecto pues quedamos
que la hija será condesa.
- El día, -dijo Teresa-,
que condesa yo la viera
cuenta ese que la enterramos
cuenta haré ese que enterramos.
Y aquí acabó la plática,

CAPÍTULO VI.
Con otras muchas razones
que con él pasaron, dijo
el ama con la sobrina:
- En verdad, señor mío
si vuesa merced, no afirma
el pie llano y se está
en su casa quedo y deja
de andar `por montes y valles,
como el ánima en pena anda,
buscando lo que vos llama
aventuras que yo llamo
desdichas pues quejar tengo
a Dios y con fuerte voz
al rey que remedie esto.
- Sólo sé que si rey fuera
de responder me excusara
con tantas impertinencias.
No quisiera que mis cosas
le fue a dar pesadumbre
Ama quiero que sepáis,
caballeros cortesanos
no salen del aposento,
ni de umbrales de la corte,
se pasean por el mundo,
los muchos mapas mirando,
y ni una blanca les cuesta;
ni sufren calor ni frío;
ni pasan hambre ni sed;
sólo nosotros andantes
sufrimos las inclemencias
del cielo el día y la noche,
ya sea a pie, y, a caballo, medimos toda la tierra.
Todo esto te he dicho, ama,
porque veas diferencias
de un caballero a otro.
La sobrina dijo así:
- Advierta vuesa merced,
que todo eso son fábulas,
mentiras, y sus historias
ya que no fueran quemadas,
marquen con un sambenito
por infame y gastadora,
de nuestras buenas costumbres
- Por el Dios que me sustenta
que si no fueras sobrina
derechamente como hija
como hija de mi misma
hermana, que en ti haría
un castigo por blasfema
que sonara en todo el mundo.
No todos los caballeros
lo son en todo de todo,
que unos son de oro y otros
de alcurnia; todos parecen
caballeros mas no pueden
estar al toque de piedra,
de los hechos verdaderos.

-¡Válame Dios! -La sobrina
dijo- ¡Qué vuestra merced,
sepa tanto, señor tío
que pueda subir al púlpito,
o irse a predicar
y que dé con todo esto
en una ceguera tan
grande, y en una sandez
que se dé a entender,
que es valiente siendo viejo,
que fuerzas tiene estando
enfermo; y que endereza
tuertos estando agraviado
por la edad y sobre todo
que es caballero no siendo
aunque los hidalgos puedan
no lo pueden ser los pobres.
- Sobrina tiene razón;
cosas pudiera decir,
bien, cerca de los linajes
que bastante te admiraran,
y por no querer mezclar
lo divino con lo humano
no las digo; cuatro suertes de linajes, reducir
puedo todos los del mundo.

Unos que principios tienen,
humildes van extendiéndose
hasta llegar a grandeza;
otros con principios grandes
estos fueron conservando;
otros con principios grandes,
fueron acabando en punta;
hasta parar en nonadas.

Otros hay y son los más
que no tuvieron principios,
ni buenos ni razonables
medios y, así, tendrán fin.
De los principios humildes
que conservan su grandeza;
te voy a poner de ejemplo
la casa otomana, cuyo
principio promotor fue
quien de muy bajo pastor
ahora tienes en la cumbre
De los que tienen principios
grandes que van conservando
muchos príncipes su herencia;

De aquellos que con principios luego acabaron en punta
tengo muchos faraones
y Tolomeos de Egipto,
con los Césares de Roma,
con toda su gran caterva
de príncipes, de monarcas
señores, medos, asirios,
como bárbaros y griegos
pues todos estos linajes
han acabado en punta
no se encuentra un descendiente,
de hallar es bajo y humilde.

No le queda al caballero
pobre, el mejor camino
a mostrar que es caballero,
sino del de la virtud,
siendo afable, bien criado
muy cortés, y comedido
y oficioso, no soberbio,
ni arrogante, y sobre todo
caritativo con dos
maravedíes, con ánimo
alegre, le dé al pobre
se muestra tan liberal
como el que a campana herida
arrogante da limosna.
Sé que en la virtud su senda
es muy áspera y estrecha.
Y es el camino del vicio
ancho y bastante espacioso
por éste van a la muerte;
con la virtud a la vida,
a la vida inmortal.
En esto a la puerta llaman;
- Ah,
- ¿Quién es?
-Responde-: Sancho-,
El ama le aborrecía
y se esconde por no verle.


CAPÍTULO VII.
Al ver el ama que, Sancho,
se encerraba con su amo
tomando su manto y llena
de congoja así, salió
en busca del bachiller
amigo de su señor,
le persuada que no salga
con desvariados propósitos.
- ¿Qué es esto, señora ama?
¿Y qué pues, le ha acontecido?
- No es nada, señor Sansón,
de mí, cosa es de mu amo,
quien sale, ¡Salen sin duda!
- ¿Por donde sale, señora?
-le preguntó el bachiller-,
¿Hásele roto ya alguna
parte de su cuerpo, pies?
- Que se sale por la puerta
de esta su locura, hacer
esta tercera salida.
La vez primera volvió
sobre un asno atravesado,
y bien molido fue a palos
la que fue segunda vez
metido en carro de bueyes
Encerrado en una jaula,
donde él se daba a entender
que se encontraba encantado,
triste es no le conociera
la madre que le parió.
Tan flaco, tan amarillo
y con los ojos hundidos
en los últimos recados
aposentos del cerebro,
y más de seiscientos huevos
hube de gastar en él
para que volviese en sí,
que muy bien lo sabe Dios.
- Váyase a casa señora ama
téngame para almorzar
cosa caliente más rece
luego a Santa Apolonia
que iré y verá maravillas.
- ¿Rezar a Santa Apolonia?
Si estuviera de las muelas
lo que está es de los cascos
dolorido don Quijote

- Ama, yo sé lo que digo
-respondió, Sansón Carrasco-
bachiller por Salamanca.
Dijo, Sancho, a don Quijote:
- Señor, mi mujer consiente,
vaya con vuestra merced
Donde llevarme quisiere;
ya la tengo relucida.
- Reducida, decir quieres
- Una o dos veces, -responde
Sancho, si mal no me acuerdo
supliqué, a vuestra merced,
no me enmiende los vocablos
si es que entiende lo que quiero,
decir; cuando no me entienda
diga: Sancho, no te entiendo
si yo no me declarare
entonces podrá enmendar.
Bien, sabe que soy tan fócil.
- Ahora no te entiendo, Sancho,
no sé que quiere decir:
soy tan fócil:
- Soy así,
- Pues ahora te entiendo menos.
- Y si entender no me puede
no sé, ¡Dios sea conmigo!
- Ahora sé, ya caigo en ello;
dices que eres tan dócil,
blando y manero pasas
por lo que yo te enseñare.
¿Y qué dice Teresa a esto?
- Que mi dedo ate bien
trato con vuestra merced
y que hablen cartas y callen
barbas, quien destaja no
baraja; más vale toma
uno que dos te daré
y que es el consejo poco
el que te dé la mujer,
y quien no lo toma es loco.
- Yo igual digo, Sancho amigo,
pasad que hoy habláis de perlas,
- Como vuestra merced sabe,
todos estamos sujetos
a la muerte, y que hoy somos
y mañana no, que presto
pues se va igual el cordero
como el carnero se va.
y, así, nadie en este mundo
puede prometer más horas,
de vida que Dios conceda,
es porque la muerte es sorda
cuando llega va de priesa,
no se puede detener,
no con ruegos ni con fuerzas,
ni los cetros ni las mirras,
según es pública la voz,
y fama, según el púlpito.
- Do vas a parar,- Vuiestras mercedes, me ha
no sé.
- Vuestra merced, me señale,
un salario conocido
que cada mes me ha de dar
el tiempo que esté servido
a gusto de su merced.
Y si me diera la ínsula
que me tiene prometida
a descontar del salario
es gata por cantidad.
- Sancho, amigo a las veces
es tan buena una gata
tal rata por cantidad.
- Vuestra merced, me ha entendido;
ya no importa el vocablo.
- Y tu último pensamiento
sé, como al blanco tiras
con saetas de tus refranes.
Mira, Sancho, nunca he visto
ni leído en las historias
de caballeros andantes
que le hayan dado salario
alguien de sus escuderos,
y a su merced se quedaban
siendo muy bien compensados
de tener suerte el señor,
equivalente a una ínsula
ganada, y con sus títulos
y señorías, se ven
ricamente compensados.
Si conmigo no venís,
quedaremos tan amigos,
que si al palomo no falta
cebo, no faltan palomos.
Vale más buena esperanza
que, acaso, ruin posesión.
Y no me faltarán, digo
obedientes escuderos
solícitos y no tan
empachados habladores,
como hasta aquí habéis sido.

Pensativo quedó, Sancho,
pues creído estaba que
sin él, no salía su amo.
A esto entró, Sansón Carrasco
con el ama y sobrina,
deseosas de saber y oír
razones que persuadieran
al señor, que no tornase
a buscar las aventuras,
Sansón, socarrón famoso
como la primera vez,
-dijo abrazándose a él-:
- ¡Flor de la caballería andante! ¡Resplandeciente
luz de las armas! Volved
a emprender vuestra aventura
que también me ofrezco ser
de su merced su escudero.
Don Quijote dijo a esto:
- No te dije, Sancho amigo,
que sobraban escuderos
Yo con cualquiera estaré
contento, ya que el buen, Sancho.
no digna venir conmigo
- Si digno, -respondió, Sancho,
enternecido, con lágrimas-
Señor mío, no se diga
por mí, con el pan comido
y compañía desecha.
Sí, que no vengo de alcurnia
sea desagradecido,
que ya sabe todo el pueblo,
quienes son aquí los Panza
de quien desciende con honra.

Y mi empeño en el salario
fue dar gusto a mi mujer,
a persuadir una cosa
no hay mazo que tanto apriete
que los aros de una cuba
en efecto el hombre ha
de ser hombre, la mujer
mujer, y como soy hombre
también quiero ser en casa,
pues pese a quien pesare.

Así, no más que hacer
sino que vuestra merced
ordene su testamento
con su codicilo en modo
que no puedan revolcar
Y en camino nos pongamos
porque no padezca el alma
del señor Sansón Carrasco
que su conciencia le lita
persuada a vuestra merced
salga por tercera vez
y a vuestra merced me ofrezco
servir fiel y legalmente.
El bachiller admirado
quedó oír al escudero
aquello de no revolcar
en lugar de revocar,
creyó lo de él leído
bien, en aquel primer libro,
de historias de don Quijote.

Se abrazaron amo y mozo
y que, de allí a tres días
era la salida, tiempo
de buscar una celada
de encaje que estaba más
escura por el orín
y el moho que clara y limpia
por el terso acero suyo.
Las maldiciones que el ama
y sobrina que le echaron
al bachiller no tuvieron
cuento, mesaron los cabellos
y se arañaron el rostro

El bachiller actuó
por consejo de los dos
amigos, cura y barbero.
De noche sin que les viesen
salen bien acompañados
del bachiller, media legua,

CAPÍTULO VIII.
¡Y bendito sea Alá!
-Dice Hamete Benengeli-,
pues estos dos en campaña
Don Quijote y Sancho Panza,
van en busca de aventura
con hazañas y donaires
ya camino del Toboso,
que las otras encontraron
por los campos de Montiel.
Rocinante, relinchó
el rucio, que rebuznó
toman don Quijote y Sancho,
como señal venturoso.

- Sancho amigo, ya va entrando
la noche, según andamos
y la oscuridad impide
ver la ciudad del Toboso,
donde quiero la licencia
de la sin par Dulcinea,
y pienso y tengo por cierto
venturosas aventuras,
que no hay cosa en esta vida
que más valientes les haga
a caballeros andantes
al buen favor de sus damas.
- De lo que dice yo creo
que será dificultoso
la vea; la bendición
os echará por encima
de las bardas del corral,
por donde la otra vez vi
cuando le traje la carta
que cuenta vuestra merced
las sandeces y locuras
que haciendo allí quedaba
en el mismo corazón
en lo que es Sierra Morena.
- Bardas de corral has dicho
a hermosura y gentileza
de los más ricos palacios
galerías, corredores,
o lonjas como llaman
y no bardas de corral.
- Y todo puede que sea,
pero, bardas me parecen;
si soy falto de memoria.

- Y con todo eso vamos.
Es así, como la veo
por las verjas del jardín,
como rayos de sol llegan
de su belleza a mis ojos
que alumbra mi entendimiento
mi corazón fortalece.
- Cuando yo la pude ver
en vez de rayos de sol,
levantó gran polvoreda
-le replicaba así, Sancho.
cuando ahechaba aquel trigo
como nube en el rostro
de total se oscureció
- Qué todavía das, Sancho,
-le repicó Don Quijote
en decir, pensar, creer,
y porfiar que mi señora
Dulcinea, aún ahechaba
trigo siendo menester
y ese ejercicio desviado
de lo que deben hacer
las personas principales
y así será Dulcinea,
que encantada la estás
como el encantador pone,
el mismo tan envidioso
que mis cosas me trastorna,
y las que me han de dar gusto
trueca, y vuelve diferente
figura de la que tiene.
- Pues en eso estoy yo, mas
no he dicho mal de ningún
encantador y no tengo
tantos bienes y fortuna
que pueda ser envidiado;
es verdad que malicioso
y gracioso algo soy,
con asomos de bellaco,
pero todo esto cubre
y tapa la grande capa
que tengo de mi simpleza
natural, no artificiosa
siendo como soy católico
de la Santa Madre Iglesia enemigo de judíos
pido a los historiadores
en sus escritos me traten
bien, mas digan lo que quieran;
que desnudo yo nací
y ahora desnudo me hallo,
y así, ni pierdo ni gano
y por el mundo andar
de una mano a otra mano;
pues se me dá un higo.
- Quiero decir, Sancho amigo,
que el afán de alcanzar fama,
es activo en gran manera,
mas tiene la fama un límite
dado que la religión
que profesamos, señala
en los gigantes matar
la soberbia; a la envidia,
con la generosidad
y el buen pecho; a la ira,
reposado continente,
y mejor quietud de ánimo;
a la gula, y con sueño,
poco comer que comemos,
poco velar que velamos;
a la lujuria y lascivia,
con lealtad que guardamos
a la que hicimos señoras
de los nuestros corazones;
con andar a la aperezas
por todas partes del mundo,
buscando las ocasiones
de famosos caballeros.
Ves, pues, aquí, Sancho amigo,
donde se alcanzan con medios
los extremos de alabanzas
que consigo trae la fama
- Todo bien tengo entendido,
-le respondió, Sancho Panza-,
pero quisiera saber
caballeros hazañosos
que nombra vuestra merced
si han muerto ya, ¿dónde están?
- Gentiles en el infierno
-le respondió don Quijote-,
el cristiano que fue bueno
está en el purgatorio,
ellos pasaron al cielo.
- Está bien, -respondió, Sancho-,pero de esas sepulturas
¿Dónde están los cuerpos de ellos?
¿tienen debajo de sí
lámparas de plata? ¿Están
adornadas las paredes
de muletas, de mortajas,
de cabelleras, de piernas,
lo que son ojos de cera?
¿O de qué están adornadas?
- Los sepulcros de gentiles
fueron templos suntuosos;
de Julio César, cenizas,
pusieron sobre pirámides
de piedra que en Roma llaman
hoy:La aguja de San Pedro.

Al otro día descubren
la gran ciudad del Toboso.
Don Quijote se alegró;
se entristeció, Sancho Panza.
De Dulcinea, la casa
no conocía, ni vio
nunca a su Dulcinea.
De modo que, uno por verla
y el otro ni haberla visto
estaban alborotados.
Entraron en la ciudad
sucediendo varias cosas.

CAPÍTULO IX.
Media noche por filo,
poco más o poco menos
cuando don Quijote y Sancho,
dejan el monte, y entraron
en el Toboso; el pueblo
sosegado y silencioso
Porque todos sus vecinos
Reposaban a tendida
pierna, tal suelen decir.
Era la noche entrada
Sancho, quisiera que fuera
ella del todo ya escura
y en su escuridad hallar,
disculpa de su sandez.
Los ladridos de los perros
atronaban los oídos,
del insigne don Quijote
turbaban el corazón
del buen escudero, Sancho.
Cuando en cuando rebuznaba
un jumento, gruñen puercos
y mayaban gatos cuyas
voces de variados tonos
aumentan con el silencio.
Todo tuvo el caballero
enamorado, por mal
agüero más con todo esto
dijo:
- Sancho, al palacio
de Dulcinea, ya guíame.
- De guiarle, ¿a qué palacio?
¡Cuerpo de tal!, -dijo, Sancho-,
que yo vi a su grandeza
en una casa pequeña.
- Debe de estar retirada
en algún lugar pequeño
de su alcázar, solazándose
a solas con sus doncellas,
como es uso y costumbre
de señoras y princesas.
- Ya que vuestra merced, quiere
pues sea la casa alcázar
de la sin par Dulcinea.
Pero ¿es hora por ventura
encontrar la puerta abierta?
¿Vamos, acaso a llamar
a la puerta de mancebos?

¿Fuéramos allí a encontrar
tal hacer a cualquier hora?
Quienes abarraganados
visitando a sus mancebas?
- Advierte, Sancho, que yo
o veo poco o aquello
que da sombra y se descubre
ha de ser de Dulcinea,
su grandísimo palacio.
- Pues guíe vuestra merced,
como unos doscientos pasos
dieron con una gran torre
viendo que no era palacio
sino la iglesia del pueblo
- Con la Iglesia hemos dado.
- Ya lo veo, -dijo, Sancho-,
y plega a Dios que no demos
mal con nuestra sepultura
que señal no es buena andar
por cementerios ahora,
que dicho a vuestra merced,
la casa de esta señora
debe estar en callejuelas.
- ¡Maldito seas de Dios!
¿Adonde tu has hallado
esos palacios y alcázares
reales con calificados,
en las calles sin salida?
Habla con respeto, Sancho,
de cosas de mi señora.
- Tengamos la fiesta en paz
y no arrojemos la soga
tras el caldero en el pozo.
Lo que replicó, Sancho,
soliviantó a Don Quijote.
- Tu me harás desesperar,
Sancho, -dijo don Quijote
¿no te pues he dicho ya, hereje,
que en los días de mi vida
nunca he visto a Dulcinea?
Estoy de ella enamorado
de oídas y de la fama
que tiene de tan hermosa.
- Ahora le oigo, -dijo, Sancho.
Y tantas sandeces dijo,
que tampoco él la vio
a la sin par Dulcinea,
que hartó a don Quijote.
- Sacho, Sancho, -don Quijote
respondió a su escudero-,
tiempo hay para burlar
y tiempo donde las burlas
caen y parecen muy mal.
Un labrador se acercaba
con el arado, cantando
aquel romance que dice:
Mala la hubisteis franceses,
En esa de Roncesvalles.
- Que me maten, Sancho, -dijo
oyéndole Don Quijote-,
si nos ha de suceder
cosa buena esta noche.
Sabréisme decir buen hombre
los palacios donde están
de la sin par Dulcinea.
- Soy forastero, señor,
vecinos son de mi amo
el cura y el sacristán,
que tienen lista de todos
y le pueden informar.

- Señor, en esta floresta
embósquese que yo iré
en este lugar a buscar,
el alcázar o palacio
de la sin par Dulcinea,
y esta de orden y traza
en verla sin menoscabo
de su buena honra y fama.
- Sancho, has dicho mil sentencias
encerradas en el círculo
de breves palabras buenas;
el consejo que me has dado
apetezco y recibo
bien, de bonísima gana.

CAPÍTULO X.
- Anda, hijo, y no te turbe
-le aconsejó don Quijote-,
cuando ante la luz te vieras
de la hermosura que vas
a buscar. Dichoso tu
sobre tantos escuderos.
Ten memoria, y no te pase
de ella como te recibe,
si ves muda las colores
el tiempo estuvieres dando,
noticias de mi embajada,
sin que dejes de observar
de ella tantos movimientos
como objeciones que te haga
que luego yo sacaré
el secreto que escondido
tiene en su corazón,
Acciones y movimientos
del exterior, son correos
de lo que en el interior
del alma pasa en amores.

Volvió, Sanco, las espaldas.
Vareó su rucio. Queda
Don Quijote a caballo
descansando en los estribos,
bien arrimado a su lanza
con sus imaginaciones,
tan tristes, y tan confusas.
Sancho al cabo de un trecho
volvió la vista y no vio
donde estaba don Quijote,
se sienta al lado de un árbol
hablando consigo mismo
y a decirse:
- Hoy sepamos
Sancho hermano, ¿dónde va?
¿Va en busca de algún jumento
que ahora se le haya perdido?
- No por cierto.
- ¿Pues a qué?
A buscar como quien dice
nada, al sol de la hermosura
Y con todo el cielo junto.
- Y ¿dónde pensáis hallar?
- ¿Adonde? En esa ciudad
encantada del Toboso
- Y bien, ¿de parte de quién?
-Del famoso caballero
Don Quijote de la Manchas,
el que desface los tuertos,
de comer da al que ha sed;
de beber a quien tiene hambre.
- Y ¿sabéis su casa, Sancho?
- Mi amo dice que han de ser
como unos reales palacios
O unos soberbios alcázares.
- - Y ¿algún día habéisla visto?
- Ni mi amo ni yo, jamás.
- Si se enteran los del pueblo,
que estáis vos a sanearles,
sus princesasy, a sus damas
desasosegarles vengan
y os moliesen las costillas
a puros palos celosos
no os dejasen huesos sanos.
- ¿No viesen que era mandado?
Mensajero sois amigo
no merecéis culpa non
- No os fiéis en eso, Sancho,
porque la gente manchega
es honrada y colérica
y no consiente caramillas
de nadie, ya que si os huele
os manda mala ventura.
- Buscando, ándeme yo
tres pies al gato por gasto
ajeno. Que el diablo me ha
metido en esto y no otro.
Y pasó este soliloquio;
mas lo que salió de él
otra vez volvió a decirse:
Ahora bien, todas las cosas
tienen remedio si no es
la muerte, como final,
debajo de cuyo yugo
todos hemos de pasar.
al acabar de la vida,
Mal que nos pese morir.
Este mi amo por señales
mil, he visto que es un loco
de atar; así como yo
que no le quedo en zaga
soy más mentecato que él.

Pues como dice el refrán
dime con quien andas, tu,
y decirte he quien eres.
Pues le sigo y le sirvo.
O el otro: No con quien naces
sino con quien paces.
Toma unas cosas por otras:
A los molinos de viento
por gigantes; a las mulas.
de los religiosos, drome-
darios; y manadas de
carneros, por los ejércitos
bien formados de enemigos.
Así no será difícil
que una labradora tome
por señora Dulcinea,
y ha de ser la labradora
con la que primero tope.
Tan bien esto le salió
que al ir a subir al rucio,
de la ciudad del Toboso,
vio venir tres labradoras,
sobre unos tres pollinos
mas bien serían borricas,
por ser la caballería
ordinaria de aldeanas.

Así que las vio a paso
tirado, volvió a buscar
a su señor Don Quijote.
Así que vio a, Sancho, dijo:
- ¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podrás
señalar bien este día
con piedra blanca o negra?
- Mejor será, -respondió
Sancho-, que vuestra merced
la señale con almagre
Como rótulos- de cátedra
- De ese modo, -Don Quijote
replicó-, son buenas nuevas.
- Tan buenas -respondió,Sancho
que salir no tiene más
para ver a Dulcinea,
del Toboso viene a ver
a su merced con doncellas,
suyas dos.
- ¡Santo Dios, santo!
¿Qué es lo que me dices, Sancho?
Mira, pues, que no me engañes
ni quieras con alegrías
falsas alegrar tristezas
que, son de verdad las mías.
- ¿Qué saco yo de engañar?
a vuestra merced y estando

Tan cerca de descubrir
mi verdad. A Rocinante,
piqué, y ya se venga a ver
venir a nuestra princesa
ben vestida y adornada
en fin como quien es ella.
Sus doncellas y ella son
un ascua de oro puro
Todas mazorcas de perlas,

Todas que diamantes son
todas telas de brocados.
Los cabellos por la espalda
que son otros tantos rayos
de sol los que andan jugando
con el viento; sobre todo
vienen a caballo sobre
tres hacaneas moteadas
ya que allí no hay más que ver.
- Vamos, Sancho hijo, -dijo
Don Quijote-, y en albricias
de estas no esperadas mujeres
como buena, yo te mando
despojo mejor que gane
en la primera aventura,
y sí esto no te contenta
te mando las crías que este
año me den las tres yeguas
que tu bien sabes que tengo
en el prado concejal.
- A las crías yo me atengo
-dijo, Sancho a Don Quijote-,
porque lo de los despojos
aunque buenos no está cierto.
Ya salidos de la selva
vieron a las aldeanas.
Don Quijote todo ojos
los tendió por el camino
del Toboso, y no vio
sino a las tres labradoras.
Turbado pregunta a Sancho,
si fuera de la ciudad
había dejado a ellas.

- ¿Cómo de la ciudad, fuera?
Por ventura su merced
los ojos en el cogote
tiene, señor don Quijote
y, a la princesa no ve
como el sol resplandeciente
cuando sale al medio día.
- Yo no veo sino a tres
labradoras en borrico.
- Que Dios me libre del diablo.
Es posible que no vea
tres hacaneas más blancas
que ampos de la nieve, mi amo
parezcan a su merced.
Borricos sin más ni más;
venga y haga reverencia
a la sin par Dulcinea,
a la de sus pensamientos
que ya se acerca a nosotros.
Se apeó el escudero
sujetando del cabestro
del jumento de una de ellas,
Incando las dos rodillas
de esta manera les dijo:
- Reina, princesa y duquesa,
de la hermosura que brilla
vuestra altivez y grandeza
se sirva de recibir
en su gracia y buen talente
al cautivo caballero
y vuestro que allí está hecho
piedra mármol muy turbado
y sin pulso de poder
verse ante la presencia
vuestra, siendo tan magnífico.
Yo soy su escudero, Sancho,
Panza, y él el caballero
Don Quijote de la Mancha.

Otro nombre Caballero
que es, de la Triste Figura.
En esto que Don Quijote
ya de hinojos se ha puesto
junto a Sancho; las miraba
con ojos desencajados
y, a la que reina llamaba
Sancho, no veía sino
una aldeana de rostro
no bueno, carirredonda
y chata; estaba admirado
y sin osar desplegar
los labios y muy suspenso.
Las labradoras estaban
ellas asimismo atónitas
viendo a los dos tan hincados
de rodillas que la moza
detenida y mohína
dijo:
- Dejen el camino
y déjenmos ya pasar
nosotras vamos depriesa.
Sancho, repite sandeces
otra moza, pues, que le oye:

- Mas, ¡jo que te estrego burra
de mi suegro! Mirad vienen
los señoritos a hacer
burla de las aldeanas
como si aquí no supiésemos
echar pullas como ellos
Váyanse por su camino
y déjenmos hacer el nuestro.
- Levántate, Sancho, -dijo
a este punto Don Quijote-
Ya veo que la fortuna
de un mal no harta; tiene
tomado todo el camino
por donde pueda venir
a mi persona contento
por esta ánima mezquina
que tengo yo en las carnes.
El maligno encantador
quien en mis ojos ha puesto
más nubes y cataratas
que ha mudado tu hermosura
en rostro de labradora.
Apartose, Sancho, y deja
ir, contento de salir
bien aquel enredo suyo.
La borrica que sintió
del aguijón el puyazo
que la aldeana tenía
para usar, en palo puesto,
salió disparada, dando
con Dulcinea, en el suelo. Presto acude don Quijote,
a levantarla, con Sancho,
arreglándole la albarda,
que a la barriga torció
de la sufrida borrica.
La albarda cinchada bien
levantose ella del suelo,
las manos puso en las ancas
viniendo de atrás saltó
ligera como un halcón
su cuerpo sobre la albarda,
en donde quedó a horcajadas,
Como si fuera un hombre.
Las tres borricas salieron
todas corriendo al trabajo.
No viéndolas Don Quijote
dijo:
- Pues, ¿qué te parece, Sancho, cuan mal quisto son
de malos encantadores?
Mira hasta donde se extiende
su malicia y ojeriza
del contento olvidándome
que pudiera darme ver
en su ser a mi señora.
En efecto yo nací
para ejemplo de desdichas.
- Harto tenía que hacer
Sancho, en disimular
la risa cual socarrón
oír a su amo sandeces
tan tiernam ente engañado.
Después de tantas razones
caminando a Zaragoza
donde piensan de llegar
a unas fantásticas fiestas
que en esa ciudad persigue
participar en las juntas.
cada año suelen hacerse.

CAPÍTULO XI.
Pensativo Don Quijote,
la burla de sus encantadores
que a Dulcinea, volvieron
en la muy triste figura
de aquella pobre aldeana,
no imaginaba el remedio
de volverla a su ser
y con estos pensamientos
riendas soltó a Rocinante,
el cual al sentirse libre
a cada paso pacía,
la verde yerba del prado.
- Vuelva en sí y vos demuestre
la tan buena gallardía
de caballeros andantes
- ¿Que descaecimiento es este?
Que se lleva Satanás
cuantas Dulcineas hay
que vale más la salud,
del andante caballero
que los más encantamientos
y que haya en toda la tierra.

- Calla, Sancho, y no blasfemes
contra la pobre señora,
que su triste desventura
sólo yo tengo la culpa.
- ¿Quién la vio y quien la ve,
-le respondió, Sancho >Panza-,
y ¿qué corazón no llora?
- Eso bien pudiese, Sancho,
que no te turbó el encanto,
y viste aquella hermosura
tal como era en su ser
pero una cosa dijiste
de sus bellísimos ojos
que los tenía de perlas
66. XI. 624
Pero antes son de besugo,
que de bellísima dama
y a lo que creo, los ojos
de Dulcinea, son verdes,
como esmeralda, rasgados,
con dos celestiales arcos
que sirven de bellas cajas,
quita perla de los ojos,
y pásales a los dientes
que sin duda te trocaste
tomando ojos por los dientes.
- Puede ser porque también
me turbó a mí su hermosura,
y como a vuestra merced
su tan pobre fealdad,
mas yo mucho estoy pensando
que a los pobres caballeros
rendidos cuando los manda
ir al Toboso a que vean
a nuestra hermosa señora
Dulcinea, ¿adonde han
de hallar? Parece que veo
perdidos `por el Toboso
en busca de Dulcinea
y aunque con la calle acierten
no la conocerán más
que mi padre, dijo, Sancho,
- Quizá, -dijo Quijote,
no se extenderá el encanto,
al pleno conocimiento
de Dulcinea a vencidos
y presentados gigantes
y caballeros rendidos.

Los primeros que venza
si vemos esta experiencia
de si ven o no la ven
mandándoles que a mí vuelvan
a darme bien relación.
Acerca de todo esto
les hubiera sucedido.
Con estas platicas iban
cuando a través del camino
salió carreta cargada,
de diversos personajes
con muy extrañas figuras
que pueden imaginarse.
Y de carretero hacía,
quien era el propio demonio.
Fue la figura primera
que se ofreció a Quijote,
erala Muerte con rostro
humano; iba a su lado
un ángel con grandes alas;
emperador con corona,
de oro puesta en la cabeza;
mas a los pies de la Muerte
quien llaman el dios Cupido
con venda pero con arco,
con carcaj y con saetas
Un caballero venía
armado de punta en blanco,
excepto que no traía
ni el morrión ni la celada
Sino un sombrero bien lleno
de plumas de colores varios
con estos venían extras
con estas venían otras
de muy diferentes rostros.
Esto visto de improviso
alborotó a Don Quijote,
y, a Sancho le puso miedo,
Visto este espectáculo,
Quijote, se alegró
creyendo que se la ofreció
alguna muy peligrosa
como nueva aventura.
De la carreta se puso
delante y con fuerte voz
amenazadora dijo:
- Carretero o cochero
o diablo o lo que seas,
no tarde mucho en decirme
¿Quién eres, adónde vas?
Y ¿quién es la gente que llevas
en la barca de Carón,
a la orilla de Aqueronte?
Y mansamente detuvo
el Diablo allí la carreta
dijo:
- Pues nosotros somos
recitantes del llamado
el Grupo de Ángel el Malo,
que venimos de actuar
de un pueblo del otro lado
de esa loma y nos vamos
a este pueblo que se ve.
De pronto uno se presenta bojiganga vestido
y con muchos cascabeles
en la punta de un buen palo
sujetas en él traía
cuatro vejigas de vaca
llegando al moharracho
bien cerca de don Quijote,
esgrimía aquel palo
y en el suelo sacudiendo
fuertemente las vejigas
sonaban los cascabeles
a los saltos que se hacía,
alborotó a Rocinante
que sin ser más poderoso
que el Hidalgo a detenerle
que dio a correr por el campo.
Sancho, que consideró
el peligro para su amo
de ser derribado apriesa
fue a valerle pero cuando
a él llegaba en el suelo
junto a Rocinante estaba
pues él también vino a tierra.
- A vuestra merced quítesele
tal de la imaginación
y tómese mi consejo
que es que nunca se tome
con farsantes, gente alegre.

- Pues con todo, -respondía
Don Quijote-, ese Demonio
farsante que va alabándose
no se me irá sin castigo
y volvió hacia la carreta
dándoles voces diciendo:
-Deteneos, esperad,
regocijada y alegre
turba que les quiero dar
a entender como tratar
los jumentos y alimañas
sirven de caballería
a los escuderos fieles,
de caballeros andantes.
Sancho, que vio la intención
de atacar al escuadrón,
por el Demonio formado.
- Sería asaz de locura
tal impresa intentar;
vuestra merced considere
que para sopa de arroyo
y tente bonete no hay
en el mundo defensivas
armas más que el embuirse
en la campana de bronce.
Más que valentía es
muy grave temeridad
enfrentarse a un escuadrón
donde figura la Muerte
y emperadores pelean
y, a quien ayudan los ángeles
ya sean buenos o malos
aunque allí parecen reyes
príncipes y emperadores
entre tantos no hay ninguno
sea caballero andante.
- Ahora, -dijo don Quijote-,
sí, que has dado en el punto,
que puede y debe mudarme
de mí ya determinado
intento, pues yo no puedo
ni debo sacar la espada
contra quien no fuera armado
caballero como he sido.
Pues a ti, Sancho, te toca
si quieres vengar la afrenta
que a tu rucio se le ha hecho.
Desde aquí te ayudaré
con voces y advertimientos
paras ti muy saludables
- No hay para qué, señor mío,
-le respondió, Sancho Panza-,
tomar venganza de nadie
pues no es de buenos cristianos
tomarla de un simple agravio,
o cuando más que acabare
con mi asno que su ofensa
de los palos que le han dado
de mi voluntad las manos
la cual es siempre vivir
los días que mande Dios,
lo pacífico que pueda.
- Es tu determinación,
Sancho buenao Sancho amigo,
Sancho discreto, y cristiano
Sancho sincero, que aprecia
estas fantasías. Dejo
y volvamos a buscar
mejor y más calificada
aventura que yo veo
que por estas tierras hay
muchas y muy milagrosas


CAPÍTULO XII.
La noche que siguió al día
del reencuentro con la Muerte,
la pasaron Don Quijote,
y su escudero debajo
de unos altos y sombrosos
árboles, y persuadiendo
Sancho a Don Quijote, comen
lo que en el repuesto traen.
En la cena dijo, Sancho,
- Más vale pájaro en mano
que buitre volando, digo
por los despojos que hubieren.
- Pues en los despojos tuvieres

corona de emperador,
de oro, dos pintadas alas
de Cupido que quitara
a redropelo y poniendo
en tus manos.
- Pues los cetros
nunca de farsantes fueron
de oro, sino de oropel también de hoja de latas.
- Verdad, no fuera acertado
que atavíos de comedia
como ellas son, fingidos
son un bien a la república
poniéndonos un espejo
a cada paso delante
de lo que es pues, nuestra vida,
uno hace de rufián
otro hace de embustero
este hace de mercader
aquel soldado valiente,
otro de simple discreto
otro enamorado simple.
Acabada la comida
pues todos quedan iguales.
- Si he visto, -dijo Sancho.
- Pues eso mismo acontece
en la comedia del mundo
donde también representan
unos los emperadores,
a los príncipes otros,
así, como las figuras
todas las que se introducen
pero llegados al fin
de la vida que es la muerte
éste a todos quita ropas
que, así, los diferenciaba
quedando todos iguales
en la triste sepultura.
- Esto he oído muchas veces, como el ajedrez, alegre
que las piezas en el juego
todas tienen ya oficio,
pero el juego acabándose
todas se mezclan y meten
en una bolsa la que es
como si dan con la vida.
- Cada día, Sancho, vas
haciéndote más discreto.

- Algo se me ha de pegar
discreción de su merced
que las tierras, que de suyo,
estériles, con estiercol
y cultivándolas, vienen
a dar frutos; decir quiero
que vuestra conversación
ha sido el estiercol,
que sobre la estéril tierra
la cual es mi seco ingenio.
La cultiv ación el tiempo
que hace que le estoy sirviendo.
Le dio a, Sancho, voluntad
en caer en las compuertas
de los ojos, al decir

ya, para poder dormir;
El autor de esta historia
nos primina con ejemplo
de amistad, de Rocinante
con el jumento de Sancho;
cuando tenían descanso
la cabeza de Rocinante
que ponía sobre el cuello
del rucio y estaban quietos
mirando los dos al suelo
Nada que al amo o el hambre
les compelía buscar
sustento. Mal comparada
a la que existe entre hombres;
como fue Niso y Euríalo
y Pílades con Orestes.
Y aprendidas muchas cosas
como fue de la cigüeña,
el cristel; y de los perros
es el agradecimiento
y el vómito; de las grullas, su constante vigilancia;
de hormigas, la providencia;
la honestidad, de elefantes;
la lealtad, del caballo.
y Sancho se quedó dormido,
bien, al pie de un alcornoque,
Don Quijote, en una encina.
No pasó, así, mucho tiempo;
les despierta un fuerte ruido
a espaldas de don Quijote.


Dos hombres allí llegaron
con el ruido de las armas
le supuso a don Quijote,
que era caballero andante
quien al suelo se tiró
En voz baja dijo a, Sancho:

- Hermano Sancho, aventura,
tenemos.
- Buena de Dios
Y ¿dónde está la aventura?
- Vuelve los ojos y mira
y verás allí tendido
un andante caballero
por lo que a mi se traduce
no debe de estar muy alegre
tenderse en el suelo vi
con sus muestras de despecho.
- ¿Pues en qué vuestra merced,
halla que sea aventura?
- No quiero yo decir que ésta
sea aventura del todo
sino que es principio de ella.

Que por aquí se comienzan.
Calla que a lo que parece
templando está un laúd
y porque según escupe
y el pecho desembaraza,
para cantar se prepara;
(De los tres últimos versos
del soneto aquí quedan):
Blando cual es o fuerte
ofrezco el pecho,
que de guardarlo eterna-
mente juro.
Del corazón lo más íntimo
un ¡Ay! Dio fin al soneto.

El Caballero del Bosque
voz doliente y lastimera
dij0: - ¡Oh, la más hermosa
ingrata de todo el orbe,
¿Como que será posible
serenísima Casilda
de Vandalia, yas no basta
hecho he que te confiesen
ser más hermosa del mundo
caballeros de Navarra
leoneses y tartesios,
y todos los castellanos
caballeros de la Mancha
- No, que yo soy de la Mancha
-dijo a esto don Quijote-,
y nunca lo he confesado
ni podía ni debía
confesar cosa que tanto
perjudica a la belleza
de la sin par Dulcinea.
- Lleva quejándose un mes
arreo, -le dijo, Sancho.
No fue, así, que el caballero
oyendo que había gente
en las cercanías, dijo:
- ¿Quién va allá? ¿Es por ventura
del grupo de los contentos
o del de los afligidos?
- Es del de los afligidos
-le contestó don Quijote.
- Pues lléguese a mí y haga
cuenta de verbizmarle la tristeza.
Sentaos aquí caballero
cuya es la soledad,
y aire fresco de la noche,
con los naturales lechos
de caballeros andantes.


CAPÍTULO XIII.
Bien divididos estaban
los andantes caballeros
y los fieles escuderos;
estos contando sus vidas;
y aquellos de sus amores.
La historia cuenta primero
las razones de los mozos,
y luego el de los amos.
El del Bosque dijo aparte:
- Trabajosa vida es
esta nuestra de escuderos
de caballeros andantes;
comemos pan con sudor
de nuestros rostros por ser
las maldiciones de Dios
A nuestros primeros padres.
- Y también que lo comemos
en el yelo de los cuerpos
y aún menos mal si comemos
pues duelos con pan son menos.
-Así añadió, Sancho Panza-,
sin desayunar al día
si no es del viento que sopla.
- Todo eso con llevar se puede
-le respondió el del Bosque-,
con la esperanza a tener`
pronto el premio prometido
pues, sino es muy desgraciado

- Yo ya he dicho a mi señor
-le replicó, Sancho Panza-,
me contento con gobierno,
prometido de una ínsula
¡Él tan noble y liberal!
- Un canonicato a mí.
- Vuestro amo debe ser
caballero a lo eclesiástico.
Mi amo es meramente lego
me acuerdo cuando querían
que se hiciese arzobispo;
emperador quiso ser
Yo estaba entonces temblando
si en voluntad le venía
de ser, así, de la Iglesia
no vi beneficio en ella,
por esto le hago saber
que aunque parezco ser hombre,
soy una bestia en la iglesia.
- Pues yerra vuesa merced
ya que hay gobiernos bien pobres,
Yo me pienso retirar
ya de estas borracherías
de caballeros andantes;
irme a mi casa a cuidar
a mis hijos que son tres
como bellísimas perlas,
no faltando en casa nada.
- Dos tengo yo, -dijo Sancho-,
hijos con buena presencia
pueden presentarse al papa
en persona, la muchacha
que crío para condesa,
y si Dios fuere servido.
-¿Qué edad tiene esa señora?
- Quince años dos más o menos,
es grande como una lanza
como una mañana de abril,
tan fresca y tiene fuerzas
tantas como un ganapán.
- Partes son esas no sólo
-le respondió el del Bosque-,
para ser más que condesa,
sí, ninfa del verde bosque,
¡Oh, hideputa, puta, rejo
el cual es el de la bellaca!
De lo que respondió, Sancho:
- Ni es puta, ni fue su madre,
quiera Dios mientras yo viva.
Y háblese más comedido
que para haberse criado
con caballeros andantes
con la mucha cortesía
no me parecen a mí
concortadas sus palabras.
- ¿Cómo y no sabe que cuando
un caballero en la plaza
que da una buena lanzada
o cuando alguna persona
hace alguna cosa bien,
el vulgo suele decir:
¡Hideputa, puto y qué
bien es todo lo que ha hecho!
que parece un vituperio
nos resulta aquel término
alabanza muy notable.
Y reniega vos señor
de aquellos hijos o de hijas
no hacen obras que merezcan
a sus padres se les den
en los casos semejantes
- Si reniego, -dijo Sancho,
de ese modo y esa misma
echaría a mis hijos
como a mí y, a mi mujer,
a toda una putería.
Y para volver a verlos.
Yo ruego a Dios que me saque
de este pecado mortal
que es lo misno si me saca
de este peligroso oficio
de escudero; en el mal
vuelvo por segunda vez
con mi mentecato amo,
y que sé que tiene más
que de caballero, loco.
- - Por eso dicen codicia
rompe el saco, -el del Bosque replicó-, y si a tratar
de ellos no hay otro en el mundo;
mi amo es de los que dicen:
Cuidados ajenos matan
el asno que recuperé;
quien ha perdido su juicio
más él, así, se hace el loco
- Y, ¿es por dicha enamorado?
- Sí, de una tal Casildea,
de Vandalia, la más cruda
y más asada señora,
que haber puede en el orbe.
- No hay camino que tan llano,
él no tenga algún tropiezo
En otras casas se cuecen
habas en la mía a cal-
deradas. Vuestra merced
me está mirando de alivio
pues a un caballero sirve
que es tan tonto como el mío.
- Es tonto pero valiente,
-le respondió el del Bosque-,
más que valiente bellaco,
- Eso no es el mío, -dijo
Sancho, de bellaco nada,
tiene el alma, como un cántaro
no sabe hacer mal a nadie
sino a todos hace bien
ni tiene malicia alguna
un niño le hará entender
que es de día siendo noche
y por esta sencillez
le quiero como a las telas
del corazón, no me amaño
dejar y marchar a mi casa
por más disparates que haga.
- Pues con todo eso, hermano
si el ciego le guía al ciego
a peligro van los dos
de que caigan en el hoyo.
Lo mejor es retirarse
con un buen compás de pies
volver a nuestras querencias;
Quieres buscar aventuras,
y no siempre, encuentras buenas.
Agarrados a la bota
de vino, del escudero
bosqueril; dormidos quedan.



CAPÍTULO XIV.
- Finalmente, que sepáis
quiero, lo que es mi destino
de la sin par Casildea
pagó mi buen pensamiento,
y comedidos deseos
en hacerme ocupar
como su madrina a Hércules
en muy diversos peligros
prometiéndome al final
de cada uno que al fin
pues, del otro llegaría
mi esperanza y, así, fueron
eslabonando trabajos.
Ni sé yo cual ha de ser,
El último que principio
dé, al cumplimiento de mis
deseos. Mandó una vez
que fuese a desafiar
a la fam osa giganta
de Sevilla, que llamaban
la Giralda, muy valiente
movible mujer del mundo.
Luego que tomara en peso
las que son antiguas piedras
de los más valientes toros
de Guisando: más empresa
de ganapanes, y no es
caballeresca misión.
Otra que yo me lanzase
a lo que es sima de Cabra.

Pesé Toros de Guisando.
Bajé a la sima de Cabra,
y mis esperanzas muertas,
Lo último que discurre:
Por España y sus provincias
haga confesar a todos
los caballeros andantes;
A muchos ya he vencido
haciéndoles confesar,
Casildea de Vandalia
es la mujer más hermosa
y yo el caballero andante
más famoso y valiente.
Al insigne caballero
de la Mancha, hace poco
confesó es Casildea,
más hermosa a Dulcinea.
Don Quijote, admirado
quedó; por decirle estuvo
por mil veces, que mentía
sosegándose le dijo:
- Pongo en duda, a Don Quijote,
su merced haya vencido.
Pudo ser que fuera otro;
pocos hay que le parezcan.
- ¿Cómo no? -le replicó
el del Bosque. Por el cielo
que nos cubre peleé
con don Quijote, y vencí
y rendí, que es un hombre
alto con el rostro seco,
avellanado de miembros;
enrtrecano, con nariz
aguileña y algo corva
, grandes, campea debajo
del nombre del Caballero
que es, de la Triste Figura
y por escudero trae
labrador, llamado Sancho;
Rige al freno de un caballo
que le llaman Rocinante
por señora a Dulcinea,
a quien llaman en el pueblo
Aldonza Lorenzo como
la mía que de Casildea
y por ser de Andalucía
es llamada Casildea,
de Vandalia, muy hermosa
si con todo esto no basta
que acredita la verdad,
aquí tengo a mi espada
que crédito ha de dar
a la incredulidad misma.
- Sosegaos caballero
-le contestó Don Quijote-, escuchad lo que decir
quiero. Habéis de saber
que ese don Quijote, es
el más amigo que tengo,
todo que está en mi persona.
Para que vos lo sepáis
yo tengo un encantador
que digo, le haya podido
tomar su figura alguno

que dejándose vencer
le defraudase de la fama
que en altas caballerías
granjeadas y adquiridas
tiene por toda la tierra,
si no basta todo esto
aquí el mismo don Quijote,
con sus armas lo sustenta.
Con voz cascada dijo,
el Caballero del Bosque.
- pagador no duelen
prendas, que si transformado
vencer pude a don Quijote,
vencer pienso en su ser,
y es con una condición,
ha de ser nuestra batalla,
que el vencido ha de quedar
a la voluntad del otro
lo que quisiere hacer con él,
con tal que sea decente
a caballeros andantes,
lo que, así, se le ordenase.

- Soy más que contento de esa
condición y convenencia
-le respondió don Quijote.
En esto ya comenzaba
el gorjeo de los pájaros,
con sus tan alegres cánticos
tan diversos, saludaban
así, a la fresca aurora.
Despiertan los escuderos,
lo primero que vio Sancho,
fue la nariz de, el del Bosque
tan grande que daba sombra
al cuerpo del escudero.
Algo curva en la mitad
toda llena de verrugas;
de color amoratado
de tal suerte le afeaba
el rostro que viendo, Sancho,
comenzó agitar los pies
y las manos como un niño
con el mal de la alferecia.
Pues se prometió, así, darse
las doscientas bofetadas
por no despertar la cólera
y reñir con el vestiglo
Don Quijote al contendor,
miró cuando la celada
ya descubría el rostro,
el cual no le pudo ver.
Él era hombre menudo
y no muy alto de cuerpo
Sobre las armas traía
casaca de tela de oro
sembradas por ella lunas
pequeñas, resplandecientes
espejos, los que le hacían
de grandísima manera
galán vistoso, volándole
sobre la celada grande
cantidad de bellas plumas
verdes, amarillas, blancas,
con una lanza grandísima
y de u n hierro acerado
de más de un palmo de gruesa
no tuvo el miedo de Sancho,
aún pensando fuera hombre
sano, de muy grandes fuerzas.
Antes con gentil donaire
le dijo aquel caballero
de los Espejos:
- Ya ganas
muchas de pelear tiene;
no os basta la cortesía
por ella pido que alcéis
la visera y del rostro
ver la gallardía vuestra
disposición corresponde
si posponéis al final
de que hayamos peleado;
si lo hacéis por Casildea,
yo también por Dulcinea.
Sancho cunado vio a su amo
marchar a tomar su sitio
con el miedo que le entró
cuando vio al narizotas,
a una ación de -Rocinante,
agarrose a Don Quijote
andando iba diciendo
- Suplico a vuestra merced
antes que vuelva a encontrarse
me ayude a subir aquel alcornoque, y desde allí
verle más a mi sabor
mejor es que desde el suelo,

- Antes creo, Sancho, -dijo
Don Quijote-, lo que quieres
ver sin peligro los toros
encaramado al andamio.
- La verdad que diga es
aquellas narices ver
aquel que veis escudero
Que tanto espanto me da
y no me atrevo ya estar
Ni un momento junto de él.
- Ven, Sancho voy a subirte.
En esto el de los Espejos
creyendo que don Quijote
ya había tomado sitio
pues le dio vuelta al caballo
y a don Quijote embistió.
Llegado cerca de él
frenó el caballo cansado
la lanza tardó en sacar,
don Quijote le embistió
dando con él en el suelo.
Allí quedó como muerto,
su escudero daba voces
- No le haga daño es su amigo
Bachiller Sansón Carrasco.
Pasmado esta Don Quijote
al quitarle pues, el yelmo
y verle bien aquel rostro
- Sancho, acude y aquí mira;
has de ver y no creer,
¡Aguija hijo! Y advierte
lo que la magia más puede,
lo que pueden los hechiceros,
y encantadores tan malos.
Llegó, Sancho, y como vio
el rostro del Bachiller
se hizo mil cruces a un tiempo,
y a santiguarse otras tantas.
El derribado no daba
señales de estar vivo,
y Sancho, propuso al amo:
- Señor, clávele la espada
ya que soy de parecer,
viendo en este el Bachiller
por la boca inque la espada
y en él mate al encantador.
Sin nariz el escudero
llegó, y en él, Sancho, vio
a su vecino Tomás
Cecial, el cual explicó
los motivos que tenía
Sansón Carrasco llevar
a Don Quijote a su casa.
Vuelto en sí el de los Espejos
prometió a Don Quijote
cumplir todo lo que dijo,
de ver a su Dulcinea
y confesar que era hermosa
y más que su
casildea,
de Vandalia y volver
a verle a don Quijote
por contar que sucedió
a la sin par Dulcinea
si no estaba ya encantada.
Don Quijote y Sancho Panza
caminan a Zaragoza.
El escudero y Sansón
herido a buscar fueron
un lugar donde bizmarle,
entablarle dos costillas



CAPÍTULO XV.
Sansón, y Tomé Cecial
caminaban razonando
las causas que les llevaron
al loco querer sanar,
y llegaron con ventura
a un pueclo donde había
un algebrista con quien
el desgraciado Sansón
se curó. Tomé Cecial
se volvió triste a su pueblo
y el balliller se quedó
imaginando venganza,
que a su tiempo se hablará.
En tan extremo contento
ufano y vanaglorioso
Don Quijote, por haber
alcanzado la victoria
al valiente caballero
como él se imaginaba.


CAPÍTULO XVI.
Con su última victoria
imagina Don Quijote,
ser el caballero andante
más valiente que tenía
en aquella edad el mundo,
`pese a magos y malditos
encantadores vestiglos,
tenía en poco; olvidando
los innumerables palos
y pedradas recibidas,
con derribo de mitad
de sus dientes; de galeotes
con el agradecimiento;
ni estacas de los yangüeses;
y entre sí iba pensando
que si él hallara modo
de como desencantar
a la sin par Dulcinea,
no envidiaría mayor
ventura que alcanzar pudo.
el más venturoso andante
caballero de los siglos
pasados, Sancho le dijo:
- Señor, en los ojos aún
traigo la desaforada
nariz de Tomé Cecial.
´Y tu por ventura crees
que el Caballero de Espejos,
era el bachiller Carrasco,
y el escudero Tomé
Cecial, tu compadre, Sancho.
- No sé que me diga a eso.
Solo sé que aquellas señas,
que me dio de mi mujer
de mi casa y de mis hijos
otro no podría dar.
De Tomé Cecial la cara
era la misma que muchas
veces he visto en el pueblo.
- Estamos en sazón Sancho,
-le replicó don Quijote-,
en qué consideración
puede caber que Sansón,
venga como caballero
con el arma ofensiva
defensiva a pelear
conmigo, ¿he sido su
enemigo por ventura?,
¿héle dado yo jamás
ocasión para tenerme
ojeriza? ¿Soy yo acaso
su rival, para tenerme
envidia, pues, de mi fama?
- Pues, ¿qué diremos, señor,
-le respondió, Sancho Panza-,
aquel caballero andante
a este que más se parece
a nuestro Sansón Carrasco,
y su escudero a Tomé
Cecial, quien es mi compadre
siendo por encantamiento,
como vuestramerced dice,
¿no habrá por todo el mundo
otros que se parezcan?
- Todo es artificio y traza,
-le respondió don Quijote-
los malignos me persiguen
con ello más fastidiarme;
decide el mago ponerme
la figura de mi amigo
bachiller Sansón Carrasco,
por amistad que le tengo,
se pusiere entre los filos
entre mi espada y rigor
de mi brazo que es tan fuerte,
y templase justa ira
de mi corazón, quedando
de esta manera con vida
quien haciendo embelecos
y falsías procuraba
quitarme la vida a mí.
Prueba es por experiencia
no te dejará mentir
ni engañar cuan fácil es
a encantadores mudar
los unos rostros en otros,
haciendo feo de lo hermoso,
y lo que es hermoso en feo
pues la gallardía viste
de la sin par Dulcinea, ,
es toda ella entereza
de hermosura natural,
conformidad toda ella,
y en la fealdad yo vi,
y bajeza de una zafia
labradora de la Mancha;
cataratas en los ojos,
y en la boca mal olor,
y, así, al encantador
le fue más fácil hacer
transformación de Sansón,
y la de tu buen compadre,
para quitarme la gloria
del valiente vencimiento.
- La verdad de todo sabe
Dios, -respondió Sancho Panza-,
como lo de Dulcinea,
había sido embeleco
suyo muy seguramente.
Nada le satisfacía
las quimeras de su amo.
Les alcanzó en el camino
un jinete que llevaba,
el mismo que don Quijote.
Montaba una hermosa yegua,
vestía de paño verde;
quien llevaba un gabán
de paño verde muy fino,
jironado y leonado
de terciopelo con una
montera del mismo paño;
llevaba alfanje morisco,
pendiente de ancho tahalí,
que el pecho bien le cruzaba
de verde, y oro y de verdes
también buenos borceguíes,
quien detuvo a la yegua.
Admiraba la apostura,
y rostro de don Quijote,
Y si es que mucho miraba
el de lo verde también,
mira a éste don Quijote,
le pareció hombre de chapa,
de cincuenta años de edad,
de canas pocas y rostro
aguileño, con la vista
mas bien entre alegre y grave,
a juicio de don Quijote,
su parecer y manera
de tal hombre jamás nunca
tuvo visto por los campos.
Admirole la longura
de Rocinante; grandeza
de su cuerpo, la flaqueza
y amarillez de su rostro
sus armas, su compostura.
Y don Quijote, notó
la atención del caminante,
le miraba, y leyó
su deseo del pensamiento.
Y como era don Quijote,
tan cortés y tan amigo,
dar gusto al que quisiera,
antes que le preguntase
nada, le salió al camino,
dijo:
- Yo soy caballero
de estos que dicen las gentes
que a sus aventuras van
Yo de mi patria salí
y mi hacienda empeñé,
yo mi regalo dejé,
dejé mi cómoda vida
en brazos de la fortuna
entregueme, me llevare
donde fuera servido,
me fui buscando aventura,
mas quise resucitar
la muerta caballería
andante y ha muchos siglos,
que por aquí tropezando,
cayéndome por allí
y por acá despeñándome
levantándome acullá;
he cumplido mi deseo:
socorriendo muchas viudas;
y doncellas amparando;
Casadas favoreciendo;
y, a huérfanos y, pupilos,
propio y natural oficio
de caballeros andantes.
Por mis cristianas hazañas,
he merecido andar ya
en estampas en naciones
de casi todas del mundo.
Volúmenes treinta mil
se han impreso de mi historia,
y de imprimirse camino
llevan de treinta mil veces
de millares, si es que el cielo,
no lo llega a remediar.
En una sola palabra:
Yo soy aquél a quien llaman,
Don Quijote, de la Mancha,
por otro nombre llamado
Caballero de la Triste
Figura, y, pues, las propias
alabanzas envilecen
esme forzoso decir
las mías y entiéndase.
Cuando no me hallo presente
quien las diga, así, que
ni esté el caballo, ni lanza,
ni esté escudero, ni escudo,
ni todas juntas las armas,
ni la amarillez del rostro,
ni mi atenuada flaqueza,
os podrá, pues, admirar
de aquí en adelante habiendo
sabido mi profesión.
- Pero no habéis acertado
-dijo después de una pausa,
aquél del verde gabán-,
quitarme la maravilla,
en mi causa, el haberos
visto, y ¿cómo es posible
que hay caballeros andantes,
impresas en todo el mundo.
No me puedo persuadir
que en la tierra haya hoy
quien favorezca a las viudas
ampare a las doncellas
ni que honre a las casadas
ni socorre a los huérfanos
ni le creyera si en vuestra
merced, no lo haya visto.
De fingidos caballeros
andantes; estando el mundo
lleno de costumbres buenas,
hacen daño en descrédito
de aquellas historias buenas.
- Pero hay mucho que decir
si son o no verdaderas
si son fingidas o no,
-don Quijote, replicó-.
De caballeros andantes.
- ¿Que no hay hoy pues,quienes duden,
-así, respondió el Verde-,
son falsas tales historias?
- Yo dudo, -le respondió,
Don Quijote, de la Mancha-,
y quédele esto aquí
que si la jornada dura
espero dar a entender
que vuestra merced mal hizo
en irse con la corriente,
de los que tienen por cierto
de que no son verdaderos.
Don Quijote, rogó en esto
le dijera ya quien era.
- Yo soy señor Caballero
de la tan Triste Figura
-dijo el del gabán verde-,
Diego de Miranda, y paso
la vida con mi mujer
mis hijos, y mis amigos,
y de un lugar natural
donde iremos a comer,
soy medianamente rico
no gusto de murmurar,
no consiento se murmure.
Oído por Sancho, la lista
de tanto entretenimiento
y vida del caballero
tomole, así, por un santo,
capaz de hacerle milagros.
Pues del rucio se arrojó
y le fue con toda priesa
para asirle el estribo
derecho, y con devoto
acento y casi con lágrimas
le besa una vez los pies
como muchas veces más.
Visto esto por el hidalgo,
preguntó:
- Qé hacéis, hermano,
estos besos porque son?
- Porque me parece vuestra
merced, que es el primer santo
a la jineta que he visto,
en los días de mi vida.
- No soy santo, -respondió-,
sino gran pecador.
Vos si que debéis de ser
bueno, hermano, con tal
muestra de simplicidad,
Don Quijote, preguntó:
al Caballeo de Verde,
que cuantos hijos tenía
y díjole que pasman
el sumo bien los filósofos
antiguos que carecían
de cierto conocimiento
de Dios, en los naturales
bienes en los de fortuna,
en muchos hijos y amigos.
- Tengo un hijo que le dio
la poesía, las leyes
nunca quiso estudiar,
la reina; la Teología.
pues los reyes en el siglo
premian virtuosas, y buenas
letras que sin virtud estas,
son perlas en muladar.
Con el día averiguando
si Homero dijo más bien
que mal, en tal de los versos,
de la Iliada, su gran obra,
y si deshonesto anduvo
Marcial, eh tal epigrama;
si han de entenderse de una
a otra, tales de Virgilio.
Le respondió Don Quijote:
- Son nuestros hijos pedazos
de las entrañas del padre,
y de la madre, por ello,
así, `pues, se han de querer,
buenos o malos que sean,
encaminarlos les toca
por los pasos de la vida,
la virtud, buena crianza
con las cristianas costumbres.
Para mí la poesía
señor hidalgo, pareces
es tal como una doncella
tierna, y de poca edad,
muy hermosa en todo extremo,
a quien tienen más cuidado
de enriquecer, de pulir
y adornar, otras doncellas
son ciencias todas ellas.
Admirado se quedó
aquel del verde gabán
de tan buen razonamiento,
y tanto de don Quijote,
que perdía opinión
tomada de mentecato.
Don Quijote, en esto vio

llegar un carro bien lleno
de muchas banderas reales,
creyendo que fuera nueva
aventura, a grandes voces
que le diera la celada;
aventura, desatinada
les sucedió aquel día.
Este gigante vestiglo
vencedría don Qujijote.




CAPÍTULO XVII


Los requesones comprados
a los pastores por, Sancho,
donde meter no sabía
por no perder lo pagado,
y acosado por la priesa
que don Quijote le daba
los echó en la celada
de su amo, quien le dijo:

- Dame amigo esa celada
o sé poco de aventuras,
o es aquello que descubro
una que me necesita.
- Hombre apercibido, hombre
es, pues, medio combatido
Don Quijote sin echar
de ver lo que había dentro
la celada se encajó,
en la cabeza, y, el suero
por el rostro le corría,
de esto recibió tal susto
que le dijo al escudero:
- Sancho, esto que será
que se me ablandan los cascos,
o se me derriten los sesos,
si que sudo es verdad,
que no es de miedo; si tienes
dame algo que limpiar,
que el copioso sudor ciega.
La celada se quitó

- Por vida de mi señora
Dulcinea, del Toboso
que requesones, pues, son
lo que aquí me has puesto, Sancho.
traidor, y muy mal bergante,
malmirado escudero.
Con gran flema, Sancho dijo:
- Si son requesones, déme,
que yo me los comeré.
Pero cómalos el diablo,
pues él debió de ser quien
los puso en la celada.

Sancho, pues, se disculpaba
culpando a encantamiento.
Todo miraba el hidalgo,
y se admiraba de todo.
Se encajó bien la celada
y requiriendo la espada,
afirmándose en los estribos,
con fuerza asiendo la lanza.
- Y venga lo que viniere,
que con ánimo aquí estoy.
De tomarme con el mismo
Satanás que aquí viniere.
Con dos personas llegó
el carro con el carrero
que montado iba en las mulas
con otro en la delantera.
Paró el carro don Quijote,
y les dijo:
- ¿Adonde vais
hermanos? ¿Qué carro es
y en él que es lo que lleváis?
¿Y qué son estas banderas?
- Las banderas del rey son
-el carrero contestó-,
Dentro enjaulados van
dos leones que de Orán,
manda al rey el general.

- ¿Y son grandes los leones?

Pues tan grandes no han pasado,
aún otros mayores de África
Hambrientos, van sin comer
así, que vuestra merced,
se desvíe y pasamos
para llegar donde coman.

- Y, por tanto, don Quijote,
sonriendo un poco, dijo:
- ¿Leoncitos a mí?, vamos,
¡leoncitos a estas horas!
Los señores que los mandan
han de saber, ¡si soy hombre,
que se espanta de leones!
Apearos buenos hombres
y vos leonero abrid
esas jaulas y echadmelos
fuera que en esta campaña
les daré a conocer,
quien es este caballero,
Don Quijote de la Mancha,
a despecho y pesar
de aquellos encantadores,
que, leoncitos me envían,

- ¡Ta, ta!, -dijo para sí
Caballero de lo Verde-,
pues dado ha la señal
de quien es el Caballero
Don Quijote de la Mancha,
los requesones sin duda,
le han ablandado los cascos,
y madurado los sesos.
Sancho, acercándose a él,
- Señor, vuela merced haga
que mi señor Don Quijote
no se tome con leones,
que si por aquí se toma
nos van hacer mil pedazos.
- ¿Pues, tan loco es vuestro amo?
-le respondió el hidalgo-,
que creéis, y teméis tome
con tan fieros animales.
- No es loco, -respondió, Sancho,
pero sí muy atrevido.

El Caballero de Verde,
se acercó a don Quijote,
y le dijo:
- Señor mío,
acometen aventuras
esperando salgan bien
los caballeros andantes,
y no quienes la esperanza
quitan; que la valentía
rayando en temeridad
sienten más de la locura
más que de la fortaleza.

- Váyase, señor hidalgo,
a entender con perdigón
manso y hurón atrevido,
y déjeme hacer mi oficio. Volviéndose al leonero
le dijo así, don Quijote:

- Voto a tal, señor bellaco,
que si no abrís, luego luego,
las jaulas con esta lanza,
al carro yo os coseré.
- Vuestra merced es servido,
dejadme por caridad,
estas mulas desuncir,
poniéndome presto a salvo,
con ellas de los leones
antes que se desenvainen.
-
¡Oh, hombre de poca fe!
Apéate, y desúncelas
y presto haz lo que quisieres.
El leonero les dijo:
- Séanme testigos todos,
que contra mi voluntad,
y forzado abro jaulas.

No habiendo forma a vencer
la terquedad del hidalgo,
Don Quijote de la Mancha,
todos pronto se alejaron.
Decidió que la batalla
fuera echa a pie temiendo
que Rocinante se espante.

Del caballo se saltó
la lanza de sí arrojó,
embrazó pronto el escudo,
desenvainando la espada,
con estimado denuedo,
y valiente corazón,
encomendándose a Dios
y luego a su Dulcinea.
Quienes miraban decían:
Segundo Manuel de >León,
como contare esta historia,
dice el autor de la misma,
Creíble por venideros
siglos y con qué alabanzas,
habrá que no le convengan,
y cuadren y aunque ellas sean
hipérbole sobre hipérboles.
Viendo que dispuesto estaba,
en la puerta Don Quijote,
jaula abrió el leonero,
el león les pareció
de grandeza extraordinaria,
y de muy fea catadura.

Lo primero que hizo fue
revolverse en la jaula,
y desperezarse todo,
la boca abrió y bostezó,
y con dos palmos de lengua,
que sacó espolvoreó
los ojos y se lavó,
sacó la cabeza fuera,
De la jaula; a todas partes.
con los ojos hechos brasas
miró y con ademán
como de poner espanto
a la temeridad misma.

Sólo don Quijote mira,
atentamente deseando
que saltase ya del carro,
y que a las manos viniese,
entre las cuales pensaba
hacerle, así, mil pedazos,
Hasta aquí llegó el extremo
de jamás vista locura;
pero el generoso león
más prudente que arrogante
no hizo caso a niñerías,
ni a las bravuconerías:
y las espaldas volvió
con gran flema y remanso,
y enseña partes traseras;
se volvió a echar en la jaula,
y visto por don Quijote,
al leonero pidió
que azuzara a esas fieras
dando palos que saliera.
- Eso si que yo no haré,
si le instigo, será a mí
primero que haga pedazos.
Se contente con lo hecho,
que es lo que puede decirse.
referido a valentía.
Del corazón la grandeza,
visto de vuestra merced,
ya está muy bien declarada.
- Así es verdad, -Don Quijote
respondió-, cierra la puerta
y dame por testimonio
en mejor forma que puedas,
lo que aquí me has visto hacer,
como tu abriste al león,
yo esperé, él no salió
y le volví a esperar,
él ya no quiso salir
y volviéndose a acostar.
En tanto cierra, llamó
a los huidos para que oigan,
de su boca esta hazaña.
Viendo, Sancho, hacer señales,
con lienzo blanco a su amo,
- Me maten sí mi señor,
no ha vencido a las fieras,
pues nos llama que volvamos.



Cuando llegaron de vuelta,
así dijo don Quijote:
- Volved, hermano, a uncir,
vuestras mulas, proseguid,
vuestro viaje, y tu, Sancho
dale dos escudos de oro,
para él y el leonero,
en señal de recompensa,
que por mi se han detenido,
-
Yo daré de buena gana,
¿qué se han hecho los leones?
¿están muertos o son vivos?
Entonces el leonero,
les contó y exagerando
el valor de don Quijote,
y cobardía del león,
que no quiso la batalla,
como pidió el caballero.
- ¿Pues qué te parece Sancho?
-así dijo don Quijote-,
¿Hay encantos que valgan
contra de la valentía?
El leonero le besó
las recibida y provecho,
manos por la merced
recibida y provecho
de contar tan valerosa,
hazaña, y al mismo rey,
cuando en la corte se viese.
- - Si acaso, su Majestad
preguntare quien la hizo,
dirá que fue el Caballero
de los Leones, pues quiero
que, así, se mude mi nombre,
Caballero de la Triste
Figura, como es usanza
de caballeros andante.
Unos con el carro marchan:
Don Quijote y Sancho Panza,
y quien es del gabán Verde,
prosiguieron con el carro,

Y don Diego de Miranda
que es el del Verde Gabán,
todo atento a mirar,
y notar palabras y hechos,
pareciendole que era,
el insigne caballero,
un cuerdo loco y un loco
que más bien tiraba a cuerdo,
concertado lo que hablaba
elegante y bien dicho,
y haciendo gran disparate.
muy temerario y tonto
mas don Diego se decía:
- ¿Es que hay mayor locura,
que ponerse la celada,
con los tiernos requesones,
y se daba a entender
que le ablandaban los cascos,
¿Y mayor temeridad,
que ponerse a luchar
con un león tan enorme?

Del soliloquio le saca
diciéndole don Quijote,
-¿Quién duda señor don Diego,
me tenga vuestra merced
por hombre disparatado,
y loco' y no sería
mucho que, así, me tuviera
porque más obras no dan
testimonio de otra cosa?
Pues con todo esto quiero,
que advierta vuestra merced,
no soy tan menguado y loco
como le he parecido,
a Don Diego de Miranda.
Yo bien sé que valentía,
es una virtud que está
entre lo que es cobardía,
y en otro temeridad.
Y como más fácil es
Venga a liberal el pródigo
que el avaro, así es,
más fácil al temerario
ser valiente que al cobarde.
Aligeraban el paso
por no llegar tarde a casa
de Don Diego de Miranda.

CAPÍTULO XVIII.
A la casa de don Diego,
llegaron hacia las dos
saludó a la madre e hijo
que salieron a recibirles,
a don Quijote y a Sancho;
entraron en una sala.
Sancho le desnuda y queda
en valones y jubón,
con la mugre de las armas
de camuza muy bisunto-
valona a lo estudiantil,
al cuello sin almidón,
sin randas los borceguíes,
datilados; los zapatos
encerados; se ciñó
buena espada que pendía,
de un tahalí lobo marino,
que en su día le curó
enfermo de los riñones;
cubriose de un herreruelo,
que era de buen paño pardo,
antes de todo con cinco
calderos de agua o de seis,
lavó cabeza y rostro,
y quedó el agua color
de suero, de golosinas
de Sancho, los requesones.

En otra sala esperaba,
quien le llaman don Lorenzo
mas antes dijo a su padre:
- Señor a mí y a mi madre
nos tiene muy al suspenso
quién es este caballero
que nos has traído a casa,

- No sé que te diga hijo,
le vi hacer cosas de loco,
de los mayores del mundo.

Causa de quien la profesa,
ha de ser jurisperito
y saber las muchas leyes
humanas de la justicia
distributiva y conmuta-
tiva, para dar a cada
uno aquello que es suyo,
y le conviene vivir,
teólogo para saber
dar razón de la cristiana
fe, que profesa muy clara,
Modestamente adonde
quiera que fuera allí herido
ha de ser médico y más,
herbolario y conocer,
yerbas que puedan curarle
heridas en despoblado;
astrólogo en conocer,
por las estrellas las horas,
que han pasado de la noche,
y en qué parte y en qué clima
del mundo que se halla presto;
conocer bien matemáticas
necesite a cada paso;
adornado de virtudes,
de poder ser teólogo
y virtudes cardinales,
y saber muy bien nadar,
como el peje Nicolás,
ha de saber bien herrar,
un caballo, y una silla,
sin duda, aderezar,
así como también el freno;
y volviendo a lo de arriba,
ha de guardar fe en Dios,
y, a su dama siendo casto,
en pensamientos y honesto.

Con los buenos pensamientos
honestos, con las palabras,
en las obras liberal,
tan valiente en los hechos
sufridor en los trabajos;
caritativo con todos;
con los que son menesterosos
defensor de la verdad,
aunque le cueste la vida.
A toda esta larga plática,
así, dijo don Quijote:
- ¿Es que duda que haya habido,
ni hay caballeros andantes,,
y adornados con virtudes,
que vuestra merced señala?
- Por experiencia yo sé
que es en vano pretender,
convencer a los que dudan,
de que hubo y los habrá
tantos a como hoy ya existen,
de caballeros andantes,
y no quiero detenerme
sacar a vuela merced
del error en que se encuentra,
con los muchos que lo tienen.

Cuatro días estuvieron
en casa del Caballero
del Verde Gabán, Don Diego,
de Miranda, se despide
de la señora de aquel castillo, triste momento la marcha
para Sancho, que a sus anchas,
comió y bebió lo que quiso,
y rehusaba volver,
al hambre y al duro suelo,
que se tiene en la floresta.
Mal proveídas las alforjas,
y por esto las llenó
de los que era necesario


CAPÍTULO XIX.
Y a poco que ellos salieran
de la casa de don Diego,
encontraron a dos clérigos
también a dos labradores
iban sobre cuatro bestias
anales; un estudiante,
trae como en portamanteo,
Lienzo de bocací verde,
envuelto al parecer
un poco de grana blanca,
dos medias de cordellate,
otras dos espadas negras
de esgrima nuevas y con
sus zapatillas muy nuevas.

En la misma admiración
cayeron, al verle, todos.
- Si vuestra merced no lleva,
camino determinado,
pues véngase con nosotros,
a ver la mejor boda,
de todos estos lugares.

- Es acaso, de algún príncipe.
- No, son sino de un labriego
-le respondió un estudiante-,
el más rico de esta< tierra,
y ella es la más hermosa,
que los hombres hayan visto,
llaman Quiteria la hermosa,
a él Camacho el rico,
y la boda se celebra,
en prado cerca del pueblo
Quiteria con dieciocho
y Camacho veintidós
Basilio del mismo pueblo
y vecino de Quiteria,
pared y medio tenía,
casa con la de Quiteria
la vecindad dio lugar
a los amores entre ellos.
Basilio se enamoró
de Quiteria desde sus
tiernos y primeros años,
Quiteria correspondió.

Era un entretenimiento
para todos los del pueblo,
los mil favores honestos
que entre los niños se hacían;
fueron creciendo los dos,
cuando el padre de Quiteria
acordó estorbar la entrada,
de Basilio en su casa,
que de ordinario lo hacía,
por quitarse de sospechas.

Con Camacho acordó,
casarla no con Basilio;
no tenía tantos bienes
de fortuna como aquél
como de naturaleza
tenía el mozo Basilio.
Pues de decir sin envidia,
que es el más ágil mancebo:
es gran tirador de barra;
extremado luchador;
gran jugador de pelota
y bolos y corre como
un gamo y salta más que las cabras por los riscos
birla como encantamiento.

Y canta como una calandria,
y hace hablar a una guitarra,
también juega una espada,
como lo hace el más pintado.

- Ya por esta sola gracia,
-dijo a esto don Quijote-,
ese mancebo merece,
que le casen con Quiteria
sino con la misma reina,
Ginebra, si hoy fuera viva,
a pesar de Lanzarote,
y de quien quiera estorbar.

- Pues, a mi mujer con eso,
-así, dijo, Sancho Panza-,
quien quiere, que cada cual
se le case con su igual,
ateniéndose al refrán:
cada oveja con su pa-
reja, que le veo a Ba-
silio, casarse con ella.
- Si rodos los que se quieren,
se tuvieren de casar,
-dijo a esto don Quijote-,
Quitarían la elección
y jurisdicción al padre.
El amor y la afición
con facilidad los ojos
ciegan del entendimiento
para escoger necesarios
estado y matrimonio
y esté en peligro de errar,
y gran tiento es menester,
con mejor favor del cielo.

Quiere uno hacer viaje
largo, pero si es prudente,
busca buena compañía
antes de emprender camino,

- Dar sí, Quiteria, mañana,
es la muerte de Basilio
- Dios lo hará mejor, -le dijo
Sancho-, que si Dios la llaga
da, también la medicina.
En lo que al prado llegaban,
el licenciado contaba
excelencias de la espada,
cuando anocheciendo vieron
el pueblo como estrellado,
oyen variados sonidos,
como de flautas, salterios,
tamborinos con panderos
albogues, muchas sonajas,
regocijadores músicos
de la boda en cuadrillas,
por aquel sitio agradable
había unos bailando
otros cantando y bailando
otros bien los instrumentos.
Por aquel prado andaba
corriendo la alegría
saltando el contento.

También quien levantaba
andamios que ver pudiesen,
de la boda actos solemnes,
con mayor comodidad.
Como representaciones
y danzas que allí hubieran.

CAPÍTULO XX.
Apenas la blanca aurora
había dado lugar,
a que el reluciente Febo,
con el ardor de sus rayos,
enjugase perlas liquidas,
de sus dorados cabellos
cuando despierto el Hidalgo
sacudiendo don Quijote,
la pereza de sus miembros,
se puso en pie y llamó,
a su mejor escudero,
de todo el mundo el mejor.
Que roncaba todavía
y sin despertarle dijo:
- ¡Oh, tu, bienaventurado
sobre cuentos viven sobre,
la haz de la tierra que duermes,
con sosegado espíritu,
y son envidia tener
ni que eres envidiado,
ni encantadores te siguen,
ni encantamientos persiguen,
ni te tienen en vigilia
peores celos de tu dama,
ni las deudas que pagar,
ni te inquieta la ambición
ni pompas vanas del mundo.

Duerme el criado y está
trabando el buen señor.
Soñoliento despertó
Sanchito, que a todas partes,
lo mira, volviendo el rostro
dijo:
- De la parte de esta
enramada sale olor,
de unos torreznos asados,
más que de junco y tomillo
boda que tan generosa
Que rica, debe de ser.
- Acaba glotón, iremos
-le dijo así don Quijote-,
a ver estos desposorios.
por ver lo que hace Basilio.
- Mas que haga lo que quisiere,
-le respondió Sancho Panza-,
pero soy de parecer,
que el pobre se debe de
contentar con lo que hallare,
y cotufas no pedir
en el golfo: imposible.
Camacho puede envolver
a Basilio con los reales.

- Por Dios, Sancho, que concluyas
con tu arenga que yo tengo que si te dejan hablar
tiempo no te quedaría

Para comer ni dormir.
- Si tiene vuestra merced, memoria, pues, del concierto,
acordamos me dejara
hablar tanto que quisiera,
sin que molestara al prójimo
ni a la vuestra autoridad,
y a contravenido parte
de lo dicho en el capítulo.

- Yo ya no me acuerdo, Sancho,
del que dices tu capítulo,
mas lo que quiero es que calles,
y vengas que a sonar vuelven
los instrumentos musicales,
alegran valles, sin duda,
los desposorios celebran
al frescor de la mañana.
Sancho puso a Rocinante
la silla y albarda al rucio,
y con paso ante paso,
entraron por la enramada;
lo primero que vio Sancho,
fue ensartado un novillo
entero en un entero
olmo, de asado oloroso
en el fuego de un monte
de leña, que con seis ollas,
alrededor de aquel fuego,
donde echaban los carneros,
y gallinas sin las plumas,
y liebres despellejadas
y colgados por los árboles,
diversa caza y pájaros.

Contó Sano, zaques mil
y con más de dos arrobas
cada uno, y bien llenos,
de los generosos vinos
había allí, también números
de pan de trigo blanquísimo,
los quesos como ladrillos,
puestos como enrejados
formaban una muralla.

En aceite de freír
metían con unas palas,
cosas de masa, sacaban
y zambullían en otra
caldera de preparada
miel, que junto allí estaban.
Los cocineros pasaban
de cincuenta y cocineras
muy limpios y diligentes.
E
En el vientre del novillo,
hay doce tiernos lechones;
no pudiendo resistir
al deseo de probar,
Sancho, pide a un cocinero
mojar deje un mendrugo;
a lo que le respondió:

- Hermano, no es este día
de los que el hambre tuviere
sobre ellos jurisdicción,
merced al rico Camacho;
apearos y tomad
un cucharón y espumad,
una gallina o dos,
y buen provecho les haga.

Don Quijote a través
de la enramada vio
que por el prado corrían
un buen tropel de jinetes
con gritos que, así, decían:
- ¡Vivan Camacho y Quiteria
el tan rico como ella hermosa,
la que más de todo el mundo.

Oye lo cual Don Quijote,
y se dice entre sí:
Parece que estos no han
visto a mí Dulcinea,
del Toboso que si hubieran,
visto ellos a la mano
se fueran en alabanzas
de esta doncella Quiteria.


A poco por la enramada
Entran diferentes danzas
hacia unos veinte zagales,
de gallardo parecer.

Vestidos de blanco lienzo,
con sus paños destocar
de fina seda y colores;
a danzar luego empezaron,
con sus vueltas y destrezas
que aunque antes don Quijote
había visto semejantes,
ninguna tan bien como esta.



Otro grupo de doncellas
ni una más de dieciocho,
y no menos de catorce
con sus años hermosísimos
Vestidos todos de verde
trenzados unos cabellos
y otros bien sueltos, que aparte
de ser rubios todos ellos,
y podían competir
con los cabellos del sol,
de jazmín tienen guirnaldas,
de amianto y madreselva,
con hermosísimas rosas.
Guiábalas un venerable
viejo y anciana patrona
más ligeros que sus años,
prometían, y muy sueltos.

Una gaita zamorana
a ellas les hacía son,
con su honesta ligereza,
se mostraban las mejores
bailadoras de este mundo,
ocho ninfas repartidas,
en dos hileras y guiadas,
una hilera por Cupido,
y la otras el interés,
de las adornado aquel
arco aljaba y saetas,
y este vestido de ricas
telas de oro y de seda.

Traen las ninfas en la espalda,
un pergamino con letras,
en que figura su nombre.
Poesía es el título,
la primera; la segunda,
Discreción; es las tercera
Buen linaje; y la cuarta,
Valentía; y seguían
las del Interés: primera,
Liberalidad; con Dádiva,
la segunda; en la tercera
Tesoro; y Posesión,
en la cuarta. Son los títulos
de las bellísimas ninfas.
La danza es de artificio,
un castillo de madera,
de allí las ninfas salían
a conversar con Cupido,
las del grupo del amor,
los otros con Interés,
con canciones distraídas.

Cuando pasaba el amor,
por delante del castillo,
por alto dispara flechas
pero el Interés quebraba,
estas estancias doradas
luego de bailar un rato,
fue el Interés y sacó
de piel de gato un gran
bolsón con mucho dinero,
arrojó sobre el castillo,
se desencajó del golpe,
en medio sin defensa,

Apareció la doncella.
Llegó luego Interés
el que con cadena de oro
así, mostraba prenderla

rendirla u cautivarla.
Y visto por el Amor
que sus valedores hacen
ademanes de quitársela,
al son de los tamborinos,
y bailando a su son,
con la danza se acabó
contentos los que miraban.
- Es mi gallo, es mi rey,
y a Camacho, yo me atengo,

- Bien se ve que eres villano,
-dijo a Sancho, don Quijote-,
de aquellos que dicen ¡viva!
a quien en la batalla vence.
- Yo no sé lo que soy,
-le respondió Sancho Panza-,
lo que saqué de Camacho,
no sacare de Basilio,
buena como fue la espuma.
Tanto vales cuanto tienes.
Y comienza, diciendo esto,
de nuevo a dar asalto
la caldera con tan buenos
alientos que despertó
deseos de don Quijote
que a satisfacer no llega
por lo que adelante digo.

CAPÍTULO XXI.
En esto oyen grandes voces,
los de las yeguas las dieron,
y a carreras todos fueron
la pareja a recibir.

A Camacho y a Quiteria
rodeados de mil género
de instrumentos e invenciones,
y acompañados del cura,
y parientela de entrambos
y muchos circunvecinos,
todos vestidos de fiesta.

Sancho, dijo al ver la novia
- No de labradora sino
de garrida palaciega,
¡Pardiez!, que según diviso,
las patenas a t raer
son unos ricos corales;
todos vestidos de fiesta,
palmilla verde de Cuenca
es terciopelo de treinta
pelos; de guarnición ¡montas!,
Es de las tiras de lienzo;
adornada con sortijas,
digo son anillos de oro,
y empedrados con las piedras,
blancas como una cuajada,
una a una ha de valer
como un ojo de la cara

¡Qué cabellos hideputa!,
No los he visto más luengos,
ni más rubios en mi vida.
Comparad como se mueve
a palmera de racimos,
sabrosos de buenos dátiles,
y que lo mismo parecen
los dijes que trae pendientes,
de cabellos y garganta;
Es una moza chapada,
y que bien puede pesar
por donde bancos de Flandes.

Bien se ríe don Quijote
de las alabanzas rústicas,
del buen escudero, Sancho.
Venía hermosa Quiteria
un tanto descolorida,
lo que es propio de las novias,

Componiendo su figura,
para el día de la boda.
Oyeron a sus espaldas,
voces que las daba un mozo.
- Esperaos gente tan
presurosa, y escuchad.
Vuelven la cabeza y vieron
hombre vestido de sayo,
de carmesí jironado
a llamas, de color negro,

Coronado se veía
del más fúnebre ciprés,
con bastón grande en las manos,
lleva el gallardo Basilio;
por todos fue conocido,
temiendo suceso alguno,
llegando en ese momento,
y poniéndose delante,
a desposados, e hincando
en el suelo el bastón
tenía punta de acero,
y mudada la color
y ojos puestos en Quiteria,
con voz tremente y muy ronca,
de esta manera le habló:
- Bien sabes, desconocida

Quiteria, que siendo ley
santa la que profesamos,
viviendo yo tu no puedes,
tomar esposo no ignoras
que por hacer la fortuna,
pues, he querido guardar,
el decoro por tu honra.

Pero tu quieres hacer,
a un señor de lo que es mío,
a otro que sus riquezas
de bonísima ventura,
sirven con buena fortuna
y por que tenga colmada
no tal yo pienso merece
sino que los cielos quieren.

Yo deshacer por mis manos.
el imposible que pueda,
la ventura estorbar,
quitándome de por medio,

Pues, ¡viva el rico Camacho
con tan ingrata Quiteria!
largos y felices siglos.
Pues muera el pobre Basilio
cuya pobreza cortó
bellas alas de su dicha
y puso en la sepultura.

Tira del bastón y queda
con la mitad en el suelo
de su interior saca estoque
sujeta la empuñadura
y sobre el estoque se arroja
al punto mostró la punta
sangrienta tras la espalda.

Quedó tumbado en el suelo
bañado en su propia sangre.
Hundieron sus amigos
de su desgracia dolidos,
en sus brazos Don Quijote
condolido le recoge
vio que aún no había espirado

El aura no permitió
que sacaran el estoque
antes de ser confesado
Basilio volvió en sí,
con voz triste y desmayada
- Si quisieras cruel Quiteria
darme la mano de esposa
en este último trance
mucha disculpa tendría
puesto que en ella alcancé
la gran dicha de ser tuyo
pero antes el cura quiso
que atendiera ahora el alma
y luego gustos del cuerpo,

Oído por Don Quijote
la petición del herido.
en altas voces les dijo:
que Basilio una cosa
muy justa y en razón pide,
y además muy hacedora
y el señor Camacho queda
tan honrado, recibiendo
a Quiteria como viuda
del valeroso Basilio
cual si tomase del padre
pues el tálamo de esta boda
es cierto la sepultura.

A Camacho suplicaron
aceptara que Quiteria
diera la mano de esposa
a Basilio malherido
Aceptó lo que Quiteria
dijese la que reacia
no quería responder
palabras a insinuaciones,
de Basilio, sus amigos.
Presto el cura la pidió
en lo que había que hacer
pues Basilio ya tenía
el alma ya por los dientes
y a esperar no da lugar.

Sin decir una palabra
pues Quiteria a Basilio
se le arrodilló a su lado
con señas pide la mano
a quien moribundo estaba,
Basilio abrió los ojos,
los desencajó y dijo:

- ¡Oh, Quiteria que has venido!;
tu piedad ha de servir
de cuchillo que me acabe
de quitarme así la vida.
Se desmaya vez en cuando
y los presentes pensaban
que cada desmayo se había
de llevar consigo el alma
Quiteria asiendo la mano
muy vergonzosa le dijo:

- Ninguna fuerza bastante
fuera con mi voluntad
torcer, yo te doy la mano
de tu legítima esposa
y recibo asir la tuya
si es que me la da tu libre
albedrío, no la tuve
la calidad contraste
del discurso acelerado
te ah puesto sin compasión.

- Si te doy, -dijo Basilio-,
no turbado ni confuso,
sino a claro entendimiento,
que el cielo me quiso dar
y así me doy y me entrego
por tu legítimo esposo
- y yo por tu esposa, - dijo
Quiteria ahora más vivas
largos años; y te lleven
de mis brazos, a la tumba
- Para estar este mancebo
tan herido, -dijo Sancho-,
mucho está hablando, háganle
que se deje de requiebros
y que atiendan a su alma
que a mi parecer la tiene
en la lengua que en los dientes.
Estando asidas las manos
de Basilio y Quiteria.

Dio el cura la bendición,
tierno y lloroso pidió
al cielo diera buen poso
al alma del desposado;
quien así como recibe
del cura la bendición
con muy presta ligereza
de pie se sacó el estoque
mas algunos que lo vieron
gritan, ¡milagro! ¡milagro!
A esto responde Basilio
- no milagro, no milagro
es industria, es industria.
El cura desalentado
y muy atónito acudió
con las manos a tentar
y así, habló que el cuchillo
no pasó por las costillas
ni por carne de Basilio.
Sí, por un cañón de hierro,
bien hueco, lleno de sangre.
se tuvieron por burlados
el cura como Camacho,
y todos los circunstantes.
Camacho y sus valedores.

Sacaron todos espadas
arremeten a Basilio
fue ligero Don Quijote
a ponerse por delante
con la lanza sobre el brazo
bien cubierto con su escudo
se haría lugar de todos

A Sancho que no le iban
bien esas fechorías
a sacarle más espuma.
Don Quijote a grandes voces
dijo: - Teneos señores
teneos que no es razón
Toméis venganza de agravios
que no hace el amor
Advertid son una cosa
el amor como la guerra
así como es en la guerra
licita de usar ardides
y estratagemas vencer;
en contiendas amorosas
también se tienen por buenos
los embustes y marañas
que por conseguir se hacen
para el fin que desea
no sean en menoscabo
deshonra de cosa amada.

Quiteria es de Basilio
y Basilio es de Quiteria
por justa disposición
favorable en los cielos
amores que el cielo junta
separar no puede el hombre.
Y quien ahora lo intentare
el primero ha de pasar
por la punta de esta lanza.

Y en esto que la blandió
tan fuerte, tan diestramente
que puro pavor en todos
los que no le conocían.
Por el desdén de Quiteria
que de su mente borró
el cura le persuadió
y ya todos sosegados
las espadas envainaron
la fiesta continuó.
Y así Camacho mostraba
que o sentía la burla.
Ni Basilio ni su esposa
se quedaron a la fiesta
con ellos también se fue
el insigne Don Quijote
que le estimaban en mucho
por un hombre de valor
y un hombre de pelo en pecho.
Se le oscureció a Sancho
el alma porque dejaba
allí la comida espléndida.

CAPÍTULO XXII.
Muchos fueron los regalos
que hicieron los desposados
a Don Quijote obligados
por muestras que había dado
al defenderles su causa.

Teniéndole por un Cid
en las armas Cicerón
en su buena elocuencia.
Sancho se refociló
bien a costa de los novios
- Ni se deben ni se pueden
- así dijo Don Quijote-
a los que miran virtuosos
para conseguir un fin.
- ¿Qué murmuras, Sancho amigo?
- Qué consejos que esta dando
a Basilio desposado,
que quisiera haber oído
antes que yo me casara
que quizá dijera ahora
"el buey suelto bien se lame"
- ¿Es tan mala tu Teresa?
- Ni tan mala ni tan buena
como yo quisiera fuera.
- Mal haces tu, Sancho amigo
decir mal de tu mujer
por ser madre de tus hijos
-
Pues no nos debemos nada
que mal de mí también ella
dice cuando se le antoja
en particular celosa
y súfrala Satanás.
Regalados estuvieron
y a cuerpo de rey servidos
los tres días con los novios.

Pidió a Basilio le diera
una guía para ir
a cueva de Montesinos
que a Basilio le acompaña
un primo conocedor
de las muchas maravillas
que aquella cueva contiene.
Por la noche se acercaron
en una aldea a dos leguas
de la cueva y a tal fin
compraron casi cien brazas
de soga para poderse
atar bajando el abismo
y ver a dónde llegaba.

Es la boca de la cueva
espaciosa y muy ancha
mas llena de cambroneras
que ciegan de todo en todo.

A Don Quijote ataron
luego fortísimamente
con las sogas le fajaban
y ceñían, dijo, Sancho:

- Mire bien vuestra merced
señor mío lo que hace
no quisiera sepultar
ni en vida ni en sitio fresco
que le ponen a enfriar
en algún pozo profundo;
a vuestra merced notara
ser el escudriñador
de esta que debe ser
mala como una mazmorra.
-
Ata y calla que esta empresa
para mí estaba guardada
Y entonces dijo la guía
- suplico a vuestra merced
señor mío don Quijote
especula con cien ojos
lo que allá dentro habrá
-En manos esta el pandero
que le sabrá bien tañer.
Sin pensar hemos andado
en no habernos proveído
algún esquilón pequeño
que junto a mí fuera atado
en esta que es una buena soga.

Se entendiera el sonido
que estaba vivo y bajaba
pero pues ya no es posible
la mano de Dios me guíe.

Después de orar de rodillas
en voz alta así dijo:
- ¡Oh Señora de mis acciones
y movimientos, clarísima
Dulcinea del Toboso
si es posible que tus oídos
plegarias y rogaciones
de tu venturoso amante;
por tu inaudita belleza
te ruego que las escuches:
ni me niegues tu favor
que tanto me es tu menester

Yo me voy a despeñar
a empozarme y a hundirme
en el abismo que aquí
se me representa sólo
para que el mundo conozca
que si tu me favoreces
no habrá cosa que no acabe.
Puso mano a la espalda
y comenzó a derribar
cortando aquellas malezas
que a la boca de la cueva
estaban, por cuyo ruido
salieron infinidad
de grandes cuervos y grajos
tan espesos y con prisa
que dieron con Don Quijote
en el suelo y si fuera

Tan agorero, tuviera
como muy mala señal
y excusara de encerrarse
En el lugar semejante.
viendo no salían más
aves nocturnas, murciélagos
dándole la soga al primo
y Sancho calar se deja
al fondo de la caverna
echándole así al entrar
Sancho, pues, su bendición
y haciendo sobre él mil cruces
dijo:
-
Que te guíe Dios
y con la Peña de Francia
junto con la trinidad
de Gaeta; flor y nata
y espuma de caballeros
andantes, el valentón
Del mundo allá vas tú.
corazón de acero, brazos
de bronce que Dios te guíe
otra vez y que te vuelva
libre, sano, sin cautela
de la vida a su luz.
Don Quijote iba bajando
con tan grandes voces dando
que le diesen soga y más
soga y ellos se la daban
poco a poco y al dejar
de oírse las fuertes voces
ya ellos tienen descolgada
las cien brazas de la soga
y fueron de parecer
de subir a Don Quijote.

Al cabo de media hora
volvieron a recoger
soga, con facilidad

sin peso alguno señal
que le hizo imaginar
que Don Quijote quedaba
dentro y Sancho lloraba
subiendo con rabia la soga
hasta las ochenta brazas
que notaron cierto peso
y vieron a Don quijote
a quien le dio voces, Sancho;

- Muy bien vuelto sea vuestra
merced, señor pensábamos
que por allá se quedaba
para casta de valientes.
Pero es que no respondía
ya palabra Don Quijote,
y sacándole del todo
vieron que tiene los ojos
cerrados, con muchas muestras
de estar bastante dormido.
Le tendieron en el suelo
desliándole de la soga
con todo no despertaba.
Tanto le volvieron tanto
revolvieron, sacudieron
menearon que por fin
de un rato volvió en sí.
desperezándose como
si volviere de un profundo
sueño, y mirando a una
y otra parte, espantado
dijo: - Dios os perdone
amigos que me quitaron
de la más salerosa vida
y de la más agradable
vista que ningún humano
lo haya visto, ni pasado.
Acabo de conocer
de esta vida los contentos
pasan como sombra y sueño.
O como la flor del campo
se marchitan. ¡Desdichado
Montesinos! ¡Malherido
Durandarte!¡ Sin ventura
Belermo! ¡Oh! tu llorosa
Guadiana y vosotras hijas
vuestras aguas que lloraron
los hermosos ojos vuestros!.
El primo y Sancho escuchaban
y pidieron que aclarara
lo que hay en aquel infierno.
-¿Infierno lo llamáis?- dijo
Don quijote- no llaméis
así, pues no lo merece
como luego lo veréis.
A comer todos sentáronse
colocando la arpillera
con buen amor y compañía
levantada la arpillera
de la cena Don Quijote
dijo:
- Que no se levante
nadie y estadme atentos.


CAPÍTULO XXIII.
- Son las cuatro de la tarde
cuando el sol entre las nubes
cubierto con luz escasa
y templados rayos dio
lugar a que Don Quijote
contase a sus dos clarísimos
oyentes lo que en la cueva
de montesinos se vio.

A doce o catorce estados
de la profundidad de esta
mazmorra, hacia la mano
derecha, se hace una concavidad
en ella caber capaz
un buen carro con sus mulas
entraba una pequeña luz
por pequeños agujeros
abiertos fuera en la tierra
determiné, pues, entrar
en la concavidad esa

Y descansar allí un poco.
Dí voces para que soga
no descolgaseis más.
Recogí soga e hice
asiento con el rimero
y me senté pensativo
lo que hacer considerando
debía para calar
Al fondo de aquel abismo.

De pronto sin procurarlo
me salteó un profundo
sueño, y si yo sentirlo
sin saber como, ni como
No, me desperté del sueño;
me hallé en mitad de un prado
el más bello, el más ameno
y más deleitoso prado
que naturaleza criar
pueda ni imaginación

Humana imaginar.
Por ver me limpié los ojos
si yo entonces era allí
el que soy ahora aquí.
A la vista se ofreció
un palacio o alcázar
muy real y suntuoso
cuyos muros y paredes
parecían transparentes
se abrieron las grandes puertas.

Y vi que por ellas dos
venía honorable anciano
vestido con un capuz
de una bayeta morada
que por el suelo arrastraba.

Ceñía hombros y pecho
tal beca de colegial
de raso verde. Cubríale
la cabeza una gorra
como milanesa negra
tenía barba canísima.
Le pasaba la cintura
arma ninguna traía
sino un rosario de cuentas
eran como grandes nueces
y los dieces como huevos
medianos de un avestruz.

El continente, su paso,
La gravedad y la anchura;
su presencia cada cosa
de por sí y todas juntas
suspendieron y admiraron.

Lo primero que hizo fue
abrazarme estrechamente
y decirme:
- Luengos tiempos
valeroso caballero
Don Quijote de la Mancha
ha, los que estamos en estas
soledades encantadas
esperamos verte, para
que des noticias al mundo
lo que este lugar encierra
y cubre profunda cueva
llamada de Montesinos
hazaña solo guardada
para ver arremetida
del corazón invencible

Tuyo y de tu buen ánimo.
Ven que yo soy Montesinos
alcalde y guarda mayor
de este transparente alcázar.


Le pregunté si verdad
era lo de Durandarte
sí, dijo salva una cosa,
que fue puñal y no daga
que arranqué su corazón
y lo traje a su amada
Belerma, como pidió

Mi amigo de Roncesvalles.
Me metió en el cristalino
palacio, en una sala
fresquísima sobremodo
toda de alabastro estaba
un gran sepulcro de mármol
en él vi tendido un cuerpo
con la mano muy peluda
con señal de mucha fuerza.

Al lado del corazón
suspenso lo contemplaba
y él me dijo en este punto:
-Es mi amigo Durandarte
de caballeros flor
y espejo de enamorados
pues tiénele aquí encantado
como a mí también me tiene
y Merlín aquel francés
encantador del que dicen
que si fue hijo del diablo
y, ¿cómo ahora suspira
y queja de cuando en cuando
como si estuviese vivo?
Y en esto nos dijo el muerto:

- ¡Oh, mi primo Montesinos!
lo postrero que os rogaba
que cuando yo fuera muerto
y mi ánima arrancada
que llevéis mi corazón
a donde Belerma estaba
sacándomele del pecho
ya con puñal, ya con daga
lo primero que topé
saliendo de Roncesvalles
un poco de sal eché
en vuestro gran corazón
para que no oliese mal
Y fuere amojamado.
De nosotros encantados
aún ninguno se ha muerto

Sólo aquí faltaba Ruidera
y sus hijas y sobrinas,
con sus hijas y sobrinas
las cuales que están llorando
compadecido Merlín
las convirtió en otras lágrimas
que en el mundo de los vivos.

Son. Lagunas de Ruidera".
Siete de ellas son del rey
dos sobrinas de la orden
caballeros de San Juan.
Guadiana vuestro escudero
plañendo vuestra desgracia
que convertido en un río
quien al ver sol de otro cielo
con pesadumbre al dejaros
volvió a hundirse en las entrañas
de la tierra, que os dejaba
más viendo que es imposible
no seguir la natural corriente.
De cuando en cuando sale
a mostrarse a las gentes
van admirando aguas
las referidas lagunas
pomposo entra en Portugal.

Con peces muy diferentes
a los del Tajo dorado,
de triste melancolía.
Abrid bien los ojos, primo
y ved quién es el que está
a su lado caballero.

Don Quijote de la Mancha
él nos ha resucitado
la andante caballería
por Merlín profetizadas
tantas y tantas hazañas.
Por cuyo medio y favor
seamos ya desencantados

Que las mías grandes hazañas
para los más grandes hombres
por su bien están guardada.
Y volviéndose de lado
tornó a guardar silencio
en su sepulcro de mármol.

En su alcázar de cristal.
A través del cristal vi
de doncellas procesión
en dos hileras pasaban
todas vestidas de luto
en la cabeza turbantes
Blancos al modo turquesco.

Al final de las hileras
va la señora Belerma
con el corazón envuelto
seco y momia amojamado
con alaridos y llantos
que las doncellas vertían
sus lágrimas sobre el cuerpo

Del infeliz Durandarte.
Dijo Montesinos que
de no ser por la desgracia
la hermosura de Belerma
no bajaría de aquella
Dulcinea del Toboso.
- Cepos quedo, - dije yo-,
mi señor don Montesinos
su merced cuente la historia
como debe que ya sabe
que toda comparación
es odiosa y mal vista,
y, así, no hay para qué
comparar nadie con nadie.
-Y aún me maravillo yo
- a lo oído dijo Sancho-
de cómo vuestra merced
no subió sobre el vejete
y le molió a coces todos
los huesos y le peló.

Las barbas sin dejar pelo.
- No, respondió Don quijote,
hacer no estaba bien, Sancho,
porque obligados estamos
todos en tener respeto
a los ancianos, no siendo
caballeros, aún, sean
principalmente que son
y se encuentren encantados.

A esta razón dijo el primo:
- No sé, señor Don Quijote
como es que vuestra merced
en tan poco espacio de tiempo
como hace que está allá abajo,
haya visto tantas cosas
tanto hablado y respondido.

- ¿Cuánto ha que allí bajé?
- de una hora poco más
- le respondió Sancho Panza.
- Eso que no puede ser
porque allá me anocheció
y amaneció y tornó
a anochecer, por tres veces
amanecer, a mi cuenta
tres días he estado allí.

- Verdad debe de decir
mi señor, - les dijo Sancho-,
que como todas las cosas
que le han sucedido, son
quizá por encantamiento,
lo que a nosotros nos parece
una hora, allá pueden ser
Tres días más con sus noches.

De bocado; no he tenido
hambre ni por pensamiento
- ¿Y los encantados comen?
- No comen, -dijo el hidalgo-,
y ni tienen excrementos
mayores, aún es opinión
que les crecen bien las uñas
Las barbas y los cabellos.

-¿Y ellos duermen por ventura
lo encantados, señor?
- le preguntó, Sancho Panza-.
- No duermen, no, a lo menos
los tres días que con ellos
estuve ninguno ha
pegado el ojo ni yo.
- Bien encaja el refrán
les contesta Sancho Panza-,

Dime con quien andas
decirte he quien eres.
Andase vuestra merced.
Con encantadores; mire
mucho ni coma ni duerma

Mientras con ellos andare;
perdone vuestra merced
si le digo que de todo
cuanto ha dicho aquí, señor
lléveme Dios, no el diablo
Si le creo cosa alguna.

- ¿Cómo no?, - le dijo el primo-,
pues, ¿había de mentir
nuestro, señor Don quijote,
pues, aunque quisiera él
no ha tenido lugar, para
componer, e imaginar
Tanto millón de mentiras?
- No, no miente mi señor,
- les respondió, Sancho Panza,
- Si no ¿qué crees?
- le preguntó Don Quijote
- Creo, - le respondió Sancho
que Merlín o encantadores
que encantaron a la chusma
que dice vuestra merced
que ha visto y comunicado,
allá bajo le encajaron
en el magín o memoria
toda esa buena máquina
que nos ha contado y otras
que le quedan de contar.
-Todo eso pudiera ser,
Sancho, - dijo Don Quijote-,
pero eso no es así
porque vi lo que he contado
por mis propios buenos ojos
y estoqué con mis manos
que dirás cuando te diga
pues que entre las maravillas
Montesinos me mostró
tres labradoras del pueblo
que por los hermosos prados
iban saltando, brincando
como cabras, que al verlas
conocí a Dulcinea
del Toboso y las otras
dos las mismas que encontramos
Cuando salen del Toboso.
Pregunté a Montesinos
si acaso las conocía,
me dijo que no, señoras
principales encantadas,
que no me maravillara
pues allí había muchas
del pasado y del presente
siglo, en figuras muy
Extrañas bien encantadas.
El conocía a la reina
Ginebra, y a Quintañona
su dueña, cuando escanciaba
vino, al gran Lanzarote.

Cuando de Bretaña vino,
no podía contener
Sancho, la risa pues fue
el encantador de aquel
encanto de Dulcinea.

Acabó de conocer
pues indubitablemente
que su señor, pues, estaba
fuera de juicio y eco
de todo punto le dijo:

- Bajo en mala coyuntura
en peor razón y aciago
día, caro patrón mío,
el otro mundo y en mal
punto halló a Montesinos,
que acá que tal nos le ha vuelto
mejor se hubiera quedado
acá, con el juicio suyo
hablando buenas sentencias
y dando buenos consejos
y no ahora contándonos
los mayores disparates
que puedan imaginarse
- Como te conozco Sancho,
no hago caso a tus palabras.
-De las de vuestra merced
yo tampoco, - dijo Sancho.
¿Cómo o en qué conoció
a la señora ama nuestra?
Y si la habló ¿qué le dijo,
y qué le respondió luego?
- Conocíala en que trae
aquellos mismos vestidos
que traía cuando tú
en el Toboso mostraste
le hablé y no contestaba,
no respondió palabra
antes bien me dio la espalda
me aconsejó Montesinos
que no me cansase en ello
porque me sería en balde
y que llegaba la hora
pues de la sima salir
y que me avisaría
andando el tiempo de ser
desencantados Belerma,
él, Durandarte y todos
como todos los demás:
lo que más pena me dio
fue saber que Dulcinea
tenía necesidades

Pregunté a Montesinos:
-¿Es posible, señor mío
que encantadas principales
padecen necesidades?
A lo que él me respondió:
-Créame vuestra merced,
Don Quijote de la Mancha
ya que esta necesidad
llamada así por aquí,
a donde quiera que se usa
y que por todo se extiende
y cuando a todos alcanza
y aún hasta los encantados
no perdona, la señora
Dulcinea del Toboso
También tendrá gran aprieto.
-¡Oh, Santo Dios!- dijo Sancho-,
¿es posible que tal haya
en el mundo
y en él tanta fuerza tengan
con malos encantamientos
señores encantadores
que le hayan tocado el juicio
Con tan absurda locura?.
Señor, vuelva por su honra
y no de crédito a esas
vaciedades que le tienen
menguado y descabalado
el sentido y el buen sentido.
-Como me quieres bien, Sancho,
que me hablas de esa manera
no estando experimentado
en estas cosas del mundo
que imposible te parecen
cosas con dificultad.
Ya te contaré otras cosas
que allí he llegado a ver
creyendo las que he contado
cuya verdad no le admite
réplica ni la disputa.




CAPÍTULO XXIV.
Iban los tres a una venta
que había indicado el primo,
encontrarán en el camino
un mozo que iba a la guerra.
Una seguidilla iba
alegremente cantando:

A la guerra me lleva
Entre otras muchas razones
Don Quijote dijera:
Pues es muy buena intención
la que lleva por no haber
en la tierra más honrada
que el servicio de las armas
después de servir a Dios
más que yendo a Salamanca
y allí profesar las letras.

Yo quiero darte un consejo,
y llévelo en la memoria
que le será de provecho,
preguntan a Julio César
valeroso emperador
romano, que muerte esa.

La mejor; sin titubeos
respondió que la impensada
de repente y no prevista,
para ahorrar el sentimiento
humano de los demás.
Puesto el caso a la primera
muera en facción y refriega
o en un tiro artillero,
o volado de una mina.

¿Qué importa?. Todo es morir
más bien parece el soldado
que haya muerto en la batalla
Que en la huida salvo y vivo.
Y a él la fama le alcanza
obediente a quien le manda
mas advertir que al soldado
le está mejor el olor

A pólvora que a algalia.
Y si la vejez os coge
en ese honroso ejercicio
aún sea lleno de heridas
y estropeado o cojo
a o menos se os podrá
coger a vuestra merced
sin honra, que no os la puede
menoscabar la pobreza.
Cuanto más que se va dando
orden como se remedien
a soldados estropeados
que no es bien que hagan con ellos
hagan los que ahorran
y dan libertad a negros
que no les puedan servir
y con título de libres
y que los echan de casa
Hacen esclavos del hambre.

De quien no piensan ahorrarse. Si no con la triste muerte.
el muchacho rehusó
ir a caballo en las ancas
la invitación acepto
de cenar con don Quijote
en la venta que llegaron
al poco de anochecer.


No se le cocía el pan
a Don Quijote, decirse
se suele, hasta saber
maravillas prometidas
Del hombre conductor de armas.
Fue a buscar donde el ventero
le había dicho que estaba
el cual dijo a Don Quijote:
- Más despacio y no en pie
que se ha de tomar el cuento
de mis maravillas. Déjeme
Que de recado a la bestia.
- No quede por eso que ayude

En todo a vuestra merced.
Y así fue por Don Quijote
ahechándole la cebada
y limpiando el pesebre
humildad que le obligó
así, al hombre a contarle
con muy buena voluntad
Aquello que le pedía.

Y sentándose en un poyo
Don Quijote junto a él
pues teniendo de auditorio
al primo, al paje, a Sancho,
y el ventero, comenzó:

-A cuatro leguas de aquí
mi aldea se encuentra bien
sumida en una batalla
que surgió a consecuencia
de perder un regidor
un asno, que otro compadre
Por aquel monte le vio.

El regidor que perdió
el asno sabía cómo
encontrarle rebuznando
de acuerdo fuera los dos
enseñando rebuznar
al regidor que lo vio.
Se dividen en el monte
uno por un lado, el otro
por el contrario, avanzan
en buscarme por creer
que el asno les contestaba
Desengañándose al verse
al final, pues, acordaron
rebuznara cada uno
seguidas así dos veces

Para distinguir del asno.
Se cansaron y encontraron
Que comido por los lobos.
Como el diablo nunca duerme
aprendieron rebuznas
los pueblos de aquel contorno
y la burla les llevó
formar escuadrones de armas,
motivo por el que llevo
lleno este carro de lanzas
y alabardas que ya han visto.
En esto entró por la puerta
de aquella venta un hombre
el cual el ventero dijo:

-Señor huésped, ¿hay posada?
que viene el mono adivino
de Melisendra el retablo
Que explica su libertad.
-Bienvenido sea vuestra
merced señor maese Pedro
-Me adelanto a preguntar
si hay posada, que ya llegan
este mono y el respaldo.

Pues al mismo duque de Alba
la quitara para dársela
bien al señor maese Pedro
le respondió el ventero
llegue el mono y el retablo
que gente hay esta noche
que le pagarán por vez

Habilidades del mono.
-En buena hora lo sea
Que yo moderaré el precio;
con sólo sea la costa
me daré por bien pagado
-respondió quien tiene percha
de tafetán verde en el ojo-

El ventero a Don Quijote
responde a su pregunta:
-Es famoso titerero
que ha muchos días que anda
por la Mancha de Aragón
enseñando en un retablo
la historia de Melisendra
cuya libertad que dada
por el famoso Gaiferos
que muy bien la representa
Por el reino de Aragón.
Después de que estuvieran
atentos, allí adivinanzas
del mono, en un afronte
dijo a Sancho, Don Quijote:
-Mira, el amo del mono
pacto debe tener
con el demonio, que sólo
por venir reservadas
A dos su conocimiento.

Esta visto que este mono
Habla por boca del diablo.
- A todo eso, yo quiero
que vuestra merced pregunte
a su mono si es verdad
que en cueva de Montesinos

A vuestra merced pasó;
que para mí fue embeleco,
que pienso cosas soñadas.
Se acercaron a maese Pedro
y preguntó Don Quijote
si eran ciertas o soñadas
Cosas que pasó en la cueva.

Sin decir palabra maese
Pedro dio señas al mono
el cual sube de un salto
al hombro irguiendo y le habla
Como si hiciera al oído.
Quien dijo a Don Quijote
- el mono dice que parte
de ellas que vuestra merced
vio o pasó en la cueva
son falsas en parte algunas
y parte son verosímiles
y que si vuestra merced
quiere saber más, el viernes
que la virtud ya agotó
Y que el viernes recupera.

-¿No lo decía yo?, -Sancho
dijo-, que asentar no pudo
todo de vuestra merced
señor mío que me ha dicho
de los acontecimientos,
de la cueva, ni mitad.
- Los sucesos lo dirán
Sancho, - dijo Don Quijote
que el tiempo descubridor
de las cosas, no las deja,
sin sacar a la luz limpia
del sol, a cosa ninguna
aunque ella este escondida
en el seno de la tierra.
Y vamos a ver el retablo.

A ver que novedad tiene.
Puesto ya estaba el retablo
cuando llega Don Quijote
el primo, Sancho y el paje.
Muchas velas encendidas
que le hacían muy vistoso
y también resplandeciente
de la Eneida callan tirios y troyanos
Y escucharon en silencio.
todo fue bien hasta que
representaron la huida
de Melisendra en ancas
del caballero de Gaiferos
perseguidos por el rey
que es de los moros Masilio
cuando se soliviantó

Don Quijote, quien se alzó
y con voz alta les dijo:
Deteneos mal nacida
canalla, no les sigáis,
pues, si no, seréis conmigo
en batalla, y diciendo
esto, pronto desenvaina
la espalda, y con un brinco.

Se puso junto al retablo
con acelerada furia
comenzó con cuchilladas
sobre la titerera
morísima, con tal derribo
que descabezaba a uno,
a otros estropeando
o destronando a aquel,
un altibajo entre otros
tiró tal que sí maese
Pedro, no se abaja, esconde
y agazapa, cercenara
con facilidad, cabeza
como si de mazapán
bien fuera la de maese.

Pedro, quien muy fuertes voces
Daba, diciendo: -Señor
Don Quijote de la Mancha
deteneos por favor
advierta que ya derriba
que destroza y que mata
no son verdaderos moros.

Si no figuras de pasta;
pero mire que destruye
Que todas mi hacienda pierdo.
Dio en menos de dos credos
Con el retablo en el suelo;
rey Marsilio malherido,
Carlomagno sin corona
Y cabeza en dos partes.

Alborotóse el senado
de los oyentes, huyose
El mono por los tejados;
el paje se acobardó
el primo mucho temía
y hasta el mismo Sancho Panza
Tuvo un enorme pavor.
Quien pasada la borrasca,
dijo, no haber visto nunca
A su señor con tal cólera.
Sosegado Don Quijote
dijo:-Quisiera tener
Todos los que no creen
ni quieren creer de cuanto
provecho son en el mundo.

Los caballeros andantes.
Miren si yo no me hallara
que fuera de Don Gaiferos
de la hermosura de Melisendra
que a esta hora los tuvieran
Alcanzados estos canes.

Y echo algún desaguisado
el maese Pedro dijo:
- Pues yo soy tan desdichado
que con el rey Don Rodrigo
yo puedo ahora decir:
Ayer fui señor a España
y hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía.

Se enterneció Sancho Panza
con razones de maese dijo:
- No llores maese Pedro,
y no te lamentes
que me quiebra el corazón
porque te hago saber
que es mi señor Don Quijote
escrupuloso cristiano
que si él cae en la cuenta
que ha hecho algún agravio
que sabrá y querrá pagar
Satisfacer con ventaja.
- Y por ello Don Quijote
hechuras que me ha deshecho
me daré por satisfecho
aunque no me alcance al lote
su conciencia queda limpia
Restituyendo lo mío.

- Así es, pero hasta ahora
- le contestó Don Quijote-
No sé tener nada vuestro.
-¿Cómo no? y estas reliquias
que están por el duro suelo?,
¿quién esparce y aniquila?
Si no la fuerza invencible.

De ese poderoso brazo?
y sino ¿de quién los cuerpos
que eran míos? – Ahora acabo
de creer- dijo a este punto
Don Quijote-, lo que otras
muchas veces que lo he dicho

Que estos mis encantadores.
Que me persiguen, no hacen
sino poner las figuras
ante los ojos como ellos
son y luego me las mudan
Y trucan en las de ellos.
Real y verdaderamente
os digo a los que oís
que a mí me pareció todo
que pasa al pie de la letra:
Melisendra, Melisendra
Don Gaiferos, Don Gaiferos
Marsilio, moro Marsilio
Carlomagno, Carlomagno
por eso se me alteró
la cólera, y querer
cumplir con mi profesión
de buen caballero andante
quise dar favor y ayuda
si me ha salido tan mal
esto no es culpa mía,
Si no de quienes me persiguen
y aunque no haya procedido
malicia más condenarme
Quiero a costas: Maese Pedro
vea cuanto es por figuras
desechas, me comprometo
pagar en buena moneda.

De mi tierra castellana.
- Pues no esperaba yo menos
de maulita cristiandad
de quien es valeroso
Don Quijote de la Mancha
socorrer verdadero
amparo necesitados
y tantos menesterosos
Y en desgracia vagabundos.

Aquí el ventero y Sancho
serán medianeros buenos
mejores apreciadores
así, entre vuestra merced
y a mi de lo que valer
Las ya desechas figuras.

Maese Pedro les alzó
Y con la cabeza menos
de Zaragoza el rey
Marsilio de quien maese
Pedro, pidió cuatro reales
Y medio. Pues adelante
- les dijo así, Don Quijote.
- Pues y por esta abertura
de arriba abajo, - prosigue
maese Pedro, en las manos
emperador Carlomagno-,
no seria mucho que pidiese:

Cinco reales y un cuartillo.
-No es poco, -les dijo Sancho.
- Y por esta que les falta
un ojo y su nariz,
dos reales, maravedís
doce, que es de la hermosa.
Melisendra
Hizo un brusco comentario
Don Quijote, y maese
Pedro que vio izquierdaba
y que volvía a su primer
tema, que se le escapase
no quiso, dijo:
-Doncella debe ser; Melisendra
no, así maravedís
que me den sesenta, quedó
Contento. De todo hicieron
un trote de los cuarenta
reales y tres cuartillos.

Luego desembolsó, Sancho,
dos reales más maese pide
para tomar aquel mono.
- Díselos, pues, Don Quijote
le dijo a Sancho-, más
para la mona, doscientos
diera yo a quien me diga
con certidumbre es señora.

Melisendra, ya en Francia
con su señor Don Gaiferos
- decir ninguno nos puede
mejor que un mono, - dijo
Maese Pedro- pero ahora
no habrá diablo que le tome.






CAPITULO XXVII.
Aquel que hubiera leído
la primera parte de esta
historia, conocerá
a Ginés de Pasamonte
a quien Don Quijote dio
libertad con galeotes;
es aquel que Don Quijote
le llamaba "Ginesillo
de parapilla" que hurtó.

A Sancho Panza su rucio,
quien huido de la justicia
pasó al reino de Aragón.
Cubriéndose el ojo izquierdo
de oficio de titetero
que esto y jugar de menos
sabía hacer por extremo.

Cuando entraba en un lugar
se informaba qué sucesos
como qué personas eran.
Crédito sabía hacerse
no cabreando por pregunta
los dos reales que solía.

Así el mono y él tomaron
fama de adivinación
del pasado y del presente
de caras del porvenir
dice que no tiene maña.
Tal llenaba sus esqueros.
Esto es lo que hay que decir
de Maese Pedro y el mono.
Para los justos había
tiempo, y antes de entrar
en la ciudad quiso ver
riberas del río Ebro.
Sin acontecerles nada
digno, anduvo dos días
y así, hasta que al tercero
oyó rumor de alambores

De trompetas y arcabuces.
Algún tercio de soldados
Pensó fueran en principio.
En la cumbre de la loma
vio que unos doscientos hombres
armados con diferentes
Armas; lanzones, ballestas,
partesanas, también picas,
alabardas y arcabuces,

Y con muchas rodelas.
Y se acerca Don Quijote
tanto que banderas vio
pero especialmente una
con jirón de raso blanco,
bien pintado al vivo un asno,
con un pequeño sardesco,
la cabeza levantada,
boca abierta con la lengua
de fuera, como si estaba
rebuznando fuerte el asno.
Escritos con letras grandes
alrededor de estos versos:
No rebuznaron en balde
El uno y el otro alcalde.

Al fin quedó Don Quijote
en medio de los doscientos
viendo que mucho miraban
su figura tan extraña
para hablar dieron permiso
al famoso Don Quijote
con licencia prosiguió:

Días ha que sabido,
vuestra desgracia y su causa
que os mueve a tomar las armas
y venganzas de enemigos
hablo que según las leyes teneros por afrentaros
pues ningún particular
Me puede él solo afrentar.

A todos de un pueblo entero.
si de traídos no es retándole
Por junto a todos ellos.
Ejemplo de esto tenemos
en Diego Ordóñez de Lara
retó al pueblo Zamorano
ignorando que Vellido
Delfos, y que solo él
quien comete traición

Cuando mata a su rey.
Del reto pasó los límites
no tenía para qué
retar a los muertos, aguas,
y a los que aún no nacieron
ni las otras menudencias
que en el romance declararon:
pero las armas tomar
por niñerías o cosas
de risa, y pasatiempo
es muy poco razonable
mas tomar venganza injusta,
que justa no hay ninguna
va contra la fe cristiana
en la cual bien se nos manda
hagamos bien a enemigos
nuestros y amenos a quienes
nos aborrecen, difícil
se nos parece, Jesús
nuestro buen legislador
no iba a mandar imposibles
así que vuesas mercedes
son por leyes obligados,
divinas y como hermanos.

A sosegarse y dejar armas.
- El diablo me lleve, - Sancho
dijo para sí-, si mi amo
no es teólogo o parece
como si mi güeyo a otro.

Y tomando la voz dijo:
- mi señor es Don Quijote
en un tiempo le llamaron
Caballero de la Triste
Figura y ahora le llaman
Caballero de Leones,


Hidalgo muy atentado
Sabe latín y romance.
Por ser necedad ha dicho
ponerse a matar los pueblos.

Por sólo oír un rebuzno.
De chico yo rebuznaba
y tan bien lo hacía que asnos
del pueblo pues rebuznaban
como de nadar la ciencia
Que aprendida no se olvida.
Y en las narices las manos
Puestas, a rebuznar hizo.

Tan reciamente que en valles
Cercanos bien retumbaron.
Uno junto a él estaba
creyendo que hacía burla
un varapalos alzó
y dióle tal golpe a Sancho,
Que sin más le tiró al suelo.
Don Quijote a defenderle
con la lanza embistió
pero en medio se pusieron
impidiendo a Don Quijote
y amenazan a pedradas.

Don quijote al golpe
se aleja de aquel peligro.
Y en el jumento de poner
a Sancho, para que fuera
a unirse con Don Quijote
el rucio prestó siguió
A su amigo rocinante.



CAPÍTULO XXVIII
El valiente cuando huye
descubre supera hería
y es de varones prudentes
guardarse para mejor
ocasión bien afrontar.
Así fue que Don Quijote,
viendo al pueblo enfurecido
ante escuadrón en peligro,
se alejó todo que pudo,
puso pies en polvorosa
sin acordarse de Sancho.

A través de su jumento
llega de mala manera,
dejándose, así, caer
a los pies de Rocinante
el pobre Sancho molido,
ansioso y apaleado.
Apeose Don Quijote
a catarle las feridas;
pero como le halló sano
de los pies a la cabeza
con azar cólera dijo:

- ¡Tan enhoramala vos bien supisteis rebuznar!
¿Y vos dónde hallasteis bueno
el nombrar la soga en casa
del ahorcador?, y de música
de rebuznos ¿contrapunto
que, había de llevar
si no fuera de varapalos?

Y así dad las gracias a Dios
que ya que a vos santiguaron
con un palo no os hicieron
con un alfanje el "pez
signum crucis",
Sancho amigo.
-Silencio en mis rebuznos
pondré; pero no en decirlos
caballeros andantes
huyen y dejan a sus
escuderos tan molidos
como alhería o cibera
en poder del enemigo.
.
No huye quien se retira
- le respondió Don Quijote-,
Sancho amigo, has de saber
que la valentía que
no se funda en prudencia
la llaman temeridad.
Hazañas del temerario
atribuyen a fortuna
más que al valor de su ánimo.
--De allí hasta un cuarto de legua
en una alameda se emboscan.
No dejaba de quejarse
Menos cuando hablaba él.

Le recuerda Don Quijote,
esta feliz circunstancia.
En esto que Sancho dijo
- cuando servía a Tomé
Carrasco, de Sansón padre
al cual bien que le conoce,
cobraba al más dos ducados

Y de la comida amén.
Con vuestra merced no sé
que es lo que puedo ganar
pues del trabajo yo sé
que el del escudero
peor que con un labrador.

Sirviendo a labradores
por mucho que trabajemos
de día, pero en la noche
cenamos y, pues, dormimos
en cama, en la cual no he
dormido desde que sirvo
a vuestra merced si no ha
sido, en casa de Don Diego.

y la jira en la olla
de las bodas de Camacho,
y lo que comí, bebí,
dormí en casa Basilio
todo el otro tiempo en
la dura tierra, al cielo
abierto, a inclemencias
del cielo y sustentándome
Queso, y mendrugos de pan.
Bebo agua que encontramos
en los arroyos y fuentes,
que hay por rotos andurriales.
- Confieso, que todo, Sancho,
lo que dices, es verdad.
¿Cuánto os parece que debo
dar, más que os daba Tomé?
- a mi parecer, dijo Sancho-,
dos reales, vuestra merced,
añadióse cada mes,
me tendría bien pagado.

En cuanto al total del salario;
en cuanto a la palabra
y a la promesa de darme
el gobierno de una ínsula,
justo sería añadir
otros seis, en total treinta
- Esta muy bien y conforme
-Don Quijote replicó-,
al salario señalado.
Veinticinco días ha
que salimos de mi pueblo
rata por cantidad, Sancho,
contad mirad lo que os debo
pagaos de vuestra mano.
Pero sobre esto discutieron
mucho, hasta Don Quijote
aceptaba el despido de Sancho,
el cual se volvió a enmendar.
Don Quijote a perdonar
siguiendo en busca del Ebro.



CAPÍTULO XXIX
De mucho gusto fue ver
el río por Don Quijote
contempló en él la amenidad
de sus riberas, las aguas
con su claridad, sosiego
de su curso, abundancia
de sus líquidos cristales
cuya vista renovó.

Amorosos pensamientos.
Yendo en esto ensimismados
vieron un barco pequeño
sin remos y sin las garcias
Que estaba atado a la orilla.

A todas partes miró
miró Don Quijote a todas
partes y no vio persona
alguna y luego sin más
se apeó, y también Sancho,
al que dijo que las bestias
atara muy bien al árbol.

- Has de saber, Sancho, que este
barco, esta puesto aquí
para embarcar y que Dios
Nos que esta aventura.
-Quiere dar vuestra merced
a cada paso, en estos
y diré bien disparates
no hay sino que obedecer
atendiendo al refrán,
"haz lo que tu amo te manda
y siéntate a la mesa
con él", y por mi conciencia
quiero advertir que este barco
no es de los encantados.

Sino que es de pescadores
de este río, que en él pescan,
pues las mejores sabogas
del mundo. Esto decía
mientras ataba las bestias
- Y ahora, ¿qué vamos hacer?
-asustado dijo Sancho-,
- ¿Qué?- respondió Don Quijote-
santiguarnos y levar,
quiero decir embarcarnos.
Y dando salto entró
en él y cortó cordel
que a la orilla sujetaba,
y el barco se fue apartando.
Sancho comenzó a temblar
temiendo su perdición,
más nada le dio más pena
oír al rucio su roznar,
y el rocín por desatarse.
Díjole a Don Quijote

- Condolido esta el rucio
de nuestra larga ausencia
pues se encuentra rebuznando.
Tan amargo lloró, Sancho,
que Don Quijote colérico:
- ¿De qué temes criatura
Cobarde? ¿Quién te persigue?
corazón de mantequilla
¿o quién es el que te acosa
de cordón casero ánimo?

Ya sosegado le dijo:
- Sabrás que los españoles
que quieren ir a las Judías
Occidentales, señal
tienen de pasar la línea
equinoccial a quién va
en navío se les mueren
los piojos sin que les quede
uno en todo el bajel.

Tu mano mete en el muslo
y si topas cosa viva
saldremos pues de esta duda
y si no pasado habernos.
- No sé para qué hacer
esa experiencia, mis ojos
bien ven que nos apartamos
de la ribera, no más
de cinco varas de donde
están nuestros animales
son como unas dos varas

Que de ellos nos alejamos.
Nos movemos como hormigas,
haz la averiguación, Sancho,
que te he dicho, que no sabes
que cosa sean coluros,
líneas, paralelos, polos,
ni zodiacos, como eclípticas,
ni solsticios, ni equinoccios,
planetas, signos o puntos
medida, que se compone
la esfera celeste, como.

La terrestre; si supieras
así estas cosas o alguna
verías que paralelos
los tenemos ya cortados
y cuantos signos e imágenes
hemos pasado, que vamos,
dejando atrás claramente
Y vamos dejando ahora.


Y pues, tornote a decir
que te tientes ya y pesques
que yo para mí que estás
más limpio que un blanco pliego
liso de papel. Tentándose
hasta la corva izquierda
-¿Pues qué? –dijo Don Quijote-,
¿Has topado algo?
- ¡Y aún
algos! –Le respondió Sancho.
Sacudiéndose los dedos
se los lavó en el río
por él sosegadamente
que deslizaba el barco,
por mitad de la corriente,
sin que fuera encantado:
en el mismo curso del agua.
Blando entonces y muy suave
descubrieron unas grandes
aceñas que en la mitad
del río allí trabajaban
así que vio don ¨quijote
dijo:

- Allí hay ciudad,
¡oh, amigo! p castillo
o fortaleza donde es
preso muy seguramente
o princesa que requiere
ayuda, cuyo socorro,
soy aquí muy bien traído.
-¿qué diablos de fortaleza
ni castillo, ni ciudad
dice esto vuestra merced?
¿Es que no ve que esos son
aceñas moliendo trigo?
---- - Calla, Sancho, y a re he dicho
todas las cosas trastruecan
y los encantos las mudan
del que es su ser natural.
Cayeron los dos al agua;
los molineros les sacan

Quienes evitaron fueran
destrozados con el barco
entre ruedas de molino.
Llegaron los pescadores
Sancho les pagó cincuenta
reales por el barco roto.



CAPÍTULO XXX.
De mal talante y asaz
melancólicos llegaron
donde rocinante y rucio.
Caballero y escudero
especialmente fue a Sancho,
a quien le llegaba al alma
como al caudal del dinero
ya pensaba desgarrarse
regresando a su casa
que su señor no hacia más
que muy locos disparates.
Pero la fortuna ordena
las cosas muy al revés,
---sucedió pues, que otro día
en un prado cazadores
vio señora principal
vestida de verde tan
Bizarra y ricamente.
Traía en la mano izquierda
un azor que a don Quijote
pareció una gran señora.
dijo a Sancho:

- Corre, hijo,
y di aquella señora
del palafrén y el azor
Caballero de Leones
que besa sus manos, pide
de su grandeza licencia
a besarlas y servirla
cuanto su alteza mande.
Mira, Sancho, cuanto hablas
no encajes algún refrán

Venga el Caballero de la
Triste Figura...
- De Leones,
ha de decir vuestra alrteza,
que no hay ya triste figura.
- Sea el de los Leones,
y le digo pues que venga
Caballero de Leones
al castillo quer aquí tengo
donde le recibiremos
tal se debe a su persona.



CAPÍTULO XXXI.
Satisfecho iba, Sancho,
pensando lo bien pasado
en la cqasa de don Diego,
y lo bien que iba a pasar
en el castillo del duque.
El duque se adelantó,
a dar órdenes a criados.
que fuera bien recibido
El insigne don Quijote.

Entraron en un gran patio
donde dos bellas doncella,
sobre sus hombros echaron,
Un gran mantón de finísima
escarlata. Al instante
llenaron los corredores,
de criados y criadas,
de aquellos grandes señores,
diciendo a grandes voces:

-- Bien sea venido flor
y nata de caballeros
Andantes. Todos a una
Derraban pomos de agua
olorosa a don Quijote,
Y también sobre los duques.
De todo ya, se admiraba
por creer que todo era
verdadero, como hacían
En pasados siglos a ese.

Mismo caballero andante.
Sancho, desampara al rucio,
ase cosió con la duquesa
Entrando en el castillo,
, le remordió la conciencia,
por dejar a rucio solo;
se llegó a una reverenda
dueña, y en voz baja dijo:
- Señora González, llámese

O como sea su gracias.
- - Doña Rodríguez Grijalva,
me llamo, dijo la dueña.
¿Que es lo que mandáis hermano?

- He oído a mi señor,
un buen romance que dice:
cuando de la Bretaña vino,
que damas curaban de él,
y dueñas de su rocino,
- Hermano, si sois juglar,
-la dueña le respondió-
ya vuestras gracias guardad,
para donde lo parezcan,
y se lo paguen muy bien.
bellaco, vas harto de ajos.
La duquesa vio a la dueña,
con ojos encarnizados,
como muy alborotada,
dejo con quien las había.

- Aquí las he -respondió
la dueña-, con este hombre
bueno, quien, pues, me ha pedido,
muy encarecidamente
pues, que en la calveriza
le ponga un asno suyo,
me estuvo llamando vieja,
- Mas advertid, Sancho amigo,
que doña Rodríguez es
m, uy moza, lleva las tocas,
Pues, más por autoridad.

Y vestir una camisa.
pero no lo consintió,
dijo que la honestidad,
le parecía tan bien
a caballeros andantes
Es como la valentía.
Refrena la lengua, Sancho,
Considera las palabras.

Se retiran a una cuadra,
con un muy valioso lecho,
y al momento dijo a Sancho:
después de afearle sobre
lo que hizo con la dueña,
enfrena la lengua, Sancho,
considera las palabras
y rumia ya antes que salgan
de tu boca, pues, advierte
que hemos llegado a parte
que con el favor de Dios
con el valor de mis brazos,
hemos de ser mejorados,

En las fama y en la hacienda,
con un tercio y con un quinto.
Sancho, prometió coserse
la boca, o que la lengua,
mordería, y hablaría,
Palabras muy a propósito.
Vistiose allí don Quijote,

Se colocó su tahalí;
con gracia puso la espada,
se echó el mantón escarlatas,
y se puso una montera
de raso verde. Le dieron
doncellas puestas en ala
y todas con aderezo,
para darle un aguamanos
que dieron con reverencia
Y con mucha ceremonia.
Van a esperar a los duques
que ya iban a comer,
la mesa está aderezada,
con solo cuatro servicios
con ellos fue un eclesiástico
grave, de estos que gobiernan
de los príncipes sus casas,
de estos que no nacen príncipes,
pues no aciertan a enseñar,
pues como lo han de ser,
los que son desde que nacen
Que quieren que la grandeza
de quien es grande se mida,
con la estrechez de sus ánimos,
estos que quieren mostrar,

a quienes ellos gobiernan
a ser poco generosos,
les hacen ser miserables,
de estos pues, debe de ser
este grave religioso,
que con los duques salió,
recibiendo a don Quijote.

Por insistencia del duque
en la mesa a comer
le dieron la cabecera,
a cada lado los duques
Y frontero el eclesiástico.
A todo estaba apresente,
atónito y embobado,
Sancho, quien veía la honra
que a su señor se le hacía
por aquellos grandes príncipes

y dijo:
- - Si sus mercedes,
me dan licencia les cuente,
lo que pasó en mi pueblo
Acerca de los asiento;
al oírle don Quijote,
temió alguna necedad,
miró a Sancho, y dijo:

.- No tema ya vuestra merced,
señor, que yo me desmande
ni cosa diga, ni venga
muy a pelo, ni me olvide,
los consejos que me ha dado,
Pues lo que quiero decir,
tan mirado y remirado:

Digo, que este es al cuento.
A un hidalgo de mi pueblo,
convidó a un principal,
muy rico porque venía,
pues, de Álamos de Medina
del Campo, el cual casó
;con Mencía de Quiñones.

Hija fue de don Alonso
de Marañón, Caballero
del hábito de Santiago,
que se ahogó en la Herradura,
y que hubo aquella pendencia,
años ha en nuestro lugar,
se halló en ella don Quijote,
de donde salió herido,
Tomasillo el Travieso,
de Balbastro el herrero
Hijo. ¿Es verdad, todo esto?
Dígalo que no me llamen,
Mentiroso si es verdad.
- - Das tantos testigos, Sancho,
y tantas señas que puedo
evitarme el decir
que hasta ahora es verdad.

Pasa adelante y acorta
el cuento, c amino llevas
De no acabar en dos días.
- No ha de acortar -le dijo
la duquesa-, por hacerme
a mi placer, que lo cuente
a su manera y sepa,
aunque esté más de seis días,
mejores de mi vida.

- Digo pues, señores míos,
que ya este tal buen hidalgo,
conozco como a mis manos;
convidó a un labrador
que aun si es pobre es honrado,
Que dicho hidalgo es muerto;

Muerte como la de un ángel.
mas yo no estaba que fui,
a Tembleque a segar.
- Por vuestra vida, volved
presto de ese tal Tembleque.
- sin enterrar al hidalgo,
- Es pues el caso, que estando
los dos para sentarse
en la mesa que parece.

Que los estoy viendo ahora.
Mucho gusto recibían
los diques por el disgusto
que mostraba el religioso,
se consumía don Quijote,

De la cólera y la rabia.
- Digo así, que el labrador,
porfiaba con el hidalgo,
que tomara cabecera,
de la mesa y el hidalgo,
porque el otro la tomara.
.
Cansado el hidalgo dijo:
- Sentaos ya majagranzas
que, adondequiera que siente
Será cabecera vuestra.
Y aquí se acabó el cuento,
Y creo traído a propósito.
Don Quijote arde de cólera.

Y para mudar de plática,
preguntan a don Quijote,
las nuevas por Dulcinea,
y si hábíale mandado
algún presente, vencido
Gigante o malandrín.
Don Quijote respondió:

- Vencí muchos malandrines
Y caballeros andante.
Pero ¿a dónde los tenía
que mandar si está encantada
y vuelta en la más fea
Labradora que imagine?

- No sé, -dijo Sancho Panza-,
parece la más hermosa
De criaturas del mundo.
- ¿Habéisla visto encantada?
- -preguntó a Sancho, el duque.
- ¿Y cómo si yo la he visto?
-Sancho Panza, respondió-,
Yo fui el primero en caer,
en achaques de encantorio

¡Cómo mi padre encantada!
Al oír el eclesiástico
gigantes y malandrines
vino en el cuento que aquel
sin duda es don Quijote
cuyo libro vio leer
al duque y así le dijo:
- ¿Y a vos quien, alma de cántaro,
que sois caballero andante,
os encajó en el celebro=
¿Gigantes y malandrines
En España dónde hay?



CAPÍTULO XXXII.
Puesto en pie y muy colérico,
le respondió don Quijote:
- Es el lugar donde estoy,
mu presencia ente quien,
me hallo y respeto debo
de vuestra merced su estado.

Que profesa y siempre tuve;
tienen y me atan las manos
tanto de mi justo enojo,
como por saber que saben
que las armas de togados
son como las de mujer
el de estar dando la lengua,
con la mía entraré
en batalla igual con quién,
debía esperar consejos,
Que vituperios infames.

Ni reprehensiones en público.
Fue tan ásperamente,
Pues que ha pasado los límites.
De la buena reprehensión.
Ya las primeras mejor
asientan en la blandura,
que sobre cruel aspereza,
mas que me tengan por sandio
los estudiantes que nunca
entraron y ni pisaron,
sendas de caballería,
y no se me da un ardite
ya que caballero soy,
caballero he de morir,
si le place al Altísimo.
Unos van por la ancha senda
de la soberbia ambición,
y otros por el de servil

y de baja adulación,
otros por el de engañosa
hipocresía y algunos,
por el de la verdadera
religión, pero inclinado
de una buena estrella, voy
por la muy angosta senda
De andante caballería.
Por su ejercicio desprecio
la hacienda pero no la honra,
agravios he satisfecho.

Enderezados pues tuertos;
castigado insolencias;
vencido muchos gigantes;
y atropellados vestiglos;
y yo soy enamorado,
como caballero andante,
mas no soy de los viciosos,
si de los que son platónicos
continentes; enderezo
mis intenciones a buenos
fines, los que son de hacer,
bien a todos, mal a nadie.
Si soy por esto llamado,
bobo o poco sensato,
díganlo vuestras mercedes
Duque y duquesa excelentes.

- ¡Bien por Dios! -les dijo Sancho-,
no diga más, mi señor,
en su abono, porque no hay
más que decir, ni pensar,
Ni más que perseverar.
- Sois vos -dijo el eclesiástico-,
Sancho Panza, el escudero,
a quien vuestro amo os tiene
bien prometida una ínsula.

- Yo soy -le respondió, Sancho-quien la merece, y tanto
y tan bien como cualquiera,
que soy: júntate a los buenos
y serás uno de ellos
o aquella: no con quien naces
Sino con quien paces.
Y con los: quien a buen árbol
se arrima la buena sombra
Le cobija. A buen señor
pues, yo me he arrimado,
y en su compañía muchos
meses ando, y como él
he de ser si Dios lo quiere.
Y viva él y yo viva,
no le faltaran imperios,
para mandar ni a mi ínsulas
A gobernar.
- No por cierto,
Sancho amigo -dijo el duque-,
que en nombre de don Quijote,
de unas os mando el gobierno,
de la que tengo de nones.

- De rodillas Sancho, híncate,
por su grana merced
-le agradeció don Quijote
y a su Excelencia ya bésale
los pies, por su grana merced
Que tiene en darte la ínsula.
Hizo así, Sancho, lo cual
visto por el eclesiástico,
se levantó de la mesa.

- Por el hábito que llevo
-le dijo al duque con cólera-,
que le tengo por decir
que es tan sandio como ellos,
y con estos pecadores,
Quédese vuestra excelencia.
Y sin más salió de allí.
La risa que tuvo el duque,
le impidió decirle nada.

- Perecía la duquesa
de risa, oyéndole a Sancho,
hablar, téníale el más
gracioso y por más loco,
que su amo; en aquel tiempo
Muchos de esta opinión fueron.
Finalmente don Quijote
se sosegó, la comida
la dieron por terminada,
levantando los manteles,

Llegaron cuatro doncellas;
una con fuente de plata,
traía la otra un
aguamanil, otra llega
con dos blanquísimas toallas,
y la cuarta descubriéndose
los brazos a la mitad
y en sus manos una pella
De jabón napolitano.

Llegando la de la fuente
puso debajo a la barba,
Con donaire la encajó.
Admirado don Quijote
sin hablar una palabra,
creyendo tal ceremonia
en el lugar es de usanza,
en el reino de Aragón,
comenzó el aguamanil,
a llover sobre la barba,
la doncella del jabón,
manosea bien la cara,
levanta copos de nieve
que alcanzaban todo el rostro
haciendo cerrar los ojos.
Mas el duque y la duquesa
que nada sabían de esto,
esperaban pues, en qué
había de terminar,
Extraña jabonadura.
Haciendo que falta el agua,
un momento a don Quijote.

Le dejan enjabonado.
Miran la extraña figura,
con esfuerzo disimulan
la risa que don Quijote
les producía entonces.
Para que ya no cayera,

en la cuenta don Quijote,
el duque mandó a la doncella
que le lavaran la barba.
Y Sancho, que atento estaba
de la ceremonia, dijo
para sí:
- ¡Válgame Dios!.

Que, ¿si es también usanza
en esta tierra lavar,
las barbas a escuderos,
como es a los caballeros,
yo bien lo he menester,
y aun si que me las raparen
a navaja, lo tendría
a bastante beneficio?
- ¿Qué decís entre vos, Sancho?
-le preguntó la duquesa.

- Digo, señora -responde-,
que en las cortes de los otros,
príncipes, pues oído
decir, que ya levantados
los manteles, a las manos
dan agua, mas no lejía
a las barbas, que por eso
bueno es mucho vivir,
para ver mucho, también
que este lavatorio es bueno,
y aun si que me las raparen
La duquesa a doncellas
que a Sancho, también lavasen.

La duquesa le pidió
al insigne don Quijote,
describiera la belleza
de la sin par Dulcinea,
que se decía, le dijo
que en la lectura del libro
primero, que es de su historia,
la fama de su belleza.
- De eso mucho hay que decir
-le respondió don Quijote-,
Dios bien sabe si hay o no
en el mundo Dulcinea,
Y si es o no fantástica.

Ni yo engendré ni parí
a mi señora, ya que
contemplo cono conviene
que así, sea una dama,
que contenga en sí, lastes
y pueda hacerla famosa
como es hermosa sin tacha,
como grave sin soberbia,
honestidad y amorosa,
por cortés agradecida,
Y cortés por bien criad.
Y ser alta por linaje
mas grados de perfección
que en las hermosas humilde-
mente nacidas y honradas.

- Con su licencia, señor
para decir, Don Quijote
lo que fuerzan las historias
de sus hazañas leídas
de ellas se deduce que hay
Dulcinea del Toboso
o fuera de sumo grado
Que vuestra merced nos pinta.

- A eso puedo decir -dijo
don Quijote de la mancha-,
que Dulcinea es hija
de sus obras que virtud
adoba su sangre, y más
sea de estimas y tener
un humilde virtuoso,
con un jirón que ser puede
reina de corona y cetro.
Un no sé qué de ojeriza
Tengo contra Sancho Panzas,
que las historia referida
dice que halló el tal Sancho,
a la sin par Dulcinea
cuando la llevó una epístola
que envió vuestra merced.

Ahechando un costal de trigo
lo que m, e hace dudar,
De la alteza del linaje.
A esto dice don Quijote:
- Sabrá la vuestra grandeza,
que todas las cosas que,
a mí me suceden van
fuera de los ordinarios
términos, que les suceden
a caballeros andantes,
que por hados me acontecen,
o por malicia de algún
encantador envidioso.
Cuando llevó mi escudero
a Dulcinea la carta,
la encontró ya encantada
y ocupada en tan bajo
ejercicio, como es
ahechando trigo, que no es
Ni rubión ni trigo; granos
de las perlas orientales,
y a mí así, me parecen,
y una labradora fea,
por ser ella la encantada,
la ofendida y la mudada,
ya trocada y trastocada,
y así pues, mis enemigos
.Ya se han vengado de mí.
Por ella yo viviré,
con lágrimas perpetuas
hasta verla en su estado,
pristino. Todo lo dicho
en el gobierno de la ínsula,
que han dado vuestras mercedes
a Sancho, que es mi escudero
pues ya le aconsejaré,
yo, que nunca tome cohecho.

y, nunca pñierda el derecho
y otras cosillas me quedan,
y que en su tiempo saldrán,
para utilidad de Sancho,
y provecho de la ínsula,
que la fuera a gobernar.

C APÍ TULO XXXIII.
La duquesa con el gusto
que le daba oír a Sancho
le puso una silla baja,
aunque Sancho, bien criado,
no quería pues sentarse,
ya como gobernador
le pidió que se sentase
como escudero le hablase.
Pues por eso merecía
el mismo escaño del Cid,
Ruy Díaz Campeador.
Doncellas de la duquesa,
les rodean por oír,
lo que Sancho, iba a hablar.
La duquesa habló primero
diciendo:
- Ahora que estamos
solos y nadie nos oye,
Yo quisiera que el señor
Gobernador absolviese
ciertas dudas que yo tengo
pues, nacidas de la historia
impresa de don Quijote.

Una de las cuales dudas,
es que a Dulcinea nunca
la vio, ni nunca le llevó
la carta de don Quijote,
porque se quedó en el libro
de memorias en la Sierra
Morena, como atreviéndose
a fingirle la respuesta.

Y aquello de estar ahechando
trigo del tipo rubión,
siendo burla y mentira,
y otras cosas que no vienen
bien con la fidelidad,
De los buenos escuderos.
- Pues, ahora señora mía,
que no nos escucha nadie,
respondo a su pregunta
fuera de los circunstantes,
respondo a su pregunta,
lo primero es que tengo
a mi señor don Quijote,
por un loco rematado,
que en algunas ocasiones
dice cosas tan discretas
que ni Satanás podría
Cosas mejores decir.
Con todo se me ha sentado,
que él es un gran mentecato.
Rogole así la duquesa,
que del encanto contase.

De la sin par Dulcinea;
de todo Sancho, contó,
como aquello había pasado.
Mucho gusto la duquesa
con oyentes, recibieron
y siguiendo con su plática
la duquesa así, le dijo:

- De lo que Sancho, ha contado
me anda brincando un escrúpulo,
me llega un cierto susurro.

a mis oídos, me dice:
Don Quijote de la Mancha,
es un loco mentecato
y Sancho, es su escudero
lo conoce u con todo
eso le sirve y le sigue,
y atenido a sus promesas,
sin duda debe de ser
él, el más loco y más tonto,
que su amo y más siendo,
esto como ello lo es,
Mal contado te será;
quien no sabe gobernarse,
así como gobernar,
A otros va a poder ser.
- Par Dios -dijo Sancho Panza-,
Pues, ese enemigo viene
con parto derecho, pero
dígale vuestra merced,
que si yo fuera discreto
días ya había de haber
Dejado a este mi amo.

Esta fue mi malandanza
Somos de un mismo lugar;
he comido ya su pan,
Cairel, es agradecido;
Dime sus pollinos, sobre
todo yo soy fiel, y así,
no es posible que nos pueda
apartar otro suceso.

Que el de pala y azadón.
Si vuestra alteza no quiere
que me dé el prometido
gobierno, de menos me hizo
Dios, y lo que ser podría,
que el no dármelo redunde
pues, en pro de mi conciencia,
que se me entiende maguera
tonto, pues, aquel refrán:
que por su mal, le nacieron
pues, alas a las hormigas.

Y aun podría ser que fuese
más aína escudero,
que el cielo, quiera mejor,
que gobernador no sea.

Siguió muy discreto
Contestando a las preguntas.
- ¿Cómo que no mienten -dio
dueña señora Rodríguez-,
que por un romance dicen
que al rey Rodrigo metieron
en la timba vivo vivo,
llena de sapos, culebras,
y lagartos, y a los dos
días, el rey desde dentro
con su voz doliente y baja.
Ya me comen, ya me comen,
Por do el pecado había.
No pudo menos de reírse,
la duquesa de lo simple-
De la señora Rodríguez.

- Ya sabe el bueno de Sancho,
que lo que una vez promete
un caballero procuras
cumplirlo aunque le cueste
la vida. Cumplirá el duque
lo que haya prometido.




CAPÍTULO XXXIV.
Recibieron un gran gusto
el duque y la duquesa,
por oír a don Quijote
Su plática tan amena.
De allí a seis días llevaron
a don Quijote, y a Sancho,
a caza de montería,
no queriendo don Quijote,
ponerse un traje de caza.

Dieron a Sancho uno verde.
Don Quijote no lo quiso
por no llevar guardería,
porque no lo permitía
El duro oficio de las armas.
Llegado el día se armó
Don Quijote, y se vistió
Sancho, montando en el rucio,
prefirió ir en su asno,
al caballo ofrecido,
metiéndose entre la tropa,
De los monteros a gusto.
La duquesa aderezada,
y muy bizarra salió;
Don Quijote muy cortés
del palafrén toma riendas,
aunque el duque no quería
consintiolo al fin. Llegaron
a un bosque entre montañas
donde tomados los puestos,
paranzas, y las veredas
y repartida la gente.

Por los diferentes puestos.
La duquesa ocupó
su puesto con un venablo
en la mano, esperando
Pasara algún jabalí.
El duque y don Quijote
Se pusieron a sus lados.

Sancho se puso detrás,
bien montado en su rucio,
defendiendo a su asno:
Dijo, lumbre de mis ojos.
Hacia ellos venir vieron
acosado por los perros.

Jabalí desmesurado.
cruje dientes y colmillos,
y por la boca arrojando
espuma, y don Quijote
enviéndole, embrazando
su escudo, y con la espada,
adelantó a recibirle.
El duque hizo lo mismo.
Allí Sancho se acobarda,
y desamparando al rucio
`echó a correr cuanto pudo,
`procurándose subir
A lo alto de una encina.
Pero fue tan desgraciado
que de una rama colgado
sin poder bajar al suelo
quedó, temiendo que el sayo
se desgarrase y el fiero
animal ya le alcanzase,
dio tan desgarradas voces
que los que le oyen creyeron,
entre los dientes estaba,
en algún fiero animal.


CAPÍTULO XXXV.
Apareció allí en el bosque,
un carro de los triunfales,
en el que una figura
con vestido hasta los pies,
Y un velo en la cabeza.
Cuando llegaron enfrente
de duques u don Quijote,
del rostro quitaron el velo.

Aparentando la muerte.
De su vista recibieron
pesadumbre don Quijote,
con bastante miedo, Sancho,
los duques hicieron gestos
De tener algún temor.
Se puso en el carro en pie
y dijo algunos versos
con la voz algo dormida,
y lengua no muy despierta:

Yo soy Merlín, las historias
dicen que tuve por padre
Al diablo; mentira fue
Sí, príncipe de la mágica
y monarca de la ciencia
zoroástrica y archivo,
Émulo a las edades.
En lóbregas cavernas
donde estaba entretenida
mi alma, en formar los rombos
me llegó la voz doliente
de la sin par Dulcinea
supe de su encantamiento,
encontré un buen remedio
Y después de haber revuelto.

Cien mil libros de mi ciencia.
Es menester, pues, que Sancho
tu fiel y buen escudero,
se dé bien, tres mil azotes,
y trescientos en sus valientes
posaderas descubiertas
y de modo que le escuezan,
le amarguen y le enfaden.

Desaparezca el encanto.
bien entendidos los últimos,
en los cuales señalaban,
que para desencantar,
a la sin par Dulcinea,
Tres mil trescientos azotes.

Tenía Sancho, de darse.
A esta sazón dijo, Sancho:
- No tres mil, sino de azotes
tres, como tres puñaladas,
por modo a desencantarla,
Mis posas con los encantos.
¿El señor Merlín no tiene
pues, otra manera para
desencantar la señora
Dulcinea del Toboso,
se podrá ir encantada,
¿Cómo está a la sepultura?
- Tomaros he yo -le dijo
Don Quijote de la Mancha-,
don villano, harto de ajos,
amarraros he en un árbol
desnudo tal vuestras madre
os parió, no digo azotes,
no tres mil, sino seis mil
y con seiscientos azotes,
Oyendo lo cual Merlín,
dijo:
- No ha de ser así,
que el recibir los azotes,
el buen Sancho, han de ser,
por su propia voluntad,
y no por fuerza de nadie,
en el tiempo que él pusiere,
y si quiere la mitad,
Sea por ajena mano.
-- Ni propia ni ajena mano,
ni por pesar, ni pesada,
a mi no me ha de tocar,
Mano alaguna. ¿Yo po

Por ventura a la señora
Dulcinea del Toboso,
para que paguen mis posas
¿lo que pecaron sus ojos?
Si que es parte suya mi amo,
pues la llama a cada paso,
mi vida, mi alma, sustento
y ánimo suyo, se puede
y debe azotar por ella
y hacer todas diligencias
Necesarias desencanten;

Pero que, ¿me azote yo...?
¡Abrenuncio! Descubrió
el rostro Merlín, tan bello
como varonil, con voz

no muy adamada dijo:
- ¡ Oh tu malaventurado
escudero, alma de cántaro,
el corazón de alcornoque,
Si que es parte suya mi amo,
tu de guijeras entrañas!

+Si te mandaran ser ladrón,
desuellacaras que te
arrojaras de alta torre,
di pidiesen que comieses,
una docena de sapos.
- ¿Qué decís a esto, Sancho?
-le preguntó la duquesa-
- Digo señora lo mismo
que he dicho de los azotes,
y muy confuso me tienen,
De los cuales abernuncio.
- - Abrenuncio, pues decir,
y no como decís, Sancho.
- Déjeme vuestra grandeza,
que no estoy para mirar,
en sutilezas ni en letras.
- En verdad, amigo Sanco,
Que si no os ablandáis,

más que una breva madura,
que el gobierno no lo habéis
de empuñar, que bueno estaba
que a mis insulanos mandara
un gobernador tan cruel,
De entrañas pedernalinas.
- Señor -le respondió Sancho-,
no se me darán dos días,
para pensar lo mejor.
----
- No por ninguna manera,
--lo que respondió Merlín-,
ha de ser en este instante,
y lugar, ha de quedar
lo que ha de ser, asentado,
o ha de volver Dulcinea,
A la cueva Montesinos.

- Dígame señor Merlín,
que vendría dijo el diablo,
de la cueva Montesinos,
y yo no le he visto aquí.
El mago Merlín le dijo:
- El diablo es ignorante,
y un grandísimo bellaco,
A Montesinos le falta
la cola por desollar.
Dad el sí a los azotes,
que yo bien sé que sois, Sancho,
de complexión sanguínea,
y os viene bien menos sangre.

Pero pues todos me dicen
aunque yo no me lo veo,
digo que contento soy
--de darme tres mil trescientos
azotes con condición
que me los tengo de dar,
cada y cuando yo quisiere.

Sin que se me ponga tasa
ni en el día ni en el tiempo,
y de la deuda yo haré
por salir presto posible,
y así sea para goce
el mundo de la hermosura
de mi señora y doña
Dulcinea del Toboso.

Mas con otra condición,
que no he de estar obligado
a que me saque yo sangre
a golpe de disciplina;
y si hay algún azote
de mosqueo que se tenga
en cuenta. Y apenas dijo
sonaron las músicas,
y desfilando pasaron
contentos los circunstantes,
los que al pasar daban muestras.
Satisfechos de la caza
se volvieron al castillo.



CAPÍTULO XXXVI.
Tiene un mayordomo el duque,
de ingenio desenfadado,
y burlesco el cual hizo de Merlín en la aventura
Del carro de los feriantes,
acomodó todo aquello.

También compuso los versos.
La duquesa al día siguiente,
a Sancho, le preguntó:
- ¿Qué azotes ya tiene dados?,
Sancho le dijo que cinco.
Nuevamente preguntó:
¿Con qué disciplina fue?
Sancho dijo con la mano.

- Así no más son palmadas,
-le replicó la duquesa.
- A vuestras mercedes hago
saber que aunque rustico,
tengo las carnes blandas,
como si de algodón fueran
como si de algodón fueran,
Más que si fueran de esparto;
no está bien que me descríe
yo, por el provecho ajeno.
- Sepa vuestra alteza, mi
señora, que es de mí ánima,
que una carta tengo escrita.

a Teresa, mi mujer,
dándole cuenta de todo,
lo que a mí, me ha sucedido,
Después que, e aparté de ella.
Y de vuestra discreción
quiero que me la leyese,
pues creo que va conforme
a lo de gobernador

- ¿Y quién la notó? -pregunta
la duquesa.
- ¿Quién notar
sino había yo de ser?
- ¿Y escribístela vos?= -dijo
.la duquesa.
- Ni por pienso,
-le responde Sancho Panza-,
porque yo no sé leer,
ni escribir, mas se firmar.
- Veámosla, y a buen seguro
mostréis en ella el ingenio.


CARTA DE SANCHO A TERESA.

Si me dan buenos azores,
buen caballero me iba,
si buen gobierno me dan
buenos azotes me cuestan.
Ahora has de saber Teresa,
que tengo determinado,
que andes en coche que es
lo que ahora hace al caso
`porque todo otro andar
es como si andas a gatas.
Más adelante la carta
dice:
Don Quijote mi amo
por lo oído en esta tierra,
es un loco cuerdo y es
un mentecato gracio
Que yo no le voy en zaga.
Hemos estado en la cueva,
de Montesinos y el sabio
Merlín, y deja de mí
mano para el desencanto
Dulcinea del Toboso.

Por allá se llamó Aldonza
Lorenzo, que con tres mil
trescientos azotes buenos,
que me he de dar quedará
así pues, desencantada,
como la que le parió,

De esto no diga a nadie
Y pon lo tuyo a concejo;
unos te dirán es blanco,
Y otros te dirán es negro.
En días iré al gobierno,
donde quiero hacer dinero
porque me han dicho que todos
los gobernadores van
Con este mismo deseo.
El rucio te manda muchos
saludos, y te encomienda



CAPÍTULO XXXVII.
Acabando la duquesa,
de leer la carta, dijo:
- En dos cosas anda, Sancho,
un poco descaminado,
este buen gobernador:

Una, es que por azotes,
no se da este gobierno,
pues cuando mi señor duque
el gobierno prometió,
no se soñaba con azotes,
la otra que se muestra muy
codicioso; la codicia,
Rompe el saco; codicioso
el gobernador pues hace
justicia desgobernada.
- Yo no lo digo, por tanto,
señora, -respondió, Sancho-,
si cree vuestra merced,
no va como ha de ir
no hay más que rasgar la carta.
- No, no, dijo la duquesa-,
Y estando todos suspensos,
buena está ésta, y quiero
Que el duque mi señor vea.
Y estando todos suspensos
ven entrar por el jardín
a dos vestidos de luto.
Les seguía un personaje,
de cuerpo agigantado
con una loba negrísima

desaforada asimismo,
de grande la falda suya,
Arrancó del ancho pecho,
una voz grave y sonora,
quien mirando al duque dijo:
- Altísimo u poderoso
señor a mí hay quien me llama,
Trifaldí, de la Barba Blanca, y soy pues, de la condesa
Trifaldi, buen escudero,

Por otro nombre llamada
es, La Dueña Dolorida
quien pide a vuestra merced
la vuestra magnificencia
sea servida de darla,
su licencia para entrar,
a decirle la más nueva
del cuitado pensamiento
Que en el orbe pueda haber.
Antes quisiera saber
Sí en este vuestro castillo
está el muy valeroso
y nunca fuera vencido,
Don Quijote de la Mancha,
El famoso caballero.
Licencia concede el duque
a la Dueña Dolorida,
y dijo a don Quijote:

- De muy lejanos lugares,
vienen a vuestra merced,
por la fama conocida,
de su ayuda a desgraciados,
Digo esto porque apenas,
seis días que la vuestra
bondad que en este castillo.

Está; vienen a buscarle.
desde muy lejanas tierras
no en carrozas, sino a pie.
Confiados en hallar,
en su brazo fortísimo
el remedio de sus cuitas.

- Quisiera yo señor duque
-le respondió don Quijote-,
que estuviera aquí presente
el bendito religioso
que a la mesa el otro día
nos mostró tan mal talante,
y tienen mala ojeriza,
a caballeros andantes,
para que vieran sus ojos,
si son o no necesarios,
los andantes caballeros,
y no van a buscar remedios
a las casas de letrados
en persona mejor se halla,
ni a la de sacristanes
Buscan aquellas hazañas
que otros cuentan y escriben:
el remedio de las cuitas,
socorros que necesiten,
el amparo de doncellas,
el consuelo de las viudas;
la mejor persona se halla,
En caballeros andantes.
Infinitas gracias doy
al cielo de serlo yo.
Venga esta dueña y oída
lo que nos quisiere que yo,
liberare su remedio,
con la fuerza de mi brazo,



CAPÍTULO 1.
En extremo se holgaron
el duque y la duquesa,
de lo bien que respondía,
en su intención don Quijote.
Y en esto les dijo, Sancho,
- No quiero que esta señora,
dueña me pusiere algún
Tropiezo en mi gobierno.
Hablaba como un silguero,
boticario toledano,
oíle decir que las dueñas
son bastante impertinentes,
Y enfadosas de cualquier calidad o condición.
- Calla, Sancho- -Don Quijote
dijo-, que estas dueñas vienen
a buscarme de tan luengas
tierras no deben de ser
de aquellas del boticario
más que esta es condesa,
y cuando sirven lo hacen,
a reyes y emperatrices.

- Pues siempre los escuderos,
-respondió doña Rodríguez-,
enemigos nuestros son
A lo cual replicó Sancho,
- Humos de gobernador
que ahora tengo, se me quitan
los vaguidos de escudero
y no se me da por cuentas,
dueñas hay un cabrahígo.
Los pífanos y tambores,
en el jardín a sonar,
volvieron pues, indicaban,
que la Dueña Dolorida,
entraba no más a pie.

Esta Dueña Dolorida,
- es la condesa Trifaldi,
trae cogida de la mano
su escudero Trifaldín
de la Blanca Barba. Viste
de finísima bayeta,
con la falda de tres puntas,
por lo que todos cayeron
en la cuenta que llamaban.

Pues la condesa Trifaldi,
también llamaban Condesa
Lobuna, que en su condado
se crían muchos lobos,
que si estos fueran zorros,
la llamarían Zorruna.
La cual puesta de rodillas,
la condesa, ante el duque,
dijo con voz basta y ronca:

- Vuestras mercedes servidas
de este su criado, digo,
sean de esta su criada,
que por ser tan dolorida,
no sabrá bien responder.
Levantáronse todos,
con el duque la duquesa,
y don Quijote, el cual
callaba, Sancho andaba,
tan muerto, por ver su rostro,
Y el de las que eran sus dueñas.
La que fuera dolorida,
dijo con estas palabras:

- Quiero me hagan sabidora,
si está entre todos ustedes,
Don Quijote de la Macha,
el hacendado y discreto
y buen caballero andante,
y Panza, su escuderísimo.


Antes que otro respondiere,
dijo Sancho:
- Panza sí,
y también don Quijotísimo,
Se levantó don Quijote,
y a la Dueña Dolorida,
dijo:
- Pues, si vuestras cuitas,
son angustiadas, señora,
que se puedan prometer
esperanza de remedio
de algún caballero andante,
aquí está mi fuerte brazo,
y aunque flacas son mis fuerzas,
y breves, se emplearán
todas en vuestro servicio,
y a la llana y sin rodeos,
Decid todos vuestros males,
que mis oídos sabrán
Curar o dolerse de ellos.
Lo cual Dolorida dueña,
señal de arrojarse hizo
a los pies de don Quijote,
pugnando por abrazarlos,
dijo:
- Ante estos pies,
me arrojo, ¡Oh caballero
Invicto! Por ser las basas
y columnas de la andante
caballería, besar
de los que penden y cuelgan
de mi desgracia el remedio.

¡Oh tu, escudero leal!
Jamás sirvió a caballero
en el presente y pasados
siglos más luengo en bondad,
que barbas de Trifaldín.

Conjúrote que me sea
un muy buen intercesor
de mis desdichas y cuitas,
que son de esta humildísima
Condesa y desdichadísima.
A lo que respondió Sancho:
- Su cuita desembaúle,
todos nos entenderemos.
La dueña dijo sentándose:
- Candaya famoso reino,
entre la gran Trapobana
y el mar del Sur: Colorín
a dos leguas más allá,
fue la señora Maguncia
reina viuda de Archipiela,
procrearon a la infanta.

Antonomasia, tutora
le fui, como antigua dueña
de su madre, mas no supe
como tenerla segura,
su muy gran hermosura,
de su fortaleza di
las llaves que yo guardaba,
de su hermosa fortaleza.

Don Clavijo me aduló,
coplas que le oí cantar,
la voluntad,
me rindió más que las joyas,
si mal no recuerdo dicen:

De la dulce mi enemiga
nace un mal que al alma hiere,
y oír más tormento quiere,
que se sienta y no se diga,
y Clavijo que se llama
el caballero maldito,
casó con ella engañando,
al obispo de aquel reino,


CAPÍTULO XXXIX.
- Pero dése vuesa merced,
priesa señora Trifaldi
que es tarde y ya me muero
`por saber el fin de esta
tan larga historia de amores,
-Sancho esto le exigió-
- Sí, -respondió la condesa.

Con la palabra de Sancho,
a la duquesa gustaba,
tanto como a don Quijote
oírlas le desesperaban.
En sus trece se mantiene
en casa de un alguacil,
que el obispo deposita,
De allí para nada sale.
Vicario al fin sentenció
a favor de Don Clavijo,
se la entregó por legítima
esposa, lo que enojó
a la reina, de la infanta
Antonomasia, su madre,
viuda del rey Archipiela,
que en tres días enterramos.
En caballo de madera,
encima en la sepultura
el gigante Malanbruno
primo hermano de Maguncia,
quien era encantador,
junto como era muy cruel.

En venganza por la muerte
de su cormana Maguncia,
castigar quiso a los dos.

Antonomasia y Clavijo
les deja encantados sobre
sepultura de Maguncia:
ella convertida en jimia;
de muy duro metal; y él.
espantoso cocodrilo
de un metal desconocido,
entre los dos un padrón
del mismo duro metal;
en el que escritas están
Las palabras siríacas
que al castellano decía:

No cobrarán su primera
forma estos dos amantes
atrevidos hasta que
el valeroso manchego,
venga conmigo a las manos,
en muy singular batalla,
que podrá solo su gran
valor; le guardan los hados
la nunca vista aventura.
Sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfanje,
y asiéndome los cabellos
hizo por fin de querer
segarme, así, pues la gola,
Cercenarme la cabeza;
se me pegó a la garganta
la vOz, quedando molino
y con todo me esforcé
y conseguí no me mate,
mas conseguí que cambiara,
muerte capital por penas
nos dieran muerte civil.
Hizo traer ante sí,
a las dueñas de palacio
Cargando a todas las cuilas
que yo sola la tenía.
En esto, todas sentimos

que se nos abrían los poros
de la cara, y punzaban,
como con puntas de agujas.

Acudimos con las manos,
a los rostros, nos hallamos,
las barbas como veréis.

Y todas a un tiempo quitan
antifaces, y las ve
a todas con barbas; rubias unas,
otras blancas, cuales
Negras, y de albarrazadas.
Quedaron todos atónitos.

CAPÍTULO XL.

Y si no somos remediadas,
por el señor don Quijote,
con barbas nos llevarán
a la fría sepultura.

- Yo mis barbas pelaría
allá en tierra de los moros,
Si no remediara las vuestras.

- El rintintín prometido,
valeroso caballero,
en medio de mi desmayo,
llegó bien a mis oídos
y de nuevo os suplico
señor indomable e invicto
feliz caballero andante.

- Ved señora lo que tengo
de hacer que ya está
muy pronta para serviros.
- Vuestra graciosa promesa
se convierta en realidad.

El caso es que desde aquí,
a mi reino de Candaya,
por tierra cinco mil leguas
mas si se va por el aire,
hay unas tres mil doscientas,
Es motivo de saber,
que Malambruno dijo,
si la muerte me dejara,
hallar el libertador,
le envía cabalgadura,
mejor que las de retorno,

y caballo de madera,
tal como el que llevó Pierres,
valeroso caballero
a Magalona robada,
bien sentada en las ancas;
este caballo se rige
por la clavija que tiene,
en la frente que le sirve,
para freno el cual vuela
por el aire; ligereza
tanta, que parece lleva
por el mismísimo diablo;
compuesto está por el sabio
Merlín; embobados quedan
todos cuantos volar vieron
al caballo de madera.

Una de las dueñas dijo:
- Más que la luz del sol
no corre a tantos kilómetros.
- ¿Esa luz a cuantos va?
Le preguntó Sancho Panza.

- Trescientos mil por segundo.
(Perdonen la intromisión,
es que, Sancho, es un follón.
El cual caballo no come,
ni duerme ni gasta nada
de herraduras en herrar.
tan suave va por el aire
que ni una gota derrama.

A esto dijo Sancho Panza:
- Para reposado y llano
anda mi rucio por tierra,
yo le cutiré con cuantos
portantes hay en el mundo.
¿Cuál es su nombre? -responde
Sancho.
- Pues le cuadra mucho,
Que se llama Clavileño
el Aligero, de leño
es, y tiene una clavija,
y muy ligero camina,
7 en cuanto al nombre bien puede
competir con Rocinante,
- Pensar que yo puedo ir
en las ancas del caballo,
es pedir peras al olmo,
Pardiez, molerme no quiero
por quitar barbas a nadie.







CAPÍTULO XLI.
Le fatiga a Don Quijote
la tardanza en venir
el caballo de madera,
pero veréis, aquí cuando,

Por el jardín a deshora,
entraron cuatro salvajes,
vestidos de verde malva,
que sus hombros traen
al caballo de madera, -

Suba en él, el escudero
con su valeroso ánimo.
- Yo no subo, -dijo Sancho-,
pues no soy yo caballero,
ni ánimo tengo en subir.
El salvaje continuo:
- El escudero en las ancas,
suba si el señor, tiene,

Malambruno aconseja,
porque la alteza del viaje,
y su camino sublime,
no le cause algún vaguido,
han de cubrir bien los ojos,
han de cubrirse los ojos.

Cuando relinche el caballo,
el viaje ha terminado
Después de oír al duque.
tantas razones del viaje,
dijo Sancho:
- Señor, basta,
yo soy un obre escudero,
y llevar no puedo a cuestas,
tantas de esta cortesía,
suba mi amo y tápenme
los ojos y me encomienden
a Dios, y en las alturas,
pueda a Nuestro Señor.

O invocar a la Santísima
Trinidad, que me proteja.
- Sancho, tenga confianza
en el señor Malambruno,
el cual también es cristiano,
hace sus encantamientos,
sagacidad, y tiento,
- Licencia de estos señores,
-pide en esto, don Quijote,
dos palabras quiero hablar,
Aparte a Sancho Panza.
Y apartando al escudero,
entre árboles del jardín,

- Sancho amigo, ajora vamos
a emprender un largo viaje,
es el momento apostemos
que des quinientos azores
de los tres mil y trescientos,
a los que te has comprometido.
- Por Dios, señor, que parece
que debe de ser menguado;
es como aquello que dicen:
En priesa me ves
y doncellez me demanda,
¿Ahora que sentado iré,
en una tablillas, quiere
que me lastime las posas?

Subiendo pues don Quijote
a Clavileño pidió
a la Dolorida les tape
sus ojos, pero volviéndose
a descubrir la memoria
le trajo lo que leyó
a Virgilio, que el caballo
de Troya de caballeros
armados y de enemigos
lleno, lo que fue su ruina.

Y quiso ver que traía
Clavileño en la barriga.
Le asegura Dolorida:
- No hay para qué don Quijote,
pues yo le fío y sé
que Malambruno no tiene
cosa alguna maliciosa,
ni que sea vil traidor,
vuestra merced sin pavor,
alguno suba al caballo,
Todo sea a mi daño,
si alguno le sucediese.
Cualquier cosa que dijese
sobre su seguridad,
pareciole que ponía
entredicho su valor.

Y, así, sin más altercar
subió sobre Clavileño,
y con las piernas colgando,
por no tener los estribos,
parecía la figura
pintada en un tapiz.

De muy mal talante, poco
a poco llegó a subir
Sancho, a las ancas duras,
del caballo de madera,
no le dieron el cojín
que a los duques les pidió
porque no podía haber
ningún cambio en Clavileño.

A esto la Trifaldi
que lo que podía hacer
sentarse a la mujeriega,
así, lo hizo, y a Dios
y con sendos paternostres
pidió ayuda a los que estaban,
contemplando en el jardín
con otras avemaría.
A esto dio don Quijote,
- Ladrón en la horca estás
por ventura, en el último
término y fin de la vida,
para usar de semejantes
plegarias, en el lugar
en el que bajo la linda
Magalona, ni a la tumba,
sino a ser reina de Francia,
si no mienten las historias.

Y yo que voy a tu lado
¿ponerme al lado de Pierres,
que oprimió este lugar,
el mismo que oprimo yo?
Animal, cúbrete, cúbrete,
y no te salga a la boca,
este temor que tu tienes
y que no en presencia mía.
- Tápenme, -respondió, Sancho-.
¿Y qué mucho que no tema
que ande por esta región,
de diablos que den con nosotros,
molestos en Paralvillo?
No más tocar la clavija
Don Quijote, que las dueñas,
todas levantaron voces

- ¡Dios te guíe, valeroso,
caballero Don Quijote!
¡Dios contigo escudero,
intrépido como fiel!
¡Ya, ya vais por esos aires,
con tanta velocidad
cómo saeta lanzada!
Tente valeroso Sancho,
que tambaleando vas.

Mora no cayas, cual moro,
que quiso regir el carro
del Sol, su querido padre.
Oídas las voces por Sancho,
contra su amo se apretó,
ciñéndole con los brazos,
dijo:
- Señor, ¿cómo dicen
estas que vamos tan alto
si alcanzan acá sus voces,
parece que están aquí,
hablando junto a nosotros.

- No repares, Sancho, en eso,
como estas cosas y estas volaterías van fuera
de los cursos ordinarios,
de mil leguas verás otros,
lo que ya quisieres ver.

Y, así, no me aprietes tanto
que me puedes derribar.
Y no sé de qué te turbas.
En los días de mi vida,
no subí en cabalgadura,
que tenga el paso más llano,
parece no nos movemos.
Destierra, amigo, el miedo.
Llevamos el viento de popa,
- Es la verdad, -dijo Sancho-,
que me da por este lado,
un viento tan fuerte y recio,
que estén soplando mil fuelles,
muy bien estaba trazada,
esta inédita aventura,
por el duque, la duquesa,
y por el fiel mayordomo
no le falló requisito,
que la dejase perfecta.
Sintiéndose pues soplar,
Don Quijote dijo a Sancho:

- Sin duda alguna, pues, ya
debemos de estar llegando,
a la segunda región
del aire, donde se engendra
el granizo y la nieve;
los truenos y los relámpagos,
con fuertes rayos, se engendran
en la tercera región;
si de esta manera vamos,
llegamos a la del fuego.

Ptolomeo dividió
cuatro regiones la atmósfera:
Aire frío, agua, y fuego.
No sé yo como templar
la clavija y evitar
que subiendo nos quememos
Unas estopas pendientes
de unas cañas calentaban,
de los dos mucho los rostros.

Sancho que sintió el calor,
quiso descubrir los ojos,
por ver donde se encontraban.

No hagas tal cosa Sancho,
y acuérdate ahora del cuento,
del licenciado Torralba,
quien llevaron los diablos
en volandas por los aires,
Caballero en una caña,
y con los ojos cerrados,

En doce horas llegó;
se apeó en Torre de Nona,
es calle de la ciudad,
y vio el fracaso u asalto
y la muerte de Borbón,
por la mañana ya estaba
en Madrid donde dio cuenta,
pues, de lo que había visto.

El diablo le dijo que abriese
los ojos, se vio tan cerca
ya del cuerno de la Luna
podía asir con la mano,
no osó mirar a la Tierra,
para no desvanecerse.
Así Sancho no hay para qué,
descubrirnos; quien nos lleva,
a cargo él dará cuenta que
vamos ya tomando puertas
y que subiendo a lo alto,
nos deja caer de una
sobre el reino de Candaya
- Sólo sé le dijo, Sancho,
decir que la Magalona,
que era linda la señora,
se contentó de estas ancas,
que no debía de ser, ____

Esta señora muy tierna
de carnes, que a mí me duelen.
A la tan bien fabricada
y tan extraña aventura,
en Clavileño su cola,
con estopas le pegaron
fuego; estando el caballo
muy lleno con varios cohetes,
y, así, voló por los aires.

Y don Quijote con Sancho
se caen medio chamuscados
Caídes en el jardín;
las dueñas ya bien raspadas,
con los duques en el suelo,
Don Quijote y Sancho,
al verlos,
y de estar en el jardín
los dos quedaron atónitos;
admirados cuando vieron
en el jardín a un lado,
clavada una lanza con
un pergamino con letras,
grandes de oro escrito estaba:

"El ínclito caballero,
Don Quijote de la Mancha,
feneció como acabó,
la aventura tan lucida
de la condesa Trifaldi,
por otro nombre llamada
como dueña Dolorida.

Malambruno se da por
muy contento y satisfecho
a toda su voluntad,
y las barbas de las dueñas,
ya quedan lisas y mondas,
y los reyes don Clavijo
y Antonomasia, en pristino
estado. Cuando se cumpla
el vápulo escuderil
verá la blanca paloma,
la libertad de pestíferos
Gerifaltes que persiguen;
ya en brazos de arrullador,
así lo ordenó Merlín,
que es el Protoencantador.

Leídas por don Quijote,
las letras del pergamino,
entendió que Dulcinea
ya estaba desencantada,
muchas gracias dio al cielo,
que con tan poco peligro,
haya acabado tal fecho
reduciendo a su pasada
tez los rostros de las dueñas.
Se fue al duque quien tardaba
bastante en volver en sí,
cogiéndole una mano.

- Ea buen señor, buen ánimo
la aventura ya acabada,
sin haber daño de barras,
como puesto en el cartel
y escrito en el pergamino,
el duque fue y lo leyó,
y abrazando a don Quijote,
dijo era el mejor,
caballero que ha visto.
La duquesa preguntó,
a Sancho por el viaje,
quien respondió a la duquesa,
- Pues yo, señora, sentí,
según mi señor me ha dicho,

pues que ya nos acercábamos
a la temida región
del fuego y descubrirme
los ojos por ver un poco,
licencia que no me dio,
mi señor el caballero
Don Quijote de la Mancha.
Se entabla un coloquio largo
entre la duquesa y Sancho,
sobre el viaje por los aires.
Dieron fin a la aventura
de la dueña Dolorida;
dio de reír a los duques,
y no solo en aquel tiempo,
como el de toda la vida.
Don Quijote acercándose
a Sancho, dijo al oído:
- Pues vos queréis que se os crea,
lo que habéis visto en el cielo,
yo quiero que me creáis
lo que en la cueva yo vi,
allí en la de Montesinos,
y así pues no digo más.

CAPÍTULO XLII.
Del viaje por los aires,
en caballo de madera,
a dar deciden los duques,
el gobierno de la ínsula
prometida al buen Sancho.
Le dijo se adeliñase,
Compusiese para ir.
A ser ya gobernador,
de insulanos que esperaban
tanto como agua de mayo.
Sancho, se le humilló y dijo:
- Después de bajar del cielo
y después que desde su alta
cumbre, ya miré la tierra,
al separar pedacito
lo que tapaba mis ojos,
como grano de mostaza,
y también sus hombres vi
tal es, que templó las ganas
de ser gobernador de ínsulas;
porque ¿qué grandeza es
el de mandar en un grano
de mostaza? ¿Dignidad
cual es gobernar a doce
o mitad escasamente
los hombres como avellanas,
que a mí parecer no había,
ya posiblemente más?

Si me da vuestra merced
como una tantica parte
del cielo, aún solo fuera
como una media legua
de mejor gana tomárase
que ínsula mayor del mundo.
- Amigo Sancho, mirad,
-el duque le respondió-,
que yo no puedo daros nada
del cielo que vos queréis,
aunque fuera una uña,
que solo a Dios reservadas,
están, pues, esas mercedes.
Lo que puedo dar os doy
que es una ínsula hecha
y derecha, bien redonda,
y mejor proporcionada,
y sobremanera fértil,
y abundosa, donde vos
si daros maña sabéis,
con riquezas de la tierra,
las del cielo granjearéis
- Ahora bien, -respondió Sancho-,

Venga ya, pues, esa ínsula,
que pugnaré por ser tal
gobernador que a pesar
de bellaco, vaya al cielo,
y esto no es por codicia,
"que yo tenga de salir
de mis casillas, ni de
levantarme a mayores,
sino deseo que tengo
de probar a que nos sabe
el gobernar una ínsula.

- Si una vez lo probáis, Sancho,
y tanto, comeros h
las manos tras el gobierno,
por ser dulcísima cosa
mandar como obedecido.
A buen seguro que cuando
vuestro dueño llegue a ser
emperador que sin duda,
será según van sus cosas,
mas no se le arrancará
así, así, como quiera,
y que le duela y le pese,
en el alma a la mitad,
en lo dejado de serlo.

- Señor, yo creo que es bueno,
mandar aunque sea a un hato
de ganado.
- - Pues con vos,
me entiendo ya que de todo,
-y, así, le respondió el duque-,
sabéis y que yo deseo,
seréis tal gobernador.

Que vuestro juicio promete
hoy os acomodaréis,
del traje que es conveniente
que vos llevéis en la ínsula
al gobierno de la misma,
y todas las necesarias,
a vuestra partida próxima.

- Vístanme, -les dijo Sanco-,
si quieren que de cualquier
forma, que vaya vestido.

Seré siempre, Sancho Panza.
- Así es verdad, -dijo el duque-,
pero se han de acomodar
los trajes a vuestro oficio,
la dignidad que profesa.

De letrado iréis vestido
y de un gran capitán,
porque así, es la que os doy
tanto son menester armas,
como menester son letras.
Y tanto letras como armas.
-- Letras, -le respondió, Sancho-,
pocas tengo pues no sé,
el abecé, que me basta,
que tenga yo en la memoria,
el Christus, para ser buen,
Gobernador de la ínsula.

Las armas manejaré
hasta caer, los que dan,
y de Dios sea la ayuda.
- Con tanta memoria buena.
-dijo el duque-, no podrá
errar, Sancho, pues en nada.

Don Quijote con licencia,
del duque, llevó a su estancia
a Sancho, pues comportarse
como debía en su oficio,
junto a él sentó a Sancho.

Con reposada voz dijo:
- Infinitas gracias doy
al cielo pues Sancho amigo,
por encontrar tu ventura.

Atento estate, pues, Sancho,
hijo a este tu Catón.
que te quiere aconsejar,
ser guía que te encamine,
y saque a seguro puerto,
en este mar proceloso,
donde ya vas a engolfarte,
que los grandes cargos son,
no más que golfos profundados,
que contienen confusiones.
De primero has de temer,
a Dios, que en temerle está
Sabiduría divina,
siendo sabio no podrás
llegar a errar, pues, en nada.
Lo segundo, has los ojos
de poner en quien tú eres
procurando conocerte,
a ti mismo, de difícil
conocimiento que existe.

Del conocerte saldrá,
no hincharte como la rana,
que quiso igualarse al buey;
y saldría a conocerse
que en tu tierra has guardado
puercos, viéndose los pies
rueda de tanta locura.

- Así es toda la verdad
-le replicó, Sancho Panza-,
eso fue cuando muchacho,
después ya algo hombrecillo,
lo que guardé fueron gansos,
Paréceme que no viene
al caso, que quien gobierna
no todos vienen de reyes.

- Los no de principios nobles
se tienen de acompañar,
-le replicó don Quijote-,
de la gravedad del cargo,
que ejercitan pues, con una
blanda suavidad que ganada
por la prudencia, les libre
bien de la murmuración.
maliciosa de quien no hay
estado que así, se escape.

Haz gala de la humildad,
del linaje de quien vienes,
y no te desprecies decir
que vienes de labrador,
préciate de ser virtuoso,
humilde, que pecador
soberbio. Innumerables
pobres son los que subieron,
a la suma dignidad,
pontificia, imperatoria.

Si haces virtuosos hechos,
no envidies a los padres
y abuelos que tienen príncipes,
señores, porque la sangres
se hereda, y, la virtud
se aquista y ésta por sí
vale lo que no la sangre.
Si allí tienes de pariente
visita no le desprecies
ni le afrentes, antes le has
de acoger, agasajar,
y regalar que con esto
al cielo satisfarás.

Si a tu mujer la trujeres
enséñala y doctrínala,
y desbástala de su
natural rudeza, porque
lo adquirido gobernando
perder suele y destrozar,
la mujer tonta y rústica.

Y si, acaso, enviudares
que te puede suceder,
y mejores de consorte,
no la tomes como anzuelo,
ni de caña de pescar,
Más compasión en ti hallen,
del pobre sus tristes lágrimas
pero nunca más justicia
Que informaciones del rico.
Y con la verdad procura
descubrir por entre dádivas,
y promesas, de los ricos
como de entre los sollozos,

Del pobre lo inoportuno.
Cuando la equidad pudiere
debiere tener lugar,
no cargues todo el rigor
de la ley al delincuente,
porque no es mejor la fama
del que es riguroso juez,
Con la que es del compasivo.
La vara de la justicia
si, acaso, pues la doblases,
que no sea con el peso,
de la dádiva sino

Pues de la misericordia.
Si al juzgar te sucediere,
pleito de algún enemigo,
las mientes de tu injusticia
aparta mientes de injuria,
y ponlas en la verdad,
No te ciegue la pasión,
propia en la causa ajena,
los yerros que en ella hicieres
las mas veces serán sin
remedio, y si tuvieren
será a cuenta de tu crédito
y aún pueda ser de tu hacienda.
Si alguna mujer hermosa,
te viene a pedir justicia,
ojos quita de sus lágrimas,
y oídos de sus gemidos,

Razona bien lo que pide,
si no quieres que se anegue
en su llanto tu razón,
y en suspiros tu bondad.
Al que has de castigar,
no trates mal de palabra,
pues le basta al desdichado,
con las penas del suplicio,
sin darle malas razones.
Al culpado que cayere,
bajo tu jurisdicción,
ten por hombre miserable
(digno de misericordia)
lo que fuere de tu parte,
sin agravio a la contraria
muéstratele más piadoso,
y clemente, porque brilla
ya, más la misericordia
que el de la dura justicia.

Si estos preceptos y reglas,
sigues, Sancho, serán luengos
tus días, será tu fama,
eterna, premios colmados
felicidad indecible;
como quieras casarás
a tus hijos y tendrás
títulos ellos y nietos
y vivirás beneplácito
de las gentes y con paz.

Y ya en los últimos pasos,
de vida te alcanzará,
el de la muerte en vejez
feliz, suave y madura,
y tus ojos cerrarán
las tiernas y delicadas
manos de tus netezuelos.
Lo que hasta aquí le he dicho,

son documentos que te han
de adornar muy bien tu alma;
y ahora escúchalos que han
de adornar también tu cuerpo.




CAPÍTULO XLIII.
Escuchaba muy atento,
Sancho, los buenos consejos,
que le daba don Quijote,
procurando conservar
lo oído en la memoria.
Prosiguió pues don Quijote
y con recato le dijo:

Sobre como tu persona
y casa has de gobernar:
lo primero que te encargo,
es que seas limpio; corta
las uñas sin que las dejes
crecer, como hacen algunos
y su ignorancia les hace
entender que son hermosas,
sus manos son garras de,
lagartijero cernícalo,
de abuso extraordinario.
No andes, Sancho, desceñido,
que vestido descompuesto,
de ánimo desmazalado
da el indicio a tu cuerpo,
si ya la descompostura,
flojedad, y socarrón
te juzguen tal Julio Cesar.

Con discreción toma el pulso
de lo que puede valer
su oficio, si das librea,
a tus criados, como honesta,
y provechosa que sea,
más que vistosa y bizarra,
tanto criados como pobres
digo, si pajes son seis,
viste tres y otros tres pobres,
tendrás tres pajes para el cielo

Come poco y cena menos,
porque la salud del cuerpo
pues, se fragua en la oficina,
y la cual, es la del estómago,
Sé templado en el beber,
ya que en demasía el vino,
no es de guardar un secreto
ni cumplir con la palabra.

Ten cuenta de no mascar,
a dos carrillos, delante
de nadie, pues, no erutar.-----

- Eso de no erutar, no entiendo
-le requirió Sancho Panza-,
- Erutar quiere decir,
regoldar, y es mal vocablo,
de la lengua castellana,
pero significativo.

- Sé los consejos y avisos
que pienso llevar en mi
memoria: no regoldar,
porque a menudo lo suelo
hacer.
- No regoldar, Sancho,
Si no erutar.
- Erutar
diré de aquí en adelante,
y a fe que no se me olvide.

- No has de mezclar en tus pláticas,
refranes que dices muchos
que siendo sentencias breves,
que muchas veces los traes
por los cabellos; son más
disparates que sentencias.

- Pues Dios puede remediar,
-le respondió, Sancho Panza-,
Porque más refranes sé
más que un libro, y se me vienen
todos juntos a la boca.

Cuando yo hablo se unen
por salir unos con otros,
mas la lengua va arrojando,
a los que primero encuentro,
aunque no vengan a pelo;
tendré cuenta en adelante,
en decir los que convengan,
a gravedad de mi cargo.
Que en casa llena la cena
presto se guisa; es quien
destaja el que no baraja;
a buen salvo quien repica;
dar y tener, seso ha;
menester;
- ¡Y eso está bien!
-le replica don Quijote-,

¡Encarta, ensarta, enhila,
refranes nadie te va
a la mano! Voy diciendo,
que los refranes excuses
en un instante aquí,
has echado letanía;
que así, cuadran con lo dicho.
Como por los cerros de Úbeda.

No digo yo que parece
mal un refrán, al contrario,
si es traído a propósito,
Pero cargar o ensartar
refranes a troche y moche,
la plática es desmayada
Es, baja de contenido.

Cuando subas a caballo,
no vayas echando el cuerpo
sobre el postrero arzón ni lleves las piernas tiesas,
tiradas y desviadas,
del caballo, ni tampoco,
vayas flojo que parece
que cabalgas sobre el rucio,
que el andar, pues, a caballo
a unos hace caballeros,
y a otros caballerizos.

Y tu sueño moderado.
Quien con el sol no madruga,
no goza de ningún día.

De la diligencia advierte,
madre es de mejor ventura,
con la pereza jamás
se ha llegado a mejor término.

A disputar no te pongas,
jamás, de algunos linajes,
a lo menos comparando,
pues, uno ha de ser mejor,
y serás del que abatieres,
aborrecido, y, del otro
que levantaste, en manera
alguna serás premiado.

Tu vestido será calza
entera, ropilla larga,
poco más largo herreruelo,
de greguescos ni por pienso,
no están bien en caballeros,
y ni a los gobernadores.
Ten cuidado en avisarme
el estado en que te hallares.

- Señor, -le respondió, Sancho-,
muy bien veo todo cuento
me ha dicho, son cosas buenas,
muy santas, y provechosas;
pero, ¿qué iban a servir,
si de ninguna me acuerdo?

Si bien, aquello de que uno
no deje crecer las uñas
y de volver a casar,
no pasarán del magín;
es menester se me den
por escrito; el confesor
para que me las encaje
y recapacite cuando
ellos sean necesarios.

- Y muy mal parece, Sancho,
que un gobernador no sepa

Para todo hay remedio
sino es para la muerte.
Si se imagina que ser
gobernador se me lleve
el diablo, que más me quiero
ir, pues, Sancho Panza al cielo,
que siendo gobernador,
me manden, así, al infierno



CAPÍTULO XLIV.
En aquella misma tarde,
de los consejos a, Sancho,
que dio escritos don Quijote,
los duques mandan a, Sancho,
al gobierno de la ínsula,
guiado por un mayordomo,
porque no puede haber gracia
donde discreción no hubiera,
el mismo que hizo Trifaldi
con donaire referido;
Sancho, el rostro le miró
y dijo a Don Quijote:
- El diablo me ha de llevar,
o diga vuestra merced
el rostro del mayordomo,
es el de la Dolorida,
- Ahora miro atentamente,
el rostro del mayordomo,
-dijo: Creeme, amigo mío,
que es menester que roguemos
a, Nuestro Señor, de veras,
que nos libre a los dos,
de los malos hechiceros,
y peores encantadores.
- Pero, señor, no son burlas
sino que denante oile,
hablar y me pareció
que era la voz de Trifaldi
sonándome en los oídos.
Pero no dejaré de andar
advertido en adelante,
a ver si descubro otra
señal, que revele mí
sospecha, o la desfaga.
- Así, pues, lo has de hacer,
-le contestó don Quijote-,
dándome aviso de todo.
En defensa de los pobres,
remediando injusticias
con las mayores pericias,
a huérfanos amparar,
protegiendo a las viudas,
para darles sus ayudas
y los tuertos desatar.
Sancho salió acompañado
de mucha gente y vestido
de letrado y encima
un gabán que era muy ancho,
de chamelote leonado,
de aguas, con una montera
y en un macho a la jineta.
Iban por orden del duque,
el rucio ornamentado
y jaeces jumentiles.
De cuando en cuando volvía
la cabeza, Sancho, a ver
el asno, si iba contento
al verle en su compañía,
que ni por el emperador
de Alemania, le se trocara.
Se despidió de los duques,
tomó bendición del amo;
con lágrimas se la dio
y, Sancho, con pucheritos.
- Venga ya vuestra merced,
a cenar que, el duque ya
estará, pues, esperándonos
-le decía la duquesa-,
y acuéstese que es el viaje,
a Candaya no es corto
y tenga algún molimiento.

- Ninguno siento, señora,
porque osare yo jurar,
que en mi vida he subido,
en bestia más reposada,
ni que tenga mejor paso,
que ha tenido Clavileño
ni lo que le ha movido
o porqué a Malambruno
deshacerse del caballo
tan gentil y tan ligero,
tan noble cabalgadura,
y abrasar sin mas ni más,
- Lo que fuere poco importa,
-le replicó la duquesa-,
lo que ha quedado bien claro,
pues, es el valor que tiene
Don Quijote de la Mancha,
quien eterno quedará.


CAPÍTULO XLV.
Don Quijote para sí,
se lamenta de la ausencia
del gran gobernador, Sancho,
y se decía: sin tu
yo me siento muy confuso,
tibio y desmazalado.

Llegó, sancho, a un lugar,
Con vecinos hasta mil,
que era de los mejores,
que el duque por allá tuvo.
Le dieron así, a entender
que se llamaba, la ínsula
Barataria, por barato
que le resultó el gobierno.

A las puertas de la villa,
sale el pueblo a recibirle
un grupo del regimiento,
tocaron pues, las campanas,
dieron todos los vecinos,
las muestras de su alegría,
y con pompa le llevaron
a dar gracias a la Iglesia,
con ceremonias ridículas,
allí le entregaron las llaves,
del pueblo con perpetuo,
gobernador de la ínsula,

El traje, gordura, barbas,
del nuevo gobernador
con su mucha pequeñez,
admiradas les tenía,
a los que aún no sabían,
el busilis de aquel cuento.
Le llevaron a la silla,
del juzgado, le sentaron;
el mayordomo del duque
le dijo.
- Aquí es costumbre
que el nuevo gobernador,
responda a las preguntas
dificultosas, que sean,
y así el pueblo toma el pulso,
del ingenio de su nuevo
gobernador: se entristece
o alegra de su venida.

En el juzgado entraron
Dos hombres, uno vestido
de labrador, y de sastre
el otro, porque traía,
las tijeras en las manos.

- Yo, señor gobernador,
y este hombre labrador,
que venimos ante vuestra
merced, en razón que este
buen hombre, llegó a mi tienda;
yo soy sastre examinado,
y poniéndome delante
un buen pedazo de paño,
en las manos, preguntó:
- ¿Habría, en este paño,
señor, harto para hacer
una caperuza? Yo
tanteo el paño y respondo:

- Si.
Pero él con malicia,
y pensando en el hurto,
me dijo si del sobrante,
hacer otra caperuza,
puedo; yo le adiviné
el pensamiento sí, dije.
Y, él añade caperuzas,
y yo contesto que síes
hasta llegar a las cinco,
y ahora no quiere pagar,
antes quiere, que le vuelva
el paño o se lo pague.

- ¿Todo es así, hermano?
-le preguntó, Sancho Panza.

- Si, señor, -responde el hombre-,
pero vuestra merced hágale
que muestre las caperuzas.
- De buena gana -le dijo
Sacando ya incontinente,
mostró en la mano las cinco
caperuzas que le hizo,
puestas en los cinco dedos-,
y por Dios, no me he quedado,
de lo que me dio, con nada.

Después de considerarlo
el nuevo gobernador,
Sanchito, dijo muy sensato:
. En este pleito, paréceme,
no ha largas dilaciones,
sino a juicio de buen varón,
sin que se haya recurrir,
a las leyes por sentencia,
pues que las hechuras pierda,
el sastre y el labrador,
el paño; las caperuzas
que se lleven a los presos,
de la cárcel, y no más.

Se presentan dos ancianos;
una caña uno trae
por báculo, y él sin báculo,
dijo:
- Señor, este hombre
bueno, pues días atrás,
yo le presté diez escudos,
de oro, en oro, por hacerle
a él por placer, y buena
obra, con la condición,
de que las volviese cuando
por mí ya se las pidiese,
Pasáronle muchos días,
sin pedírselos por no
ponerle, pues, en mayor
necesidad de volvérmelos,
que la que él tenía cuando
yo le presté los escudos.

Al ver que se descuidaba,
en la paga se los pido
una vez de muchas veces,
no sólo él me los vuelve,
sino que también los niega
que yo se los presté, dice;
y que si los diez escudos,
se los presté, devolvió
con toda seguridad;
mas yo no tengo testigos,
ni del préstamo ni vuelta.
Quiero que vuestra merced,
le pida pues juramento;
si jurase los ha vuelto,
yo se los perdono aquí,
y para delante de Dios.

- Y, ¿qué decís vos a esto
señor buen viejo del báculo?
Dijo así, Sancho. Y así dijo
pues, a esto el otro viejo:
- Yo, señor, confieso que
los escudos me prestó,
y baja vuestra merced
la vara, pues él lo deja
en mi juramento, juro
como se los he devuelto,
El gobernador la vara
baja, y al otro da el báculo
como que le embarazaba.

Y luego, puso la mano
sobre la cruz de la vara,
diciendo que era verdad,
que se le había prestado.

Mas él los había vuelto
de su mano a la suya.
El gran gobernador viéndolo,
al acreedor pregunta,
lo que su contrario dice,
a lo cual él contestó,
que sin duda su deudor,
Debía decir verdad
porque por hombre de bien,
buen cristiano le tenía,

Le vuelve a tomar el báculo
y bajando la cabeza
del juzgado se salió.
Mas, visto lo cual por Sancho
que sin más ni más se iba,
paciencia del demandante,
se quedó muy pensativo,
y así, poniéndose el dedo,
el índice de la mano
derecha sobre las cejas,
estuvo un pequeño espacio.
Levantando la cabeza
ordenó que le trajesen,
al que era el viejo del báculo.
Trujéronselo y dijo:
- Ese báculo, pues, dádmelo,
del que me es menester.
- Señor, de muy buena gana,
y tomándoselo, Sancho,
se lo dio al otro viejo.

- Andad con Dios, vais pagado.
- Yo, señor -respondió el viejo-,
¿pues vale esta cañaheja,
ya, los diez escudos de oro?
- Sí -dijo el gobernador-,
si no soy el mayor porro.
Y ahora se verá si tengo
para gobernar caletre,
y no solo una ínsula,
sino también todo un reino.

Y mandó que allí delante,
de todos, ya se rompiese,
y abriesen la caña. Hízose
así, y en su corazón
hallaron los diez escudos.

Quedan todos admirados
y, a su gobernador tienen
por un nuevo Salomón.
Luego entró una mujer,
fuertemente asida a un hombre,
vestido de ganadero,
que venía dando voces,
- Justicias quiero justicia,
del señor gobernador,
t si no hallo en la tierra,
iré yo a buscar al cielo.

Este, señor, me cogió
en mitad de ese camino,
y de mí se ha aprovechado,
como un trapo mal lavado
robando lo que tenía,
guardado he veintitrés
años y bien defendido,
de moros y de cristianos,
naturales y extranjeros.

Dura como un alcornoque,
conservándome entera
como la salamanquesa,
en el fuego o la lana,
en las zarzas, para que este
buen hombre, llegara ahora
a manosearme el cuerpo
con sus manazas bien limpias,
- Eso hay que averiguar
si tiene limpias o no,
las manos este galán,
-muy bien dijo, Sancho Panza.xxxxxxxxxx
Estando todo turbado,
aquel buen hombre, responde:

- Señor, yo soy un pobre
ganadero de ganado
de cerda, y de vender
salía de este lugar,
y con perdón sea dicho,
cuatro puercos me llevaron
alcabalas, socaliñas,
(impuestos y comisiones)
poco menos que valían,
cuando al volver a mi aldea,
topé con esta mujer,
el diablo todo lo añasca
hizo que juntos yogásemos,
paguele lo suficiente,
y asió de mi mal contenta,
y hasta aquí no me ha dejado.
Dice que la forcé: miente.
Esta es toda la verdad,
sin fallar meaja alguna,

En esto el gobernador
preguntó muy justamente,
si traía algún dinero,
en plata dijo que sí,
- Veinte ducados tenía,
en el seno, en una bolsa.
Le mandó que la sacase
y la entregase, así,
tal como la bolsa estaba
a la mujer querellante,
y temblando lo hizo así.
La mujer tomó la bolsa,
y haciendo mil zalameas
a todos y a Dios rogando,
por la vida y salud
del nuevo gobernador,
el cual miraba por huérfanas,
menesterosas, doncellas.

Del juzgado se salió
mirando si eran de plata
las monedas que llevaba.
Cuando apenas salió, Sancho,
dijo al pobre infeliz:
Id tras aquella mujer,
y quitadle esa bolsa
aunque ya ella no lo quiera.

Y con la bolsa volved,
y no lo dijo a un bobo
ni a un sordo, porque luego,
salió como un rayo y fue
a lo que se le mandaba.

Todos estaban suspensos,
en espera de aquel pleito,
más que nunca, los dos vuelven, agarrados a la bolsa,
con la saya levantada,
y la bolsa en el regazo.
Por ella el hombre pugnando
mas no le era posible,
como ella defendía
y venía dando voces:
este desalmado hombre
me quiere quitar la bolsa,
que vuestra merced, me dio.

- ¿Y vos habéisla quitado?
- ¿Cómo quitar?, -respondió-,
antes me dejara yo,
que me quitaran la vida-
que me quitasen la bolsa.
Otros gastos me han de echar,
que no este desventurado.
- Ella tiene razón -dijo-,
y me doy por rendido.

El gobernador entonces,
dijo a la mujer:
- Mostrad, mujer honrada y valiente
esa bolsa.
- Ella dio
luego al gobernador,
quien se la volvió al hombre,
y dijo a la esforzada,
y no forzada mujer:

- Hermana, mía, si el mismo
aliento y valor que habéis
puesto para defender,
con este vuestro dinero,
y si perder no queréis,
no yogar en adelante,
con desvergonzada alguna.
Admirados quedan todos,
de los juicios y sentencias,
del nuevo gobernador.
Por el coronista fue
escrito para enviar
a los duques que esperaban.


CAPÍTULO XLVI.
Canciones de Altisidora,
no le dejaron dormir,
levantóse y se vistió
dejando las blandas plumas
y nonada perezoso,
su acanuzado vestido,
y sus botas se calzó,
para encubrir la rotura
de sus medias; arrojose
por encima su mantón
de escarlata, y se puso
la montera en la cabeza
de terciopelo de verde,
guarecida pasamanos
de plata, pues se colgó
así, tahalí de sus hombros.
con su tajadora espada,
asió un rosario consigo,
que de continuo traía,
y con gran prosopopeya
y contoneo, salió,
ya por una galería,
al pasar aposta estorban,
esperando Altisidora,
y la doncella su amiga,
así, que ve a don Quijote
desmayose, Altisidora,
fingiendo y recogió
presto su amiga en sus faldas.
Don Quijote que lo vio
llegándose a ella le dijo:
- Ya sé yo de que proceden,
- No sé yo de qué -le dijo
la amiga-, que Altisidora,
es la doncella más sana,
que hay, de toda esta casa.

- Esta noche en mi aposento,
haga ya vuestra merced,
que se me ponga un laúd,
que yo la consolaré,
lo mejor que yo pudiere,
a doncella lastimada,
que en principios amorosos,
los desengaños primeros,
suelen ser buenos remedios.
Eran ya las once horas,
de la noche, cuando encuentra
Don Quijote una vihuela,
en su aposento; templola,
escupió, y, remendose
el pecho, y con la voz
ronquilla, aunque entonada,
cantó el siguiente romance,
que había él compuesto:
Suelen las fuerzas de amor,
Sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento,
la ociosidad descuidada.

Suele el coser y labrar,
el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno,
de las amorosas ansias.
Las doncellas recogidas,
que a ser casadas aspiran,
la honestidad es la dote,
y voz de sus alabanzas.
Termina así, el romance: Dulcinea del Toboso,
del alma en la tabla rasa,
tengo pintada de modo,
que es imposible borrarla,
de firmeza en los amantes,
es la parte más preciada,
por quien hace amor milagros,
Y a sí mismo los levanta.
Al finalizar el canto,
de un corredor que caía
aplomo sobre la estancia,
que reposa don Quijote,
descolgaron un cordel,
atados a él cencerros,
y buen número de gatos,
con cencerros a la cola.
Por la reja allí entraron,
maullando, al apartamento,
con la espada don Quijote,
a cuchilladas a un gato
hizo que este, en su rostro
agarrase en la nariz,

Preocupaba a los duques
de la broma el resultado,
y en auxilio del Quijote,
van con las llaves maestras;
de las narices le arrancan
aquel endiablado gato,
fuertemente con las uñas,
agarrado a las narices.
Cuando el gato escapó,
le dejó a don Quijote,
el rostro como una criba.
Don Quijote, despechado,
por no dejarle tener,
la batalla con los gatos.

Hicieron traer aceite
de Aparicio, y la misma
Altisidora, con manos
blanquísimas bien le puso,
unas vendas por el rostro,
tan malherido del gato;
la doncella en voz baja:
- Todas estas malandanzas,
suceden, empedernido
caballero del pecado,
de dureza y pertinacia,
que conmigo has tenido.

Y plega a Dios que el buen, Sancho,
se le olvide azotarse,
y no salga de su encanto,
tan amada _Dulcinea
no llegues con ella al tálamo,
mientras viva, que te adoro.
Don Quijote suspìró
más no le dijo palabra.
Quedaron muy pesarosos,
los diques porque saliera,
la burla a don Quijote,
aquel mal resultado,
que costó a don Quijote,
cinco días encerrado
y de cama, donde otra
aventura más gozosa,
le sucedió en el castillo.



CAPÍTULO XLVII.
Desde el juzgado llevaron
a Sancho a un suntuoso
palacio que en una sala
grande había una mesa.
Así como, Sancho entró
en la sala, allí sonaron
chirimías, y salieron
cuatro pajes que le dieron
por costumbre el aguamanos,
y que, Sancho, recibió,
con su mucha gravedad.

Cesó la música y sentose,
Sancho, en la cabecera,
por no haber ya más asientos.
Púsose a su lado en pie,
quien luego resultó ser,
médico con su varilla.
De ballena en la mano.
Levantaron blancas toallas,
las que cubrían las frutas,
y muy diversos manjares.
La bendición echó uno,
que parecía estudiante,
y un paje le puso a, Sancho,
un buen babador randado,
(un babero con las cintas
para sujetar al cuello).

Quien de maestresala hacía
delante de, Sancho, puso
un plato de futa, pero
apenas hizo un bocado
cuando el de la varilla,
que dio con ella en el plato,
de delante lo quitaron,
muy aceleradamente,
le llegó al maestresala,
otro de otro buen manjar;
antes que gustase, Sancho,
el médico con la varilla,
de nuevo tocó en el plato.

Y un paje volvió a quitar;
y visto lo cual por, Sancho,
preguntó si el juego era,
el del maesecoral,
(O sea, juego de manos),
-respondió al de la vara-.
- No se ha de comer, señor
gobernador, sino es uso
y costumbre en otras ínsulas,
donde hay gobernadores.

Soy médico de esta ínsula,
y aquí estoy asalariado,
y ser del gobernador,
y que al tiempo aquí hubiere,
y miro por su salud.

Mucho más que por la mía,
pues, estudiante de noche
y de día tanteando
la complexión del señor.
para acertar a curarle,
cuando cayere enfermo,
de las comidas, y cenas
asisto para defenderle,
que le conviene quitarle
lo que imagino hace daño,
y ser nocivo al estómago.
Manda quitar el de frutas,
por ser el plato tan húmedo
y el del manjar muy caliente,
y tener muchas especias,
pues acrecientan la sed,
y el que mucho bebe mata,
el húmedo radical
donde consiste la vida.

- De esa manera aquel plato
de perdices sazonadas,
bien, no me harán daño.
Y el médico respondió:
- El señor, no comerá,
en tanto yo tenga vida.
- Pues, ¿y por qué? -dijo, Sancho,

Y a responder volvió el médico:
- Por nuestro maestro Hipócrates,
norte de la medicina,
en un aforismo suyo
que dijo: Omnis naturtio,
malas son pirdicis, autem
pessima; quiere decir,
que toda hartazgo es mala,
pero las de las perdices
malísima. Dijo, Sancho:
- Si eso es así, pues vea
el señor doctor, de cuantos,
manjares hay en la mesa,
cual de ellos me hará provecho,
y cual de ellos menos dañó,
y déjeme comer de él,
sin que me lo apalee.

Con esa fiera varilla,
por vida de mi gobierno,
y que la deje gozar.

- Y tiene vuestra merced,
mi señor gobernador,
-el médico le responde-,
y, así, pues, no coma
esos conejos guisados,
de difícil digestión;
si la ternera no fuera
tan asada ni en adobo,
aún le pudiera probar,
pero así, no hay para qué,

- Aquel platonazo está
más aquel delante vahando,
parece olla podrida,
que por la diversidad,
de cosas que en ella hay
no dejaré de tomar,
con alguna de provecho
que además me guste a mí.
- Absténgase -dijo el médico-,
lejos tan mal pensamiento,
cosa en el mundo no hay
de peor mantenimiento.
Queden para los canónigos,
o rectores de colegios,
o bodas labradorescas,
y dejen libres las mesas,
pues, de los gobernadores;
donde ha de asistir todo
primor, toda atildadura.
(Todo ello bien cuidado)

Yo sé lo que ha de comer,
,el señor gobernador,
a conservar su salud,
y corroborarla es
un ciento de cuartillos,
y tajadicas sutiles,
de la carne de membrillo,
que le sienten el estómago,
y ayuden la digestión,

Oyéndole esto, Sancho,
al espaldar de la silla,
se arrimó, y miró de hito
en hito, a ese tal médico,
y preguntó, con voz grave,
que como era su nombre,
y donde había estudiado,
a lo que él respondió:
- Yo, señor gobernador,
me llamo, pues, Pedro Recio,
de Agüero, y natural
del llamado Tirteafuera.

Entre Almodóvar del Campo,
y Caracuel, doctorado
en la Universidad de Osuna,
(No tenía facultad
de Medicina por cierto).

A lo que respondió, Sancho,
todo encendido de cólera,
- Pedro Recio mal Agüero,
luego delante quíteseme,
si no que tome un garrote,
y no me ha de quedar médico
que si estos fueran más sabios,
honraré como personas,
divinas. Vuelvo a decir:

Se me vaya Pedro Recio,
o estallaré en la cabeza
de él esta silla mía.
Los dos estaban coléricos,
cuando sonó una corneta,
y dijo el maestresala:
- Correo viene del duque,
despacho debe traer.
A Sancho, en la mano dieron,
pliego sacado de seno,
, Sancho, al mayordomo
a quien mandó que leyese;
el sobrescrito decía
así: A Sancho Panza,
gobernador de la ínsula,
Barataria, en su propia
mano, o del secretario.
Oyéndolo, Sancho, que dijo:
- ¿Quién es hoy mi secretario?-
- Yo, señores, sé leer
y escribir, soy vizcaíno,
-dijo uno de los presentes.

- Abrid ese pliego y mirad
ya, lo que en él se contiene.
Y el nacido secretario,
Leído lo que decía
dijo, pues, que ese negocio
es para tratarle a solas.

Mandó, Sancho, despejaran
la sala, que no quedasen
más que el mayordomo, como
con el maestresala, y otros
con el édico se fueran,
El secretario leyó
lo que la carta decía.

A mi noticia ha llegado,
ya, señor don Sancho Panza,
que unos enemigos míos,
y de esa ínsula, la han
de dar asalto furioso,
no sé que noches conviene,
velar y estar allí alerta,
y que desapercibido
no le tome el enemigo.
Sé también, de estos sucesos,
por espías verdaderos
que han entrado en el lugar,
con disfraz cuatro personas
para quitaros la vida,
porque temen vuestra mano;
abrid el ojo y mirad,
quien es el que os llega hablar
no se os ocurra comer,
de cosas que se os presenten.

Socorrer tendré cuidado,
si os viere en el trabajo,
y lo haréis como se espera,
de vuestro entendimiento
de nuestro hermoso lugar,
a las diez y seis de agosto,
a cuatro de la mañana,
soy vuestro amigo el duque.
Quedó atónito, Sancho,
y mostráronlo quedar,
los circunstantes, volviéndose,
al mayordomo le que dijo:

- Lo que ahora se ha de hacer,
al calabozo meter
al que es doctor Pedro Recio;
si alguno me ha de matar,
sin duda él ha de ser,
con una muerte adminicula,
como la de la hambre pésima.
- También -dijo el maestresala-,
no debe comer de esta mesa,
porque aquí han presentado
unos manjares y se suele,
decir, detrás de la cruz,
anda el diablo espiando,

- No lo niego -dijo Sancho-,
por ahora, dénme pan
y con cuatro libras de uvas,
no puedo estar sin comer,
y más con estas batallas;
tripas llevan corazón,
y no corazón a tripas,

Entró un paje y les que dijo:
- Un labrador negociante,
hablar a vuestra merced
quiere de un negocio, dice,
de muy extraña importancia.

- Extraño caso es éste,
-le contestó, Sancho Panza-,
mas adviertan que no sea
espía o matador.

-No hay señas por qué temer
-dijo el mayordomo a Sancho-,
que estamos todos aquí.
El labrador le pintó
como sería su nuera,
y como estaba su hijo
de ella muy enamorado,
y él, más bien endemoniado,
si señor gobernador.
- ¿Y qué otra cosa queréis?

- Quiero que vuesa merced,
de trescientos a seiscientos
ducados, me diera para
dote de mi bachiller
para ayuda en poner
su casa como casados.
- - Pues mirad si queréis casa,
alguna -le dijo, Sancho-,
no lo dejéis por empacho,
de pedir o por vergüenza.
- - No por cierto -respondió.

Dijo apenas esto, cuando
puesto en pie el gobernador,
asió de la silla suya.
- Voto a tal, don patán -dijo
el señor gobernador-,
listico y tan malmirado,
si no os apartáis de mí,
y apartéis de mi presencia,
que con esta silla os rompa,
y os abras en dos la cabeza.
Hideputa más bellaco
pintor del mismo demonio.
¿Y dónde los tengo yo?
¿Y porqué había de dar?



CAPÍTULO XLVIII.
Don Quijote malferido,
además estaba mohino
muy vendado y señalado,
no por la mano de Dios,
si por las uñas de un gato;
desdichas que son anejas
a caballería andante
desvelado y pensativo,
de la acción de Altisidora,
sintió que con una llave,
abrían en su aposento;
imaginó que la doncella,
enamorada venía,
a trabar su honestidad,
y poner en condición,
y faltarle a la decencia
que a Dulcinea debía.

- Ni la mayor hermosura,
de la tierra es capaz,
de que deje de adorar,
a la que tengo grabada,
en mitad del corazón.
Sobre la cama de pie,
muy tapado con la sábana
amarillo y vendado,
un fantasma parecía.

Por la puerta vio entrar
como si fuera una maga,
con una vela en la mano;
Don Quijote la miró,
desde su atalaya cuando,
la vio bien con su adeliño,
y notando su silencio,
pensó venía una bruja.

Y comenzó a santiguarse,
pensando le iba hacer daño,
y si él quedó medroso,
ella se quedó espantada
al ver en él su figura
dio una gran voz diciendo:

- ¡Jesús! ¿Qué es esto que veo?
Tropezó precipitada
en las faldas tan a oscuras,
que se cayó el candil.

Temeroso don Quijote
también comenzó a decir:
- Fantasma yo te conjuro,
que me digas tu, ¿quién eres?
Si eres alma en pena dímelo
que haré por ti lo que pueda,
pues soy cristiano católico,
y amigo de hacer a todos
el bien que mis fuerzas puedan;
que para ello tomé
La andante caballería
Que hace tiempo que profeso;
mi ejercicio hasta hacer
el bien que también alcanza
a ánimas del purgatorio.
Coligió de su temor,
el temor de don Quijote.
Con voz afligida y baja,
medrosa aún respondió:

- Sí acaso, vuestra merced,
es el mismo don Quiote,
fantasma yo no lo soy,
ni alma soy de purgatorio,
pues doña Rodríguez soy,
la dueña de la duquesa,
con una necesidad
de las que vuestra merced,
suele remediar, yo vengo.
- Señora Rodríguez, dígame,
-así dijo don Quijote-.
¿Vuestra merced por ventura,
viene hacer de tercería?
(De celestina, entiéndase)

- ¿Recadera, señor mío?
-le dijo doña Rodríguez-,
yo de nadie; me conoce
ya muy mal vuestra merced,

pues aún no estoy en edad,
de hacer esa niñería,
y en la boca tengo dientes,
salvo los que se llevaron,
los catarros en la tierra
de Aragón, tan ordinarios.
La vela por mí encendida,
he de volver a contarle
mis cuitas; remediador,
tal como vuestra merced,
es de todas las del mundo.

La dueña, salió a encender
la vela y él sosegado,
quedó hablando para sí,
al sobrevenirle tantos
pensamientos de la nueva,
aventura al pensar,
que se ponía en peligro
de romper a su señora,
la fe que le ha prometido,
y para sí se decía:

-¿Quien sabe si el diablo es
muy sutil y tan mañoso
querrá engañarme con una
dueña, lo que no ha podido
emperatrices, ni reinas,
ni duquesas, ni marquesas?

Muchas veces he oído,
que si el diablo puede dártela
antes os la dará roma
que aguileña. ¿Y quien sabe
si esta soledad, silencio,
despertara mis deseos,
y haga que venga a caer
al cabo de estos mis años,
¿Pues dónde he tropezado?
Con esto quiso cerrar
la puerta por que no entrara
la dueña la cual volvía
con una vela encendida.

Al verle a don Quijote
ya levantado y envuelto
en la colcha, con galocha
y con las vendas, temió
como la otra vez , y que dijo:
- Señor, estamos seguras,
pues no tengo muy honesta
señal, esté levantado,
de su lecho.
- Eso mismo
digo de vuestra merced,
bien está que le pregunte
si estoy seguro de ser
acometido y forzado.
Mas todos se sosegaron
y contó todas sus cuitas,
pues, la señora, Rodríguez,
que si era viuda lo fue,
porque murió su marido
y su hija fue forzada
por hijo de labrador
rico del mismo condado,
y que el duque no hacía caso
de sus muy continuas quejas
para que fueran casados,
que mi hija muy bella es,
y ni Altisidora ni otra
le llegaban al zapato;
que tenía la duquesa
una gran fuente de humor.
Dicen que oyen las paredes
y en esto un fuerte golpe
con lo que las puertas se abren.

Del susto la vela cae,
de la mano de la dueña,
todos a oscuras se quedanron,
Unas fuertes manos cogen,
fuertemente la garganta,
de la tan pobre señora,
doña Rodríguez, le impìden
suban sus faldas y azoten,
no más de una media hora.

Don Quijote silencioso,
no hace frente al fantasma,
pues dejados los azotes,
arremeten contra él.
le quitan la colcha y sábana,
le pellizcan a menudo,
y tan recio, que no pudo,
ya dejar de defenderse,
a puñadas y en silencio.
Se salieron los fantasmas,
recogió doña Rodríguez,
y quien sudó sus desgracias,
se sale puertas afuera,
Don Quijote dolorido,
pellizcado y pensativo,
quedó solo temeroso.



CAPÍTULO XLIX.

Al gobernador dejamos,
enojado y mohino,
con el labrador pintor,
del mayordomo industriado,
y el mayordomo del duque,
se burlaban del buen, Sancho,
pero él se las tenía
tiesas, les hacía enfrente
a todos, maguera tonto,
bronco y rollizo, les que dijo:

- Ahora verdaderamente,
entiendo deben de ser,
jueces y gobernadores,
o de bronce moldeados,
pues, para importunidades,
de los que son negociantes,
para que ya les escuchen
atendiendo a su negocio.
Todos que le conocían
a Sancho, todos le admiran
oyéndole hablar bien,
y tan elegantemente.
No saben a qué atribuirlo,
sino que oficioso y cargos,
graves que les capacita,
o falla su entendimiento.

Entra el doctor en la sala,
Pedro Recio del Agüero,
le promete ha de comer
pese a aforismos de Hipócrates.
Así dieron de cenar
un buen salpicón de vaca
con cebollas, unas manos
de ternera bien cocidas.

Con más gusto lo comía
que si dieren francolines
de Milán; buenos faisanes
de Roma; o de Sorrento
la ternera; de Morón
perdices; o de Labajos
gamos. En la cena dijo
luego, Sancho:
- Pues mirad
que de aquí en adelante,
señor doctor, no os curéis
en darme pues, a comer,
tales cosas regaladas,
ni manjares exquisitos,
sacaría a un estómago,
de quicio, ya acostumbrado
a cabra, vaca y tocino;
comer cecina con nabos.

Y así, acaso, le dan otros
manjares de los palacios.
los recibe con melindres
y en ocasiones con asco.
- Estoy admirado como,
-le respondió el mayordomo-,
nos habla vuestra merced,
siendo que es hombre sin letras,
diga tantas sentencias,
tan fuera de lo esperado,
Cada día se ven cosas
nuevas, en el mundo: burlas
que se convierten en veras,
y burladores burlados.
De ronda aderezáronse.

El mayordomo salió
con Sancho, y el maestresala,
secretario y coronista
quien tenía ya cuidado
pues, de poner en memoria,
los hechos de aquel gobierno;
alguaciles y escribanos,
tantos como un escuadrón;
todos muy secretamente.
Iba, Sancho, con su vara,
en medio, ya que no había,
más que ver. Y pocas calles
andadas de aquel lugar.
Las cuchilladas sintieron,
allá acudieron y hallaron
que solo eran dos hombres,
que riñendo se encontraban
por unas deudas de juego,
a lo que, Sancho, afirmó,
que los garitos de juego,
los iba ya, a suprimir,
pues hacían mucho daño.
Siguió la ronda nocturna,
y entre otros avatares
uno tuvo con persona,
que yendo vestido de hombre,
que no era sino mujer.

Se desesperaba, Sancho,
por la tanta dilación,
que tenía la doncella
en contarle sus desgracias.

Con mal formados suspiros,
que dijo:
- No es otra desgracia
ni mi infortunio es otro
que haber pedido a mi hermano,
que me vistiera como hombre
que me sacara una noche,
a conocer algo el pueblo
le convencí al final,
que me libere del encierro
que mi padre me tenía
desde que murió mi madre.
Y él se puso mi vestido,
Todo en una niñería
se quedó; pero es que, Sancho,
bien le viene al pensamiento,
casar al hermano con
su Sanchica; el maestresala,
de la hermana enamorado,
la ronda así terminó.



CAPÍTULO L.

La dueña que dormía
con la señora Rodríguez
la sintió salir callando
y marchar al aposento,
del famoso don Quijote,
a la duquesa contó,
lo que había oído y visto.
La duquesa con la venia
del duque y Altisidora,
va al lugar de don Quijote,
donde quedan escuchando.
Lo que los dos allí hablan.

Oyendo aquí la duquesa,
que la señora Rodríguez
sus fuentes sacó a la calle,
como fuentes de Aranjuez.
Arremete con su cólera
de fuerte golpe la puerta,
azotando a su dueña,
pellizcando a don Quijote.
,Afrentas que van derechas
contra la hermosura de ellas,
les despierta a las mujeres
muchas ansias de venganza.

La duquesa despachó
a su paje con la carta,
que ella tenía de, Sancho,
a entregarla a su mujer,
con la sarta de corales,
y la ropa que mandaba,
Sancho a Teresa Panza,
que es su mujer y a Sanchica,
su queridísima hija.

Salió Teresa de casa,
con la sarta de corales,
en el cuello. Y en las manos
tañendo las cartas iba
como si fuera un pandero,
a contárselo al cura,
y encontrándose también,
con el bachiller Carrasco,
comenzó a bailar diciendo,
disparates a mansalva.
El cura le preguntó:
- ¿Qué es esto, Teresa Panza?
-¿Pero qué locura es esta=
¿Y qué papeles son esos?
- Pues no es otra la locura,
que estas cartas de duquesa
son, y de gobernadores.
El cura leyó la carta,
y admirados se miraron,
y los corales tocaron,
Sansón Carrasco, y el cura.
Deciden ir con el paje
de regreso a Aragón.
a la noche de la ronda,
en el día que amanece,
en el que se levantó
el señor gobernador.+




CAPÍTULO LI..
El médico Pedro Recio,
le dio de desayunar,
una ración de conserva,
cuatro tragos de agua fría,
la que troca, Sancho Panza,
con un pedazo de pan.
y con un racimo de uvas.

Viendo que era fuerza aquello,
más que fuera voluntad,
con harto dolor del alma,
y fatiga del estómago,
creer le hizo Pedro Recio,
si los manjares son pocos,
y son delicados, hacen
pues, avivar al ingenio,
de los que tienen oficio,
y mandan sobre personas,
donde han de aprovechar,
fuerzas del entendimiento.
Con esta sofistería,

Sancho, padecía hambre,
y maldice en su secreto,
el gobierno y más aún,
a quien se le había dado;
pero con hambre y conservas. Aquél día a juzgar
se puso y lo primero
que se le ofreció fue una
pregunta de un forastero:

- Dividía un caudaloso
río, dos terrenos de un
mismo dueño; mas es
vuestra merced, bien atento,
que el caso es dificultoso,
y de bastante importancia,
sobre este río; tenía.
una puente y al final,
una horca y una casa,
de audiencia en la que cuatro
jueces, los que allí, juzgaban
la ley que allí puso el dueño,
de aquel río de la puente;
Señorío que era así
Si alguno pasa por esta
puente de una a otra parte,
primero ha de jurar,
diga a donde y, a que, va
déjenle pasar y sí
dejese mentira, muera
allí en la horca ahorcado,
sin alguna remisión.
Sucedió que, juró un hombre
que en la horca iba a morir,
y que no iba a otra cosa.
Repararon bien los jueces,
en el juramento aquel.

- Si a este hombre le dejamos
pasar libremente, miente,
según la ley morir debe,
y si le ahorcamos, él dijo
en el juramento, que iba
a morir, luego verdad,
en la horca que está allí;
por la ley debe de ser
libre. Y, a vuestra merced,
se pide que harán los jueces,
que hasta ahora están dudosos,
quienes estando enterados
que tiene vuestra merced,
el señor gobernador,
elevado entendimiento,
enviaron a mí a que,
suplique a vuestra merced,
les diere su parecer.

A lo que respondió, Sancho:
- Pues, esos señores jueces,
pudieron ser escusados,
pues soy un hombre que tengo,
más de mostrenco que agudo;
pero con todo repítame,
otra vez ese negocio,
de modo que yo lo entienda,
con el hilo dar pudiera.
Volvió una vez y otra vez,
y el gobernador repite.
Así, es como el señor
gobernador nos ha dicho,
-dijo el mensajero a, Sancho.

- Digo que de aquella parte,
que juró decir verdad,
muy bien déjenle pasar,
y ahorquen, quien mentira dijo,
de esta manera se cumple
la ley al pie de la letra,
la condición del pasaje.

- Pues, señor gobernador,
-requirió el preguntador-,
se dividirá al hombre en dos:
una parte mentirosa,
y la otra verdadera;
si se divide, por fuerza,
ha de morir, y no se
conseguirá cosa alguna.
De lo que pide la ley.
- Buen hombre, venga acá,
o yo soy un porro, o él
tiene la misma razón
para morir que vivir,
y de pasar esa puente.

Esos señores, así,
dejan pasar libremente;
pues, siempre es más alabado,
quien hace más bien, que mal.
Y esto lo diera firmado,
de mi nombre si supiera
firmar. No he hablado mío,
si no oído a mi amo,
pues entre otros preceptos,
que me dijo, éste vino
de aquellos a la memoria,

- Así, es -el mayordomo
dijo-, que el mismo Licurgo,
quien, a los lacedemonios
les dio tantas buenas leyes,
no pudiera da mejor
sentencia que ha dado vos.
Y dio el mayordomo órdenes,
dieran de comer a Sancho,
lo que fuera de su gusto.
De conciencia, no matar
de hambre, a quien es discreto
y muy buen gobernador.

Recibió, Sancho, una carta,
del famoso don Quijote.
Se la leyó el secretario,
al que pidió escribiera
de respuesta a don Quijote,
La carta que le dictara.
En la carta don Quijote,
le indicaba más preceptos:
- Vístete bien, que compuesto
un palo ya no parece,
palo; mas yo no te digo,
que traigas dijes ni galas,
ni que siendo juez te vistas
de soldado, sino que,
te adornes con aquel hábito
que tu oficio lo requiere.

Visita plaza y cárceles
que esto gusta al pueblo ver,
y lo hacen sus gobernantes,
consolando a desdichados,
y, evitando carestías.
Mas no hagas muchas pragmáticas
las que hagas que se cumplan,
Sé padre de las virtudes,
y padrastro de los vicios.
No siempre riguroso,
ni tampoco seas blando,
y de estos escoge el medio,
que es punto de discreción.
Mira y remira, repasa
lo que te di por escrito.
Escribe ya a tus señores,
y muéstrate agradecido,
que la ingratitud es hija
de la soberbia, de los
mayores pecados que hay.
Siempre, sabes que es tu amigo,
Don Quijote de la Mancha.

En la carta a don Quijote,
Sancho, le cuenta sus cosas:
que hay doctor asalariado,
y se llama Pedro Recio,
que quiere matarle de hambre,
.
En el gobierno no tengo,
lugar ni para rascarme,
la cabeza, ni cortarme
las uñas ¡Y así, las traigo!

Anoche yendo de ronda,
topamos con dos muchachos;
uno mujer bien vestida,
de hombre, y el otro, su hermano,
vestido iba con ropa
de su hermana, que es bellísima;
mi maestresala de ella,
se enamoró y la quiere,
para mujer. Yo elegí
el mozo para mí, yerno.

Ayer visité la plaza,
como dice un precepto,
y encontré allí, quien vendía
mezclando las avellanas,
nuevas con las viejas vanas;
apliqué las avellanas
a niños de la doctrina,
y a ella no pisara plaza
por tiempo de quince días.
Y firmaba sin firmar.
De vuestra merced criado
Sancho Panza, su escudero.
Y señor gobernador,
de la ínsula Barataría,

Sancho, pasó aquella tarde,
haciendo las ordenanzas
tocantes al buen gobierno.

Lo que llamaba él ínsula.
Que no hubiere regatones
en aquellos bastimentos,
(no hubiere especuladores).

Declarando el lugar
del vino que entrase allí,
para ponerle su precio,
según su estimación fuera,
su fama y bondad del vino,
quien lo aguase y mudase,
su nombre que, castigado
así, perdiese la vida.
Moderó el precio de todo,
calzado principalmente.
Puso tasa en los salarios,
de los criados que a rienda
suelta, por el interés.
Y puso penas durísimas,
a los cantores lascivos,
fuera de noche o de día,

Ordenó que ningún ciego
cantase en copla milagro,
Son testimonio auténtico.
Alguacil hizo y creó
de pobres, no a perseguirlos,
sino para encaminarlos,
si la manquedad fingida,
y si era la llaga falsa,
andan los brazos ladrones,
y borracha la salud.
Ordenó cosas tan buenas,
que se guardan hasta hoy,
en el lugar y se nombran
las constituciones del
gobernador, Sancho Panza.


CAPÍTULO LII.
Estando ya Don Quijote
bien sano de los aruños,
le pareció que la vida,
que en el castillo tenía,
era contra toda la orden.
de caballería que,
profesaba y por ello,
determinó por pedir
su licencia a los duques.
A Zaragoza partió
cuyas fiestas ya llegaban
cerca, a donde pensaba,
ganar el arnés que allí
en las fiestas se conquista.

Fue la señora Rodríguez
con la hija, todas vestidas
de luto, que las cubría
de los pues a la cabeza
sin saber, pues, quienes eran.

Los duques no están al tanto,
licencia el duque la dio,
para hablar, a don Quijote:
que cumpliera, a éste pidió,
lo que había prometido,
de desfacer el entuerto,
que en su hija cometió
el hijo del labrador
rico, antes que de aquí
salgan según tiene dicho.

Con gravedad contestó,
y con mucha prosopopeya:
- Buena dueña templad vuestras
lágrimas, o por mejor
decir, enjugad y ahorrad
las que yo tomo a mi cargo
el remedio de la hija,
pues, no debió de ser fácil,
en creer de enamorado
sus promesas, sin más freno,
que ninguno tuvo en ello.

Y siendo mí profesión,
perdonar a los humildes,
y castigar a soberbios,
iré a buscar a ese hijo.
- No es menester -dijo el duque-,
se ponga, vuestra merced
a buscar a ese villano,
déjeme a mi cargo hacerle
saber vuestro desafío.
En esto entró el paje
con las cartas de Teresa,
para Sancho, y la duquesa.
Dio mucho gusto a todos,
leerlas, en lo que intervino
Don Quijote de la Mancha.




CAPÍTULO LIII.
Se fue el gobierno de Sancho,
se consumió como el humo.
Estando la noche séptima,
de los días de gobierno,
en cama, no harto de pan,
ni vino sino juzgando
y dar, así, pareceres,
y de hacer los estatutos,
con muchas de sus pragmáticas,
cuando el sueño a despecho
del hambre que ya pasaba,
comenzó a cerrar los párpados
tan gran ruido de campanas
oyó, y de muchas voces,

Como sí toda la ínsula
se hundía y estaba en pie.
Se levantó de la cama,
lleno de temor y espanto.

A la puerta de su estancia,
salió a tiempo que vio,
Venir por los corredores,
a más de veinte personas,
con las hachas encendidas,
y espadas desenvainadas,
con grandes voces gritando,

- ¡Armas, armas!, mi señor,
gobernador, que infinitos,
enemigos en la ínsula,
han entrado; y perdidos,
si vuestra industria y valor
no nos socorre contra ellos.
Estando embelesado
y atónito con el ruido,
con la furia y alboroto,
uno junto a él le que dijo:
- Vuestra señoría ármese,
si aquí no quiere perderse
y que todos nos perdamos.
- ¿Qué me tengo yo de armar,
-le respondió Sancho Panza-,
ni qué sé yo pues de armas,
ni de socorros? Son cosas
mejor que dejarlas, para
mi buen amo don Quijote,
que en dos paletas despacha,
y el cobro pronto pondrá,
Que yo fui a Dios pecador,
que de estas perdidas no sé.
-
¡Ah, señor gobernador!
-dijo otro-, ¿ Qué relente
es ese, para venir?
Ármese vuestra merced
que aquí le traemos armas,
defensivas y ofensivas,
y sálgase a esa plaza,
sea nuestro capitán
que le corresponde ser,
siendo gobernador, nuestro
- Pues, enhorabuena ármenme
-le respondió, Sancho Panza.

Y al momento le trujeron,
dos paveses que venían
bien proveídos de ellas,
y le pusieron encima
un pavés delante y otro
detrás, le sacan los brazos
por unas concavidades,
con unos fuertes cordeles,
y así, quedó emparedado,
le liaron bastante bien
y derecho como un huso,
sin poder doblar rodillas
sin moverse un sólo paso.

Le pusieron en las manos,
una lanza a la cual,
se arrimó a sostenerse,
en pie. Al tenerle así,
le piden que caminase,
les guiara y animase,
a todos, él siendo el norte,
su lanterna y su lucero
tendrán buen fin sus negocios.

- ¿Como de caminar tengo
desventurado de mí,
-presto les respondió, Sancho-,
que no puedo ni jugar
las choquezuelas de mis
rodillas? Lo cual impiden
estas tablas que cosidas,
tengo con mis propias carnes?

Llévenme en brazos y pónganme
atravesado o en pie
a guardar algún postigo
con la lanza o mi cuerpo.
- El señor gobernador
ande -dijo otro-, que más
el miedo es que las tablas,
le impiden que dé un paso,
acabe y ya, menéese
que es tarde y el enemigo
crece y aumentan las voces,
y el peligro tanto carga.

Y por tantos vituperios
el pobre gobernador,
probó, pues, a dar un paso,
y consigo dio en el suelo,
tan gran golpe que pensó
que se había hecho pedazos,
y quedó como un galápago,
encerrados y cubiertos
como estos en sus conchas.

Sin compasión de las gentes,
apagaron las antorchas,
y reforzaron las voces,
con tanta priesa pasaron
por encima del buen Sancho,
cuchilladas infinitas,
dieron sobre los paveses,
que si él no se encogiese,
como muchos en sus conchas,
muy mal lo pasara el pobre.
En él tropezaban unos,
y quien se quedaba encima,
desde allí arengaba
a ejércitos insulinos.

Remedio a Dios suplicaba,
su petición oyó el cielo
cuando menos lo esperaba,
oyó voces que decían:
¡Victoria, victoria, ya,
se retira el enemigo!
Vuestra merced pues, levántese,
y véngase a gozar,
del vencimiento habido,
a repartir el despojo,
tomado al enemigo,
por el valor de ese brazo.
- Levántenme -dijo Sancho.

Y ya, puesto en pie les dijo:
- El enemigo que yo
hubiese vencido quiero
que en la frente me lo claven,
ni repartir los despojos,
sino que me den un trago
de vino, que estoy muy seco,
y enjugarme este sudor.
Se vistió tan silencioso,
que todos, de él, esperaban
sus distraídas palabras.
Se fue a la caballeriza,
y llegándose al rucio
le abrazó y beso en la frente,
con lágrimas en los ojos,

le dijo:
- Venid acá
compañero amigo mío,
de trabajos y miserias,
y días de paz contigo,
no tenía pensamientos
otros, que los que me daban
cuidar vuestros aparejos,
y de poder sustentar,
vuestro débil corpezuelo;
Dichosas eran mis horas,
y mis días y mis años,
pero después que os dejé,
y subí sobre las torres,
de la ambición y soberbia,
se me entraron por el alma,
mil miserias, mil trabajos,
cuatro mil desasosiegos,
y enalbardando a rucio
dijo así al mayordomo,
secretario, maestresala,
a Pedro Recio, el doctor, y a quienes allí estaban:

- Señores abrid camino
y dejadme, ya, volver,
a mi antigua libertad,
dejadme vaya a buscar,
la vida tan bien pasada
para la que yo resucite,
de esta muerte que es `presente
Yo no nací para ser
Gobernador de una ´ínsula,
ni defensor de ciudades,
de enemigos que las quieran
acometer, y rendirla.

Mejor se me da a mí,
arar, cavar y podar,
i de ensarmentar las viñas
no dar leyes, ni provincias
ni los reinos defender.
Bien se está San Pedro en Roma,
quiero decir que bien está,
cada uno con su oficio
para el que fue pues nacido.
Mejor me esta una hoz
en la mano que un buen cetro,
de gobernador de ínsulas;


Quiero hartarme de gazpacho,
que estar sujeto a la miseria
de un médico impertinente,
que me mate así, de hambre,
mas quiero allí recostarme,
a la sombra de una encina,
en verano, y arroparme,
con zamarros de dos pelos,
en invierno, en libertad,
que sujeto a gobernar,
entre sábanas de holanda,
como vestirme de martas,
cebollinas, elegante,
(Quiere decir cebellinas).
Digan a mi señor duque:
que yo desnudo nací,
y así, desnudo me hallo,

Pues, que ni pierdo, ni gano;
quiero decir que sin blanca,
Empré en este gobierno,
y sin ella salgo de él,
salir los gobernadores,
revés de como suelen
apártanse y me dejen,
que me vaya a bizmar;
y creo tengo brumadas
merced a los enemigos,
todas mis pobres costillas.
que esta noche pasearon
sobre mí acuchillándome. Respondiendo el mayordomo:

- Mi señor gobernador,
de buena gana dejáramos
pero antes vuestra merced
se ausente ha de cumplir,
lo que los gobernadores
dar primero residencia
de los diez días que vuestra
merced está por aquí,
y ya a paz de Dios váyase
- Nadie la puede pedir,
-respondió el bueno de Sancho-,
sino es quien ordenó
que fue el duque mi señor
a quien la daré de molde,
Cuanto más salgo desnudo
esta es mejor señal,
para dar a entender,
que goberné como un ángel.

Todos le ofrecen ayuda
necesaria para el viaje,
sólo quiere el gran, Sacho,
cebada para su rucio,
medio queso y medio pan
que el viaje era corto.
No hay mejor repostería.

Todos ellos abrazáronle,
y él los abrazó llorando,
y a todos dejó admirados
así, de aquellas razones,
tan resoluta uy discreta,



CAPÍTULO LIV.

El desafío que hizo,
Don Quijote a tan vasallo,
el duque y la duquesa,
resolvieron que adelante
pasase, y puesto que el mozo
se había marchado a Flandes,
temiendo tener por suegra
a la señora Rodríguez.
En su lugar, ordenaron
un buen lacayo gascón,
que se llamaba Tosilos,
industriandole primero.

A don Quijote dijeron
que en cuatro días vendría,
el contrario, al desafío,
dio esto pues, gran contento.

En tanto le dejaremos
por ir en busca de Sancho,
que venía caminando
tan alegre como triste,
sobre el rucio a buscar,
compañía de su amo,
camino que iba,
con ayuda de bordones,
(Bastones para caminar),
vio que llegaban dos hombres
cantando: piden limosna
en lengua que no entendía.

Pero resultó que uno,
era pues vecino suyo,
ser Rocote el morisco.
Reconocidos los dos,
se abrazaron; y cauto
Ricote, su desventura,
desde que salió de allí,
por obedecer el bando,
De su Majestad el rey,
el que con cauto rigor,
Amenazaba los de mí
nación, según sabes ya,
(Trescientos mil expulsaron).
Ricote estaba de regreso,
al pueblo donde tenía
guardados buenos valores.

Ofreció a Sancho, doscientos,
ducados si con él iba;
entendió Sancho, que era
harta traición a su rey,
ni cuatrocientos ducados,
pagados allí al contado,
que en la mañana dejó
un gobierno que le daba,
muchas riquezas; no quiso
ser gobernador de ínsulas.
-¿Y donde está esa ínsula?
-Ricote, le preguntó.

- A dos leguas hacia allí.
- Las ínsulas, ¡por Dios! Sancho,
están todas en el mar.
- De gobernador, dejé
en la mañana la ínsula.
- Yo no quiero discutir,
- No temas de mí, Ricote,
Nunca te denunciaré.
Y los dos, pues, se abrazaron;
se despidieron, y Sancho,
montó en su rucio en camino
donde encontrar a su amo,
Don Quijote de la Mancha.




CAPÍTULO LV.
Con Ricote, se distrajo,
y, a su destino no pudo
llegar antes de la noche,
que escura se presentaba;
se separó del camino,
cayendo en profundo hoyo,
Terminando por rodar,
Sancho, montado en su rucio,
teme llegar al abismo.

Con las manos tanteó
las paredes de la sima,
las halló sin asidero,
lo que congojó a Sancho,
especialmente sufrió,
cuando oyó quejarse a rucio
tierna y dolorosamente,
no era lamento de vicio:
¿Quién me iba a decir que ayer,
yo gobernador de ínsula,
y hoy tan sepultado aquí,
en esta sima sin nadie,
que nos ayude a salir?
-se decía, Sancho Panza.


Entre tanto Don Quijote,
alborozado y contento,
esperaba la batalla,
hace, con el robador
de la honra de la hija
de la señora, Rodríguez.
Pero a poco Rocinante
pudo caer en la cueva,
que fue a encontrar a sus pies,
Don Quiete oyó voces,
Que decían fuertemente:

- Escuchando hay alguno,
se duela de un desdichado,
que estoy enterrado en vida.


Le pareció a don Quijote,
que era la voz de Sancho.
- ¿Quién se queja allá abajo?
- Quien sino es Sancho Panza,
gobernador de la ínsula
Barataria, y escudero
del famoso Don Quijote.
Quien oyendo esto queda
admirado y pasmado.
Pensaba que estaba allí,
el alma de su escudero.
- Conjúrote que me digas,
quien eres y 3si eres alma
en pena; dime que quieres,
que haga por ti, pues es
mi profesión ayudar,
socorrer necesitados,
también creo lo seré,
para los del otro mundo,
que no puedan ayudarse
estando muertos por sí.

- Vuestra merced de esa forma,
no es otro que mi señor,
Don Quijote de la Mancha,
- Ese mismo soy, -responde
Don Quijote-, el que profesa
socorrer como amparar
a necesitados vivos,
y muertos; por eso dime,
quien eres, que aquí me tienes
atónito, porque si eres,
mi escudero Sancho Panza,
acaba de declararte
y dime quien diablo eres.

- Por lo que más quiere, juro
Don Quijote de la Mancha,
que soy su escudero Sancho,
que nunca me he muerto,
por los días de mi vida,
sino que habiendo dejado,
el gobierno de la ínsula,
causas que ya contaré,
en esta sima caí,
y el rucio también conmigo.
Y parece que el jumento,
entendía lo que hablaba,
que por poco rebuznó
tan recio que retumbó
todo lo aquella cueva.
Don Quijote le dejó,
yendo a contar al castillo,
a los duques el suceso.

No poco maravillados
quedaron en el castillo.
Llevan sogas y maromas,
y gente con gran esfuerzo,
sacan a rucio y a Sancho.
Y así, dijo un estudiante:
- Todos los gobernadores
debían salir así.
Tan pálidos y sin blanca.
Sancho, que oyó esto, que dijo:


- Ocho días o diez llevo,
hermano murmurador,
que entré a gobernar la ínsula,
en los cuales no me vi
harto de pan tan siquiera.
En ellos me ha perseguido
medico, como enemigos
me han brumado bien los güesos,
no he tenido allí lugar
ni cohechos ni derechos
que cobrar, y siendo así,
como es, no merecía
a mi parecer salir
de esta manera: que el hombre,
pone más y Dios dispone,
y no digo de esta agua
no beberé; , donde pienso
hay tocinos, no hay estacas.

- No te enojes, Sancho amigo,
ni recibas pesadumbre,
de lo que oigas que será
de nunca acabar; mas ven
con la segura conciencia,
y digan lo que dijesen,
y no quieras poner puerta,
al campo; gobernador,
que sale rico de su
gobierno, que dicen de él,
es pues, un ladrón maldito,
y si pobre, es mentecato.
o que haya sido un parapoco.
- Pues a mí por esta vez,
me van a tener por tonto,
pero jamás por ladrón.

Y los dos: duque y duquesa,
abrazáronle a Sancho;
Pretendieron atenderle,
con señales de venir,
molido y peor parado.





CAPÍTULO LVI.

De la batalla llegó
el día, tan esperado,
por Don Quijote; el duque,
ordena que de las lanzas
se les quitaran los hierros,
diciendo a don Quijote,
que la fe que él profesaba,
no permitía que tanto
riesgo y peligro hubiera,
en la singular batalla,
y que así se contentase,
que le daba campo franco,
en su tierra, puesto que
tal iba contra el decreto
del Santo Concilio, pues,
prohibía los desafíos
Don Quijote muy conforme,
con lo que el duque resuelva

En el campo entro primero
el maestro de ceremonias,
el cuál tanteó el campo
por ver que no hubiera cosa
mala, ni cosa encubierta;
y luego entraron las dueñas,
tan cubiertas con los mantos
de lo s pies a la cabeza,
con muestras de sentimiento.
Presente allí don Quijote,
ve acompañado de muchas
trompetas, y asoma sobre
un poderoso caballo,
el gran lacayo Tosilos,

Con la visera calada,
todo él encambronado,
con fuertes y muy lucientes
armas, mostraba el caballo
frisón, ancho, de color
tordillo de cada mano,
y pies, le pendía tanta
lana fue como una arroba,
valeroso combatiente.


Entraba bien informado
como hacía de portarse
con el caballero andante,
Don Quijote de la Mancha,
advertido que, no fuera,
de manera alguna a matar,
sino que procure, huir:
por escusar el peligro.
Paseó toda la plaza,

Donde las dueñas llegándose
por esposo. Llamó el maese
de campo a don Quijote,
y ya junto con Tosilos,
a las dueñas preguntó:
si consentían volviese
a defender sus derechos,
don Quijote de la Mancha,
todas dijeron que sí,
que daban por valedero.

Estaban viendo la plaza,
el duque y la duquesa,
coronada de infinita
gente venida a ver,
de muy diversos lugares,
el tan riguroso trance.

Condición de combatientes
si el perdedor es Tosilos
casas debe con la hija
de la señora Rodríguez.


Y de ser él el vencedor,
se quedaría allí, libre
del compromiso de esposo.
Al ver que arremetía,
con tal fuerza Don Quijote,

Tosilos, pues, dijo al duque
con Quijote que oyó esto
frenó en seco a la mitad,
de la fuerte embestida,
quien dando por terminado
el entuerto a enmendar
dio su venia al casamiento,
que enfureció al duque
no era esto lo previsto,
lo acordado con Tosilos.




CAPÍTULO LVII.
Ya le pareció a don
Quijote, salir de allí,
por bien de la ociosidad,
que en el castillo tenían,
se imaginaba castillo,
grande la falta de su
persona de estar allí
con infinitos regalos,
entre ellos encerrado,
y así, pues, pidió licencia
al duque para partir.

Y diéronsela con muestras,
de que tenían pesar.
Dio la duquesa las cartas,
de Teresa Panza a Sancho,
el cual con ellas lloró,
y se dijo para sí:
- ¡Quién pensara que esperanzas
en el pecho de Teresa,
tan pronto se desvanezcan,
pues las nuevas engendraron,
las nuevas de mi gobierno,
las que habían de pasar,
volver a las arrastradas,
Don Quijote de la Mancha,
y me honro de haber salido,

Como entré: nací desnudo
y desnudo salgo yo;
ni gano ni pierdo nada.
Sancho estaba contentísimo,
que el mayordomo le dio,
un bolsico con doscientos,
escudos de orto; suplir,
menesteres del camino.
Contemplando estaban todos,
y de entre ellos elevó
bien la voz Altisidora,
la cual con son lastimero,
recitó así unos versos,
que dedica a don Quijote,
mirándola fijamente
y sin responder palabra,
y volviendo el rostro a Sancho,
que dijo:
- Te conjuro, Sancho,
me digas si los tocados,
tienes, y también las ligas,
que Altisidora en los versos,
me reclama insistente.

Cual doncella enamorada,
- Los tres tocados sí llevo,
m, as las ligas por los ceros
de Úbeda. Y es la duquesa
quien se queja a don Quijote,
del mal trato a su doncella,
con tocadores y liga.

- - Que Dios -dijo don Quijote-,
no quiera que desenvaine
mi espada en contra vuestra,
ilustrísima persona,
a quien son muchas mercedes,
las que hemos recibido;
volveré los tocadores,
porque estos los tiene Sancho,
las ligas es imposible
porque no hemos recibido.
Me dé de nuevo licencia
para seguir mi camino

- Déosle Dios bueno -dijo
la duquesa-, a vos señor
Don Quijote, y de vuestras
Fechorías buenas nuevas
las oigamos siempre bien.
- Una palabra no más,
quiero, para el valeroso,
Don Quijote de la Mancha,
-le dijo Altisidora-,
digo que pido perdón
del latrocinio de ligas,
Que he caído en cuenta,
que tengo las ligas puestas.
- ¿No dije yo?, -dijo Sancho-,
bonico para encubrir
hurtos soy yo, que ocasiones
tuve mil en el gobierno.

Y con la cabeza abajo
Don Quijote, reverencia
hizo al duque y la duquesa,
y a todos los circunstantes
y volviendole las tiendas
a Rocinante tranquilo,
y siguiéndole en el rucio,
Sancho, salió del castillo,
Enderezando el camino.



CAPÍTULO LVIII.
Cuando en la campaña rasa,
se vio libre de los requiebros,
de Altisidora se siente,
que ya está en su centro,
volviéndose a Sancho, que dijo:
- La libertad, Sancho, es uno
de los más preciosos dones,
que los cielos a los hombres
dieron; con ellas no pueden
igualarse los tesoros
que encierra tan bien la tierra,
ni mejor el mar encubre;
por la honra y libertad,
puede aventurar la vida,
el hombre y lo debe hacer;
por contra el cautiverio
es el mayor mal que puede
dar los cielos a los hombres.

Digo esto, Sancho, porque,
entre la mitad de aquellos
banquetes bien sazonados,
y las bebidas de nieve,
me parecía que estaba
metido entre estrecheces,
el hombre; no lo gozaba,
con la libertad que yo
gozara si fuera mío;
puesto que las recompensas
a los bienes recibidos
ataduras que no dejan,
pues campear libre el ánimo.


- Con todo eso que ha dicho,
-le replicó, Sancho Pagaza-,
no es buen que se quede sin
agradecer los doscientos
dicados de oro que
que en una bolsa me dio,
el mayordomo del duque,
que como pítima llevo
puesto sobre el corazón.
En este andar en campaña,
vieron bien sobre la yerba,
comiendo a una docena
vestidos de labradores
y tapando unos lienzos,
los objetos extendidos,
dijeron a don Quijote:

- Señor, imágenes son
que llevamos a la aldea.
- Destapar que vea yo,
qué imágenes estas son.
destapada una vio
que era un hombre a caballo,
a sus pies una serpiente,
toda ella echando fuego,
por el oro reluciente.
Y así, dijo don Quijote:
- A San Jorge representa;
este caballero es uno,
de los mejores andantes,
de la milicia divina;
Don San Jorge fue llamado,
defendedor de doncella.

Descubierta otra vio
era otro caballero,
que llamaron San Martín-
- También este caballero,
fue de los aventureros,
cristianos, más liberal,
que valiente, como puedes
verle partiendo la capa,
dando al pobre la mitad.
Y sin duda era invierno.
Pues sino se la daría,
toda, tan caritativo.
- Debió de ser. -dijo Sancho-,
que en cuenta tuvo el refrán:
que para dar y tener
seso, pues, es menester.

Y rióse don Quijote;
pide quiten otro lienzo,
debajo se descubrió
al patrón de las Espadas
a caballo, y la espada
ensangrentado con moros
atropellando, posando
cabezas que don Quijote,
viendo, sin reparos que dijo:
-
- Este si que es caballero,
de las escuadras de Cristo;
este se llama San Diego,
Matamoros, caballero,
siendo de los más valientes,
que tuvo el mundo
y tiene ahora el cielo.
La que descubrieron próxima,
representaba caída
de San Pablo, del caballo,
tan al vivo que dijera
que Cristo le hablaba y él
le respondía humilde.


- Este -dijo don Quijote-,
fue el enemigo mayor
que entonces, tuvo la Iglesia, -
de Dios, que es Nuestro Señor,
de su tiempo, y defensor
suyo que tendrá jamás,
caballero por la vida,
que fue andante y santo a pie,
pero quedó con la muerte
trabajando infatigable,
en la vida del Señor,
doctor de las gentes, maestro
y catedrático, que
le enseña Jesucristo.

Los santos y caballeros
que aquí llevan profesaron
lo mismo que yo profeso,
con la diferencia que ellos,
fueron santos y pelearon,
a lo divino y yo
que soy pecador peleo
a lo humano, Sancho amigo.
- Altisidora no sé
de qué se enamoró,
puesto que a veces le miro
a vuestra merced de pies
a cabeza, más le encuentro
de espanto que de hermosura.

- Advierte, Sancho, que hay dos
maneras con hermosura:
una del alma y la otra
del cuerpo; es la del alma
la que en el entendimiento
bien se muestra y campea,
en la honestidad y buen
proceder, en su crianza,
buena liberalidad;
todas estas partes caben,
en aquel hombre que es feo,
cuando esa hermosura mira
y no mira la del cuerpo,
suele nacer al amor,
con ventajas y con ímpetu.


Y que yo no soy hermoso,
bien lo sé; pero también,
conozco no soy disforme,
a un hombre de bien le basta,
no ser monstruo para ser
bien querido, y bien amad.
Pues aún estos pueden ser
por el amor atrapados.

Estaban en estas pláticas,
entraban en una selva,
fuera del camino estaba,
y a deshora y sin pensarlo,
enredado don Quijote.

Pues se halló, entre unas redes,
de hilo verde que extendidas
iban de unos a otros árboles.
Surgen dos bellas doncellas.
- Detened, señor, el paso
y no rompáis estas redes,
que no para daño vuestro,
Sino que son pasatiempo,
nuestro, que ahí estén tendidas.
En una aldea cercana,
donde hay gente principal,
y muchos hidalgos ricos.

Pues entre muchos amigos,
y parientes se concertó,
que con sus hijos, mujeres,
vecinos, como parientes
nos viniésemos a holgar,
aquí, es sitio agradable,
y más en todo el contorno,
y formando entre todos,
una pastoril Arcadia;
nos vestimos las doncellas,
de zagalas, y mancebos
de muy gentiles pastores.

Traemos estudiadas dos
églogas, una del poeta
Garcilaso, y la otra
del que es excelentísimo
Camoes, en s misma lengua.
No jhemos representado
hasta ahora, ayer fue
el deçía que hemos llegado,
aquí por primera vez.
Plantados tenemos entre
estos árboles, algunas
tiendas, llaman de campaña.

Pueden ser ya, nuestros huéspedes.
A esto dijo don Quijote:
- Pues n o debió de quedar,
más suspenso y admirado,
Anteón, que de improviso
vio bañarse en el río
a Diana, como he quedado
Yo, de ver vuestra belleza.

- ¡Ay, amigo del alma!
-le dijo la otra zagala,
te hago saber que el señor,
que aquí tenemos delante,
es el más enamorado
y comedido que tiene,
el mundo, si es que su historia,
no miente y que he leído,
y su escudero es Sancho,
sus gracias como ninguna,
que se puedan igualar.
- Y así, es la veredad -dijo
Sancho-, que yo soy el mismo,
que refieren las historias,
y este señor es sin duda
don Quijote de la Mancha.

Dijo la otra:
- Supliquémosle
amiga, se quede aquí
que nuestros padres y hermanos,
esto les guste infinito.
Llegó en esto el ojeo
de pajaritos llenáronse
las redes, cuyo color
les engañaba, y sin ver
caían en los peligros
de los que, iban huyendo.

Juntáronse en aquel sitio
al menos treinta personas,
todas bizarras vestidas
de pastores y pastoras
Hallaron la mesa puesta:
rica, abundante y limpia.
Honraron a don Quijote,
dándole la cabecera.
Levantados los manteles,
así dijo don Quijote:

- De los pecados mayores,
que los hombres comentemos,
no dicen que es la soberbia;
el desagradecimiento,
me atengo así a lo que dicen;
para mí es el primero,
que de desagradecidos
el infierno está lleno;
siempre he procurado huir,
De este estado iinfernal;
desde el instante que tuve
de años de uso de razón.
Don Quijote así agradece,
las atenciones tenidas,
por aquellas dos zagalas,
tan bellamente vestidas.
Sancho que estaba escuchando
con mucha atención, que dijo:
- ¿Que haya en el mundo es posible,
personas que así se atrevan,
a jurar, como decir,
que este mí amo está loco?

Digan, señores pastores,
o es que hay cura de aldea,
que por estudiante que sea,
que ahora nos pueda decir,
esto que mi amo ha dicho;
que ni hay caballero andante,
que por más fama que tenga,
de valiente que ofrecer,
lo que mi amo ha ofrecido.
Colérico Don Quijote,
encendido dijo a Sancho:
- ¿Hay en el orbe persona,
que diga que no eres tonto,
aforrado de lo mismo,
con ribetes maliciosos,
así como de bellaco?

¿Quién te mete a ti en cosas
mías y en averiguar,
si soy pues, o no discreto?
No me repliques y ensilla
si no lo está a Rocinante,
con furia y muestras de enojo,
se levantó de la silla,
dejándoles admirados.

Mas haciéndoles dudar,
si le podían tener
por tan loco o por cuerdo.
A Zaragoza en camino
de gentes surgió un tropel,
a caballo y con lanzas,
con mucha priesa venían.

Todos los que allí estaban;
del camino todos huyen,
temerosos de aquel grupo,
Excepto fue don Quijote.
Uno adelantado que iba,
a grandes voces gritaba:
- Se aparte, hombre del diablo,
del camino que te harán
mil pedazos estos toros.
- ¡Ea, canallas -responde
Don Quijote-, para mí,
No hay ni habrá toros que valgan
aunque sean toros bravos!
Que cría en sus riberas
el Jarama. Confesad,
malandrines, así a carga
cerrada sino conmigo
en batalla habéis de entrar.
No tuvo tiempo el vaquero,
ni don Quijote hartarse.
Sancho-----, se fue a cobijar,
en ancas de Rocinante.

Con multitud de vaqueros
y las gentes que vencían
al encierro de los toros,
para correr otro día,
sobre ellos pasó el tropel,
de toros y de cabestros.
Con Rocinante, y el rucio,
dieron todos, pues, en tierra.

Sancho molido quedó,
espantado don Quijote,
aporreado el rucio,
y también mal Rocinante;
pero en fin se levantaron,
y Don Quijote, aquí
Tropezando y allí cayendo,
y el caballero corriendo
comenzó tras la vacada,
Diciendo a voces:
-¡Espere
la canalla malandrina!
Que no soy de condición
de que, al enemigo que huye,
puente de plata. Por eso,
no se detienen los toros,
tan apriesa iban corriendo.
Y Don Quijote cansado,
siéntase en el camino,
esperando que llegaran.
Sin despedir a la Arcadia,
fingida, o contrahecha
siguieron por su camino.



CAPÍTULO LIX.

Al cansancio que sacaron,
del atropello de toros
socorrió una fuente clara,
que en una fresca arbolado,
hallaron al margen de ella.
Dejaron libres sin játima,
ni frenos a Rocinante,
y al rucio, asendereados,
amo y mozo se sentaron.
A las alforjas acude,
Sancho, y de ellas sacó,
lo que él solía llamar
condumio, la boca enjuaga,
Don Quijote se lavó,
el rostro, el refrigerio,
de agua clara, fresca y limpia.

Cobraron de nuevo aliento,
desalentados espíritus.
Don Quijote pesaroso,
no comía, y decide
Sancho, embaular su estómago,
de pan y queso que había.

- Come, Sacho amigo, -dijo
Don Quijote-, y sustenta
las vidas, que más que a mí,
te importa, y morir déjame,
a manos de pensamientos,
y a fuerza de m is desgracias.
Pues yo, Sancho, nací para
vivir muriendo y tu para
morir comiendo, y ver,
que digo verdad en esto,
considérame ya impreso
y famoso en las armas,
comedido en mis acciones,
tan respetado de príncipes,
solicitan las doncellas,
y cuando esperaba palmas,
con los triunfos y coronas,
granjeadas y merecidas,
a valerosas hazañas,
me he visto esta mañana,
pisado y acoceado,
molido por animales
por pies inmundos y soeces.

Esta consideración,
embota los dientes míos,
y me entorpece las muelas
me entumece las manos,
quita ganas de comer,
pienso dejarme morir
de hambre, muerte la más cruel.
No aprobará mi refrán
"Muerta Marta, muera harta".
Sepa, señor, pues, que no hay,
mayor locura, pues es
el de querer desesperarse,
Que dice vuestra merced.

Y después de haber comido,
échese a dormir un poco,
sobre los colchones verdes,
y verá cuando despierte,´
que se halla más aliviado.
Hízolo así, don Quiote,
pensando que las razones,
de Sancho, son de filósofo,
más que de un mentecato,
y díjole:
- Si tu, Sancho,
quisieres hacer por mí,
serían más mis alivios,
es, pues, que mientras yo duermo,
de mí te alejes un poco;
con riendas de Rocinante,
echando al aire tus carnes
te des trescientos azotes,
a cuenta de los tres mil,
que bien sabes te has de dar,
por el mejor desencanto,
de la sin par Dulcinea,

Que es pena que aquella pobre,
señora, por negligencia
tuya, siga pues, encantada.
- Hay ya mucho que decir,
de eso -dijo Sancho Panza-.
Durmamos por hoy entrambos
que mañana Dios dirá,
y la señora paciencia,
que cuando menos se cate
me viera hecho una criba.
Le agradeció don Quijote,
comió algo y Sancho mucho.

Despertaron algo tarde,
y siguieron el camino.
Ala legua una venta,
vieron, y que don Quijote
a la cual la llamó venta
contra al uso que tenía,
en llamar castillo a ventas

Preguntaron si allí había
posada; que sí responde
el huésped; comodidad,
y pedir lo que quisieren,
para comer. Gracias daba
Sancho al cielo, que su amo
sigua sin llamar castillo
aquello que era posada.
La hora de comer llegó,
preguntó, Sancho, que había:
su boca sería medida,
le dijo gentil el huésped,
pidiese lo que quisiese.

.- Un para de pollos que asase,
tendremos lo suficiente,
pues su señor, come poco,
y yo no soy tragantón.
Responde el huésped no había,
que milanos los tenían
asolados.
- Pues nos ase
unas polla, mas bien tierna.
- ¿Polla? ¡Mi padre! -Responde
el huésped-, porque en verdad,
ayer llevé a la ciudad,
de ellas más de cincuenta,
mas pida vuestra merced,
otra cosa que no pollas.

- De manera -dijo Sancho-,
que, no os faltará ternera,
o cabrito.
- Por ahora,
se ha acabado, la semana
que viene habrá de sobra.
- ¡Con eso estamos medrados!
De estas faltas se resume
que tocinos habrá de sobra.
así también de huevos.

- ¡Por Dios, que es gentil relente
lo que tiene mi huésped,
pues si no hay gallinas como
es que quiere que haya huevos,
gullurias de pedir
déjese, que lo que tengo,
son unas uñas de vaca,
Cocidas con buen garbanzo
con cebollas y tocino.

-Por mías las marco ya.
No le quiso contestar,
Sancho, al huésped, sus preguntas,
de oficio de don Quijote,
quien se va a su aposento
separado del contiguo,
por una sutil pared,
y a los vecinos oyó,
las pláticas que tenían:
- Por vida de su merced,
señor mío don Jerónimo,
pues en tanto que nos traen
la cena, otro capítulo
bien pudiéramos leer
de la que es segunda parte
Don Quijote de la Mancha.
Mas oye que se decían
que está desenamorado,
de la sin par Dulcinea.

Levantada la voz dijo
Don Quijote de la Mancha:
- Quien diga que Don Quijote,
ha olvidado, quien no puede
olvidar a Dulcinea.
Yo le haré entender con armas,
iguales, que va muy lejos,
que la sin par Dulcinea,
ni puede ser olvidada,
ni don Quijote olvidar

él podrá jamás hacer:
su blasón es la firmeza,
su profesión es guardarla,
con suavidad sin fuerza.
¿Quién es el que nos responde?
-Dicen del otro aposento-.

- - Quien ha de ser -respondió
Sancho, con gran ligereza-,
sino el mismo don Quijote,
que hará bueno cuanto ha dicho,
y aún cuanto dijere, que al
buen pagador no le duelen
prendas. Quien apenas hubo
dicho esto Sancho Panza,
cuando entraron por la puerta
del lugar, dos caballeros,
Que tales lo parecieron,
ms uno de ellos echando
los brazos a don Quijote,
que dijo:
- No vuestra presencia,
puede desmentir su nombre;
sin duda sois vos, señor,
el famoso caballero,
Don Quijote de la Mancha:
sois norte, flor y lucero,
de andante caballería,
a despecho y pesar,
del que ha querido usurpar,
y aniquilar sus hazañas,
como lo ha hecho el autor,
de este libro que os entrego.

De allí a un rato lo volvió
diciendo:
- Por lo que he visto,
tres cosas en este autor
son dignas de reprehensión.
La primera es algunas
palabras leí en el prólogo
ofensas para el autor
(entiéndase a Cervantes).
La otra que el lenguaje es
aragonés, y tal vez
por escribir sin artículos.
Y la tercera, que yerra,
el nombre de la mujer
de Sancho, la llama Mari
Gutiérrez, siendo Teresa

Panza, ignorante, yerra
en lo poco que he leído,
es de temer lo demás,
También yerra de la historia,
de la verdad se desvíe.

- Torne a tomar, pues, el libro,
y mire si por ahí
ando yo, y si me ha mudado
el nombre -así dijo Sancho.
- Por lo que yo he oído,
-Don Jerónimo le dijo-,
sin duda deben de ser,
Sancho, escudero muy fiel,
del famoso don Quijote.
- Sí soy yo -respondió, Sancho-,
y me precio pues, de ello.

- A fe -dijo el caballero-,
que no os trata este autor
con limpieza que vos muestra,
con la limpieza que en vuestra
persona se muestra bien;
Pintaos comedor, simple,
Como nonada graciosa.
- Pues sepan vuestras mercedes,
que mi amo es discreto,
valiente y enamorado,
y yo soy simple y gracioso,
no comedor, ni borracho.

Dijo don Juan:
- Eso creo.
y si así fuera posible,
mandar que ninguno sea,
osado a tratar las cosas,
del famoso don Quijote,
sino fuere Cide Hamete,
quien fuese primer autor,
como Alejandro mandó,
que no fuera nadie osado,
retratarle sino Aquiles.
Los caballeros preguntan
donde encamina su paso.

A Zaragoza, responde,
a las justas del arnés.
Díjole don Juan que aquella,
nueva historia se contaba
como don Quijote fuere
quien fuere, pues encontró
sin invención la sortija,
(una argolla que la lanza
ensartara con escasa,
y originalidad pobre).

- No pondré en Zaragoza
los pies: mienta quien afirma.
-Don Quijote respondió-,
y así sacaré a la plaza,
del mundo al historiador,
con su mentira, pues viéndole,
las gentes que no soy yo.
allí, el señor don Quijote.
- Podrá pues, en Barcelona,
mostrar muy bien su valor.

- Así lo pienso hacer -dijo
el insigne don Quijote.
Y aquí les pidió licencia,
para ir al lecho a dormir,
- Hará -dijo don Jerónimo-,
muy bien y otras justas hay
en Barcelona, y podrá,
mostrar muy bien su valor.
- Así lo pienso hacer -dijo
el insigne don Quijote-,
Y aquí les pidió licencia
para ir al lecho a dormir.



CAPÍTULO LX.
Camino de Barcelona.
Mas sucedió que en seis días,
no le pasó cosa alguna,
les cogió la noche fuera
del camino, sobre unos
Alcornoques o de encinas
que no aclara Cede Hamete,
pues dormido queda, Sancho,
en tanto que don Quijote,
preso de sus pensamientos,
se dolía de la falta
de voluntad que tenía,
Sancho, a desencantar,
Se admiraba el capitán.
del grupo de forajidos,
de la lanza arrimada,
al árbol con el escudo;
pensativo don Quijote,
muy triste y melancólica
figura, que se pudiera
con su tristeza formar.
Llegose a él pues, diciéndole:
- No esté tan triste buen hombre,
que no habéis caído en manos
del cruel Osiris egipcio,
si las de Roque Guítart.

- No es mi tristeza -responde
don Quijote-, por haber
caído en tu poder.
¡Oh, tu valeroso Roque,
cuya fama no hay límites,
en la tierra, que la encierren.

Sino por fatal descuido,
sin el freno en el caballo,
que tus soldados cogido,
sin el freno en el caballo,
y por ser en mi obligado,
por la orden caballeros
andantes que yo profeso,
para vivir de continuo,
alerta y centinela,
porque ahora te hago saber
que si a caballo me hallaran
con mi lanza y mi escudo,
no les sería muy fácil
rendirme a sus exigencias
porque yo soy don Quijote
de la Mancha; soy aquel
que de sus hazañas tiene,
lleno el Orbe de mis echos.

Roque Guitart conoció
el enfermo Don Quijote,
que tocaba en locura,
y que por su valentía
nunca tuvo por verdad,
sus hechos bien conocidos,
y se holgó en tocar de cerca,
lo que de lejos oyó
del famoso don Quijote;

- Valeroso caballero,
hoy vimos el Triunfo de un sueño.
No os despachéis, ni tengáis
por ser siniestra fortuna,
esta en la que os halláis, ahora,
la cual os puede cambiar,
por misteriosos u extraños
rodeos que tiene el cielo,
el que suele levantar,
caídos y a los pobres
enriquecer su fortuna.




CAPÍTULO LXI.
Tres días con sus tres noches,
allí estuvo Don Quijote,
con jefe de bandoleros,
con Roque y si estuvieran
trescientos no le faltara
qué mirar y admirar
en el modo de su vida;
aquí ellos amanecían,
acullá comían; unas
veces sin saber de quién,
huían y otras esperaban,
son saber a quién; dormían
en pie; interrumpiendo el sueño,
mudan de un lugar a otro,
todo era poner espías,
escuchar bien centinelas,
soplar cuerda de arabices,
pocos porque se servían
de pedreñales, sin cuerdas.

Pocos traen porque sabían
otros pues, de pedreñales.
Roque, de ellos se apartaba,
que le mataran temía
o a la justicia entregaran,
alguno de entre los suyos.
Era vida miserable
y enfadosa la de Roque,
^por caminos desusados,
por atajos y encubiertas,
sendas; los tres don Quijote,
Roque y Sancho, se llegaron
a Barcelona, en su playa,
con otros seis escuderos,
en vísperas de San Juan.
Abrazando a don Quijote,
Roque, así como a Sancho,

Con ofrecimientos, dejas
a don Quijote a caballo;
empero al nuevo día
y no tardó mucho cuando,
empezó a descubrir
la faz de la blanca aurora,
así alegrando las yerbas,
que le hicieron con las flores,
sonido de chirimías
alegraron el oído,
atabales, cascabeles,
¡Trape, Trape, aparta, aparta!
De corredores salían,
parece de la ciudad.
Dio lugar la aurora al sol
Muy grande que unas rodelas,
por el más bajo horizonte,
se iba levantando a poco,

Y tendieron, Don Quijote,
y Sancho Panza, la vista,
por todas partes, y vieron
lo nunca visto por ellos,
el mar, que era espacioso,
y largo, les parecía
harto más que las lagunas
de Ruidera, tan prósperas,
que en la Mancha habían visto,
con galeras en la playa,
las cuales llenas de flámulas,
que tremolaban al viento,
que besaban y barrían
el agua; dentro sonaban
clarinetes, chirimías,
y trompetas que llenaban
los aires de belicosos
y de muy suaves acentos
y sonidos musicales.

Atónito don Quijote,
muy atento se encontraba
cuando uno de ellos que dijo:
- Bien sea venido aquí,
a nuestra noble ciudad,
el espejo, el farol,
la estrella, siendo el norte
de andante caballería,
valeroso don Quijote,
de la Mancha, mas no el falso,
no el ficticio, no el apócrifo,
estos días en historias,
que nos han mostrado falsas,
sino el fiel, que nos descubre
Cide Hamete Benengeli,
flor de los historiadores.
El cual volviéndose a Sancho,
que dijo:
- Estos bien nos han
conocido, apostaré
que han leído nuestra historia,

y aún la del aragonés,
El falso historiador;
estos días han impreso.
Otra vez el caballero
volviéndose a don Quijote,
le que dijo:
- - Vuestra merced,
véngase ya con nosotros,
amigos todos de Roque.
Don Quijote le responde:
- Si cortesías engendran

Cortesías, es la vuestras
hija o parienta muy
Cercana a la de ¨Roque.
Llévadme donde quisiéredes,
en bien de vuestro servicio.
En medio de todos ellos
y a los son de las chirimías,
como de los atabales,
a la ciudad se encaminan,
En la entrada dos muchachos,
levantan la cola al rucio,
así como a Rocinante,
les pusieron y encajaron
dos manojos de aliagas;
Sintieron estas espuelas,
y apretándose la cola,
Aumentaron sus disgustos,
de moco que dando mil
Con corvos dieron con ellos,
en tierra; con don Quijote.

muy corrido y afrentado,
corrió a quitar el plumaje,
de Rocinante en la cola,
Sancho de la de su rucio.



CAPÍTULO LXII.
Es don Antonio Moreno,
huésped de don Quijote,
un caballero discreto,
si es, y amigo de holgarse
a lo honesto, como afable,
tuvo interés en sacar,
a plaza aquella locura,
porque no son la que duelen,
burlas que son con daño.
Al tercero, don Quijote,
se encontraba muy contento,
tratado como si fuera
un buen caballero andante.

Sancho estaba contentísimo;
le parecen otras bodas
de Camacho, otra casa
como fue ese don Diego,
o así castillo del duque.

Don Antonio presentó
a don Quijote cabeza
Que decían encantada;
bien puesta sobre una mesa,
que había en amplia sala,
donde entraron don Quijote,
Sancho y también dos amigos,
Don Antonio y su mujer.

Había sobre loa mesa,
una cabeza ala estilo
de las bronceadas cabezas
de emperadores romanos:
un tubo hueco llegaba
desde ñas cabeza al piso
de abajo, donde un sobrino,
de Don Antonio responde
a las preguntas que hicieran
en la sesión los presentes,
en la sala, a la cabeza,
Don Quijote, y Sancho Panza,
del acto pasmado quedan,
de la cabeza encantada
Vio el rótulo de una imprenta,
la cual nunca había visto.

Con el acompañamiento
entró, vio en una parte
tirar, corregir en esta,
componer en esta otra
enmendar, y así que vio
don Quijote le pregunta
a uno de los autores,
si por su cuenta imprimía.
- Imprimiré por mi cuenta,
.el autor le respondió-,
y ganar ducados pienso
mil, con esta impresión,
primera de dos mil cuerpos,
se han de despachar a seis,
reales cada uno en daca
las pajas, (quiere decir:
en abrir y cerrar los ojos).
-
¡Bien está vuesa merced,
en la cuenta!, pues parece
-le respondió don Quijote-,
que no sabe las entradas
y salidas de impresores,
correspondencia entre ellos
(De ellos el tejemaneje).
Cuando se vea de libros,
dos mil y molido el cuerpo,
más si el libro es avieso
y nonada así, picante.
- Pues que -dijo el autor.

Quiere ya vuesa merced,
que se los dé a mi librero,
que de por el privilegio
los tres mil maravedís
y aún pues me hace merced.
Pues yo no imprimo mis libros,
para así, alcanzar la fama,
que soy, pues, bien conocido,
por mis obras publicadas.
que ahora ya quiero provecho,
ya que sin él mi cuatrín
no vale la buena fama.
- Dios os dé a vuesa merced
una buena manderecha,
(saber como buena suerte)
-le respondió don Quijote-.

Pasando, así mismo vio,
corrigiendo otro libro,
y preguntó por su título,
y dijeron se llamaba,
Segunda parte del inge-
nioso hidalgo don Quijote,
de la Mancha, y compuesta
por un tal de Tordesillas,
vecino y aragonés.
- Yo de este libro ya tengo
noticias, y en verdad que
pensé estaba ya quemado,
Roto por impertinente;
pero ya le llegará
su San Martín, como llega
a cada puerco, su día.

Son mejores las que son
historias más verdaderas.
Por ver las galeras sale
de la imprenta don ¨¨Quijote,
y Sancho, se regocija,
pues nunca vio las galeras.
Al cuatralbo avisó
Don Antonio de que iría,
el famoso don Quijote.



CAPÍTULO LXIII.
Don Antonio aquella tarde
con sus dos amigos, Sancho,
y el insigne don Quijote,
fueron hacia las galeras.

Así que les vio el cuatralbo,
cuando las cuatro galeras,
baten tiendas y sonaron,
chirimías. Arrojaron
presto el esquife al agua,
cubrieron de unos tapetes
y en él puesto don Quijote,
disparó la capitana,
de crujía el cañón,
las otras hacen lo mismo,
y subiendo don Quijote,
roda la chusma saluda,
al insigne con Quijote,
Esto siempre hacen cuando
allí sube un principal

La marinería toma
a Sancho y volteándole,
le lanzaban de uno a otro,
por lo alto de la galera,
hasta dar toda la vuelta,
le dejaron muy molido
creyendo que eran demonios.

Cuando don Quijote vio
vuelo sin alas de Sancho,
si ceremonias aquellas
se usaban con los primeros
que entraban en las galeras,
por que si, acaso, lo fuese
él no tenía intención,
de profesar, pues, en ellas,
y no querrían semejantes
ejercicios hacer ya,
y así votaba a Dios,
y que si alguno llegaba
asirle para voltearle,
que le había de sacar
el alma CON puntillazos,
y diciendo esto en pie
sacó y empuñó la espada.
A este instante abaten tienda
Y con grandísimo ruido.
Dejaron caer la entena.
Sancho, pensó que venía
sobre su cabeza el cielo,
No tuvo todas consigo
el insigne don Quijote,
quien también se estremeció,
perdiendo color su rostro.

Sancho, vio moverse tantos
pies a una, que eran remos
,que pensó y entre sí, que dijo:
- Verdaderamente son
estas cosas encantadas,
y no las que mi amo dice.
Cuando don Quiote vio
que Sancho, miraba atento
que azotan a galeotes,
lo que pasaba, le que dijo:

- ¡Ah, Sancho!, si tu quisieres
puedes ponerte con ellos
terminando el desencanto
de la sin par Dulcinea,
dándote azotes que debes.
La presencia de un corsario
que navegaba muy cerca
de costa barcelonesa,
no le dio lugar a Sancho,
respuesta al ofrecimiento,
le azotara el general.

Mejor que en el Clavileño
Irán Don Quijote y Sancho.
montados los dos globo
caminito de los cielos.





sobra.
uela, vuela Clavileño,
y no dejes de volar,te
le valesa don quijote,
para ir a batallar.







CAPÍTULO LXIV.

La mañana que salió
Don Quijote a pasear
y las piernas estirar,
por la plaza bien armado,

Muchas veces se nos dijo,
pensando en su profesión
sin duda, las armas son
sus arreos, bien m amado.
Su descanso el pelear,
y sin ellas no se hallaba.
Su patria mejor, la Mancha.
Y su fuerza batallar.
Y Dulcinea su amor.

Al ver venir hacia él
un armado caballero,
y sin ningún escudero,
de punto en blanco, también.
En el escudo traía,
resplandeciente una luna,
no sé porque solo una,
ni un motivo se leía,
que nos dijera por qué.

El cual llegándose a un trecho
que podía ser oído,
con grandes voces le dijo,
sacando muy bien el pecho:
- Tan insigne caballero,
y con tan buen escudero,
jamás fue bien alabado,
Don Quijote de la Mancha,
yo que soy el Caballero
de la Blanca Luna, cuyas
grandísimas aventuras,
son hazañas inauditas,
que te traigo a la memoria,
son símbolos de mi gloria.

Soy contigo a contender.
con la fuerza de tus brazos,
por Amadís inspirado,
y hacerte confesar digo
mi dama sea quien fuere,
sin comparación alguna,
más hermosa que la tuya.
Dulcinea del Toboso.
Que es verdad si lo confiesas
que así es de llano en llano,
en lenguaje castellano,
evitarás te dé muerte,
y yo el trabajo de dártela.

Si yo venzo, solo quiero,
que dejando ya las armas,
vencedoras mil batallas,
y de buscar aventuras,
buenas o malas venturas,
te retires a tu casa,
con la sobrina y el ama,
y que sea por un año,
paz tranquila y provechoso
sosiego, que lo consigas,
para ser bien de la hacienda
y salvación de tu alma.

Si tu vences quedará
mi cabeza a tu hacer,
serán tuyos los despojos
de mis armas, y la fama
de mis mejores hazañas.
Don Quijote quedó atónito,
de la arrogancia de aquel
Caballero de la Blanca
Luna, como de la causa
porque le desafiaba;
con reposo y ademán
severo le respondió:

De los dos el desafío
en la ciudad decidieron
al visorrey, diciéndoselo,
el cual creyó era burla
de don Antonio Moreno,
quien o por otro caballero,
dijo que no sabe nada,
sobre el otro caballero,
a tiempo que don Quijote,
las riendas de Rocinante,
volvía para tomar
del campo lo necesario.
El visorrey convencido
que aquello era una burla,
que daban a don Quijote,
dejándoles pues, les dijo.

- Sí don Quijote en los trece,
está, como el de la Blanca
Luna, es en sus catorce,
dense pues, a la batalla.
Con cortesía agradece,
pues, el de la Blanca Luna,
la licencia concedida,
para entablar la batalla.
Arremete a Don Quijote,
con tan poderosa fuerza,
que aunque alzó la lanza,
por no herir a don Quijote,
con Rocinante en el suelo
dio también con don Quijote.
Tan malherido quedó
que no pudo levantarse.
Llegó el de la Blanca Luna,
quien le puso en la visera
la lanza le dijo:
- Sois
ya vencido caballero,
muerto si no confesáis
las condiciones de nuestro
compromiso al desafío.
Tan molido don Quijote,
aturdido, la visera
sin alzarse, con la voz
débil, como de una tumba,
bastante enferma dijo:
- Dulcinea del Toboso,
es la mujer más hermosa,
del mundo, yo desdichado
caballero de la tierra.
No está bien que mi flaqueza,
defraude esta verdad.
Aprieta pues, caballero
la lanza, la vida quítame,
pues me has quitado la honra.

- Eso no haré yo por cierto,
-dijo el de la Blanca Luna-,
viva, viva, en su entereza,
la fama de la hermosura,
de su dama Dulcinea
que tan solo me contento,
conque don Quijote el grande,
se retire a su lugar,
un año o hasta que el tiempo,
por mí le fuere mandado;
así concertamos antes
de entrar en esta batalla.

A esto don Quijote dice,
que como no le pidiese,
cosa que fuere en perjuicio
de la sin par Dulcinea
cumpliría lo demás,
como puntual caballero.
Aquí mandó el visorrey,
traer su silla de ruedas
y llevar a don Quijote,
a curar en la ciudad.




CAPÍTULO LXV.
Don Antonio alcanzó
al Caballero de Blanca
Luna, y allí le explicó
el motivo que le anima,
en luchar con don Quijote,
por sacar de su locura,
él, que llaman sus vecinos,
Bachiller, Sansón Carrasco,
y amigo sin paliativos,
del famoso Don Quijote,
quien antes ya fracasó
en conseguir que volviese,
a su pueblo y a su hogar.

- Señor -dijo don Antonio-,
Dios os perdone el agravio,
que habéis hecho a todo el mundo,
en querer volverle cuerdo,
a quien es gracioso loco,
que existe en todo el orbe.
Y hecho liar don Quijote,
sus armas, y sobre un macho,
ya luego en el mismo punto
sobre el caballo que entró
en batalla se salió
de la ciudad aquel día,
y se volvió a su patria,
(Él estaba en Barcelona).

Seis días estuvo en el lecho,
muy molido don Quijote,
(melancólico, afligido)
triste y muy pensativo,
y mal acondicionado,
yendo con su pensamiento,
volviendo y yendo con su
pesar de ser, pues, vencido.

Mas consolábale Sancho,
quien entre otras razones,
dijo:
- Pero, señor mío,
alce ya vuestra merced,
la cabeza, y así, alégrese,
no haya roto sus costillas,
que donde las dan las toman,
y así no siempre hay tocinos,
donde aquí haya estacas,
dé allí una higa al médico;
vayámonos a nuestras casas,
y dejémonos de andar,
buscando las aventuras.

Y yo soy aquí el más
perdidoso, aunque es
vuestra merced malparado
Yo dejé ganas de ser,
gobernador, no dejé
las ganas de ya ser conde
que jamás tendrá efecto
si vuestra merced buen rey,
deja de ser, si abandona,
ejercicio que profesa,
de Orden de caballería,
y así se volverá homo
las que son mis esperanzas.
- Calla, Sancho, pues ya ves,
que reclusión y retiro
no han de durar más de una año,
que luego he de volver,
a mis honrados ejercicios,
y reino no ha de faltar,
y condado pues que darte.


- Dios lo oiga -dijo Sancho-,
y sea sordo el pecado
que siempre he oído decir,
más vale buena esperanza,
que tener ruin posesión
El día de la partida,
llegó la de Don Antonio,
y también de don Quijote,
y Sancho, quien iba a pie.
El rucio muy bien cargado
con armas de don Quijote,
éste muy bien desarmado,
y con traje de camino.



CAPÍTULO LXVI.
Al salir de Barcelona,
do, Sancho, comió buen pote,
volvió a mirar don Quijote,
el sitio donde cayó,
Triste dijo:
- ¡Aquí fue Troya!
¡Aquí mi desdicha fue!
Mas no tuve cobardía.
Se llevó mis alcanzadas
glorias, aquí se llevó
la fortuna mis hazañas.
Aquí cayó finalmente
mi ventura que jamás,
levantarse ya podrá.

Atrevime en fin, hice
lo que pude, derribáronme,
y aunque la honra perdí,
mas no perdí la virtud,
de cumplir con mi palabra;

Hoy caballero pedestre,
acreditaré mis hechos,
Cumpliendo con mis palabras.
Camina pues, Sancho amigo,
vamos a tener el año
en el que el encerramiento
cobraremos virtud nueva,
y volver al ejercicio
tan hermoso de las armas.
Sancho en esto le propuso
dejar las armas colgadas
de un árbol y cabalgar
por ser muy largo el camino:
no seguir a pie andando.

- Bien has dicho, Sancha amigo,
por trofeo ellas cuélguense
y al pie de ellas grabar
lo que Roldán, en árboles
tiene escrito de sus armas:
Nadie las mueva
que estar no pueda
con ¨¨Roldán a prueba.
-Todo eso me parece
de perlas -respondió, Sancho.
Si no fuera por la falta

- ¡Pues ni las armas no él!,
-le respondió don Quijote-,
no quiero que se le ahorque,
no se diga, pues, que al buen
servicio, mal galardón
- Bien dice vuestra merced,
-le respondió Sancho Panza,
pues según dicen discretos,
la culpa que tenga el asno,
no se le eche a la albarda,
pues, de este suceso culpa
la tiene vuestra merced.
Y no revienten sus iras,
en mansedumbre de rucio,
tampoco de Rocinante,
ni de mis pies su blandura
queriendo pues, que caminen,
más de lo justo este viaje.

Aquella noche la pasaron,
amo y mozo en la mitad
del camino a cielo raso,
y al otro día siguiente,
del camino, llegar vieron
hacia ellos a un hombre,
con signos de ser correo
a pie, quien a don Quijote
abrazándole un muslo
y con muestras de alegría,
dijo:
- ¡Oh, mi señor, grande
Don Quijote de la Mancha,
con gran contento dará,
sin duda, al corazón
de mi buen señor el duque,
y a la duquesa, que esperan,
de ver a vuestra merced,
vuelve sano a su castillo.
- No conozco amigo -dijo
Don Quijote de la Mancha-,
no sé quien podéis vos ser,
no es que no me lo decís.
- Yo soy Torilos, lacayo
del duque, el que no quiso
luchar con vuestra merced,
porque no quise casarme,
con la hija de la dueña,
Señora doña Rodríguez.
- Válame Dios -dijo a esto
Don Quijote de la Mancha,
¿Es posible que sois vos
el que los encantadores,
mis enemigos transforman
decís en ese lacayo
y defraudarme, de la honra,
que tuvieron en batalla?

- Calle, señor bueno -dijo

el cartero-, no hay encanto
ni mudanza pues, de rostro
entre lacayo Tosilos,
en esa estacada, pues,
salí Tosilos lacayo;
pensé casarme con ella,
sin pelear por haberme,
parecido bien la moza;
pero al revés sucedióme
mi pensamiento que, así
que partió vuestra merced,
el duque mi señor, cien
palos ordenó me dieran,
por haber contravenido
ordenanzas que me dio
al entrar en la batalla.
Si quiere vuestra merced
un traguito que conmigo
llevo en esta calabaza.
- Yo quiero el invite -dijo
Sancho-, y escancie Tosilos,
a despecho y pesar,
de Indias en cauto deseo.
. En fin -dijo don Quijote-,
tu eres, Sancho, el mayor
glotón del mundo, y el más
ignorante de la tierra,
pues no te persuades que este
correo está encantado,
y Tosilos contrahecho,

Quédate con él y hartate
que yo me voy adelante,
poco a poco esperandote.

El lacayo desenvaina,
la calabaza; del queso,
sus rajas desalforjó,
sacando un panecillo,
él y Sancho, se sentaron
sobre fresca yerba verde,
en buena paz y compaña,

Despabilaron y dieron
el fondo con todo el repuesto
de las alforjas, con buenos
alientos que hasta el papel,
lamen, por oler a queso.
El lacayo preguntó:
- Pues debe de ser tu amo
un loco, y sin duda lo es.

- Cómo debe -dijo Sancho-,
si no debe a nadie nada,
que todo lo paga y más
si la moneda es locura
bien lo veo y se lo digo;
pero ¿qué aprovecha?, y más
Ahora que va rematado,
pues vencido ha sido del
Caballero de la Blanca
Luna. Pidió que contase,
que le había sucedido.

Sancho, no quiso, porque era
falta de la cortesía
hacerle esperar a su amo.
Y dijo adiós a Tosilos.
Alcanzó a don Quijote
a la sombra de una encina,



CAPÍTULO LXVII.
Muchos pensamientos fueron,
los que fatigaron pues,
al insigne don Quijote,
caído a los pies del
Caballero de la Blanca
Luna, pues, que no era otro
sino el mismo bachiller,
Sansón Carrasco, amigo
del vencido Don Quijote.
----Y al que venció disfrazado,
Caballero los Espejos.
Llegó -sancho, alabando
la liberal condición
del buen lacayo Tosilos.

- ¿Es posible -dijo a Sancho-,
que todavía así, pienses,
que es verdadero lacayo?
Parece que se te han ido
de las mientes haber visto,
Dulcinea transformada,
y así mismo al caballero
de los Espejos, que vencí,
dices es Sansón Carrasco,
nuestro amigo bachiller.

De encantadores las obras,
todas son las que persiguen.
Preguntaste, acaso, a ese
Tosilos que dices que,
hizo Dios de Altisidora;
si ha llorado mi ausencia;
si ha olvidado el pensamiento
amoroso, que por mí
presencia la fatigaba.
- No eran los que yo tenia,
-le respondió Sancho Panza-,
a preguntar boberías.
- Mira, Sancho -Don Quijote
dijo-, mucha diferencia
hay de las obras que se hacen
por amor a las que se hacen,
pues, por agradecimiento.

Altisidora señales
hacía que me adoraba;
que iras de los amantes,
suelen ser ya maldiciones.
Y siguieron caminando,
y llegaron al prado verde,
donde hacían nueva Arcadia
unas bizarras pastoras,
y los gallardos pastores;
- Imitarles yo quisiera.

¡Oh, Sancho amigo!, que al menos
pues, el tiempo de este encierro,
pastor Quijotil, seré,
Sancho, tu el pastor Pancino;
andaremos por los montes
por las selvas y los prados;

cantando aquí, endechando
allí, bebiendo los líquidos,
cristales de buenas fuentes,
y en el néctar de las flores
en la miel de las abejas;
de los limpios arroyuelos

de los caudalosos ríos;
daranos con abundancia,
mano, pues, de su dulcísimo
fruto las encinas, sombra
los sauces; y los durísimos
alcornoques, en sus troncos,
asiento; olor las rosas;
alfombras de mil colores
matizadas, los extensos
prados; aliento con el aire
claro y puro; luz la luna,
y las estrellas a pesar
de escuridad de la noche;
gusto el canto alegre
el lloro. Apolo versos,
con los que poder hacernos
eternos, y tan famosos,
no solo en los presentes
sino en siglos venideros.
Algunas ovejas compro
y las cosas necesarias.
- Pardiez que la han de querer,
seguir y hacerse pastores,
con tal género de vida:

Bachiller Sansón Carrasco,
y maese Nicolás,
el barbero con nosotros,
y aun, quiera Dios no le venga
la gana al cura de entrar,
pues, en el aprisco alegre,
muy amigo de holgarse.
Has dicho muy bien, Sancho,
y Carrasco se podrá
llamar como nos llamamos,
pues, el pastor Sansonino,
o ya el pastor Carrascón,
y el barbero Nicolás,
Será el pastor Niculoso,
y el cura el pastor Curiambro.

Pondremos a las pastoras,
el que cuadre con su nombre.
A Dulcinea no pienso,
cambiar, que vale de pastora,
- ¿Qué son albogues? -preguntó
Sancho-, no los he oído
nombrar y tampoco visto.
- Albogues, dos chapas son,

-Le respondió Don Quijote-,
que chocando una con otra,
hacen un son, sino muy
de agrado ni tan armónico,
ni descontenta y viene
bien con la rusticidad
de la gaita y tamborín;
y este nombre es morisco.
Aquella noche pasaron,
Sancho durmiendo, velando
el famoso don Quijote.



CAPÍTULO LXVIII. ,
Era noche algo escura
pues no se veía la Luna,
La señora Diana iría,
de paseo a las antípodas,
dejando los montares negros,
y los valles muy escuros.

Mas en esto estaban cuando
sintieron un sordo estruendo,
era que unos hombres iban,
a una feria a vender
Una manada de puercos,
pues llegó la gruñidora,
piara, sin tener respeto,
a la autoridad de don
Quijote, pasaron cima.
Al declinar de la tarde,
vio que hacia ellos venían,
a caballo unos diez,
hombres, y cuatro de a pie.
Traían lanzas y adargas.
Rodean a Don Quijote,
le amenazaron de muerte.
Uno de a pie puso un dedo,
en la boca, por silencio,
se entiende; a Rocinante,
sacó fuera del camino.
Dicen de cuando en cuando:

- Callad, bárbaros, callad!
¡Pagad, pagad, antropófagos!
Llegaron casi de noche,
a un castillo conocido.
- Valame Dios, -dijo así
como conoció la estancia
el vencido don Quijote.
Si en toda esta casa es,
cortesía; a vencidos,
pues el bien se vuelve mal,
y el mal se vuelve en peor.


CAPÍTULO LXIX.
Apeáronse los de a caballo
y junto con los de a pie,
toman arrebatadamente
en brazos a don Quijote,
y a Sancho y los entraron,
en el patio; alrededor
del cual ardían más de cien
hachas puestas en blandones,
y en corredores del patio,
de quinientas luminarias,
en el patio se levanta
un túmulo de dos varas,
del suelo cubierto todo
de grandísimo dosel
de buen terciopelo negro,
se mostraba en el túmulo,
cuerpo muerto de bellísima,
doncella con su hermosura
hace hermosa a la muerte
A conocer, don Quijote,
llegó el cuerpo allí expuesto,
el de la hermosa doncella,
Altisidora, ¡Un sueño!,
Lo que tenía los últimos
días ya de don Quijote.

Dijo uno de los presentes:
- ¡Ea, ministros que son
de esta casa solariega!
Sellad el rostro de Sancho,
con veinte cuatro mamonas,
y también dice pellizcos,
y con seis alfilerazos,
en los brazos y en el lomo,
por la salud más hermosa
de Altisidora, doncella.

Oyéndolo, Sancho Panza,
rompìó el silencio diciendo:
- ¡Voto a tal, así me deje
manosearme la cara,
como así, volverme moro,
ni que el rostro me lo sellen.
¿Qué tiene manosearme
el rostro con la doncella,
para su resurrección?
Encantan a Dulcinea
y azótarme para que
se desencante la doncella;
la ya hermosa Altisidora,

El de antes dijo otra vez,
- ¡Morirás, tigre ya ablándate
manoseado has de ser,
te has de ver acribillado,
/pellizcado has de gemir.
¡Ea, ministros cumplid,
con el mandamiento mío!

Por el patio vio venir
las dueñas en procesión,
una tras otra las cuatro
con las manos levantadas,
en alto manos derechas,
remangadas son más altas.
Visto por Sancho, bramando
como un toro, dijo así:

Traspáseme ya este cuerpo,
con puntas de dagas huidas.
Atenácenme los brazos,
con mil tenazas de fuego,
que llevaré con paciencia,
o serviré a estos señores;
pero que me toquen dueñas,
no lo consentiré aunque
el diablo si me llevase.
Rompió también el silencio,
Don Quijote que le dijo:
- Ten paciencia hijo y da
gusto, pues, a estos señores,
y muchas gracias al cielo,
por haber puesto virtud,
al premio en tu persona,
a, con el martirio de ella,
desencantes encantados,
y resucites los muertos.

Poniéndose en la silla,
Sancho, se puso en la silla;
rostro dio a la primera,
la cual le o una mamona,
muy bien sellada y luego,
hizo una gran reverencia,

- Menos cortesía, menos
mudas mi señoras dueña.
Al final todas las otras,
le sellaron, y tanta gente,
presente le pellizcaron,
Punzaron con alfileres;
ya no pudo sufrir tanto,
se levantó de la silla,
y asiendo un hacha encendida,
que junto a él se encontraba,
dio tras todos sus verdugos,
diciendo:
- Afuera ministros
infernales, que de bronce
no soy, para no sentir,
extraordinario martirio.
En esto Altisidora,
debía de estar cansada,
por haber estado tanto,
tiempo supino, se vuelve
de lado, visto lo cual
a una voz todos dijeron:
- ¡Viva es Altisidora,
Altisidora ya vive!

Dijo a Sancho, don Quijote,
tan pronto vio rebullir,
a la hermosa Altisidora-,
Ahora es tiempo, Sancho amigo,
hijo, ya de mis entrañas,
h no pues escudero mío,
y no el escudero mío,
que te des unos azotes,
que estás obligado dar,
el desencanto te obliga
de la sin par Dulcinea.
Ahora digo, es el tiempo
con la virtud sazonada,
con eficacia de obrar,
el bien que de ti se espera.
A esto le contestó Sancho:
- Esto me parece argado,
sobre argado, y no miel
sobre hojuelas. Será bueno
que después de los pellizcos,
mamonas y alfilerazos,

viniesen ya los azores.
Ya no tienen más que hacer
que tomar una gran piedra,

y atándomela ya al cuello,
y dar conmigo en un pozo;
no quiero ser para ajenos
males, la vaca de boda.
Levantose Altisidora,
Inclinase ante los duques,
y mirando a don Quijote
le dijo:
y mirando a don Quijote
le dijo:
- Desamorado
quiera que Dios le perdone,
he estado por tu crueldad
los mil años encantada,
y creo en el otro mundo.
Compasivo escudero,
de los que contiene el orbe,
te agradezco esta vida,
que poseo, desde hoy
pues dispón de seis camisas
mías, bien limpias que puedes
hacer otras tantas tuyas.
Despejado quedó el patio
y a don Quijote y a Sancho,
llevan a donde conocen,

CAPÍTULO LXX.
Pasaron aquella noche
en el lugar conocido,
del castillo de los duques,
y durmiendo a pierna suelta.
Sancho que no don Quijote
quien velaba pensamientos
desatados. Les tomó
el día y se levantaron
con ganas que don Quijote,
ya que jamás tuvo el gusto
de aquellas ociosas plumas,
ni vencedor ni vencido.
Alltisidora, siguiendo
la broma de sus señores,
en el aposento entró
de don Quijote, turbado,
con su imprevista presencia
muy confuso se encogió
y se cubrió casi todo,
con las sábanas y colchas,
muda la lengua no supo,
pues hacerla cortesía.
Altisidora, sentose,
en una silla y dio
gran suspiro con voz tierna,
y debilitada dijo:

- El silencio reventó
mi alma y perdí la vida,
con rigor que me has tratado,
caballero empedernido,
he estado muertas o al menos,
juzgada así por aquellos,
que me han visto en el túmulo.
Gracias al buen escudero
Condoliéndose de mí

Depositó mi remedio
en sus martirios del cuerpo,
si no en el otro mundo quedo.
- Bien pudiera el amor
-le respondió Sancho Panza-,
en mi asno depositarlos
que yo se lo agradeciera.
Pues el cielo la acomode
con otro amante más blando,
que mi seño, don Quijote.

Pero dígame, señora,
lo que vio en el otro mundo,
Y ¿qué hay en el infierno?
Porque los desesperados,
que así mueren van por fuerza,
a ese lugar infernal.
- La verdad que os diga -dijo
la doncella Altisidora-,
no debí morir del todo,
pues no entré en el infierno,
que si allí entrar hubiera,
una por una salir
no pudiera aunque quisiera.

La verdad es que llegué
a la puerta donde estaban,
jugando una docena
de diablos, a la pelota
y valonas guarnecidas,
puntas de las flamencas,
que gruñía todos ellos
ya que venzan o que pierdan.
de esto me maravillaba.

- Eso no es de maravilla,
-le respondió Sancho Panza-,
que los diablos si no juegan
no pueden estar contentos.
- De otra cosa me admiré,
que pelotazo que pegaban
pelota que ya no sirve;
a un libro encuadernado
le dieron un pelotazo,
que le sacaron las tripas.
¿Qué libro es?, -preguntó
otro diablo.
Este es
la Segunda parte de
la historia de don Quijote,
de la Mancha, mas no escrita
por CIde Hamete, autor
primero; aragonés,
de este el autor, que se dice,
ser nacido en Tordesillas.
- Quitádmele de mi vista,
por no ser el verdadero,
-le respondió el otro diablo-,
y arrojad a los abismos.

Procuré se me quedara
esta visión en la memoria.
- Sí, visión debió de ser,
-le contestó don Quijote-,
pues no hay otro yo en el mundo,
que no soy aquel de quien
en historia tan fantástica.
Sendas pláticas tuvieron,
Don Quijote y la doncella,
Altisidora, quien dijo:

- ¿Piensa acaso, por venturas,
don vencido don molido
a palos, que yo me he muerto,
por vos? Todo lo que habéis
visto esta noche fue
fingido, que no soy yo
mujer que por semejantes
camellos fuera a morir.
- Eso creo yo muy bien,
dijo Sancho-, que eso del
morir los enamorados,
cosa de tomar a risa,
bien puedan ellos decir;
para mí que lo crea Judas.



CAPÍTULO LXXI.
A la aldea iba triste,
el molido don Quijote;
alegre por otra parte,
el vencimiento era causa
de su tristeza; y alegre,
por la virtud que tenía,
Sancho Panza su escudero.
- Y puesto que tu virtud,
es gratis data, que no
te ha costado pan, estudios,
aun que más es recibir
martirios, en propia carne.

Y de mi te sé decir,
que si tu quisieras paga,
de azotes del desencanto
de la sin par Dulcinea,
ya tal te la hubiera dado
pero no sé si vendrá
bien con la cura la paga,
y no quiero que impidiese,
el premio a la medicina.
Me parece con todo eso,
no se perdería nada,
en probarlo; mira Sancho,
el que quieras y ya azótate,
luego, y de contado págate
y así de tu propia mano,
pues tienes dineros míos.

A este ofrecimiento abrió
Sancho, los ojos, y un palmo
de orejas, por el buen premio.
- Quiero disponerme a dar
su gusto a vuestra merced,
lo que desea en provecho
mío, el amor de mis hijos,
y de mi mujer me obliga,
que me muestre interesado.

Vuestra merced diga cuento,
me dará por cada azote.
- Hijo pues, yo te daría,
dada así la calidad,
del remedio, el tesoro
de Venecia, pues, sin duda,
las minas del Potosí,
lleva tiento de lo mío,
por el precio a cada azote.
- Ellos son -respondió Sancho-,
antes, tres mil y trescientos,
de ellos me he dado cinco
y que entren entre ellos,
a cuartillo cada uno,
y que no llevaré menos,
si todo el mundo mandase,
son los tres mil, mil quinientos,
medias reales y que son
setecientos y cincuenta
reales, y más los trescientos
hacen pues ciento cincuenta
medios reales, los que son
pues, setenta y cinco reales,
que junto a los setecientos,
cincuenta, son ochocientos
y más veinticinco reales.

Estos yo desfalcaré,
de los que tengo de vuestra
merced, y entre en mi casa,
bien rico y muy contento,
aunque fui bien azotado.
- ¡Oh, Sancho, cuan obligados
Dulcinea y yo quedamos!,
Todos los días servirte.
Cien reales añado para
que comiences cuanto antes.
- ¿Cuando?-Le respondió Sancho-,
Esta noche ya sin falta,
Procure vuestra merced
que tengamos en el campo,
al cielo abierto que yo
me abriré las carnes bien,
Luego la noche esperada
con ansias por Don Quijote,
le parecía que ruedas
del carro de Apolo habían
quebrado, y se alargaba
el día, más deseado.

Se entraron entre unos árboles,
desviados del camino
estaban donde dejando,
vacía silla y albarda,
de Rocinante y el rucio,
se tendieron en la verde
yerba, y cenan del repuesto,
de Sancho, el cual fue haciendo
del cabestro y la jáquima
del rucio un poderoso
y flexible para azotes,
y se retira a unos veinte
pasos de su amo, entre
unas hayas. Don Quijote,
le ve con denuedo y brío,

- Mira, amigo, que no te
hagas pedazos, lugar
da que unos esperen a otros,
no quieras apresurarte
tanto que a la mitad de ellos,
te falte el aliento, y pares.
Yo los estaré contando
con este rosario mío.
Que el cielo te favorezca
conforme tu intención buena.
Al buen pagador no duelen
prendas -le respondió Sancho-,
Yo pienso darme de forma,
que sin matarme me duela,
debe de ser la sustancia
muy propia de este milagro.

Desnudo de medio cuerpo,
arrebatado el cordel
a azotarse comenzó
Don Quijote a contar,
hasta seis o ocho había
Sancho dado, cuando piensa,
son los azotes baratos,
y parando un poco dijo:
- Estos azotes merecen,
a medio real sean pagados.
- Prosigue, ya, Sancho amigo,
que yo doblo la parada,
- De ese modo -dijo, Sancho-,
¡lluevan azotes aquí!

Pero el socarrón dejó
de darlos en las espaldas
y en los árboles los daba,
y con sus piros de cuando
en cuando, que parecía,
que con cada uno de ellos,
se le iba arrancando el alma.
Tierna la de don Quijote,
temeroso de que no
se le acabase la vida,
no consiga su deseo,
por la imprudencia de Sancho,
dijo:
- Por tu vida, amigo,
que se quedo en este punto,
que me parece muy áspera,
esta medicina, dar,
tiempo al tiempo; que Zamora
no se ganó en una hora,
mas de mil azotes dados,
suficientes por ahora,
que, asno hablando a lo grosero,
sufre la carga mass no
la sobrecargas.
- Señor,
no, no -le respondido, Sancho-,
no se diga que por mí,
a dineros ya pagados,
brazos quebrados. Se aparte
vuestra merced otro poco,
y déjeme dar otros mil,
siquiera que a dos levadas
de estas habremos cumplido,
con esta partida y aún
puede que nos sobre ropa.

- Pues, si tu te hallas en buena
disposición, -don Quijote
dijo-, el cielo te ayude;
pégate que yo me aparto.
Volvió Sancho, a su tarea,
con tanto denuedo en ella,
tanto que había quitado
cortezas de muchos árboles,
tal es la riguridad,
que se azotaba, y alzando
la voz dio un desaforado
azote, en una haya dijo:

- ¡Aquí morirá, Sansón,
y cuantos con él lo son!
Allí acudió don Quijote,
al son de voz< lastimada,
y al golpe del riguroso
azote, y asiendo del
cabestro, que le servía
a Sancho de tal corbacho,
dijo:

- No permita, Sancho,
la suerte que por mi gusto
pierdas la vida que ha
de sustentar tu mujer,
a tus hijos; Dulcinea
mejor coyunturas espere,
que yo pues me contendré,
en límites de esperanza
propicia y esperaré
que así, cobres fuerzas nuevas,
para que ya se concluya
este negocio, que es nuestro.

Volvieron ir de camino,
al encerramiento en casa.

Toparon con un mesón.
A Sancho mucho le extraña
que al insigne don Quijote,
no le tome por castillo,
y no viera cava honda,
torres, rastrillos y puente
levadiza, con mejor
juicio, desde el vencimiento,
en cosas que discurría.
- Dime, Sancho, si ya piensas
dar otra tanda de azotes,
y si tu quieres que sea
esta noche bajo techo,
en el campo a cielo abierto.
- Mas yo querría que fuera,
en el campo entre árboles.
-le respondió Sancho Panza-,
que parece que acompañan,
y me ayudan a llevar,
maravillosamente eso.

- Pues no ja de ser así, Sancho,
-le respondió don Quijote-,
sino que para que tomes
fuerzas, lo hemos de quedar
para hacer en nuestra aldea.

Digo yo:
(Tanto monta, monta tanto,
don Quijote como Sancho)

que más tarde llegaremos
allá, después de mañana.

Sancho respondió que hiciese
su gusto; pero que él
lo quisiera concluir,
con brevedad el negocio,
a sangre caliente y cuando
el molino está picado,
(la tarea estaba en marcha)
porque más vale un toma
que yo ya te daré dos,
porque está en la brevedad
muchas veces el peligro,
y a Dios rogando y mazo
dando. ( Otro refrán de Sancho).
- Pues, Sancho, no más refranes,
-así dijo don Quijote-,
por un solo Dios, lo pido.
Se desviaron del camino,
terminando los azotes.

Motivo que don Quijote,
de ya topar con su dama
con la sin par Dulcinea,
de azotes desencantada,
merced al gran sacrificio
del tan famoso escudero:
la penitencia de Sancho.
Al subir la cuesta vieron,
la aldea; Sancho se puso
de rodillas y así dijo:
-
- Abre los ojos, deseada
patria, y mira que vuelve
a ti: Sancho Panza, tu hijo,
sino muy rico, muy bien
azotado, mas los brazos
abre y recibe también,
al famoso don Quijote.

Que si viene él vencido
por brazos ajenos, viene
muy vencedor de sí mismo,
que según me ha dicho él,
es el mayor vencimiento.
- Déjate de esas sandeces,
-le replicó don Quijote-,
y vamos con pie derecho
a entrar en nuestro lugar.



CAPÍTULO LXXIII.


A la entrada de la aldea,
fueron luego conocidos,
del cura, y del bachiller,
Carrasco, que se vinieron
a ellos, los brazos abiertos.
Apeose Don Quijote,
y entraron acompañados,
de los dos y de muchachos,
en casa de don Quijote,
donde hallaron en la puerta,
al ama y a la sobrina,
a quienes habían dado
las nuevas de su venida.

Ni más ni menos, también,
dieron a Teresa Panza,
la cual desgreñada
y trayendo de la mano
a Sanchica, acudió,
pues, a su marido,
y viéndole no muy bien,
adeliñado como ella,
en sueños tiene pensado
como tenían que ser,
los buenos gobernadores,
le dijo, con mucho énfasis:
- ¿Cómo, pues, venís así
marido mío, parece
Vienes a pie y despeado,
y más traéis semejanza
de desgobernado, que
de gobernador vinieses?

- Calla, Teresa, -le dijo
Sancho-, ya que muchas veces,
donde estacas no hay tocinos
vamos a nuestra casa,
que allí otra maravilla,
Y dineros traigo, que es
lo que importa bien ganado.

Quedó don Quijote en casa,
con el ama y la sobrina,
con el cura y bachiller
a estos con buenas razones,
les contó su vencimiento,
y obligaciones que había
quedado de no salir,
de la aldea en un año.
lo que pensaba quedar
sin duda, al pie de la letra,
sin traspasarlo ni un átomo
.como caballero andante,
y que tenía pensado
ser pastor en ese año,
con virtuoso ejercicio
Dar vado a sus amorosos



Pensamientos; suplicaba
fueran pues sus compañeros,
en soledad de los campos,
que él compraría ovejas,
y ganado suficiente.
Dirá nombre de pastores.
Lo principal ya tenia
Hecho, bien puestos los nombres
que les venía de molde.

El cura pidió dijese.
Le respondió don Quijote,
Él era el pastor Quijotiz,
pastor Carrascón sería
el bachiller, mas el cura,
sería pastor Curiambro,
y así se llamara Sancho
Panza, pues pastor Pancino,

Pasmáronse todos ver
la nueva locura de
Don Quijote de la Mancha.
Per porque no se fuera,
otra vez con sus lanzas,
como caballero andante,
saliendo fuera del pueblo,
y en ese año curase,
concedieron con su nueva
intención y la aprobaron.




CAPÍTULO LXXIV.


La muerte de don Quijote.
Como las cosas humanas,
no son eternas, y yendo
como declinando, siempre
cuesta abajo del terreno
de sus principios, que llegan,
por los designios del cielo,
especialmente a su fin,
desintegrando elementos,
de la vida, de los hombres.

En nuestros mejores tiempos,
como la de don Quijote,
llegó a su fin cuando menos
Le pensaba, que ya fuere
vencido en un suceso,
le dio la melancolía,
que ya no hay nada sujeto,
y fue la causa el verse
vencido, allí por el cielo.

Así dispuesta su muerte,
y que no hubo mayor duelo
en la casa solariega,
del insigne caballero;
se le arraigo calentura,
que le ardía todo el cuerpo,
que le tuvo unos seis días,
con sus largos pensamientos,
en la cama, en los cuales,
a visitarle así fueron,
muchas veces por el cura,
el bachiller y el barbero,
en la cabecera, Sancho,
su amigo y buen escudero,
de las que no se quitaba,
buscando motivos ciertos.
La pesadumbre de verse
vencido, estos creyeron,
el porqué seguía en cama,
no cumplidos sus deseos,
de la sin par Dulcinea,
su desencanto ya hecho.

Procuraban distraerle,
contándole muchos cuentos.
Sansón Carrasco le dijo
que ya tenía compuestos
los poemas, y la égloga,
que le gustaran los versos,
de la vida pastoril;
y compró con su dinero,

Buenos perros que guardaran,
las ovejas y corderos:
uno llamado Barcino,
y Butrón el otro perro,
en Quintanar de la Orden,
vendidos por un ganadero,
pueblo cercano al Toboso.
Mas no dejaba por esto
Don Quijote sus tristezas,
y mejores pensamientos.
El médico tomole el pulso,
del cual no queda contento;
dijo que por sí o no,
no le encontraba muy bueno,
y atendiese a la salud
del alma, pues la del cuerpo,
mucho peligro corría.

Don Quijote esto oyendo,
con ánimo sosegado,
y pues, aunque no le oyeron,
ni el alma, ni la sobrina,
ni el atento escudero,
Comenzaron a llorar,
como si estuviera ya muerto,
Pidió le dejaran sólo,
con sus tristes pensamientos
puesto que dormir quería,
y reposar un momento.

Y de un tirón don Quijote,
más de seis horas durmiendo,
tanto que el ama y sobrina,
quedaba pues, en el sueño,
pensaban. Al despertar
fue todo acontecimiento,
con fuerte voz don Quijote,
- ¡Bendito sea! -diciendo-,
el tan poderoso Dios,
que tanto bien me ha hecho,
pues, sus misericordias,
de sus infinitos cielos,
y bondad, no tienen límites,
Sancho, el ama, y la sobrina,
y otros estaban atentos
a las razones del tío
dicen:
-¿Qué es lo que tenemos
nuevo? ¿Qué misericordias,
Y que pecados son estos?
¿Son acaso de costumbres
o de gentes del infierno?
- Las misericordias -dijo
don Quijote al momento-,
son las que en este instante,
por la gracia de los cielos
ha tenido Dios conmigo.

Hoy ya el juicio libre tengo,
sin sombras caliginosas,
por la ignorancia leyendo
libros de caballerías,
que las leyendas pusieron,
sobre él, tan amargos males
como disparates fueron,
de sucesos y aventuras,
desencantos y embelecos.

Me pesa que el desencanto.
es triste que el juicio bueno
haya llegado ya tarde
no quedándome ya tiempo
para alguna recompensa,
que sean, libros leyendo,
luz del alma y del espíritu.
Punto de muerte me siento,
quiero que fuera de modo
que diera al entendimiento,
que no fue mi vida mala,
de loco, que fui, no quiero
quedar con ese renombre,
una vez que me haya muerto.

A mis amigos llamad,
el cura, el caballero
Sansón Carrasco, el maese,
Nicolás el buen barbero
que mi barba me tomó
y mi enfermedad va siguiendo.
Y me quiero confesar,
como hacer mi testamento.

En esto que entraron los tres,
Don Quijote que fue viendo,
así dijo:
-- - Dadme albricias
por lo que deciros quiero,
yo ya no soy don Quijote,
el loco de los sucesos,
sino, ya, Alonso Quijano,
que mis costumbres me dieron
de vecinos respetado,
renombre noble de bueno.
De Amadís soy enemigo,
y de otros que no recuerdo,
y de infinita caterva,
de historias de caballeros.
Mi necedad y el peligro,
ahora los voy conociendo.
Me curé en cabeza propia,

Cuando así los tres oyeron,
creyeron nueva locura,
con otros nuevos sucesos.

Señor, que tenemos nueva
de estar ya desencantada
Dulcinea del Toboso,
sale pues, vuestra merced
con esa nueva aventura,
cuando estamos a pique
del pastoral ejercicio,
para así pasar cantando,
la vida como unos príncipes,
¿Quiere hacerse ermitaño?

- Yo, señores, que ya siento,
que muriendo voy apriesa,
de burlas ya no es el tiempo,
y déjenlas pues, aparte,
ya que ahora es el momento,
de que traigan confesor,
y así, pues yo me confieso,
y venga un escribano,
para hacer el testamento,
que no está bien que se burle,
al alma, estando ya muerto
ese pasado engañoso.
Sancho ya hacía pucheros,
la confesión acabada,
y sale el cura diciendo,
Verdaderamente muere,
y que está curado es cierto,
que ya no es don Quijote,
Alonso Quijano el Bueno
es, y podemos ya entrar.
Un terrible empujón dieron,
las nuevas que dijo el cura,
de la confesión saliendo,
a los ojos muy preñados,
de lágrimas y pucheros
del ama, sobrina y Sancho,
que estaban los tres dispuestos,
de lágrimas reventar.

Alonso Quijano el Bueno,
era de agradable trato,
muy querido de su pueblo,
de apacible condición,
muy alegre y contento.

Entró el escribano con
todos en el aposento.
Aquel hace la cabeza
y el orden del documento.
Y el alma de don Quijote,
se inicia ya el testamento.

Llegando pues, a las mandas,
recuerda a Sancho, primero.
Iten, es mi voluntad,
que a Sancho, de mi dinero,
nadie pues, le pida cuentas
y con él tenga provecho,
por el servicio prestado,
con tanto merecimiento;
si estando loco le di,
de una ínsula el gobierno,
pues ahora que cuerdo estoy,
le darías un buen reino,
Por su condición sencilla,
con un buen comportamiento,
fidelidad pues con su amo,
y muy noble en su deseo.

Dijo volviéndose a Sancho:
- Perdóname que te vieron
tan loco yendo conmigo,
con el error del que hubo,
en andantes caballeros.
- ¡Ay! -dijo Sancho, llorando,
con cariño de escudero.
No muera vuestra merced,
sino, tome mi consejo,
y, viva más, muchos años,

Tantos que conceda el cielo,
porque la mayor locura,
que tiene su pensamiento,
en esta vida es dejarse
morir pues, sin más ni menos,
y sin que nadie le mate,
ya villano o caballero.
No me sea perezoso,
y levántese del lecho,
y vayámonos al campo,
con ovejas y corderos,
y vestidos de pastores,
cual concertado tenemos,
que quizá tras una mata
a la señora encontremos,
Dulcinea del Toboso,
desencantada, no menos,
eso que tanto le duele,
en mí, las culpas diciendo,
que por haber yo cinchado,
con mucha priesa y sin tiento,
y tan mal a Rocinante,
le derribó el caballero,
siendo cosa ordinaria,
confiar en el escudero,
que atienda al caballo y armas,
para el presente suceso;
y el señor que hoy es vencido
mañana ya le veremos,
vencedor como es costumbre,
en esto de caballeros
Le respondió don Quijote,
que ya en los nidos de antaño,
ya no hay pájaros hogaño,
- Yo frui loco y ya soy cuerdo,
fui don Quijote y ya soy

Alonso Quijano el Bueno,
y puedan vuestras mercedes
con la estimación que tengo,
en estos mis convecinos,
de mí muy estimado pueblo.
Y ya prosiga adelante,
con este mi testamento.
Iten, mando que mi hacienda,
por ser este mi deseo,
que toda a puerta cerrada,
a Antonia Quijana, siendo
ella, la hija de mi hermana.

Sacando como primero,
y que fuera menester,
de las mandas, cumplimiento
de las que aquí dejo hechas,
la primera de lo expuesto
quiero que sea pagar
el salario que la debo,
del tiempo que me ha servido,
mi ama, que dejo dispuesto
la den más veinte ducados,
para su vestido bueno.
Dejo por mis albaceas,
al señor cura del pueblo,
Sansón Carrasco presente,
y a Nicolás el barbero.

Iten, es mi voluntad
lo digo con gran respeto,
que si mi sobrina Antonia,
Quijana es su deseo,
casarse se haga un informe
del hombre que haya propuesto
como marido, no tenga,
libros de los caballeros,
andantes con aventuras
el menor entendimiento;
si averiguado se sabe
que tiene conocimientos,
y con todo mi sobrina,
despreciara dicho esto,
y con él casarse quiera,
y se case, es mi deseo
y con el mayor afecto
lo que le tengo bien dado,
en manda del testamento.

Iten, pues a los señores
albaceas voy pidiendo,
si la suerte lo permite,
llegan a conocimiento
del autor de la Segunda
parte, y con los sucesos
Don Quijote de la Mancha,
que perdone el momento,
propicio para escribir,
tantos disparates feos.

El escribano cerró
con lo último el testamento,
Don Quijote un desmayo
sufrió tendido en el lecho,
se quedó de largo a largo;
se alborotó el aposento,
los que estaban ya presentes
acuden a su remedio.

En tres días sucesivos,
le daban muchos mareos;
pero con todo comían,
pese que estaba sufriendo
la sobrina; le brindaba.
cual quedara satisfecho,
el ama; regocijábase
Sancho Panza; porque esto
del heredar algo borra,
templa, en el heredero,
la memoria de la pena,
que es razón que deja el muerto.

A don Quijote fue el último
que recibe sacramentos,
Después de abominados
los libros caballerescos.
Con eficaces razones
y muy buen entendimiento.
El escribano presente,
dijo nunca había esto
leído que caballeros

Andantes, ni por asombro,
hubieran muerto en el lecho,
tan sosegado y cristiano,
tan razonable y discreto,
como fuera don Quijote,
y tras muchos sentimientos,
de los que con él estaban,
su alma entregó al cielo.
Cervantes quiso decir,
Don Quijote había muerto.
Pide el cura al escribano,
cerrado ya el testamento,
testimonio de la muerte,
de Alonso Quijano el Bueno,
que, comúnmente llamaban,
Don Quijote de la Mancha.
Solo el autor verdadero,
Cide Hamete Benengeli
le fuera a resucitar.


No quiso Cide Hamete,
dar lugar de nacimiento,
por dejar pues, que las villas,
y aquellos cercanos pueblos,
contendiesen entre sí,
por tenerle en el recuerdo
de mantener como suyo,
como en tiempos contendieron,
Siete ciudades de Grecia,
por el recordado Homero.

Sansón Carrasco le puso
en su tumba este epitafio:
A la muerte de don Quijote.

Yace aquí el hidalgo fuerte,
que a tanto extremo llegó



Valiente que se advierte,
Que la muerte no triunfó
de su vida con la muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco,
fue el espanto y fue el coco,
del mundo en tal coyuntura,
que acreditó su ventura,
- morir cuerdo y vivir loco.
Cide Hamete Benengeli,
el escritor verdadero
de esta verdadera historia,
del andante caballero,
así dijo a su pluma,
tan comedido y discreto:
Aquí quedas colgada,
de esta espetera y de este
hilo de alambre, ni sé
si bien cortada o mal:
tajada pérgola mía
a donde pues, vivirás
luengos siglos presuntuosos,
si los malandrines, falsos
historiadores, no te
desuellan y te profanan,
no antes que a ti te lleguen
bien los puedas advertir
y decir del mejor modo,
- ¡Tate, tate, folloncico!
De ninguno sea tocado,
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.
Para mí sola nació
Don Quijote, esto es cierto,
para él yo pude escribir
aventuras y sucesos,
el supo obrar, somos dos,
en uno, pues a despecho
y pesar del escritor
fingido, y tordesillesco,
que se atrevió o se atreva,
escribir de atrevimiento,
con la pluma de avestruz,
grosera, mal deliñada;
hazañas de mi valiente
Don Quijote caballero,
porque sus hombros, no son,
pues, de exagerado peso,
ni asuntos son de su carga,
tan mal resfriado ingenio.
Si, acaso, conocer llegan
transcurrido este tiempo,
al falso, le han de advertir,
deje reposar los restos,
que están en la sepultura,
de don Quijote los huesos,
cansados y ya podridos,
y no le quiera llevar
ya contra todos los fueros,
de la muerte por Castilla
la Vieja, y más haciendo
salir de la huesa, donde
Tendido a lo largo está.

VALE.






A Rocinante



Cabalga, Pegazo lindo
producto de mis entrañas,
testigo de mis hazañas
de gloria, brio y poder.


Navega por los espacios,
del extenso firmamento,
no habra tormenta ni viento
que te puedan detener.


Corre salta brinca al trote
lleva bien a Don Quijote,
de aventura en aventura
que tenga buena ventura
como en la de los leones.