domingo, 2 de noviembre de 2008

EL QUIJOTE EN VERSO

ANOTADO EN EL REGISTRO GENERAL DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL
Segun dispuesto en la Ley de Propiedad Intelectual (Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de Abril), quedan inscritos en este Registro los derechos de propiedad intelectual.

Autor : FERNANDEZ BLANCO,Laurentino.
num. de solicitud. M-3947-08

LIBRO PRIMERO.Don Quijote de la Mancha en Verso

EL QUIJOTE EN VERSO.
LIBRO PRIMERO.

Version libre en versos de ocho sílabas de don Quijote de la Mancha,
de Miguel de Cervantes Saavedra.


Primera parte.

CAPÍTULO I.

En un lugar de la Mancha,
cuyo nombre no recuerdo,
vivió insigne caballero
de los de lanza y rocín,
flaco, y galgo corredor.
Se apellidaba Quijano
y en su historia Don Quijote
Cervantes le puso el mote.
Lo que tuvo un buen fin,
de fama y de valor.

En la casa solariega
vive honrado caballero
llamado Quijano el Bueno
con el ama y la sobrina,
que son buena compañía.
Es una vida tranquila
con mozo para labores
No tiene más cuidadores,
de la hacienda y el rocín.
De anexo tiene una cuadra
do Rocinante dormita
salvo cuando el mozo tira
de las bridas y se van.
Enfrascado en la lectura
se le pasaban las noches
al insigne don Quijote,
con libros caballerescos.

De no dormir lo bastante,
y de tanto cavilar
el juicio llegó a fallar
a Don Quijote el andante.

Es de saber que este Hidalgo
los ratos que ocioso estaba
y la caza abandonaba
por libros de caballería
toda la noche y el día
con tal gusto y afición
los libros, memorizaba
de lo que le entusiasmaba:
hazañas a realizar.
Él olvida el ejercicio
de la caza con el cura----
y el barbero, con ventura
de mantener la salud
Se aparta de los amigos
el juicio ya va perdiendo
ansía ser caballero
andante como Amadís.
Tanta es su desventura
que tierras de sembradura
por los caminos vendía.

Abandonaba su hacienda
y el cuidado de su casa
los amigos con la caza,
deseando ya salir,
en busca de los agravios,
y menesterosos varios,
con tuertos a remediar.
De autores ninguno más
que Feliciano de Silva
que Amadís muchos tenía
y lo que más le gustaba
fueron razones que daba:
Razón de la sinrazón
y que a mi razón se le hace
mi razón de tal manera
que me quejo con razón
de la vuestra fermosura.

Y cuando leía aquello:
Los altos cielos de vuestra
divina divinamente
con las estrellas os hacen
merecedora de aquel
merecimiento que le merece vuestra grandeza
Ya frisaba nuestro Hidalgo
cerca de la cincuentena
El ama la cuarentena
La sobrina veinte y algo.

Era él de complexión recio
de carnes seco y enjuto
con un caballo caduco
flaco; con muy poco precio.
Viste de Velarde un sayo;
calzas de velludo para
las fiestas y se calzaba
pantuflos que se ponía
sobre los otros calzados.
Los días entre semana,
se honraba con vellorí.
---------o---------
Varios nombres de su agrado
ponen en su trayectoria
de aventuras y de gloria.
Fue muy querido, y amado.
Unas veces, Caballero
es de la Triste Figura
La facha con su armadura
pero honrado aventurero.
Está sólo y muy resuelto
Caballero de Leones,
les provoca en ocasiones
Y no quiso el león fiero,
prefirió echar la siesta
a enfrentarse al caballero.
Y fue caballero andante.
El famoso don Quijote
De la Mancha, con buen mote.
Puso Miguel de Cervantes.
Lo variado de la dieta
motivo fue de su fama
al saber hacer el ama
Despensa para este fin.
Unas ollas de más vaca
Que cabritos o carneros.
Salpicón era el primero
Las más noches del festín.
Duelos, y quebrantos, sábados,
viernes tenían lentejas
los domingos bajo tejas,
A palominos dan fin.
Consiste todo su afán
en salir pronto a caballo,
para tuertos corregir
Y agravios a deshacer.
Cubrir huérfanos y viudas
sinrazones enmendar
abusos a remediar
Y deudas satisfacer.

Después de darse a sí nombre
como hacen los caballeros
andantes, un escudero
Se dedica allí a buscar.
Halla aquel que lo ha de ser.
Hombre noble como pobre
del pueblo de don Quijote
Sancho Panza bien llamado.
Del linaje de los Panza.
Y llegó a la conclusión
De tener que elegir dama.
A quien el vencido en batalla
Le rindiera pleitesía.
De total necesidad,
que el vencido presentara
como si dijera cartas
A quien tiene devoción.
Y diga con voz humilde:
- Yo, señora mía, soy
gigante Caraculiambro
dueño y señor de la ínsula
Malindrania que venció
en muy singular batalla
Don Quijote de la Mancha,
el famoso caballero
para que vuesa grandeza
con talante de su alteza
considere lo mejor.
En un lugar más cercano
hacía una buena moza
en su tiempo fue otra cosa
del que estuvo enamorado.
Requiere ponerle nombre
que se ajuste a su grandeza
propio si llega a princesa
Dulcinea, nombre dulce.
Luego fue a ver su rocín
y el asno del escudero
bueno aquel del caballero
que no supera Bucéfalo
ni el gran Babieca del ¨Cid.



CAPÍTULO II.


Así, dice Don Quijote,
en su primera salida
fue muy buena su acogida
por los campos de Montiel:
Apenas el rubicundo
Apolo tiende en la faz
de la ancha, espaciosa tierra
las doradas hebras de sus
bellos cabellos y apenas
los pequeños y pintados
pajarillos con harpadas
lenguas luego saludado
con meliflua armonía
la ´´venida de rosada
aurora que ya dejando
blanca cama del celoso
marido, que, por las puertas
y balcones del manchego
horizonte, a los mortales
se muestra, cuando el famoso
Don Quijote de la Mancha,
deja las ociosas plumas
sube sobre su caballo
el famoso Rocinante
y comenzó a caminar
por el que fue antiguo campo
el llamado de Montiel.
Y era verdad que por él
caminaba ilusionado
más que loco, encantado.
Decía fiel, a sí mismo:
- ¡Oh, dichosa esta edad y siglo
así como fue más dichoso,
aquel donde bien saldrán
a la luz del buen saber,
las más famosas hazañas
dignas de ser entalladas
bien en duro bronce,o mármol.
El caballero arrogante
va a saciar el apetito.
A la puerta de la venta
dos mozas, las de partido,
ven aquel desconocido
que se acerca, con temor.
Van de paso con arrieros
De camino hacia Sevilla.
Como todo que veía
pensaba o imaginaba:
Doncellas le parecieron.
Las dos mozas temerosas
del fantasma bien armado
no entienden la chirigota
De aquello que ha estado hablando.
La mala visera encubre
Del rostro a Don Quijote;
no pueden ver ni el cogote.
Ni es tipo de admiración.
- No fuyan vuestras mercedes
no teman desaguisados
los que tiene rechazados
la orden de caballería.
Aquello les hizo gracia
Antes de entrar en la venta
díjoles:
- Parece bien
la mesura en las fermosas
por la causa que procede
la risa por ser tan leve
-siendo mucha la sandez.
En esto llega un porquero
y al rebaño de puercos
toca un cuerno y la manada
se recoge a la señal,
del rastrojo donde estaba

El Hidalgo se confunde
con trompetas del castillo
están como dando aviso
que un caballero llegó.
Doncellas reconciliadas
con él, las que le desarman,
la gola desencajarla
no pudieron entre dos.
Ni la mal hecha celada
atada con cintas verdes
los nudos quitar no pueden,
la deja para dormir.
Pensando era castillo,
imaginaba princesas,
aquellas que eran rameras,
a quien dijo con donaire:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera don Quijote
cuando de la aldea vino.

Doncella cuidaban de él,
princesas de su rocino.
De comer tenía ganas
mas sólo había truchuelas
- Pueden ser como ternera
que sé que es mejor que vaca.
y el cabrito que el cabrón.

Tiene puesta la celada;
alzada está la visera;
a la boca no pudiera
un bocado que llevar.
Una de ellas le ayudó:
da de comer; de beber
con la paja que el ventero
con buen arte le apañó.




CAPÍTULO III.

Toda la noche de vela
contemplándose las armas;
quiso un arriero apartarlas
´_ No se le ocurra tocar.
Mas no se curó el arriero
de razones del Quijote
y le dio tan fuerte golpe
que al suelo le derribó
Y llegando un nuevo arriero
quien también quita las armas
Don Quijote sin palabras,
la cabeza le quebró.
Los compañeros arrieros
al Quijote apedrearon
del ventero, apaciguaron
Las voces de que era loco;
les gritaba el ventero,
del insigne caballero,
Le teme las amenazas.
Abreviaron ceremonia
de nombrarle caballero
cogió un libro el ventero
donde el trigo y la cebada
a diario lo anotaba:
pues hacía que leía
cosas de la ceremonia.
Del castillo el señor,
-el muy guasón del ventero-
nombra pronto caballero.
No hay castillo, no hay señor.





CAPÍTULO IV.



Camina hacia la aldea
alegre porque el ventero
ya le nombró caballero
Título que concedió.
Y se dio cuenta de pronto
que no llevaba dinero,
y tomaría escudero,
para caminar mejor.
y presto volvió a su casa,
donde el Cura y el Barbero
esperan al caballero
Pretendiéndole curar.
Que dejara su locura
de andar por malos caminos
con la facha de pepinos
prontos para madurar.
No hace caso de consejos.
Falta razón que le aparte
de aventura con más arte
En bien de la humanidad.
Sale armado caballero
muy ufano de la venta
con toda aquella herramienta
Dispuestos a batallar.
Pronto encuentra en el camino
motivo de intervenir
al ver a un chico sufrir
Y al amo ve torturar.
Mucho exigió con su lanza.
Tratara bien al muchacho.
El amo muy vivaracho
beneficios concedió.
Cuando el Quijote marchó,
volvió el amo a dar palos
los daba sin intervalos
Y comentarios jocosos.
Es este por ese necio
méteme en todo, señor,
sin conocer el valor
de ser los actos virtuosos.

Muy alegre caminando
en memoria Dulcinea,
satisfecho en la tarea
de liberar al muchacho.
Descubre un tropel de gente
Mercaderes toledanos
eran seis los de a caballo
y mozos de mulas tres.
Y cortándoles el paso
recordando lo leído
en alguno de sus libros
de esta forma les habló:
- Que todo el mundo se tenga
si todos no confiesan
que la sin par Dulcinea
es del mundo la más bella.
De guasa los mercaderes
a Don Quijote la cólera
y enrarecida la atmósfera,
contra ellos arremete.
A imprudente mercader
le salió muy mal la chanza
de Don Quijote su lanza
la cabeza peligró.
Don Quijote cayó al suelo
por tropezar Rocinante,
El bromista caminante.
De su furia se libró.
- Non fuyáis gente cobarde,
gente cautiva, atended
que por mi caballo fue
Y no fue por culpa mía.
Oyóle mozo de mulas
de muy mala intención,
a palos arremetió
a quien palabras anula.



CAPÍTULO V.


Viendo, pues, no se podía
mover hizo recuerdos
de libros de los infiernos
que le trajo a la memoria
pasajes de Valdovinos
de Carlotos mal herido
Para, así, estando maltrecho,
con sufrimientos ajenos
de los que tanto había leído
propios de los caballeros
para entonces igualar
empezose a volcar
en tierra con sentimiento
y con debilitado aliento
a decirse como dicen:

- ¿ Dónde estás, señora mía,
Que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
O eres falsa o desleal.
Y de esta manera fue,
prosiguiendo aquel romance
hasta aquellos que le dicen:
¡Oh, noble marqués de Mantua!
¡Mi tio y señor carnal!
Y quiso que con tal suerte
cuando ya llega a este verso,
por allí en ese momento
le contempla un labrador
de su lugar y vecino.

Y le trajo el recuerdo
pasajes de Valdovinos,
escritos en unos libros
también de Mantua, el marqués.
Mas pronto se olvida de él,
y a la memoria le vino,
olvidando a Valdovinos,
el moro Abindarraez;
cautivo hacia Antequera
cuando le llevó Narváez
El labrador que le recoge
y transporta a su aldea
oyendo que Dulcinea
es de su pueblo El Toboso
y que le está confundiendo
con Narváez:
- Sigo siendo
Pedro Alonso su vecino.
Llegan de noche a su casa
donde el ama y la sobrina,
despotricando en sordina
de los libros, que allí están.
En muy buena compañía,
con el cura, Pedro Pérez,
su nombre así, tal se infiere,
y maese Nicolás,
el barbero del lugar.
Llamando con grandes voces:

- Nos abran vuestras mercedes
al que es señor Valdovinos
quien viene muy malherido;
cautivo del valeroso
Don Rodrigo de Narvaez
viene el moro Abindarraez,
de camino a Antequera
donde alcalde es Don Rodrigo.
A estas voces salen todos
a bajarle del jumento,
donde venía desecho
su amigo, tio, y señor,
aún no se había apeado
pues corrieron a abrazar.
- Ténganse todos que vengo
-malferido por la culpa
de mi caballo, mas llévenme
a mi lecho, que si fuera
posible llamen a Urganda
la sabia que todo cura.
Quienes reunidos estaban
en la casa solariega
cuando Don Quijote llega
malherido y muerto de hambre
Dijo en este punto el ama:
- Y me decía a mi bien
mi corazón, de que pie
cojeaba mi señor.
Y suba vuesa merced,
y que se deje de hurganda,
que le sabremos curar

Le llevan luego a la cama,
catándole las heridas
pero no le hallaron ninguna
y les dijo, es molimiento
de caída del caballo
-combatiendo con jayanes
son los más desaforados.
Preocupado dijo el cura
- ¿Hay jayanes en la danza?
Y para mi santiguadas,
que yo las queme mañana
antes que llegue la noche.
Lo mismo le dijo el ama,
pues tenía también ganas
de dar a los libros muerte
sin pensar en inocentes
El Cura no lo admitió
la muerte de algunos libros.
Maese Nicolás se avino
los títulos conocer.



CAPÍTULO VI.



Don Quijote aún dormía.
Al Cura, como al Barbero
dio la sobrina las llaves
entraron como una tromba
a la criba de los libros
- Tome, señor licenciado,
con agua y con el hisopo
rocie ya, este aposentono
no esté algún encantador
que tanto tienen los libros
y nos vengan a encantar
Gracia hizo al licenciado
la simplicidad del ama
y para ver de que tratan
uno a uno le fue a dar
el barbero, con ahínco.
- No hay para que perdonar,
dijo en su afán la sobrina
Por que son todos culpables.
Los libros de poesía
salvados fueron del fuego
por ser de entretenimiento,
y no de caballería.

El primero que le dio
Amadís tuvo por título,
- Esto parece misterio
pues primero también fue
libro de caballería
que en España imprimieron.
De éste arrancan los demás,
Por ser el primero de un arte,
a él se debe perdonar.
Pues este debe de ser
de Amadís hijo legítimo.
- Pues no le ha de valer al hijo,
la bondad que tuvo el padre.
Tomad, señora ama este,
abrid la ventana y eche
al montón que en el corral
se hagan para las hogueras
Habiendo otro libro, vio
que era Palmerín de Oliva
y Pa1merín de Inglaterra.
- Esa oliva hágase luego
en rajas, -le dijo el cura-
y a Palmerín de Inglaterra
una caja hágase como
la que hizo Alejandro
encontró en los despojos,
de Darío do guardaba
las bellas obras de Homero.
Pues merece que se guarde
buena y por quién la escribió,
el rey Juan de Portugal.
- ¡Válame Dios!
-dijo el Cura,
-una muy fuerte voz dando:
Aquí está Tirante Blanco
un tesoro de contento
y mina de pasatiempo
Aquí está Quirieleisón
de Montalbán, valeroso
Caballero y su hermano
don Tomás de Montalbán.
Deciden dejar de ver.


CAPÍTULO VII.


Estando en esto comenzó
a dar voces don Quijote
diciendo:
- Aquí, aquí
valerosos caballeros
aquí es necesario mostrar
las fuerzas de vuestros brazos,
que los cortesanos llevan,
lo mejor de este torneo.
Por acudir a este estruendo
el escrutinio dejaron
de libros y así fueron
sin ver ni leer al fuego.
Al llegar a Don Quijote
él ya estaba levantado
Los desatinos y voces
continuaban; cuchilladas
y reveses por doquier,
como de no haber dormido.
Y con fuerza le volvieron
tal como él estaba al lecho.
Y sosegado así un tanto
al cura dijo hablando:

- Cierto es, señor arzobispo,
Turpín, que es mengua llamarnos
Doce Pares y dejarnos
así el torneo ganar,
por señores cortesanos.
Nombres y nombres daba
valientes aventureros,
al torneo mencionaba.

- Mas calle, vuesa merced,
compadre, -le dijo el cura-
Dios será servido que
la suerte se mude bien
y que lo que hoy se pierde,de
con más se gane mañana.
Y mantenga la salud,
que tiene deteriorada
heridas y maltratadas.
- Ferido no -dijo al cura
don Quijote-, si molido
y quebrantado, debido
al bastardo Don Roldán
quien a palos me ha molido
con el tronco de una encina.
Luego dieron de yantar,
pronto dormido quedando
con ellos muy admirados
de su tremenda locura.

Fue la sobrina más rígida
que fue el Cura y el Barbero
a mandar libros al fuego
Alguno de ellos fue víctima
Es su lectura la causa
de la locura del tío.
Medida por desafío
que para nada sirvió.
- Dénme descanso en la cama
y de beber y comer
y dejadme adormecer
rendido de batallar.

Tan molido se acostó,
que no recuerda los palos
recibidos a intervalos,
Y de forma tan brutal.
Fue uno de los remedios
del Cura y del Barbero
imponer que se tapiara
el aposento, temiendo
que al levantarse volviera
malditos libros,coger,
pensando al cesar la causa
cesara también su efecto.
Si pregunta le dijesen
que llegó un encantador,
y los libros se llevó
Sin poderlo remediar.

Al despertar el Hidalgo
falta de libros notó
pensó que alguien le embrujó
como en otras ocasiones.
Quince días pues, en casa
muy tranquilo y sosegado
con el cura conversando
también de caballería.
Está ya fuera de casa
elige como escudero
a un labrador de su pueblo

Llamado Sancho Panza.
Hombre de bien, aunque pobre,
poca sal en la mollera,
hasta ínsula le ofreciera
en aventura ganada,
en quítame allá esas pajas
Por el campo de Montiel
van caminando tranquilos
con Sancho Panza al hilo
de una ínsula a ganar.
- Y hasta reina puede ser
Juana Gutiérrez, mujer
si vuesa merced ganase
un reino de los de aquí.

- Sujeta las riendas, Sancho,
que vamos a cabalgar
por este camino ancho
hoy el sol no abrasará
. A lo lejos de allí vemos malandrines, y fuleros
que si fueran caballeros
lucharía Sin dudar.

Es Dulcinea mi dama
Sancho Panza mi escudero
soy andante caballero,
conocido por mi fama.

Su biblioteca surtida
de libros de aventureros
Hazañas de caballeros,
en su memoria guardó.
A Palmerín de Inglaterra
el Caballero de Febo
este tipo ya longevo,
de los que consideró.
que atienden menesterosos
remedian injusticias
y destronan las codicias,
Como normas a seguir.

Persevera con su dama,
Amadís de Gaula, andante
Don Quijote tan amante
a Dulcinea adoró.
Los caballeros triunfantes
rinden feliz pleitesía
a su dama en porfía,
demostrado su valor.
Encantados por el mago,
a la sin par Dulcinea
la ven labradora fea,
Embrujada con rigor.

- Ya te dije, Sancho amigo,
que esto estaba encantado
trastornan lo que has amado
en bochornoso y falaz
- Sí, señor, que bien lo sé.
Me dieron buen coscorrón,
y no sé quien me lo dio.
Si acaso fuera un rapaz.
A la busca de aventuras
cubierto con armaduras
por el campo se lanzó

De cartón hizo celada
figura que así tenía
de hazte reír le servía
a quien fuera a tropezar.
Espectáculo jocoso,
eran Don Quijote y Sancho
muy formales y él tan pancho,
en compaña caminar.





CAPÍTULO VIII.
Estando en esto descubren
treinta o cuarenta molinos
de viento de ese lugar
y así como don Quijote
los vio, dijo al escudero
- La ventura va guiando
a lo que nos esperábamos.
Pues ves allí, Sancho amigo,
treinta o poco más gigantes,
con quien pienso hacer batalla,
para quitarles la vida,
que Dios quiere que se quite,
esta tan mala semilla
sobre la faz de la tierra.

- Señor, molinos de viento
son, y no tipos gigantes
ni caballeros andantes
dispuestos a guerrear.
- No ves, Sancho, esos brazos
grandes, a tomar las armas.
- Son del molino las aspas:
Las ruedas van a girar.

- Bien se ve no estás cursado
en lo de las aventuras,
esos gigantes sin duda,
dada mi experiencia, son.
Ponte pues en oración,
de esta desigual batalla.

Nada ve y nada oye
lo que, Sancho, le decía
En cambio va dando voces:
- Non fuyades vos cobardes
y tan viles criaturas
que es un sólo caballero
quien os reta y acomete.

Levantose en esto el viento
y moviéndose un aspa,
donde fue a clavar su lanza
la volvió el viento con furia,
la lanza hizo pedazos,
llevándose tras de sí,
el caballo y caballero
fue rodando muy maltrecho.
Sancho Panza acudió.
- Dije yo a vuesa merced
que mirase bien que hacía
que eran molinos de viento,
y no podía ignorar
sino quien llevase otros
y tales en la cabeza.

- Calla, Sancho, que las guerras,
van sujetas a mudanzas.
Creo que el sabio Frestón,
me ha vuelto a hacer tanto daño,
y los gigantes mudando,
en los molinos de viento,
por los gigantes vencido
no dejó de ser temido
Es su forma de pensar.
- Si de dolor no me quejo
no es dado a caballeros
andantes quejarse de
heridas algunas aunque
le estén saliendo las tripas

- Si es eso así no replico,
-bien le dijo Sancho Panzas-
yo de mí sé que me quejo
del más pequeño dolor.
De esto ríe don Quijote,
- Por esto puedes quejarte
cuando quisieres con ganas,
pues no tengo esto leído
más para los escuderos.

Licencia para comer
le concedió don Quijote,
Y, Sancho, se acomodó
como pudo y sacó
de alforjas lo que tenía.
Va caminando y comiendo,
cómodo detrás de su amo,
De cuando a cuando empinan
la bota, con tanto gusto
que en Málaga no estuviese
que es mejor bodegonero
que envidia pudiera darle.
No se acordaba de ínsulas
ni de las demás promesas,
Tan a gusto se encontraba.
Ni del trabajo en buscar
peligrosas aventuras.

Aquella noche pasaron,
entre dos frondosos árboles
desgajó de uno de ellos,
Don Quijote un ramo seco,
que le podía servir
de lanza poniendo el hierro,
que quitó de la quebrada.
No durmió en toda la noche,
pensando en su Dulcinea;
se acomodó a lo leído
cuando muchos caballeros
reposan en las florestas
no duermen en esa noche;
las memorias de sus damas,
les entretiene en la noche.

No así le pasó a, Sancho,
con el estomago lleno,
y no de agua de achicoria,
de un sueño se la llevó.
- Mas advierte, Sancho amigo,
que aún viéndome con apuros
si no vieres que me ofende
la canalla y gente baja,
que en este caso bien puedes
con tu espada ayudarme.
No contra los caballeros
por no serte esto licito.
- Señor, yo de mío soy
pacífico y enemigo
de meterme en esos líos.

Ayudado a levantarse
tornó a subir a caballo,
como medio despaldado
y hablando de esta aventura,
siguen a Puerto Lapicé,
sino que iba pesaroso,
no poder ir al Toboso,
y hacerse con otra lanza.
Y le dijo al escudero:
- Yo me acuerdo haber leído
que un caballero español,
es Diego Pérez de Vargas,
a quien en una batalla
la espada se le rompió.
De una encina desgajó,
un pesado ramo o tronco,
con él hizo tales cosas,
machacando tantos moros
quedó así con sobrenombre,
Machuca que desde aquello,
sus descendientes llamaron
por nombre Vargas Machuca
Hete dicho esto porque,
así encuentre una encina
pienso desgajar un tronco
con el que hagamos no pocos,
tales que puedas sentirte
orgulloso de venir
y testigo de ello, ser,
como tan buen escudero.
Va ganando la fortuna
mejor, nuestras aventuras
pues por fortuna tenemos,
gigantes desaforados.
Vamos a Puerto Lapice;
donde existe mucho tránsito
miles de hechos tan fantásticos
allí hemos de encontrar.

- Póngase vuestra merced
derecho que va torcido.
- Es del golpe recibido,
Y de tanto batallar.
Le culpó a Frestón el mago,
robó libros y aposento.
Mudó en molinos de viento
a los gigantes malvados
para hacerme tanto daño.

Asoman por el camino
dos frailes de San Benito,
en aquellos días hábiles.
Van sobre dos grandes mulas
tanto como dromedarios.
Y luego un coche en el campo
con cuatro o cinco a caballo,
que detrás iban de escolta.
En él viene vizcaína
que se encamina a Sevilla,
donde estaba su marido
para pasar a las Indias,
a ocupar cargo elegido.

- Peor será ´que los molinos,
Señor, que aquellos son frailes
y no será bueno el baile,
si se mete a batallar.
- Tu sabes poco de achaque
de aventuras, Sancho amigo,
de verdad es lo que digo,
que les vaya o no atacar.
Y se puso en el camino
por donde los frailes vienen
y por el coche vascuence
les dijo con mucho brío:

- Sois gente descomunal
forzadas altas princesas
en ese coche las llevan
pues luego al punto dejad.
Dijo uno de los frailes:
- Señor caballero, somos
dos frailes de San Benito,
religiosos: no sabemos
existiera tal extremo,
de haber princesas forzadas
que dice vuesa merced.
- Para conmigo no valen
blancas y falsas palabras,
que conozco esa canalla.

Y sin esperar respuesta
dio espuelas a Rocinante,
y con el palo de lanza
arremetió contra el fraile, Cayó de la mula el fraile,
le salvó esto de la furia
del Quijote enfurecido.
El otro su mula azuza,
grande como un dromedario.
Y en el sentido contrario
huye lejos de aquel loco.
El bueno de, Sancho, quita
al fraile la vestimenta,
Llegan en esto dos mozos
de los frailes que preguntan
el porqué le desnudaba.
Sancho Panza respondió:
aquello a él le tocaba,
que era parte de la cuenta
que Don Quijote ganó.
Por ser legítimamente
despojos de la batalla.
Uno de los mozos vio
a su fraile maltratado
insultado y muy robado,
contra, Sancho, la emprendió.
Todos le muelen a palos,
en tanto habla el Hidalgo
con la princesa forzada
Los mozos recuperaban
lo que Sancho les robaba.
Pronto los frailes se van
sin dejarle pelo en barba
y con coces le molieron
tendido estaba en el suelo,
sin aliento, y sin sentido
Subió el fraile a su mula
y siguió a su compañero,
poco más allá esperaba,
Hablando estaba el Hidalgo
con la señora del coche,
- Por la vuestra fermosura
señora mía, ya puede
facer bien de su persona,
aquello que le viniere,
en gan, pues la soberbia,
de los robadores vuestros,
que estos andan por los suelos.
derribada por mi brazo.
Y ha de saber que me llamo,
Don Quijote de la Mancha,
Soy andante caballero,
y valiente aventurero
y cautivo de mi dama,
Dulcinea del Toboso.
Y en pago a este beneficio,
al Toboso han de volver,
y decir a mi señora,
quien fue su liberador,
y rendirla pleitesía.

Al oír esto, un escudero
que, no deja el caballero
el paso a la diligencia
con mucho brío y decencia
al Hidalgo se enfrentó.
Le dijo en mal castellano,
y peor lengua vizcaína,
- Anda, caballero, andes
mal, por Dios que si no dejas,
coche, así te matas como,
estás ahí vizcaíno.
Entendiole don Quijote
y respondió con sosiego:
-
Si vos fueras caballero,
como veo no lo eres,
yo ya hubiera castigado
tu sandez y atrevimiento
Le replica el vizcaíno:
- ¿Yo no caballero? Juro
a Dios tal mientes cristiano,
como si tu lanza arrojas
y mejor espada sacas
¡el agua presto verás
que al gato das! -le dijo-
Vizcaíno soy por tierra
vizcaíno soy por mar.
Hidalgo por Satanás;
y mientes, mira si otra.
- Ahora lo veredes, dijo
Agredes -así fue como
le respondió don Quijote-,
Arrojó al suelo la lanza
sacó la espada, embrazó
rodela, y tiendo
al vizcaíno queriendo
pues, quitarle ya, la vida.
Del coche el otro tomó
una muy bonita almohada,
que de escudo le sirvió.
Se fue el uno contra el otro
como enemigos mortales.

El vizcaíno le dio
una fuere cuchillada
en el hombro por encima
de la rodela. De no tener
defensa, mal lo pasara.
Don Quijote de la Mancha,
quien muy apesadumbrado
lanzó con su fuerte voz:

- ¡Oh, señora de mi alma
socorred al caballero
vuestro, en este duro trance!
Y aventura todo a un golpe.
- Gente endiablada y fastuosa,
dejad libres las princesas
forzadas, y hagan promesas
que al Toboso habrán de ir,
A rendirle pleitesía
a la sin par Dulcinea.
-
Arroja lanza, castellano,
la espada voy a empuñar.
mientes y otra cosa yerra.
El vizcaíno se defiende
con una almohada, del golpe
del famoso don Quijote,
Del golpe y contragolpe,
del vizcaíno la mula.
muy asustada recula
por el campo se espantó.
Tiró al vizcaíno al suelo.
Don Quijote con certeza
pudo cortar la cabeza.
Don Quijote es triunfador.
Las señoras le suplican
al insigne caballero
le perdone a su escudero.
Don Quijote respondió.
- Y con esta condición:
Se presente a Dulcinea
y la sin par dama vea
y se haga su voluntad.
Con las espadas en alto
Don Quijote y vizcaíno,
me quedé con pesadumbre,
de no conocer el fín.




CAPÍTULO IX.
Dejamos en la primera
parte de esta verdadera
historia de don Quijote,
y el gallardo vizcaíno
con las espadas en alto
en tal guisa descargando
dos furibundos fendientes,
que los dan de arriba abajo
con tal fuerza y desparpajo
que si alguno le acertara,
como madura granada.
le divide por mitad.


En Alcázar de Toledo
un animoso muchacho
vendía unos cartapacios
y papeles a un sedero.
Llevado de mi inclinación
de lo que pillase a mano
leer, estaba escuchando
que tratan de Don Quijote.

Rogué me lo tradujera,
pagándoles lo que fuera
del papel y cartapacio.
No cesaba de reír,
Leyendo aquel manuscrito,
quien muy jocoso me dijo:
- Dulcinea del Toboso
tan buena mano tenía
con voluntad que ponía
para a los puercos salar.

Cuando yo le oí decir
Dulcinea del Toboso
quedé suspenso y atónito
pues esto me aseguraba
de don Quijote trataba
lo que en mis manos, tenía:
La historia de don Quijote.
Escrita por Cide Hamete
Benengeli, escritor.
Donde la historia concluye
del manchego, y vizcaíno.

En la portada pintada
batalla del vizcaíno
y del que tenía un título:
dice: Don Sancho de Azpeitia,
sin dudar era su nombre.
Allí también don Quijote.
Otro rótulo decía:
Sancho Zancas, por tener
la barriga grande, corto
talle y de zancas largas.
También se le llama Panza,
se supone por lo que es.

El vizcaíno colérico
descargó tan fuerte golpe,
al famoso don Quijote,
en el hombro con la espada.
Le hizo, pues, bastante daño
que desarmó todo el lado
izquierdo, y llevando parte
de celada, de la oreja
le cercenó la mitad.

Don Quijote descargó
con tanta furia y encono
a dos manos con su espada
un golpe con mucha fuerza
en la almohada, y cabeza,
del valeroso vizcaíno,
acertando con buen tino,
quien por la boca empezó
y narices a sangrar.

Del fuerte golpe la mula,
muy asustada recula,
se espanta, echando a correr
no se pudo sostener,
y el vizcaíno cayó.
Allí puso don Quijote,
con ligereza la punta
de su espada en la nuca
para en los ojos después.
Le dijo que se rindiese
tan turbado le tenía
que responder no podía,
Y lo pasaría muy mal,
si las señoras no fueran
con una grande tristeza
a pedir a don Quijote,
que la vida perdonase
de su vencido escudero.

Con gravedad don Quijote
les dijo con mucho entono:
- Cierto fermosas señoras
soy contento de cumplir
lo que con afán pedís.
Mas con una condición,
que prometa el caballero
ir al lugar del Toboso
donde allí, ya fueron otros,
a rendirle pleitesía
se presente de mi parte
a la sin par Dulcinea
para que ella haga de él
lo que su voluntad quiera.

Prometen que el escudero,
ha de hacer lo que pedía.
Sin saber que pleitesía
ni a quien iban a rendir.
Verdadera relación
de la historia que ninguna
mala es, si es verdadera.
Si a esta historia se la puede,
alguna objeción poner
muy cerca de su verdad,
no podrá otra que ser
ya dicho, de autor arábigo,
siendo muy propio de aquella
nación, al ser mentirosos.

Si bien me parece a mí,
corto queda en este cuento.
Por entender quiero dar
mi pluma en alabanzas,
a éste tan buen caballero.
Los historiadores deben
ser puntuales verdaderos,
y nonada apasionados
que ni el interés ni el miedo,
y, el rencor ni la afición
pues no le hagan torcer,
camino de la verdad.

Cuya madre es la historia
émula del mejor tiempo,
y depósito de acciones
testigo de lo pasado,
del porvenir advertencia,
Y ejemplo de lo presente.



CAPÍTULO X.


Ya, en este tiempo se había
Sancho Panza, levantado,
de los mozos maltratado
que a los frailes les seguían.

A su amo contempla
en la refriega y oraba
la victoria, y Dios le diera
una ínsula cayera,
que merece en esta hazaña.
- Seguro estoy de poder
gobernar tal, y tan bien
como cualquiera en el mundo,
por grande que sean ellas.

Así, pensaba consigo,
Sancho Panza caminando.
De rodillas, suplicando
la ínsula que quisiera
ganada con este lío.
- Advertid, hermano, Sancho,
pues, esta aventura no es,
ni otras así, semejantes
como para ganar ínsulas.

Mas bien es de encrucijada
en la que se saca rota,
la cabeza, con la oreja
cercenada a la mitad.
- Calma, Sancho, que no es
momento de ganar ínsulas.
Restaurada la clavícula
muy pronto te la daré.
Agradece mucho, Sancho,
la mano otra vez besando
y falda de la loriga.

A subir a don Quijote
a Rocinante le ayuda;
van en busca de aventura
y así, sigue a su señor.
que se vio, a paso tirado,
dar muchas voces al asno,
por seguir a _Rocinante.

Tuvo, Sancho, mucho miedo
que Santa Hermandad llegara
y a la cárcel les llevara
por herir al vizcaíno.
Y le dijo Don Quijote:
- Calla. ¿Cuándo has leído
que algún caballero andante
hayan metido en la cárcel
por los muchos homicidios
que los tenga cometidos?
- Señor, esa oreja, fúnebre.
que mucho le está sangrando;
sacaré el ungüento blanco
de las alforjas, y cúrese.

- Tengo yo un bálsamo bueno;
con una gota nos cura
todos los males. Procura
que sea de Fierabrás.

- Pues, saque, vuesa merced,
remedio de caballeros
cúrese la oreja y pelo
que le dejen de sangrar.
- Sabes que estoy embrujado.
Y de momento no puedo
por más que quisiera hacerlo.
Sancho el ungüento sacó.
Y pasaron las montañas
por buscar mejor refugio
de frailes con artilugio,
de la justicia del rey.

- Sancho, tienes mucho miedo
- ¿Lo echa ahora de ver?
- Que no dejas de mover
y hueles peor que un cerdo.
Apártate a unos metros
que yo no te quiero oler.
Al ver la celada rota
creyó que perdía el juicio:
- Yo hago ahora juramento
a los santos Evangelios
que como el marqués de Mantua
juró venganza a la muerte
del sobrino Valdovinos;
no comer pan a manteles,
ni folgar con la mujer.
Y otras cosas que se digan.
Oyéndolo Sacho, le dijo:
Si cumplió ese caballero,
presentándose ante ella
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx mi señora Dulcinea,
comete vuestra merced
delito de los indignos
al vencido vizcaíno.

- Has hablado y apuntado
muy bien, -responde el Hidalgo-
y así, anulo el juramento
el de Mantua lo mantengo
a un caballero a la fuerza,
la celada he de quitar
- Esos tales juramentos
vuestra merced, los dé al diablo,
que a la salud hacen daño,
perjudica a la conciencia
de hacer la vida que dice,
hasta tanto que le quite,
a otro caballero andante
por la fuerza la celada.

Es probable no encontrara
con celada, un caballero.
Llegar no pudo el Quijote
a algún castillo o poblado; .
con una choza toparon
de cabreros en el monte,






CAPÍTULO XI.


Los cabreros les acogen
con afecto y buen ánimo,
a don Quijote y a Sancho
muy perdidos por el monte,
llegan donde los cabreros.

Huele, Sancho, los tasajos
que están allí cocinando
con mucho conocimiento,
Hacen con piedras hogar
donde al fuego en un caldero
tasajos tienen hirviendo,
sabrosos al paladar.
Sacan del fuego tasajos
tendiendolos en el suelo,
en las pieles de cordero
bien curtidas en el campo.

En honor de aquellos huéspedes,
mesa rústica aderezan
Que son las mejores pruebas
siendo muy buenos intérpretes.
al convidarles con muestras
de su buena voluntad.
Dan asiento a don Quijote,
El Hidalgo, pide a Sancho
que se siente a su lado.
Mas Sancho, prefiere en esto,
quedar de pie a comer,
- Me sabe mucho mejor,
lo que como en un rincón,
sin melindres ni respetos
aún si es pan y cebolla,
que gallipavos de mesas
donde forzoso me sea
mascar despacio y beber
poco, limpiarme a menudo,
comportarme como un mudo
no estornudar ni toser
aun que esto me venga en gana
que me trae la libertad,
consigo la soledad.
-continua, Sancho hablando,
sin licencia de su amo.

Estas honras que concede
por ser ministro adherente
a la orden caballeresca
como escudero que sxxxoy,
por bien recibidas doy.
Renuncio hasta el fin del mundo.
- Con todo te has de sentar,
sabido es si te humillas,
Dios te ensalza y te estima,
si lo haces de verdad.

Y asiéndole por un brazo
forzó sentar a su lado.
No entendían los cabreros
de escudero y caballero
aquella tal jerigonza.
Comían y se callaban
Y, a sus huéspedes miraban,
quines con mucho donaire
los tasajos embaulaban.
Como el servicio se acaba
de carne, tendieron sobre
zaleas en aquel monte,
-pieles propias de rebeco-
bellotas avellanadas,
buenos frutos de los árboles.

Y pusieron medio queso
duro, tal si fuera hecho
de argamasa; mas no estaba
el que a la redonda andaba
nada parado este cuerno
tan a menudo, ya lleno
ya vacío de arcabuz
de noria y que vació
con facilidad dos zaques
de los dos que se veían.

Y don Quijote, después
de satisfacer su estómago,
con puñado de bellotas
en las manos, les habló:
- Dichosa la edad y siglos
y son dichosos aquellos
que los antiguos pusieron
nombre de dorado, no
porque en ellos el oro
y que en nuestra edad del hierro
tanto se estima, se alcance
en aquella venturosa,
sin fatiga alguna, sino,
los que vivían entonces
ignoraban las palabras:
de tuyo y mío los que eran
en aquella santa edad
todas las cosas comunes,
a nadie era necesario
y nadie necesitaba
para alcanzar su ordinario
sustento, tomar trabajo
de alcanzar con propias manos,
y tomar de las encinas
fruto sazonado, y dulce.
Claras fuentes y corrientes
ríos, los que su magnifica
abundancia y transparentes
aguas sabrosas ofrecen.

En quebradas de las peñas,
y en los huecos de los árboles,
formábanse su república
solícitas y discretas
abejas, ofreciéndoseles
a cualquiera en las manos
sin interés, la fértil
cosecha de su dulcísimo
trabajo. Los tan valientes
alcornoques desprendían
de sí sin otro artificio
de su tronco exquisito
sus anchas, y livianas
cortezas que comenzaron
a cubrir las casas, sobre
las duras estacas rústicas
para defensa no más
de la inclemencia del cielo.

Paz y amistad era todo,
todo concordia. No había
reja del muy corvo arado
para abrir ni visitar
las entrañas tan piadosas,
de nuestra primera madre,
sin ser forzada les daba
cuantos bienes que tuviera.

No había el fraude, el engañó
ni la malicia mezclándose
con la verdad y llaneza.
Y la justicia se estaba
justo por sus propios términos,
sin que la osaran turbar,
ni ofender los del favor,
es de aquella que intereses
tanto ahora menoscaban,
turban y persiguen tanto.

La ley del encaje aun
que no se había sentado
del juez en su entendimiento,
porque entonces no había
qué juzgar, ni ser juzgado.

De mujer es condición
desdeñar a quien la quiere
y amar a quien le aborrece
Fue lo que, Sancho, contó.
Cabreros les acogieron
con gran afecto y cariño;
oyeron lo que contaban
de un estimado vecino.
Que si estaba enamorado
Grisóstomo y, de Marcela.
Él de pastor se vistió,
como lo fue también ella.
Por el monte se internó
en busca de amor perdido;
dijo endechas y canciones,
lanzaba muchos suspiros.

Rica heredera del padre
un tío vigila su senda,
su honra y extensa hacienda,
sin conseguirla casar.
Marcela, joven y rica,
los muchachos la pretenden,
mas ella a ninguno quiere.

Por eso no se casó.
Dicen que murió de amor
quien versado fuera en libros,
licenciado en Salamanca.
Es del pueblo muy querido.
Los cabreros le llamaron
a Don Quijote dormido
por si quería ir al monte.




CAPÍTULO XII.
Es entierro de Grisóstomo,
murió trfiste por amorf.
A enterrarle iban todos
los cabreros, sus amigos,
gente sencilla, del pueblo
y los caballeros ricos.
Suplicó que le enterraran
en el lugar conocido
en el que viera a Marcela.
Y donde tanto ha sufrido.
Lo que el cabrero contó
lo cuenta y muy bien lo dicho.

Don Quijote estaba absorto:
Quiere saber el motivo.
subir por el monte quiso,
subir por el monte quiso,
Subir poor el mionte quiso,
por ver la bella Marcela,
y a Grisóstomo, allí muerto.
Don Quijote, compungido-,
la liviandad de Marcela
al Hidalgo, le ha dolido:
rechaza un mal pensamiento
que de su dama ha tenido

Mas apenas comenzaron
los rayos del Sol nacido
a despuntar aquel día
un cabrero les avisa
están Marcela y amigos
y Grisóstomo ya muerto
en el ataúd metido,
y rodeado de pastores.



CAPÍTULO XIII.
Fueron muchos los que asisten
y entre aquellos caballeros
que acudieron al entierro
de Grisóstomo pastor.
Uno llamado Vivaldo,
a don Quijote pregunta
-ya presumen su locura-
porqué allí va tan armado.
Siendo el lugar tan pacífico.

- Pues la orden que profeso,
-Don Quijote respondió-,
no permite otra vida:
Orden de caballería.
Don Quijote respondió:
- ¿Qué quiere decir andante
caballero, Don Quijote?
- Lean aún sea un recorte
de Inglaterra y no más.
Su rey Arturo encantado
pasó a cuervo embrujado,
también un buen creador:
crea en la Tabla Redonda
Orden de Caballería.
Ésta marca en el amor
las condiciones precisas.

Amores que allí se cuentan
de Lanzarote del Lago.
Lo recordaba el Hidalgo.
La reina Ginebra amó.
Un romance que se tuvo
por las tierras de Inglaterra
siendo su reina Ginebra
esposa del rey Arturo.
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando a la Bretaña vino.

Y desde entonces se fue
extendiendo por diversas
partes de la amplia Inglaterra:
Orden de caballería.
Los caballeros andantes
pasaron mala aventura
sobre su cabalgadura
haga frío o calor.

Llega alguno a emperador,
por el valor de su brazo
Otros muchos siendo andantes,
vierten sangre y el sudor.
Le responde el caminante:
_- De ese parecer soy yo.
A la última descripción
de la sin par Dulcinea
Vivaldo le dijo:
- Vea
nuestro mucho interés.
En saber su buen linaje
prosapia, con su alcurnia
con origen de su cuna.

- Pues no es de antiguos Cursinos,
ni de Cipioyes romanos
ni de los mejores Gayos
No fue tampoco de Ursinos.
Ni de modernos Colonas,
Moncadas o Requesenes,
Villanuevas o Robelles
Ni Guerreas de Aragón.
O Guzmanes de Castilla.

Es Toboso de la Mancha
Es linaje de tierra ancha
Que es la más hermosa villa.
Y replica el caminante:
- Semejante apellido
para mí desconocido.
- ¡Pues no puede eso ser!
Todos escuchaban las pláticas,
y sólo, Sancho, pensaba
verdad era lo que hablaba
siguiendo su buena táctica.




CAPÍTULO XIV.
- Son aquellos que allí vienen
-les dijeron los cabreros-
de Grisóstomo traen el cuerpo
en la montaña a enterrar.
De Grisóstomo fue amigo
Ambrosio, quien de aquel dijo:
- Quiso bien, fue aborrecido;
adoró, fue desdeñado;
a una fiera le rogó,
a un mármol, importunó
y tras el viento corrió
a la soledad dio voces
y sirvió a la ingratitud.

Para el final ser despojo
de la muerte, corrompido
En esa peña aparece
flor del deseo, Marcela
con la misma cantilena
de justificar su acción.
- Y según decís, yo he oído
es el amor verdadero
es el que no se divide,
y voluntario ha de ser
por mi propia voluntad,
no forzada ejecución.


Cuando termina, Marcela
sacó espada don Quijote
y dijo cual sacerdote:
- Marcela tiene razón.
Nadie se atreva a seguirla.
A aquella hermosa, Marcela,
quien se aleja de la peña
Motivo de perdición.




CAPÍTULO XV.
Del pueblo de Yanguas llegan
los que llamaron yangüeses
según nos dijo Maese
El barbero Nicolás.
Llevaron sus buenas jacas.


Don Quijote y Sancho Panza,
hacia el bosque se encaminan,
internándose vinieron
a dar en un verde prado,
muy propio para el ganado.
Con arroyo y yerba fresca. Donde los yangüeses fueron
con su manada de jacas.
A pasar allí la siesta
las horas les convidó

Antes comen lo que tienen
en las alforjas de Sanco,
y lo que en ellas hallaron,
en muy buena compañía.
Mas sabido es que el diablo,
no duerme y Rocinante,
así, que olió fue adelante,
a refocilar con jacas.

Es lugar muy apropósito
Para que cerca estuviesen
unos arrieros yangüeses,
con su manada de jacas.
Cuando vieron que llegaba,
con herraduras le esperan,
con los dientes inclusive
aquellas hermosas jacas:
no quieren refocilar.

Al poco queda sin cinchas
con ello cayó la silla.
¡Un tipo poco elegante!
En pelotas se quedó.
Las jacas quieren pacer.
Viendo no las deja en calma,
los arrieros con estacas,
a garrotazos cayó
y tumbaron en el suelo.
Don Quijote y Sancho, ven
la paliza que le dieron.

Acudieron jadeantes,
por quererlo defender.
Don Quijote dijo a Sancho:
- Estos no son caballeros
ni por lo visto escuderos,
son gente baja y soez.
Bien puedes tu ayudar,
con ellos tomar venganza,
por el mal que con la estaca,
hicieron a Rocinante
cuyo agravio fue delante
de nuestra propia nariz.

- Más que diablos de venganza,
--es Sancho, quien contestaba-,
que ahora hemos de tomar,
pues, muchos son, más de veinte
y nosotros solo dos.
- Es que yo valgo por ciento
-dijo don Quijote ufano-,
y echó mano a su espada,
contra ellos arremete.
Los yangüeses acudieron
muy prestos a sus estacas.
Ya rodeados les atacan,
con muy fuertes estacazos,
que al suelo los dos cayeron
a los pies de Rocinante.
con gran cantidad de palos
y allí quedaron molidos,
Sin que sean socorridos.
Y sin saber si eran malos.
Don Quijote por ventura
no deja allí la aventura;
pero si muy mal herido.
¡Con qué furia les machacan
aquellos seres malditos!



CAPÍTULO XVI.
Tendido en el amplio bosque
Don Quijote está molido.
Con Rocinante al trote
difícil podía ir.
Con esfuerzos para Sancho
le puso sobre el jumento,
único que estaba entero
para poder caminar.

El ventero que le vio,
a Don Quijote en el asno
todo él atravesado,
a Sancho le preguntaban
el ventero, su mujer,
la hija y Maritornes:
moza bastante deforme.
- ¿Cómo se llama y quien es?
Y contesta el escudero:
- Don Quijote de la Mancha
- Pues del asno desengancha
y vayamos a curarle.

Las dos jóvenes le hicieron
una desastrosa cama,
en camaranchón, tan mala
que en su día nunca fue.
Cerca había otro camastro
que lo ocupa un arriero.

La cama del caballero
es de peor calidad.
Con cuatro mal lisas tablas
sobre dos, no muy iguales,
bancos, allí de casuales,
con un colchón tan sutil
que más parecía colcha.
Colchón lleno de bodoques
alojado Don Quijote,
de mal, parecido a otras
ocasiones que allí estuvo.

Maritornes la asturiana
al poner la cataplasma
la hija con la ventera
vieron que caída no era
de golpes tuvo de ser.
Es, Sancho, muy cauteloso
y no dice la verdad.
Que se cayó de una peña
y un pico tras otro pico
cardenales por el risco
tanto de ellos se fue hacer.
Y también magullamientos.

- Vea, señora, que queden
unas estopas; pues falta
si creo que necesite
que me duele igual a mí.
De la peña no caí.

Sino que del sobresalto
de ver caer a mi amo
también me duele a mí
me duele bastante el cuerpo
como si me hubieran dado
golpes, con más de mil palos
unos tipos sin cesar.

- También me ocurriera a mí,
-esto dijo Maritornes-
yo soñaba que caía:
al despertar me dolía
como si fuera verdad.
- - Pues aquí donde le vemos
mañana de emperador,
lo puede ser mi señor.
Y yo tenga algún terreno.

Don Quijote de la Mancha
caballero aventurero.
- ¿Eso que es de aventurero?
- Hermana mía sabed
que es una cosa que en dos
palabras: apaleado
hoy es el más desdichado
mañana dueño de reinos.
Dos o tres reinos mañana
le daría a su escudero.

- ¿Cómo este caballero
no os ha dado un condado,
al menos de los ganados?
- Hermana que aún es temprano.
No hemos hecho más de un mes,
que buscamos aventura
y no encontrada ninguna.

Pues se busca una cosa
y tal vez se encuentra otra.
Verdad es sí mi señor
sale de esta y contrahecho
si por mi Dios yo no quedo,
no troco mis esperanzas,
mejor título de España.
Oyéndole Don Quijote
dijo:
- Creedme fermosa
señora de este castillo,
que nada de mí le digo.
Así mismo alabanzas
muchas, dicen que envilecen.
A, Sancho, no consentía,
tomar el sueño, el dolor,
de sus golpeadas costillas.
Don Quijote está despierto
como las liebres, abiertos
tiene los ojos, y sueña
aventura exagerada;
de él estaba enamorada
la hija del castellano
del castillo el señor.

Aquella noche en su busca
feliz va al camaranchón
a yacer con él un rato.
Oye en esto Don Quijote
cuando llega, Maritornes.
Ésta entraba con los brazos
extendidos, fue a topar
los brazos de Don Quijote
quien le asió por la muñeca
contra Dulcinea peca
tirando de ella hacia sí,
con enfado del arriero,
oyéndole al caballero
la tira de disparates.
Y celoso viendo que ella
pretendía desasirse
enarbola el brazo en alto
dio tal puñada al hidalgo
que llena la boca de sangre
y, a sus costillas subió
del infeliz Don Quijote
con los pies más que de trote
por todas ellas pasó.
Muy endeble estaba el lecho
dieron con él en el suelo.
Al ventero despertó
creyendo fuera pendencia
encendiendo un candil
subió a ver que era por fin.

Maritornes muy medrosa
con Sancho se acurrucó
Sancho, que dormido estaba
soñando, empezó a puñadas
Y, a Maritornes la dio.
Sintiendo ésta el dolor
también replicó a puñadas
y un buen jaleo se armó.

El candil se le apagó
al dueño y quedan a oscuras
dando puñadas muy duras
sin saber a quien tocar.
Había allí un cuadrillero,
de la Santa Hermandad,
quien a reprimir el mal,
subió dando fuertes voces:
- Aténganse a la justicia.
Sin ver agarró las barbas
del rendido caballero,
y creyendo estaba muerto:
- Ciérrense pronto las puertas.
Miren no se vaya nadie,
que aquí en este aposento,
donde tenemos un muerto:
hay alguien que mató un hombre.
A estas voces se pararon.
Y allí tendidos quedaron
Don Quijote y Sancho Panza.



CAPÍTULO XVII.
Vuelto de su paroxismo
con la misma voz anterior:
- ¿Y tu duermes, Sancho amigo?
- De qué tengo de dormir,
-Responde con gran despecho,
y de pesadumbre lleno-
han andado en mí los diablos
en esta noche maldita.

- Yo creo que han dado cita
de este castillo encantado.
Lo que ahora quiero decirte
me has de guardar el secreto,
Dilo después que esté muerto.
- Si juro, -respondió, Sancho.
- Digo que soy enemigo
de quitar la honra a nadie
-Dijo Sancho, con donaire:
- Hasta después de sus días
y mejor fuera mañana,
que los pueda descubrir.
- ¿Pues tan malas obras te hago,
que tu Sancho, ver me quieres
ya muerto con brevedad?
- Es que soy muy enemigo
de guardar mucho las cosas;
no quiero que se me pudran
pasando a la eternidad.

- Bueno, pero así que también
que tuve extraña aventura
esta noche con la hija
del señor de este castillo
la doncella más hermosa
que hallar se pueda en la tierra.
Y sin duda que el castillo
de verdad está encantado:
Estando con ella hablando
en dulcísimo coloquio,
la mano pegada a un brazo
y muy alto enarbolado
en el rostro me atizó
el endemoniado moro.

Y me tiene más molido
que golpes de los arrieros,
que por no ser caballeros,
contra ellos no ataqué.
Presumo que es para otro
la joven, no para mí.
- Pero dígame, señor,
cómo llama esta aventura
que ha tenido la ventura
de entre sus manos tener
incomparable hermosura;
que yo que no he sido nunca
caballero aventurero
y sólo un buen escudero,
¡La madre que me parió!
Recibí tantos porrazos,
sin haber metido mano,
ni en mi vida pienso hacer.
- Luego fuiste aporreado
- Pues no le he dicho que sí
-- No tengas pena por ti
al momento te hago el bálsamo
precioso, que sanaremos
por ser buen medicamento
de abrir y cerrar los ojos.

Encendido fue el candil
por ver, entra el cuadrillero:
y pregunta al caballero
-- Pues, hombre, como le va.
Entre otras expresiones
le replica Don Quijote
por faltarle al tratamiento
le fue a llamar majadero.

El cuadrillero que oyó
tan mal como le trataba
sin más con el candil lanza.
fuerte golpe a Don Quijote
el candil de aceite lleno
descalabra al caballero
todo el aceite cayó.
Como el candil se apagó
todos quedaron a oscuras
Sancho entendió esta aventura
fue del encantado moro
- Para otros guarda el tesoro
para nosotros puñadas,
y candilazos.
- Así es,
mas a encantamientos no hago
caso y no hagamos estragos
con odios ni con rencores
Pues, como son invisibles
y siendo por si fantásticas
no hallaremos ni con tácticas,
personas que son visibles

- Levántate, Sancho, si puedes.
De esta fortaleza llama
al alcalde y le reclamas
los ingrediente del bálsamo:
son aceite, vino y sal
no se te olvide el romero
para hacer ese remedio
que todo nos va a curar.

Y me hará ahora muy bien,
el salutífero bálsamo,
y así evito el escándalo
de la herida que me hicieron
los fantasmas verdaderos
de este castillo encantado,
que nosotros no los vemos.
Don Quijote se tomó
lo que proveyó el ventero
mezcla bien el caballero
y el compuesto lo coció
durante su largo tiempo
a él, ya le pareció bueno,
luego puso en la alcuza
y sobre la cual rezó,
como ochenta paternostres
y tantas avemarías

También las salves y credos.
Cada palabra la cruz
hacía con devoción
a modo de bendición.
Luego lo echa en la alcuza
y se bebe lo sobrante
que le quedaba en la olla
poco menos de un alumbre.

Cuando, apenas lo bebió
todo empezó a vomitar,
con sudor, tan copiosísimo
mandó a, Sancho, le arropara
y le dejara dormir.
Al cabo de unas tres horas
despertó muy aliviado,
y creyó que estaba sano
También que había acertado,
con bálsamo Fierabrás,
con él, ya no tiene miedo
a enfrentarse a cualquier
calamidad o batalla.
Sancho, también se creyó
que el bálsamo le curó.
Y a Don Quijote rogaba
lo que en la olla quedaba.
A dos manos se tomó
cantidad que no era poca.
que le hizo reventar,

Envasó menos que su amo,
pobre estómago de Sancho,
menos delicado fue.
Y le dieron tantas bascas
y fueron tantos sudores,
y desmayos, pensó bien
que había llegado su hora,
que maldecía al ladrón
quien el bálsamo le ha dado.

A esto Don Quijote dijo:
- Yo creo que todo, Sancho,
es porque no estás armado
caballero, que el licor
no es para los que no son,
- Vuesa merced lo sabía.
¡Mal haya mi parentela!
Permitió que lo bebiera,
sabiendo me iba hacer mal.
Empezó el pobre escudero,
desaguandose por ambas
canales con tanta prisa
que ni la estera de enea
sobre la manta de anjeo
fueron no más de provecho

Todos los de la venta,
les miraban; de la hija
del ventero no quitaba
los ojos, y suspiraba.
Don Quijote de la Mancha.
Piensan los que les contemplan
que era dolor de costillas,
ya antes le vieron bizmar.
Suspiraba pues, al ver
la hija del castellano
De aquel hermoso castillo.
Con voz suave y reposada
le dijo:
- Muchas y muy
grandes fueron las mercedes
recibí de este castillo,
Del que sois honrado alcalde:
corresponder he con vos,
remediandole el agravio
que algún soberbio le hiciere.
Tuvo prisa el caballero
ir en busca de aventuras
salió con las armaduras
despidióse del ventero,
mas éste con gran sosiego
pide pague lo que debe,
la cebada de las bestias
la cena y la cama de ellos.
- Luego, ¿venta esta es?
- Y muy honrada -responde-
al insigne caballero.

- Engañado he vivido
creí que era un castillo.
Pero no puedo pagar
porque me lo impide la orden
de caballeros andantes
a la que yo pertenezco.

- Yo poco tengo que ver,
pague, señor caballero,
y dejémonos de cuentos,
pues sólo sé de cobrar
mi hacienda que es mi trabajo.
- Vos sois un mal hostalero.
Y sin ver si el escudero
le seguía se salió,
y sin más torció el lanzón
sin que nadie detuviera.
Sancho, mantuvo la regla
y razón de las de su amo.
El ventero se amohinó
mucho y le amenazó
Sancho, contestó:
- La vida
doy si preciso me fuera,
por ser a la orden fiel.

Mala suerte tuvo, Sancho,
que allí había cuatro
fabricantes de los paños
-entonces llaman perailes-,
de Segovia, agujeros
y tres del Potro de Córdoba
tres vecinos de Sevilla
gente bien intencionada
y alegre; con maleantes
se le acercaron a Sancho
y le apearon del asno;
pero al echarle en la manta
vieron que el techo era bajo.

Para el manteo más alto,
y salieron al corral,
cuyo límite era el cielo
y como si fuera un perro
en días de carnaval,
holgándose le elevaban
como en las carnestolendas
y fueron tantas las voces
del tan mísero manteado
las que a su amo llegaron
quien con un penoso trote
allí volvió Don Quijote
sin saber como saltar
altas bardas del corral,
Ya cansados los alegres
fabricantes del manteo,
le subieron en su asno,
con el gabán le arroparon,
y le traen un cubo de agua
muy fría por ser del pozo
la tomaba a dos manos
cuando oyó voces de su amo.

- Sancho, hijo, no la bebas
el agua te matará.
¿Ves? Bálsamo Fierabrás
que con dos gotas te cura;
listo para otra aventura.
- Señor, guárdese el licor.
Recuerde vuesa merced,
duro el trago que pasé,
que a poco casi me muero.
Más tarde en la venta ya,
a Maritornes rogó
que buen vino le trajese
una jarra muy bien llena,
quien de buena gana lo hizo.
Pese a que en la venta era
de su oficio, corazón
bueno; dicen que ellas tienen.
y, a su cuenta lo pagó.
Al cabo, también son cristianas.

Las ventas eran castillos
Don Quijote así veía
los males que recibía
encantado lo entendió.
- Cara fue la fermosura
que la tuve entre mis manos,
Debió de ser un pagano
quien fuerte me aporreó.
- No sé si fue desventura
de la que dice encantada.

- Al menos tuvo enlazada
la bella que contempló.
Que muchos eran los moros
que lo fuera o no encantado,
yo fui por él aporreado,
sin poderlo evitar.
- Creo fue el cuadrillero.
- Los fantasmas no se ven.
- Pero si se sienten bien;
mis espaldas lo dirán.



CAPÍTULO XVIII.
En una gran polvareda
vieron llegar un ejército,
Don Quijote académico,
hato de ovejas no vio.

- Si le encantan, y entumecen
como ocurrió la otra vez,
¿qué aprovechará que estén
en campo abierto, si tuercen?
-bien le dijo Sancho Panza.
Tan lejos era una nube
de polvo, con miedo ve,
el Quijote, con desdén
un ejército que sube.

Triste encantamiento a Sancho,
por no ver, también le ciega
que es un rebaño de ovejas
y, muy tarde lo advirtió.

Las ovejas y carneros
por el camino venían,
con el polvo no veían.
Insistía Don Quijote
era un ejército torpe,
por su mala formación.

- Pues, señor, que hemos de hacer,
-dijo acobardado, Sancho.
- ¿Qué? He de favorecer
a todo menesteroso
y a quien esté desvalido.
Sabrás que quien lo conduce
es el gran emperador
de las islas Trapobana,

Es doncella muy fermosa,
muy agraciada señora,
Y, además, es tan cristiana
que no la quiere entregar
al odiado rey pagano

Mira, Sancho, el que al frente
va, de ese temido ejercito,
Timonel de Carcajona.
Es de la Nueva Vizcaya
príncipe jamás vencido,
andante reconocido,
con las armas en cuarteles,
un gato de oro con campo,
de esos que van leonados

Con letras que dicen Miau
son del nombre de su dama
primeras letras: Miulina.
Es esta doncella hija
del gran duque portugués
Alfeñiquén del Algarbe.

El de los veros azules
es el poderoso duque
de Nerbia: Espartafilardo
del Bosque, La esparraguera
en su escudo por empresa
dice: "Rastrea mi suerte".


Don Quijote nombraba,
a quien él se imaginaba
y a los muchos caballeros
colores, empresas, motes;
como si fueran quijotes
del uno y otro escuadrón,
llevado de su locura
buscando siempre aventura,
quien hablaba sin parar:

- De este frontero escuadrón
forman gentes de diversas
naciones: son los que beben
las dulces aguas de Janto:
famoso río de Troya;
los montañeses que pisan
aquellos campos masílicos,
-hoy, lugares de Turquía.

Los que criban el fino oro
de la tan felice Arabia;
los que gozan las famosas
riberas del Termodonte;
los que sangran al Pactolo
de Libia: sacaban oro
en agua de Asia Menor.

Los númidas son dudosos
en sus promesas; los persas,
tan famosos por sus flechas
son, pues, los buenos arqueros;
son los partos y los medos
quienes pelean huyendo;
los árabes de mudables
casas; los citas tan crueles,
y blancos; los etíopes.
con sus horadados labios.
Y de infinitas naciones
más, que conozco, y veo,
cuyos nombres no recuerdo.

En este otro escuadrón
los que beben las corrientes
cristianas, son las que vienen
del olivífero Betis;
los que tersan y les pulen
sus rostros con el licor
rico y dorado del Tajo.
Los que gozan provechosas
aguas del fino Genil;
los que pìsan los tartesios
con pastos muy abundantes;
los que se alegran en Campos,
Elíseos, buenos prados
jerezanos; los manchegos
tan ricos y coronados
con buenas rubias espigas;

Los que de hierro vestidos,
de sangre goda es reliquia;
los que en Pisuerga se bañan,
es famoso en mansedumbre
de la corriente benigna;
los que apacientan ganado
en las dehesas extendidas
del tortuoso Guadiana
famoso por las salidas;

Los que también con el frío,
del silvoso Pirineo.
- Válgame, Dios, las provincias
y naciones que nombró.
Y, Sancho, callado estaba,
absorto de sus palabras,
Miraba de cuando en cuando
si veía caballeros
que Don Quijote nombró
- Señor, me encomiendo al diablo:
Caballeros ni gigantes
ni hombres que los vea yo
Quizá fuese encantamiento,
con los fantasmas de anoche.

- ¿Cómo dices eso, Sancho?
El relinchar de caballos
el tocar de los clarines
el ruido de los tambores?
Sancho, ¿es que no los oyes?
- No oigo otra cosa -le dijo-
si son los muchos validos
de ovejas y de carneros.

Los que ya llegaban cerca
de verdad son dos rebaños.
Tenía, Sancho razón.
- Turba el miedo los sentidos
Que Don Quijote no ve.

Y diciendo esto bajó
de la cuesta como un rayo.
Daba, Sancho, muchas voces;
- Vuelva, señor, Don Quijote,
son ovejas y carneros,
y no son, no caballeros,
que a esos les va a embestir
Pero, ¿Qué locura es?
Mire que no son gigantes
Pues no hay caballero alguno
ni gatos, ni armas, ni escudos;
no vea cosas que no hubo.
Ni por esas él paró

El insigne Don Quijote
va diciendo en altas voces:
-- Los que militáis debajo
de la bandera del gran
rey Pentapolín del Brazo
Arremangado, seguidme
y veréis como venganzas
de su peor enemigo.

Don Quijote arremete
con el lanzón al rebaño;
hace a siete ovejas daño,
y con la onda el pastor
ya que no les hizo caso
la piedra de gran tamaño
lanzaron con mucha fuerza,
dándo de lleno al Hidalgo.

Don Quijote no se cura
siguiendo con su locura
discurriendo les decía:
- Alifanfarón do estás
he de quitarte la vida
en pena de la que das
a Pentapolín por su hija.
Son las piedras, ya muy grandes,
que les tiran los pastores.
Al suelo con estertores
Don Quijote se cayó.
Pensaron que estaba muerto.
Cogen las ovejas muertas
por el campo muy dispersas,
corren a pasar el puerto.

Viéndole pues, ya caído
y los pastores se han ido,
Sancho de la cuesta baja,
Ve a su amo con sentido.
Aunque un tanto mal herido:
- Señor, yo mismo decía
que ellos no eran ejércitos:
son manadas de corderos.

- Esto es encantamiento
les es muy fácil hacer
parecer lo que quisiera
el maligno me persigue
envidioso, de mi gloria
pues viera qué iba a alcanzar.

Volvió con los escuadrones
-que decía Don Quijote-
de las manadas de ovejas-
- Y verás si los sigues
como vuelven a su ser;
mas ahora no te vayas
y mírame cuantos dientes
y muelas me faltan ya,
a mi parecer no tengo.
Al acercarse a su boca,
hizo al momento su efecto
el bálsamo que tomó.
y en la barba le arrojó
contenido de su estómago
y creyó, Sancho, que de él
fuera temeroso sangre;
más tranquilo se quedó
es Bálsamo Fierabrás.

Y tanto asco le dio
que su estómago a la vez,
sobre su amo vomitó.
y así quedaron entrambos
como se dice: de perlas.

Ganas le daban a, Sancho,
dejar allí mismo a su amo,
aunque el salario perdiera
y el gobierno de la ínsula.
Con dolor en su mandíbula
viéndole muy pensativo,
dijo don Quijo triste:
- Sábate, Sancho, que no es
un hombre mejor que otro
si no que hace más que otro.

No es cierto que el bien y el mal,
sean durables, de aquí
se deduce que está cerca
el bien, y no te acongojes
por las cosas que me pasan.
- ¿Cómo no? Si por ventura
ayer, ¿a quién mantearon?
¿A otro hijo de mi padre?
¿Y las alforjas que faltan,
con todas mi joyas dentro?
¿Son de otro que del mismo?
- ¡No tenemos que comer!

- Vuesa merced, bien conoce
las yerbas que caballeros,
si comida les faltaba
con ellas suelen suplir.
.- Pese a eso yo tomara
ahora por este momento
mas aína, lo que quiero
es una hogaza de pan,
dos cabezas de sardinas
arenques, más que las yerbas,
que Dioscórides describe,
malas yerbas inclusive
y estuviera ya ilustrado
por el buen doctor Laguna,
quien tiene buena fortuna
con su mejor edición.

Con todo esto, al jumento
sube y sígueme, pues, Sancho,
que Dios nos dará su amparo
pues no nos ha de faltar,
si con él bien caminamos
más estando a su servicio
y lo que hacemos con juicio
como nosotros andamos.
- Vuesa merced, es mejor
predicador que un andante
bueno de los caballeros,
insignes aventureros.

- Estos de todo sabían
y en todos los siglos hubo
que igual daban un sermón
que una plática en el campo.
Y así se infiere que nunca
la lanza tumbó a la pluma
ni la pluma es a la lanza.

- Esta noche procuremos
donde poder alojarnos;
no tenga los manteadores,
así dijo a Don Quijote-
ni los moros ni fantasmas
ningún tipo de encantados
si los hay, los daré al diablo
el hato y el garabato.

A petición del Hidalgo
Sancho, metió en su boca
los dedos y le decía:
- Las muelas ¿cuántas tenía?
- Cuatro o cinco, no recuerdo
que ninguna me han sacado.
- Pues, ninguna le ha quedado,
que toda esta parte está rasa,
como palma de la mano.
- ¡Sin ventura quedo yo!
Pues yo te hago saber, Sancho,
que la boca sin las muelas
como molino sin piedras.
Se estima más un diente
que el más soberbio diamante.

Llegó, Sancho, muy marchito,
que no podía ni arrear
a su jumento querido
Al verle llegar le dijo,

Don Quijote muy tranquilo:
- Encantado, Sancho, estás,
también, estaba el castillo.
A lo que, Sancho, le dijo:
- También me vengara yo
si pudiera, armado o no;
que no pueden ser fantasmas,
sino hombres de carne y hueso.

En el volteo se llaman
uno Pedro Martínez,
Tenorio Hernández el otro,
el ventero era Palomo,
digo: Palomeque el Zurdo.
De estas aventuras saco,
que al cabo anda buscando
lo que nos trae desventura,
que se va a la aventura
sin saber el pie derecho.
y lo mejor es volvernos
sanos a nuestro lugar,
ahora que es tiempo de siega,
y de atender vuestra hacienda.

Y dejémonos de andar
buscando tres pies al gato,
de la ceca a la meca,
y de zoca a colodra,
pues ya tenemos las horas
de volver a descansar.
- Y qué poco sabes, Sancho,
de achaques de caballeros;
paciencia, días vendrán
veas con tus propios ojos
van vencidos al Toboso,
a rendirla pleitesía.

Y lo dichoso de andar
con este hermoso ejercicio,
con alegría se gana
en una dura batalla,
al vencer al enemigo.
- Pues el tiempo que llevamos,
¿qué famas hemos tenido?
Vuesa merced, pues, salió
con su media oreja menos
media celada perdió
Para mí esto no es vida
y desde entonces acá
ya todos han sido palos
puñadas más que puñadas,
sin que en ninguna batalla,
algo hayamos conseguido
- Es esa pena que tengo
y la que debes tener,
procuraré en adelante
como caballero andante
haber con alguna espada
hecha con tal maestría,

Y quien la lleve consiga,
no tener encantamientos
y yo fuera el Caballero
como el de la Ardiente Espada,
tal fuera Amadís de Gaula.
Fue espada de las mejores,
que tuvo un buen caballero.
Cortaba como navaja;
no tuvieron armadura
se pusiera por delante,
algún caballero andante;
aprovechándole a estos,
el Bálsamo Fierabrás.





CAPÍTULO XIX.
- Yo pienso de este suceso
que la desventura ha sido
del pecado cometido
Vuesa merced al violar,
el juramento sin seso,
de la orden´de caballeros:
con mantel no comería
pan, ni a la reina folgar.

-Tienes mucha razón, Sancho,
Más tu puedes ser tachado
partícipe y condenado,
por la Santa Inquisición.

A lo lejos vislumbraron
muchas luces cono estrellas.
Sancho, al ver moverse aquellas
luces tiembla, y Don Quijote
se alarma. Ven que se acercan,
Sancho, da diente con diente
Por aquello, y Don Quijotex
no todas tiene consigo.
- Ves, Sancho, debe de ser
una muy gran aventura
y quizá como ninguna.
Mostraré todo mi valor
y el esfuerzo de mi brazo.

¡- Desdichado de mí! Acaso
aventura de fantasmas
y en contra no valen armas
ni el esfuerzo, ni el valor.
¿Y mis costillas serán,
capaces de resistir?
- Por más fantasmas que sean
no consentiré que toquen
ningún pelo de tu ropa,
que allí no pude saltar
las paredes del corral
en el campo que está llano,
puedo aquí esgrimir mi espada.
- ¿De tener encantamiento
como en otra vez le hicieron?

¿Qué nos aprovechará
estar en el campo abierto?
- Con todo eso te ruego,
Sancho, que tengas buen ánimo
sabes que el mío es más práctico,
- Sí lo tendré- respondió.
Y se apartaron del camino
todo con muy buen sentido,
para aquello mejor ver
que hacia ellos se acercaba,
por temerosa visión.

Lo cual que le remató
el ánimo al escudero.
Con antorchas encendidas
sufrieron acometidas
del Quijote y Sancho- Panza.
La litera es aquella
donde portaban un muerto

Don Quijote ve un entuerto
contra ella, arremetió
Sacerdotes en concierto
todos vestidos de luto
cumplían con su estatuto
rezando por aquel muerto.
De Baeza a Segovia
custodiaban aquel féretro
con el cuerpo ya etéreo
al que la vida no agovia.

- Deteneos, caballeros,
o quienquiera que seáis
dadme cuenta de quién sois,
de donde venís, adonde
váis, qué es lo que lleváis:
Según muestras o vosotros
habéis fecho, o lo han fecho
a vos un desaguisado.
Que yo sepa es menester,
o bien para castigaros
o bien, pues para vengaros,
del agravio que os han fecho.

-Vamos de priesa, señor,
-respondió uno de ellos-,
que la venta está muy lejos
y detener no podemos,
a dar cuenta que pedís
y echó la mula adelante.
- Deteneos, y sed más
bien criado; dadme cuenta,
de lo que os he preguntado
-de la mula sujeta el freno.

Asombradiza la mula,
alzándose ya en los pies
-dio con su dueño en el suelo.
Un mozo que así, lo vio
le comenzó a denostar
al Hidalgo don Quijote;
el cual enfurecido
arremetió a uno de ellos,
enlutado y malherido
dio con el también en tierra.

Por los demás revolviéndose
era bien ver la presteza,
con que les acometía
que no parecía sino
alas le habían nacido
al famoso Rocinante,
según anda de ligero,
a servir al caballero.
Todos los encamisados
era allí gente medrosa,
y sin armas pues, dejaron
la refriega, en un momento
comenzaron a correr.

Con las hachas encendidas,
faldamentos y con lobas
no se podían mover
así, que muy a su salvo
apaleó don ´Quijote,
a todos, dejar les hizo
el sitio, ya que pensaban
no era hombre sino diablo
del infierno que quería
llevarse pues, aquel muerto.

Todo lo miraba, Sancho,
y el ardimiento admiraba,
de su señor, se decía
entre sí:
- Sin duda este
mi amo, es pues tan valiente
y esforzado como dice.

Una hecha encendida estaba
iluminando al caído,
el valiente don Quijote,
puso punta del lanzón
en el rostro del vencido,
diciéndole se rindiese.
- Harto yo rendido estoy,
pues, no me puedo mover,
quebrada tengo una pierna.

Suplico a vuestra merced,
si es caballero cristiano,
no me mate en este trance
cometiera un sacrílego
que soy licenciado y tengo
ya las órdenes primeras.
-¿Quién diablos os ha traído
aquí -dijo don Quijote-,
siendo, pues, hombre de iglesia?
- ¿Quién, señor?, -le respondió-,
mi desventura.
- Mayor
otra, pues, os amenaza
si no me satisfacéis
a todo que os pregunté.
-- Soy natural de Alcobendas,
y me llamo Alonso López,
de Baeza a Segovia,
con once sacerdotes,
son los que huyeron con hachas
acompañando un muerto.

- ¿Y quién le mató -pregunta-,
- Dios, pues no tenemos duda,
por medio de calenturas,
-le respondió el licenciado?
- Nuestro Señor, de esta suerte,
me ha quitado el trabajo
tenía en vengar su muerte.
Lo que me dicta la Orden
de caballeros andantes,
a la cual yo pertenezco.

Después que le sacó
al infeliz sacerdote
que le tiró Don Quijote,
por debajo de su mula,
le dijo:
- Hombre, circula
sígueles el derrotero
de los demás compañeros,
por el agravio pidió
su perdón muy caballero.
- Y si lo quieren saber
-les recitó el escudero-
el valeroso que tales
les puso, fue el más famoso
Don Quijote de la Mancha:
Caballero de la Triste
Figura, por otro nombre.

Don Quijote preguntó
a, Sancho, por qué le llama,
y dándole tanta fama
Caballero de la Triste
Figura, por otro nombre.
- Yo se lo voy a decir:
-respondió tranquilo, Sancho-
porque le he estado mirando,
a la luz de aquella antorcha.
Tiene una figura mala,
de pocas fechas acá.
Acaso por el cansancio,
o por la falta de muelas.

- No es eso -le respondió-,
el sabio, es el motivo;
a cuyo cargo pusieron
de escribir mis grandes hechos
poniéndome apelativo.
En el pasado, exclusivo
de caballeros andantes:
Uno fue el de las Doncellas,
por su constancia en quererlas:
otro fue Ardiente Espada;
por su manejo en el arma;
del Ave Fénix aquel,
quien resurgía tan fuerte;
el Caballero del Grifo,
a un animal parecido;
estotro fue el de la Muerte.

Y como en tu pensamiento
el sabio puso este nombre
en lugar de Don Quijote;
en ese nombre consiento,
Y cuando haya lugar
pienso pintar en mi escudo
cuando tengamos ventura
una muy triste figura
sin ropa y todo desnudo.




CAPÍTULO XX.

y sed, mucha tenían
encontrando así llegaron
lozana yerba en los prados
con testimonio de haber
agua, que se despeñaba,
con fuerte ruido que alegra.

Por saber de dónde llega
oyen otro fuerte golpe
en lo oscuro de la noche,
Don Quijote resolvió
en ese prado acampar.
Unos ruidos percibían
resultado de un molino
con los batanes, el trigo
en harina convertían.
La oscuridad les aterra
sin saber qué podía ser,

Entran a unos altos árboles,
cuyas hojas por el viento
movidas con manso ruido;
el sitio, la soledad,
el fuerte ruido del agua,
y el susurro de las hojas.

Todo les causaba espanto,
y más cuando entonces vieron,
que ni los golpes cesaban,
ni que dormía aquel viento
ni la mañana llegaba,
añadiendo no saber
lugar donde se encontraban.

Pero en esto Don Quijote
sin más temor a la noche,
de intrépido corazón,
saltó sobre Rocinante,
y embrazando su rodela
terció su lanzón y dijo:
- Sancho, amigo, has de saber
que yo nací por querer
el cielo, con esta edad
del hierro, resucitar
deseo, así, otra vez
aquella que fue del oro
o dorada como llaman,
la que tiene mucha fama.

Y estate aquí hasta tres días.
Si no vuelvo, ve al Toboso
conversa con mi tesoro,
que es mi dama Dulcinea
y así que también te vea
le dirás que yo he muerto
por querer hacer los hechos
que me den bastante fama
y poder llamarse suyo.
- Señor, vámonos de aquí
dilátelo hasta mañana,
debe de haber desde aquí
tres horas, no más al alba.
Que de pastor lo aprendí:

La boca de la bocina
-hoy es la Osa Menor-
está encima de la cabeza
nos hace la media noche
en línea del brazo izquierdo.
- Cómo esto puedes ver
estando la noche entera
y no puedes ver las estrellas.
- Así es -le dijo, Sancho,
pero muchos ojos tiene
el miedo, y ve tantas cosas:
por debajo de la tierra,
cuanto más esté en el cielo.


Aquel horrísono ruido
no cesaba y para Sancho,
tan medroso, se cobija
en su amo en espera
de que pronto ría el alba.
Son seis mazos de batán
con alternativos golpes
aquel estruendo formaban.

Más animoso el Hidalgo
con su corazón inquieto,
tomó la palabra y dijo:
- Yo soy aquel, Sancho, amigo,
para quien están guardados,
peligros endemoniados
y hazañas grandes hacer
con tan valerosos hechos.

Yo soy, y otra vez te digo
que resucitar me ronda
los de la Tabla Redonda;
los Doce Pares de Francia:
los Nueve de la Fama;
y quien al olvido ha
de poner los Platires;
los Tablantes y Olivantes
y Tirantes con sus famas.
Cuando Sancho, oyó a su amo,
comenzó a ponerse triste,
llorando con gran ternura:

- Señor, con esta aventura
no sé en qué vuesa merced
ve motivo de querer,
mandarme a la sepultura.
Sin que el Hidalgo, supiera,
Sancho, ató a Rocinante
las patas de tal rumiante,
con tal fatal circunstancia,
que el caballo no podía
por las sendas caminar.

- Es, señor, que conmovido
el cielo de tantas lágrimas
aprecia que es cosa práctica
que no se pueda mover.
Cuando Don Quijote vio
que aquello eran batanes
enmudece y se pasma,
y con mucho desparpajo
la risa no controló,
nuestro caballero andante

Se vio, Sancho, en este trance
con los puños apretó
las ijadas; para luego
repetir lo que su amo
hizo la primera vez.
Ve la burla Don Quijote
que, Sancho, le estaba haciendo,
descargó un golpe tremendo
con la fuerza del lanzón.
A Sancho, le da en la espalda,
quien esquivó bien el golpe
que don Quijote lanzó
evitando el descalabro.

A lo que le dijo, Sancho,
Don Quijote replicó:
- Así será como vivas
sobre la faz de la tierra,
porque después de los padres,
tus amos respetarás,
como si fuesen aquellos.




CAPÍTULO XXI.
Comenzó a llover en esto,
quiso, Sancho, que se entrara
al molino de batanes.
Rabia le cogió el andante
por la burla del buen Sancho,
que de ninguna manera
el Hidalgo quiso entrar.

De allí a poco descubrió
un hombre que iba a caballo,
algo lleva en la cabeza
que relumbraba bien al sol.
- Parece que no hay refrán
que no sea verdadero,
porque todos son sentencias
sacadas de la experiencia
y sin duda ha de ser
madre de todas las ciencias.
Como aquel que dice bien:
Donde se cierra una puerta,
otra se abre. Te lo digo,
porque si anoche cerró
la aventura que buscaba,
los batanes me engañaron
--al buen caballero andante-
pues otra de par en par,
se nos abre, para otra
mejor y cierta aventura.
teniendo mejor ventura.
Si no me equivoco, Sancho,
viene uno trayendo el yelmo
de Mambrino. - Que Samtelmo,
del fuego me ha de librar.

-Esto dijo, Sancho Panza.
Duda y se frota los ojos.
- Por lo que yo columbro,
creo que algo si vislumbro...
- De Mambrino el yelmo es.
- No, señor, yelmo no es eso;
es bacía del barbero
que peló a un caballero
en el pueblo vecinal.

En la mula vio al barbero
con bacía en la cabeza
de la lluvia con presteza
él se procuró tapar.
Como no se convencía.
del alto baja el Quijote
con su Rocinante al trote
y al barbero le embistió.
Éste, tal gamo corría
la bacía cayó al suelo.
Don Quijote con anhelo
se la quiso ya poner.
Aquello no le servía,
luego Mambrino tenía
pues muy grande su cabeza;
se la puso con presteza
cortada como venía.
El rucio también dejó
a todo trapo marchó.
¡Mas ahora es anhelante!

Don Quijote con su facha,
mejor parece una chacha
que un caballero andante.
Muy justo le llamó, Sancho,
Caballero de la Triste
Figura. Es como chiste
ver al Hidalgo tan pancho.

Como es el caso que el yelmo,
el caballo y caballero
que Don Quijote veía,
era que en aquel contorno
dos lugares existían
el pequeño no tenía
ni botica ni barbero;
El barbero del mayor
servía al otro el hacerse
las barbas y, así, consigo
se llevaba la bacía
que tenía de latón
- como palangana dura-
Que tienen escotadura
para el cuello allí apoyar.

Le pareció a Don Quijote
que fuera aquel yelmo de oro
es su asno buen caballo
y el barbero es caballero,
y acomoda el pensamiento
a desvariada lectura
que le lleva a la locura
de ver lo que no existía.

Le dijo al acercarse.
- Defiéndete ya criatura
o entrégame ese yelmo
por ser del caballero
Mambrino, quien me lo debe.
- La bacía -dijo, Sancho, -
buena es y vale ocho
reales, un maravedí.
Don Quijote dijo a Sancho
al ver que no le encajaba:
- Sin duda este pagano
en quien forjó la medida
forjan celada primero
con grandísima cabeza.

Al oír, Sancho, llamar,
celada aquella bacía
se contuvo más la risa
a la mitad, por la cólera
que la otra vez tuvo su amo.
- ¿De qué cosa ríes, Sancho?
- Me río de aquel pagano
y de su enorme cabeza.

Luego, Sancho, habilitado
con la licencia de su amo,
hizo mutacio caparum
lo que puso su jumento
lindezas que hizo con trueques
de las albardas del rucio.
Hecho esto se alimentan
con las sobras del despojo,
que le hicieron al barbero.

Beben agua del arroyo.
A los batanes no vuelven
la cara, para mirarlos,
tal fue el aborrecimiento
que, el miedo había puesto.
Ya sosegados siguieron
camino que Rocinante
riendas sueltas emprendió.
Que tras de sí se llevaba
al amo, Sancho, y al asno,
que siempre voluntarioso
le seguía con amor
y con buena compañía.
De la licencia que a Sancho,
Don Quijote concedió,
con mucho sentido dijo:
- Sé breve en tus razonamientos
que si es largo no es gustoso.

- Digo que de algunos días
a esta parte es bien poco
lo que gana y granjea,
en buscarnos aventuras
que lucidas no son nunca
y mejor sería ir
a servir a emperador,
que dice vuesa merced
o príncipe que esté en guerra
y así, nos remunerarán
a cada cual según méritos
que ha de ser como débitos,
por grandeza de su espada;
Pero en cuanto a su escudero
no serán de caballero
no dejen entre renglones.

El Hidalgo dijo un cuento
en el que una princesa
hay que robarla y llevarla
si estuviera enamorada
y en contra estén sus padres.
- Ahí entra lo que dicen
algunos tipos malvados
" No pidas de grado aquello
que puedas tomar por fuerza"

Pero esto produce daño
- así comentaba Sancho
al cuento de Don Quijote-
mejor que se hagan las paces
y bien del reino se goce
do el escudero no quede
a diente de las mercedes
sino de esposa legítima.
- Pues eso no hay quien lo quite.
Dijo el escudero triste:
- Del cuento quedo sin ínsula.



CAPÍTULO XXII.
Alzó los ojos y vio
llegaban por el camino
por llevar a su destino
un grupo de encadenados.
Escoltan dos a caballo
y otros dos iban a pie.
Aquellos con escopeta
de rueda, y lanza pequeña
y espada por los de a pie.
Como en cuentas ensartados
eran todos galeotes,
mal pareció a Don Quijote
la falta de libertad.

-¿Cómo va gente forzada?
¿Es posible que el rey tenga
ninguna gente a la fuerza?
- Por su delito se llevan
a servir en las galeras,
con sus fuerzas, a su rey.
- La ejecución de mi oficio
aquí encaja, desfacer
fuerzas.

- Pues vuesa merced,
mire que es nuestra justicia
real; no es fuerza ni malicia
a esta semejante gente.
Uno de los de a caballo
dijo que ya estaba bien
no tenía que saber
más de lo que estaba dicho.
- Con eso quiero saber
de cada uno la causa
de tener tanta desgracia,
y que está sin libertad.

- En el registro llevamos,
-dijo uno de los guardas-
no es cosa que se retarda,
para llegar al destino,
sin tiempo para leerlas.
Pregunte vuesa merced
que bellaquería es
gustosa decirnos ellos.
Don Quijote con licencia
se acercó a la cadena
y, a cada uno pregunta.

Al primero su pecado
yendo de tan mala guisa,
quien contesta con sonrisa:
- Por estar enamorado.
- ¿Por esa manera va?
Digo por la misma causa
y por querer a mi dama
pues me vería bogando
de entre ustedes el que más.

Por el segundo contesta
el primero: parlanchín.
- Este va por cantarín;
por músico es mejor.
- ¿Pero cómo puede ser,
que músicos y cantores
vayan como atracadores,
a galeras a remar?
- Sí, señor, no hay peor cosa
que cantar en el tormento.
- Pues oído yo lo tengo:
que quien canta el mal espanta.
- Pues aquí lo es al revés,
que quien canta una vez
va a llorar toda su vida.
A uno de buen parecer,
pero muy encadenado,
más que otros condenados,
al Hidalgo informó.
Dice uno de a caballo:
- Como ve es el más penado,
es granuja y muy rebelde,
tememos pueda escapar.
- ¿Se puede saber su nombre?
- Es Ginés de Pasamonte:
Ginesillo Parapillo.
- Vamos, señor comisario,
menos nombre y sobrenombre.
- ¡Ladrón de más de la marca!
Con menos tono se me habla,
o le voy a hacer callar.

- Y vos, señor, caballero,
si de mí quiere saber,
mi libro vaya a leer
y le dirán mis escritos.
- Cierto que dejó empeñado,
-dijo el señor comisario-
en la cárcel, por doscientos
reales.
- Y pienso doscientos
ducados, les he de dar
por él, liberando el libro
de quedar allí empeñado.
- ¿Es tan bueno ese libro?
- - El Lazarillo de Tormes,
mal año tenga y más otros
de aquel género escritos.
El mío dice verdades.
Si puedes hacer por bien
no debes hacer por mal.
Ruego a estos señores
guardianes y comisario
que se sirvan desatarlos
y dejarlos ir en paz.

Porque me parece duro
caso, llevar como esclavos
sin costar unos ochavos,
el trabajo de remar.
Si Dios hizo sin apuros,
la Naturaleza puros
nacieron todos muy libres.

Pido esto con sosiego
con honrada mansedumbre
y que Dios bien os alumbre
para que lo hagáis en paz.
Mejor que con esta lanza,
y la fuerza de mi brazo
tengáis fuerte batacazo
y por fuerza os obligara.
- ¡Donosa majadería!

Pues, ¿qué autoridad tenemos
y vuesa merced bicéfala
para poderlos soltar?
Váyase vuesa merced,
norabuena su camino
no cometa un desatino,
y enderécese ese bacín
que trae en la cabeza
¡Y que mande la realeza!
No busque tres pies al gato.
Le puede salir muy caro
Don Quijote enfurecido:
- Vos sois el gato y el rato,
y el bellaco. Y diciendo
esto, con la fina espada,
y la fuerza de la lanza
al comisario tiró.

Tomando los demás guardas
sus armas van contra él.
Sancho, desata a Ginés
el primero en quedar libre,
quien al comisario quita
la escopeta y la espada.
Apunta a uno a otro espanta
no queda en el campo guarda.
Por gracia de Don Quijote
quedó libre un delincuente
resultó penosamente
ser Ginés de Pasamonte.

El Hidalgo se empeñaba
fueran al Toboso prestos
no temiendo los arrestos
de quien fue Santa Hermandad.
Galeotes que robaron
el gabán de Sancho Panza.
Y sin temor a su lanza
al Quijote apedrearon.




CAPÍTULO XXIII.
Viéndose tan malparado
Don Quijote dijo a Sancho:
- Quien ayuda a un villano
es echar agua a la mar.
- Vuesa merced, escarmiente
y por esto no se empeñe
¡Lo hará como yo soy turco!
A Santa Hermandad no gusto.
Por eso tanto les temo.
- De natural sois cobarde;
mas nunca digas a nadie
que siguiendo tu consejo
me aparté por miedo a esto.
Dijo Sancho:
- Retirada
no es huir; ni es la cordura
esperar, cuando el peligro
sobrepuja a la esperanza
y poder hacer mañana.
De sabio es guardarse hoy
en aquellas asperezas

Don Quijote, no replica,
ni su cólera abanica
por buscar refugio allí;
A Don Quijote persuade
Sancho, de ocultarse ya
y pronto de esta Hermandad
lo que al Hidalgo convence.
A Sierra Morena llegan
en busca de un escondite
que tanto temor les quite
y allí un refugio encontró.
Ginés que hasta allí llegara,
como los viera dormidos
sin temor a los crujidos
el pollino se llevó

Le consuela, Don ´Quijote,
como puede al escudero
le promete el caballero
tres pollinos de buen trote.
En esto alzando los ojos
vio a su amo con lanzón
que unos objetos alzó:
una maleta y cojín.

Por lo más roto y podrido
que había en la maleta
vio que en un pañuelo lindo
envueltos escudos de oro,
camisa holanda y librillo
de memorias, una carta
y con buena letra versos.
- Señor que fueran ladrones
no han de ser, ni bandoleros
que dejen estos dineros
y no fueran a llevar.
Del librillo de memorias
con unos hermosos versos
mucho les gustó leerlos,

Don Quijote lo hizo bien.
Se refería el soneto
a una cosa parecida
a los que a continuación
se indica en octasílabos
y mucho peor formados.
Le falta conocimiento
al amor, sobra crueldad
y mi pena no es igual
y más duro de tormento.
Pero si amor es un dios
nada ignora el argumento
es dolor que adoro y siento
( dice al final del poema:)
Si digo que sois vos Fili,

Dijo Sancho:
- Por el hilo
pueda sacar el ovillo.
-- No dije hilo sino Fili.
Has de saber, Sancho amigo
que todos los caballeros
a sus damas hacen versos
como buenos trovadores.
Se infiere por esta carta
que es un desdichado amante
que quizá fuera estudiante
desdeñado por su dama.
Finas camisas de holanda.
Por calidad de las cosas,
el oro, soneto y carta
debió ser principal.
En lo alto oyeron silbo
de pastor con su ganado,
ven a su siniestra mano
lo que son cabras y chivos.

Tras ellos viene el cabrero
de edad bastante avanzada,
de la maleta les habla
del cojín y de su dueño.
- Y más que sabré decir.
Lo que les dijo el cabrero:
- Llegó un gentil mancebo
del pastor a su majada,
tres leguas de este lugar.
unos tres meses hará.

Esa mula que montaba
con el cojín y maleta
eligiendo esta aspereza
difícil de transitar,
hace meses que quedó.
Era tanta su desgracia,
resolvimos ayudarle
dándole de comer, tarde
cuando por aquí bajase.


En ese momento vieron
aparecer entre peñas,
al infeliz con su pena
como al mundo le echó Dios.
Se acercó todo andrajoso
roto de mala figura
al Hidalgo es aventura
fiel a los menesterosos
un buen rato le abrazó
y el Roto le contemplaba
a Don Quijote escuchaba
con muchísima atención
a Cardenio por los riscos,
al que iba de pico en pico
como si fuera un rebeco.

Les dijeron los cabreros
que Cardenio estaba loco.
Por el monte muy desecho,
sin ropa que le cubriera,
ni con calzado anduviera.
Contemplarle daba miedo.




CAPÍTULO XXIV.
Grandísima la atención
que don Quijote escuchaba
al astroso caballero
de la Sierra, quien siguiendo
con su plática le dijo:


- Quien quiera de cierto seas
que no conozco y aprecio
la cortesía tenida
conmigo que habéis mostrado
- Agradecer no tenéis
-dijo a Cardenio-
esto que es mi obligación;
pero si agradezco yo
diga la persona que es.

Quien contesta a Don Quijote:
- Si algo tenéis de comida
y yo luego os contaría,
lo que ya quieran saber.
De su costal sacó Sancho,
de su zurrón el cabrero,
como buenos compañeros,
lo que al Roto le gustó.

- Si en el cuento de mi vida
si alguno con su pregunta
mi discurso me interrumpa
pues el cuento se acabó.
Cardenio tengo por nombre,
mi patria es de las mejores
ciudades de Andalucía;
ricos y nobles mis padres;
mi linaje también noble.
Es tanta mi desventura,
que mis padres la han llorado,
y sentido en mi linaje
sin poderlo remediar,
con las riquezas paternas;
que desventuras del cielo
poco deben de valer
estos bienes de fortuna.

En la misma tierra vive
un cielo que el amor puso.
Como yo tan noble y rica
de hermosura todo un cielo
donde puso allí el amor
la gloria que yo deseaba
de Luscinda su hermosura,
quien me lleva a la locura
que no me deja vivir.

A Luscinda bien amé,
desde los más tiernos años,
¡a los que recuerdo tanto!
Mucho quise y adoré;
por su edad lo permitido,
me quiso también a mí.

Con Luscinda dama noble.
Tanto como yo y ricos
sus padres como los míos,
en desventura caí.
Una aventura muy linda
le contó el Roto del monte
lo que fueron los amores
de Cardenio y Luscinda.
A Cardenio traicionó
su amigo que suponemos
pues ya no prosigue el cuento
que el Quijote interrumpió.
Esa fue la condición
no interrumpiera a Cardenio
según dijo en el acuerdo.
Motivo de redacción.
Esto motivó que Roto
por loco al monte volviera
de risco en risco subiera.

A Cardenio la locura
volvió, le martirizaban
del Quijote, sus palabras,
que con insultos lanzó.
Tomó un guijarro cercano
y le estampó un fuerte golpe
en el pecho a Don Quijote
contra el suelo le tiró.

Torpe, Sancho, que acudió
en ayuda de su amo,
de una puñada es lanzado
muy cerca de Don Quijote,
Al cabrero igual suerte
sufre del Roto del monte.
El cabrero y Don Quijote
con Sancho, los tres quedaron
en el suelo magullados.
Así el Roto se ocultó,
sin volver a verle allí.
Y Sancho se levantó
con rabia de aporreado
al cabrero le ha culpado
porque no les avisó.
En disputa se enzarzaron
por las barbas se agarraron
les separó, Don Quijote.

- De quien habló mal Cardenio
es la reina Madasima
a quien tengo gran estima
-dijo Don Quijote a Sancho.
Como caballero andante
tengo de defender ante
cualquier insinuación.

Motivo por el que tuve
que hablar y el cuento detuve;
-esto para nuestro mal.
Pues si no hubiera cortado
sabríamos el final.
Y no por este andurrial.
en busca del alocado.



CAPÍTULO XXV.
Se despidieron del cabrero,
los dos poco a poco se entran.
- Vamos, Sancho, a la montaña
por ver al loco de marras.
De mala gana le sigue,
por lo que es más intrincado.
No podría sufrir tanto
de guardar mucho silencio
que el Quijote le ha impuesto.
Y tomando la palabra,
a Don Quijote, le dijo:

- Écheme su bendición,
déjeme hablar todo el día,
por las tristes soledades
de estos malditos lugares
si no es enterrarme en vida,
que me mantenga en silencio.

Y son tan recias las cosas
que no se puede aguantar.
Buscando siempre aventuras,
y no hallando más que coces
con los duros manteamientos
y mudo tener que estar.
A esto dijo a don Quijote:

- Habla con la condición
de que este alzamiento,
tan sólo el tiempo que estemos
por estas ásperas sierras.
Las pláticas largas fueron
entre el amo y escudero
por enrevesadas sendas.
- Calla, no sólo me trae
andar estos andurriales
ir pues, a buscar al loco:
que más quiero una hazaña,
que gane perpetuo nombre
y fama por Don Quijote
como noble caballero
en desfacer los entuertos;
proteger a las doncellas,
a huérfanos y mujeres
que no tengan protección,
injusticias con agravios
que se puedan corregir.
- ¿Esas tan grandes hazañas,
serán de mucho peligro?

- No lo creas, Sancho amigo.
A Ulises con Amadís
son quienes quiere imitar.

Y, Sancho, sin más ni más
a bocajarro le espeta
- A famosos caballeros
su valor fue provocado,
y luego fueron calmados,
haciendo las necedades
que vuesa merced señala,
con hacer su penitencia.

¿Qué causa, vuesa merced,
o dama que le ha mentido
que le haya enloquecido
o Dulcinea engañado?
- Buena es así la fineza
que tengo de mi negocio.
Hoy loco soy y he de ser
en tanto traigas respuesta,
a carta que a Dulcinea
pienso has de llevar.
Sin ocasión desatine
y sepa que si hago esto
en seco, que haré en mojado,
si he de hacerlo por ella.

Y que corto entendimiento
tienes tú, si cuento el tiempo
que conmigo ha que estás.
¿No sabes que entre nosotros
los caballeros andantes
hay encantadores que antes,
todo van a revolver?.
Lo que te parece a ti
bacía para mi es yelmo
de Mambrino, de buen temple.


A hermoso lugar llegaron
donde un tranquilo arroyo;
alto peñasco entre otros
como si fuera un pendón;
de frescas yerbas un prado;
altos árboles frondosos,
de sombreados colosos;
era su lugar ideal.
Así, eligió el Caballero
de la muy Triste Figura,
presto para su aventura,
de penitencia que hacer.
Pronto se fue desnudando,
y dijo despotricando:

- ¡ Oh, Dulcinea en Toboso,
de mi noche como día,
gloria de mi pena y norte
-feliz clama don Quijote-
de mis caminos, estrella.
Y otras muchas necedades.
También al caballo dijo:

No te igualó en ligereza
ni Hipogrifo de Astolfo
ni el muy nombrado Frontino
que Bradamante perdió,
para decírselo a ella.
Ya sabes, que si esto hago
en seco que haré en mojado,
que te repito otra vez.

- Pues qué más tengo de ver
que lo que ya he visto hacer.
- Ahora rasgo vestiduras,
y esparzo por estas duras
piedras las armas y darme
por las peñas cabezadas
y otras cosas de este jaez,
que también te han de admirar.
- Y válgame Dios, señor,
cuídese con esa peña
no sea que la cabeza
por un golpe exagerado
la penitencia se acabe.
Mejor es que se las diese
en agua o cosa blanda
o en algodón cabezada,
no tan dura a las peñas.
Y déjeme a mí que diga
que se las dio en una punta
tan dura como un diamante.

- Como caballero andante
te aseguro, Sancho amigo,
se contraviene la orden
de caballería al mentir
que pena la Inquisición.
Es mi penitencia cierta.
Me dejes algunas hilas
para curarme, que el bálsamo
de Fierabrás lo perdimos.

- Peor nos fue perder el asno,
con él perdimos las hilas
con algunas cosas más.
No recuerde ese brebaje
que se revuelve el estómago
con lo mal que lo pasé.
Aquí resuelve el Hidalgo
escribir a Dulcinea
para que su amada vea
lo que por ella sufrió.
En su carta escribía
soberana y alta señora:
Ferido en punta de ausencia
en telas del corazón
él te envía la salud
que yo no tengo por ahora.


Mi buen escudero, Sancho
dará entera relación
¡Oh, amada enemiga mía!
del modo que por mi causa
quedó. Tuyo hasta la muerte.
Luego escribe a su sobrina
para que entreguen a Sancho,
tres pollinos de su rancho.

No son motivo de ruina.
- Preparativos hagamos
para que vayas a verla
a la sin par Dulcinea
has de rendir pleitesía.
Y le digas lo que sufro,
en este monte, por ella.
- Sí, señor, iré muy pronto
a ver a Aldonza Lorenzo
la moza mejor del pueblo
y tan fuerte como un toro.

- Pero antes de que te marches
espera verme desnudo
y veas lo peliagudo.
No hagas de mi dolor parche.
- Válgame, Dios, si le veo.
Mi noche fue muy dramática
por mi asno el lloriqueo.
Haga algunas zapatetas
pero vestido y yo vea
luego diré a Dulcinea
lo mucho que es sufridor.
Una vez que llegó a verle
dar volteretas, desnudo
toma a Rocinante y mudo,
va al Toboso diligente.
Pensando va en los pollinos:
Don Quijote le regala
y la sobrina le daba
seguro del compromiso.




CAPÍTULO XXVI.
Así como don Quijote
acabó de dar las vueltas
de medio abajo desnudo,
y medio arriba vestido,
vio que Sancho se había ido
sin quererle ver más
se subió en alta peña Allí pues volvió a pensar, Si a Roldan ir a imitar
locuras desaforadas,
o de Amadís melancólicas,
y entre sí decía hablando:
- Si buen caballero fue
Roldán, valiente que dicen,
que maravilla tenía,
de no poderle matar,
si no con un alfiler,
metiéndolo por las plantas,
del pie, zapatos traía,
con siete suelas de hierro;
mas no le valieron tretas
contra Bernardo del Carpio,
quien le ahogó entre los brazos,
en Roncesvalles famoso.
Don Quijote solo allí
por cortezas de los árboles,
escribía muchos versos,
grabando sobre la arena,
a su tristeza ajustados:
- Árboles, y verdes plantas,
que en aqueste sitio estáis,
tan altos y verdes tantas,
si de mi mal no os holgáis,
escudad mis quejas santas,
mi dolor no os alborota,
cuanto más terrible sea,
pues por pagaros escote
aquí lloró don Quijote,
ausencia de Dulcinea.
Termina con estos versos:
hirió amor con su azote,

no con su blanca correa,
y en tocándole al cogote
Aquí lloró don Quijote.
Ausencia de Dulcinea.
No causaron poca risa,
los que encontraron los versos,
referente al añadido
"del Toboso".

Al nombre de Dulcinea
En la peña Don Quijote,
quedó buscando las yerbas
que le calmaran el hambre;
si tardó el escudero
tres días, son tres semanas,
no e reconocería,
la madre que le parió.
Al regresar del Toboso.
Salió al camino real
en busca del del Toboso,
Sancho Panza al otro día,
regresó con Rocinante,
al lugar en el que acampa
solitario don Quijote.

Ellos quisieron saber
el lugar donde quedaba
y la sierra dónde y cómo
su amo se encontraba allí.
Sancho les respondió,
que descubrir no podía.
- No, no, -le dijo el barbero-,
pues si no nos dice, Sancho
lugar donde está su amo,
imaginamos lo has muerto,
y robado, pues venís
encima de su caballo
y sobre eso hay disputa.
- No habrá para qué conmigo
amenazas, cono robo,
y a cada uno le mate
su ventura, que Dios le hizo,
Queda haciendo penitencia,
en mitad de esta montaña,
realizando a su saber.
Luego contó aventuras,
que sucedido habían.
Y la carta que llevaba,
a la sin par Dulcinea,
que es la hija de Lorenzo
Cachuelo, su bella dama,
de que está enamorado
sin duda, hasta los huesos,
conocido en su locura.
Que mostrase pide el cura.
buscaba, Sancho, en su seno
el librillo de memorias.
No encontró pues se quedó
con don Quijote en el monte.
Sus barbas se arrancaba,
el rostro lleno de sangre,
que golpeaba con rabia,
desespera por la falta,
tres pollinos regalados,
que prometió don Quijote,
de su rancho, le entregaran
Mas se consuela pensando
que sabía de memoria,
muy bien la carta de su amo.
Le preguntaron los dos
lo hecho por don Quijote,
que le había sucedido.

- ¿Qué mal ha de suceder
-les respondió Sancho Panza-,
sino el haber yo perdido,
tres pollinos, que son grandes
taNo como es un castillo.

Pese al hambre que llevaba
dudó si entraba en la venta
donde recibió la afrenta,
de cuando le manteaban.
Pero se dio la ocasión
que vio al cura y al barbero,
y vio también al ventero,
que a Sancho reconoció.
- ¿ No es acaso Sancho Panza
y el caballo Rocinante?
¿Do está el caballero andante?
Con ancha armadura y lanza.
- En un lugar muy secreto
donde él hace penitencia
con sus rezos y abstinencia

- Dinos si acaso está muerto.
- Habla pronto ¿Dónde acampa
nuestro caballero andante?
- En lugar muy intrigante
de la más alta montaña.
Por sacarle de la Sierra,
con el disfraz de su tierra
de doncella el barbero
el cura, de ella escudero.
Pidió al cura y al barbero,
le sacaran de comer.



CAPÍTULO XXVII.
Al barbero pareció
bien la invención del cura,
de disfrazarse a gusto
de tierra de don Quijote.
Pidieron a la ventera
,una saya y unas tocas,
dejándole así, en prenda,
una sotana del cura.
El barbero hizo de barbas,
de una cola rucio, o roja;
era la cola de buey
donde el ventero cuelga
el peine. Ella pregunta,
ya, para qué las querían
con pocas palabras cuentan,
locura de don Quijote,
y aquel disfraz convenía,
para sacar de la sierra.

La venteras vistió al cura
de modo que más no ver.
Al barbero le llegaba
la barba a la cintura.
De la venta apenas salen,
tuvo un pensamiento el cura,
que el disfraz es indecente,
a llevar un sacerdote,
trocaron pues los disfraces,
queda el curas de escudero,
y el barbero de doncella.
Llegaron el otro día,
al lugar donde tenía,
con buenas ramas y piedras
para volver señalado.
Sancho entrose por aquellas,
llevando a los dos bien cerca,
de un pequeño y manso arroyo,
pisan aquello en agosto,
suele ser muy caluroso.
Estando pues a la sombra,
una voz los dos oyeron,
de quien por allí cantaba;
se admiraron de los versos,
tan bien cantados y dichos:
"¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
¿Y quién aumenta mis duelos?
Ausencia.
De ese modo en mi donaire ningun remedio se alcanza,
pues me mata la esperanza
desdén, duelos, y ausencia
¿Quién me causa mi dolor?
Amor.
¿Y quién mi gloria repugna?
Fortuna.
¿Y quién consiente en mi duelo?
El cielo.
De ese modo yo recelo
morir de este mal extraño,
pues si hablan en mi daño,
amor, fortuna y el cielo,
¿Y quien mejorará mi suerte?
La muerte.
Y sus males, ¿Quién los cura?
Locura.
Y el bien de amor, ¿Quién lo alcanza?
Mudanza.De es modo no es corduras,
querer curar la pasión,
cuando los remedios son,
muerte, mudanza y pasión.
Termino la voz con sollozos
y con lastimeros ayes,
quien era el triste extremado
en la voz muy dolorosa.
Vieron a un hombre de talle,
tal del cuento que contó,
Sancho; historia de Cardenio.
Pero ahora la buena suerte,
quiso que se detuviera,
accidente de locura
y dio lugar de contarlo:
Luscinda y Cardenio.
Cada día en vos descubro
los valores que me obligan
y me fuerzan a que más
los estime. Y así si
quisiéredes vos sacarme
de esta deuda sin dañarme
en la honra; lo podréis
muy bien hacer. Padre tengo,
que os conoce, y me quiere bien, el cual y sin forzar,
mi voluntad, cumplirá
la que será, justo a vos
tengáis, si es que me estimáis, como decía, y yo creo.
- Me movió este billete,
pedir como ya he dicho
a Luscinda, por esposa.
Don Fernando encontró,
este billete en su libro
de Amadís de Gaula. Dijo
Cardenio pues, sobre aquello
causa fue de don Fernando
que buenos amigos fuimos,
que dijese a mi padre
que no me atrevía hablarle
como otra vez me acobardo,

.Me dijo que él se encargaba.
¿Quién hubiera imaginado,
que don Fernando ilustre,
tan discreto caballero,
De mi servicio obligado
poderoso en alcanzar
lo que el deseo amoroso,
le pidiese dondequiera,
que le ocupase, se había
de enconar, en tomarme
la que aún no poseía?

Dejémoslo como inútiles,
sin provecho y añudemos
roto hilo de mi vida
torpe y desgraciada historia.
Pareciendo a don Fernando,
no era buena mi presencia,
para su mal pensamiento,
determinó así, de enviarme
pues con su hermano mayor,

Antes de salir tan lejos,
de la muy bella Luscinda
pide la mano a su padre,
Cuatro días de salir,
una carta de Luscinda,
decía
estas razones:
-o-
"La palabra que don Fernan-
do, para hablar a vuestro
padre, para que dijese
al mío, la ha cumplido,
en su gusto más que en vuestro
provecho. Sabed, señor,
me ha pedido por esposa,
y ya mi padre llevado,
de la ventaja que él, piensa
que don Fernando os hace,
ha venido en lo que quiere,
de tantas veras de aquí
a dos días se ha de hacer
desposorio tan secreto,
y tan a solas que sólo,
testigos serán los cielos
alguna gente de casa.
Cual yo quedo imaginadlo,
si os cumple venir por verlo,
y si os quiero bien, o no;
suceso de este negocio
os lo darás a entender.
A Dios plego que esta llegue,
a vuestras manos antes que,
la mía se vea pues
en condición de juntarme
con la de quien tan mal sabe
guardar la fe que promete.
-o-
A Cardenio estas razones,
le hicieron tomar camino.
- Al día siguiente llego,
a mi lugar para ir,
hablarle pues, a Luscinda,
entré secreto, dejando
una mula en que venía
en la casa de aquel hombre,
que la carta me llevó.
y de su buena amistad.

Con suerte encontré a Luscinda,
en la reja que testigo
fue ya,de nuestros amores.
Así que me vio me dijo:
- Cardenio vestida estoy
de boda, están esperándome,
en la sala don Fernando,
el traidor y con mi padre
el codicioso más otros
de testigos serán más
de mi muerte, que mi boda.

Procura hallarte presente,
si mis razones no estorban.
Llevo una daga escondida,
que podrá estorbar la boda,
Le respondo muy turbado,
- Si vos tenéis una daga
para defenderte tengo
espada que contraria
la suerte, para matarme.

La reja cerró por priesa
que tenía don Fernando
a realizar desposorio.
De su casa yo sabía,
las entradas y salidas;
fácil entré en su casa,

El hueco de una ventana
lo cubrían dos tapices
con las puntas y remates.
Por entre las cuales puntas
podía ver sin ser visto,
todo cuento allí, hubiera
Los sobresaltos que tuve
oculto, decir no quiero;
que me dio el corazón.

Entró el cura en la sala
el propio de su parroquia,
toma de los dos la mano,
para hacer lo que requiere
este acto y les dijo:
- ¿Quiere, señora Luscinda,
a don Fernando presente,
por vuestro esposo legítimo,
como lo manda la Santa
Madre Iglesia; yo saqué
la cabeza, así el cuello,
de entre los tapices, oídos,
atentos y alma turbada,
yo me puse a escuchar,
qué respondía Luscinda:
yo esperaba la sentencia
de mi muerte o de mi vida,
confirmación, y salir
dando voces: ¡Ah, Luscinda,
Luscinda! Mira lo que haces,
considera que me debes,
y que no puedes ser de otro.
Mira que cristianamente,
no puedes llegar al fin.

Pues tú eres mi esposa, y yo
soy tu marido. ¡Aj, loco
de mí! Mas en esto oí
decir a Luscinda: Sí
quiero, también don Fernando,
y Luscinda que caía,
desmayada en los brazos
de su madre. Alborotose
pues la gente de la sala;
consiguiendo no ser visto,
muy turbado me marché.
Su madre desabrochó
el pecho le diera el aire,
descubriendo un papel.
Don Fernando tomó luego
y se puso a leerlo
así, a la luz de una antorcha,
y sentándose en una silla,
con muestras de pensativo,
sin remediar a su esposa,
que hacían para volverla.
Venganza quise tomar,
ejecutando la pena,
en mí con mayor rigor,
del que con ella usara,
si entonces les diera muerte,
pues con la que es repentina,
presto se acaba la pena,
ya que la que se dilata,
con tormento, siempre mata
sin que se acabe la vida.

Salí de aquella ciudad,
sin osar como otro Lot,
pues volver la vista atrás
tan endemoniado estaba.

En la noche silenciosa,
y escuridad de la noche,
me invitaba a quejarme,
sin que nadie me escuchaba,
con fuerte voz desaté,
la lengua en maldiciones,
como si satisficiera,
el agravio que me hicieron.

Dile títulos de cruel,
desagradecida, y falsa,
sobre todo codiciosa.
Caminé toda la noche,
entrando por estas sierras,
en aquel amanecer.
--o--

Andando tres días más,
vine a pasar a unos prados;
pregunté a unos ganaderos
de estas sierras lo más áspero.
De tanto cansancio y hambre,
se cayó mi mula muerta.
Deseché cargas inútiles.
Traspasada por el hambre
rendida naturaleza,
ni tenia ni pensaba
buscar quien me socorriera,
de aquella manera estuve
no sé que tiempo, tendido,
al cabo del cual sin hambre
me levanto a su lado
había unos cabreros,
y sin duda ellos fueron
los que mi necesidad,
remediaron, porque ellos,
dijeron que disparates
me oyeron, como perdido
debe de tener el juicio,
y verdad debió de ser,
que de allí aca he notado,
que siempre no estoy cabal.
Los cabreros y vaqueros,
que andan por estos montes,
movidos de caridad,
me sustentan pues poniendo
el manjar por los caminos.

Aquí ya dio fin Cardenio, su plática tan larga, amorosa desdicháis.

Una voz que a ellos llega, con lastimosos acentos, oyeron
lo que decía,
















CAPÍTULO XXVIII.
Son felicísimos tiempos
como venturosos fueron,
donde así se echó al mundo:
don Quijote de la Mancha,
porque tuvo tan honrosa
determinación sensata,
el querer resucitar,
como fue querer volver
al mundo la ya perdida
andante caballería;
gozamos ahora en esta
edad tan necesitada,
de entretenimientos tantos,
no solo de su dulzura,
de esta verdadera historia
sino también de los cuentos
y episodios de ella misma,
no son menos agradables.

Yendo la cual prosiguiendo
su rastrillado y torcido,
como aspado hilo es
quedó el cura en impedir
por la pena que le daba,
que Cardenio continuase
con su lamentable historia.
En esto vieron sentado
detrás de un peñasco grande,
así, al pie de un fresno un mozo,
vestido de labrador,
cuyo rostro no le veían
por estar él inclinado
y lavándose los pies
blanco cristal parecían,
como tantas piedras fueran,
en el arroyo nacidas.

Pareciéronles no están
hechos a pisar terrones
ni andar detrás del arado.
Alzó el rostro y vieron
hermosura incomparable.
Cardenio le dijo al cura:
- Esta que ya no es Luscinda,
tampoco es persona humana,
mas bien parece divina.

La montera se quitó
y a descoger y esparcir
los cabellos, que más bien
envidia de los del sol.
El cura dijo el primero.
- Deteneos pues señora,
y quienquiera que seáis,


que los que veis solo tienen
de serviros intención,
que para su impertinente
huida no tiene motivos.
Sus pies no podrán sufrir
el daño que hacen las peñas
ni nosotros consentir.

La moza no respondía,
atónita y tan confusa
de la mano toma el cura.
Ella rompiendo el silencio
con voz reposada y clara,
comenzó a contar su vida
la historia a su manera:

- Pues ya que la soledad
de esta tan áspera sierra,
no es parte para encubrirme,
mejor es que yo les vea.
- Por Andalucía hay
lugar del que toma títulos
un duque llamado grande
de España, con dos hijos,
heredero el mayor,
de su estado al ``parecer,
con tantas buenas costumbres;
el menor no sé de qué,
heredero puede ser,
Sino de las tradiciones,
de Vellido, y los embustes,

de Galalón, y vasallos,
de éste, pues, mis padres son
así como tan humildes
de linaje; pero ricos
que si igualasen los bienes
pues de su naturaleza,
a bienes de su fortuna
ni ellos desear tuvieran,
más, ni yo temiera verme
en desdicha en que me veo,
porque quizá mi ventura
tan poca, de la cual ellos
no tuvieron en su vida
el no haber nacido ilustres.

Bien es verdad que no son
tan bajos paras afrentarse
de su estado, ni tan altos,
que a mí la imaginación
me quitara la que tengo,
que de su tanta humildad,
labradores, gente llana
sin mezcla de mala raza
cristianos viejos ranciosos,
mis padres se confiaban
en mi honestidad y virtud.

Del lugar los principales, me
y de los circunvecinos
casarían a mi gusto,
todo esperar, se podía
dada la mucha hacienda,
que mis padres poseían.
Con estos prometimientos
y verdad que ellos decían,
fortifiqué mi entereza
y responder jamás quise
palabras de don Fernando,
que le pudiera mostrar,
esperanza de alcanzar,
el más pequeño deseo.

Todos los recatos míos
que él tomara por desdén,
fueron causa de avivar,
más su lascivo apetito
que ese nombre quiero dar,
a su voluntad mostrada,

Y fue que una noche estando,
en mi aposento yo sola,
en compañía de mí
doncella que me servía
y teniendo bien cerradas,
las puertas ya por temor
de que mi honestidad
no se viese en peligro
por descuido imprudente,
sin saber ni imaginar,
en medio de estos recatos
prevenciones y silencio,
con mi encierro, yo le hallé,
delante, que me turbó
dejándome sin visión
y me enmudeció la lengua,
así, no fui poderosa
de dar voces alarmando,
ni aún él creo me dejara,
porque luego se llegó,
y tomándome en sus brazos,
comenzó a decirme tales
razones que no sé como
que con tanta habilidad,
las mentiras sepa hacer,
que parezcan verdaderas
sus palabras y suspiros
acreditaba con lágrimas,
que derramaba el traidor.
Yo pobrecilla de mí,
tan sola entre los míos,
mal ejercitada en casos
semejantes de amoríos;

Comencé no sé en que modo
a tener por verdaderas,
tantas falsedades dichas,
y pasándoseme así,
el sobresalto primero,
,tomé un tanto a cobrar,
mis espíritus perdidos,
y con más ánimo dije

- Si como estoy en tus brazos,
ceñido tienes mi cuerpo,
yo tengo atada mi alma,
con mis mejores deseos,
que tan diferentes son
como verás de los tuyos
si tu quisieres pasar,
por la fuerza adelante.
Tu vasalla soy, no esclava,
ni tiene, ni tener debe,
imperio ya, la nobleza,
de tu sangre, heredada,
a deshonrarme, y en poco
pues la humildad de la mía.

Y en tanto me estimo yo
de villana y labradora
tu señor, y caballero,
no tendrá efecto alguno,
conmigo tus fuerzas ni
tus riquezas más valor,
ni tus palabras poder
engañarme, en tus deseos,
ni tus suspiros ni lágrimas,
enternecerme. Si alguna
pues de todas estas cosas,
dichas, mis padres dieran
por esposo ajustaré
mi voluntad a la suya,
así quedara con honra,
aunque lo fuera sin gusto,
que de grado le entregara
lo que el, señor, con fuerza
lo procura conseguir.
Digo esto no es de pensar,
de mí, alcance cosa alguna,
el que no fuera legítimo
esposo, que den mis padres.

- Si tu no reparas más
bellísima Dorotea
-dijo el infiel caballero-,
ves aquí te doy la mano,
de serlo tuyo ante estos,
testigos de esta verdad,
son los cielos, y esta imagen,
santa de Nuestra Señora
que aquí tienes tu colgada,

Y tomando con las manos
así puso de testigo,
pues, de nuestro desposorio.
Con palabras eficaces,
así como juramentos,
insistiendo me decía
que sería mi marido.
Yo le recordé el disgusto
que a su padre prodigara,
de verle que se casaba
sin consentimiento suyo
con villana y vasalla,
suya, que no le cegase,
mi hermosura y lugar.
Y en esto me puse a pensar,
si le desdeño, con fuerza,
que entre sus manos me aprieta
temía me deshonrase.
Y como justificar
su presencia en mi aposento.
Las demandas y respuestas
todo en la imaginación.
que resolví en un instante.

Sobre todo comenzaron,
a hacer fuerza a inclinarme
a lo que más tarde fue,
mi perdición sin pensarlo.
A mi doncella llamé,
que sirviera de testigo,
como ya eran los del cielo.
Sin reparos reiteró
con la doncella observando
su deseo don Fernando,
juramentos confirmó.

Añadió a los primeros
nuevos santos por testigos,
y echose mil maldiciones
futuras si no cumplía
con lo que me prometía
y en sus brazos me apretó
con muy cariñoso afecto
de entre los cuales jamás,
me había dejado suelta.

Y con esto y con volverse
a salir del aposento,
mi doncella, sonriente,
yo dejé de serlo ya,
pues, él acabó de ser
traidor como fementido
El día que sucedió
a mi noche desgraciada,
Venía aún no tan apriesa;
yo pienso que don Fernando,
bien lo deseaba, porque
después de cumplido aquello,
lo que el apetito pide,
el mayor gusto que puede
de venir es apartarse
de donde ya le alcanzaron.

Digo porque don Fernando,
la industria de mi doncella
que era la misma que allí
le había traído, antes
que amaneciese se vio
en la calle el caballero.

Al despedirse de mí,
aunque no con tanto afinco
y vehemencia como cuando
vino, dijo que estuviese
segura de su fe y firmes
juramentos verdaderos.

Para más confirmación
de sus palabras sacó
un rico anillo del dedo,
y lo puso en el mío.
En efecto él se fue
y yo me quedé ni sé
si acaso triste o alegre,
esto si sé bien decir
confusa y pensativa
y casi fuera de mí,
con nuevo acaecimiento
ni se me acordó ni ánimo
de reñir a mi doncella
por la traición cometida
de encerrar a don _Fernando en mi mismo aposento; .

Pues no me determinaba
si era bien o mal el hecho
que me había sucedido.
Díjele a don Fernando,
al partir que por el mismo
camino podía verme
otra noche ya era suya
hasta cuando él quisiese,
que aquel hecho publicase.

Pero no vino otra alguna
si no fue pues la siguiente,
ni pude verle en la calle,
ni tampoco en la iglesia,
supe que si iba de caza,
Estos días y estas horas
bien sé yo que para mí,
son aciagos y menguados,
y bien sé que comencé
a dudar de sus palabras,
juramentos y suspiros,
y la fe de don Fernando.
Hice cuenta de evitar,
que mis padres preguntaran
motivo del descontento;
pero en un punto llegó
que se perdieron honrados
discursos y pensamientos,
y esto fue porque de allí
a poco en la ciudad
se dijo que don Fernando,
se había casado ya,
con doncella hermosísima,
la que llamaban Luscinda
de padres, muy principales
Oyendo Cardenio el nombre,
de Luscinda, no hizo otra
cosa que encogerse de hombros
morderse fuerte los labios,
y las cejas enarcar,
dejando caer dos fuentes
de lágrimas por sus ojos.

No por esto Dorotea,
deja de seguir su cuento.
- Fue tanta la rabia y cólera
que encendí en mi corazón,
que salir me faltó poco
por las calles dando vocees,
publicando alevosía
y traición de don Fernando.

Decidí ponerme el hábito,
el que un criado me dio,
de un labrador de mis padres,
de los que llaman zagales
al que conté mi desgracia
y rogué me acompañara,
hasta la ciudad que estaba
el traidor de don Fernando.

Después de reprender mi
osadía, se ofreció
a tenerme compañía.
Se hacían en la ciudad
corrillos donde contaban
el desmayo y el papel
que lo encontró don Fernando,
al desbrocharla, en su pecho
escrito en su propia letra
que bien conocía él,
declaraba lo que haría,
ya después de desposarse;
de matarse afán tenía,
lo cual confirmo una daga
escondida en los vestidos;
consideró don Fernando,
que había sido burlado:

Arremetió contra ella,
antes que se desmayase
quiso darle puñaladas,
con la daga encontrada,
lo que la gente evitó.

En la ciudad más contaban
como que se desvivían,
los padres por encontrarla.

Cuando dejé la ciudad,
comenzó ya mi criado,
a titubear, con muestras
en la fe y fidelidad,
que tenía prometida;
y aquella noche ya entramos
por lo espeso de esta sierra.

Suele decirse que un mal
llama a otro y que el fin
de una desgracia, principio
de otra es, me sucedió
pues así, que mi criado
fiel y seguro hasta entonces,
él, en esta soledad.

Y con su bellaquería
vio ocasión de aprovecharse,
y con muy poca vergüenza
sin respeto a Dios ni a mí,
me requirió de amores;
viendo mis feas y justas
palabras, que respondía,
desvergonzados propósitos,
aparte dejó los ruegos,
y a usar comenzó la fuerza,
yo con mis súplicas al cielo
y con mis débiles fuerzas
di por un derrumbadero,
con él, donde le dejé
sin saber si estaba muerto
o venía a buscarme.
Luego con más ligereza
que sobresalto y cansancio,
me entré por estas montañas,
huir de mis padres o aquellos
que buscándome se hallaban.
Conmigo no me llevé
mi vestido de mujer,
ni mis joyas ni el dinero.

Me escondí por estros montesy no sé que tiempo ha
que con caridad y yerbas
me sustento como puedo.
Con todo me decidí
en el monte emboscarme.


CAPÍTULO XXIX.
- Esta es la verdadera
historia de mi tragedia.
Tomó la mano Cardenio
y antes que el cura y la dijo:
- En fin, señora que tu,
eres Dorotea hermosa,
hija única de Clenardo,
el muy rico labrador.
Muy atenta Dorotea,
se admiró de quien le hablaba
que tan mal vestido estaba,
oírle nombrar a su padre.
- ¿Y bien, quien sois vos hermano,
que para nada he nombrado
a mi padre en el cuento?
- Soy -le respondió Cardenio-,
aquel otro sin ventura,
que vos, señora, habéis dicho,
era su esposa, Luscinda
dijo allí, lo que escribió,
carta que halló don Fernando.
Por obra de este traidor,
aquí estoy roto y desnudo,
sin tener juicio cabal,
y vine a estas soledades
Buscando acabar mi vida.
El barbero que se había
estado callado, hizo
su ofrecimiento también
con n menos voluntad
que el cura a todo aquello,
que fuera bueno servirle.
Contó con brevedad causa
que allí había traído
la tan extraña locura
del hidalgo don Quijote
guardaban a su escudero,
que a buscarle había ido.
En esto oyeron las voces
de Sancho por no haberles
hallado en el lugar
donde les dejó, llamaba.
Les dijo que don Quijote,
halló desnudo en camisa
flaco, amarillo y muerto
de hambre, como suspirando
por su hermosa Dulcinea
- Le dije pues: Dulcinea,
me pidió que le dijese
que vaya presto al Toboso
para ella es un gozo.
Decidido dijo no,
que estaba determinado
Pues, que ante su fermosura
de no parecerse fasta
que hubiese fecho hazañas,
que le ficiese ya digno;
que si de aquello pasara
Adelante, él en peligro
de no ser ya emperador,
ni arzobispo cuando menos.
- Dichosa búsqueda sea
y sea dichoso hallazgo
-dijo a esta sazón, Sancho-,
mas si mi amo venturoso
es, si desface el agravio
y enderece ese tuerto
Pues matando al hideputa
de gigante tan malvado.
Le diga vuestra merced
que no se haga arzobispo,
El licenciado responde
que harán lo necesario
pues tienen un cuestionario
para sacarle de allí.
El cual explica a Cardenio,
así como a Dorotea.
Ésta dice que doncella
mejor ella que el barbero.
Y había leído muchos
libros de caballería,
conociendo como hacían
las doncellas su labor,
y pedir a, andantes dones.
Sancho al cura preguntó
quien era aquella hermosura.
- Es una gran aventura
Princesa de Micomicón.
heredera de ese reino,
que viene en busca de tu amo
para que le arregle agravio
del gigante malhechor.
Llámase -respondió el cura-,
princesa Micomicona,
pues llamandose su reino
Micomicón, claro está
ella así, ha de llamarse,
- No hay duda en eso -responde

Sancho-, que yo he vis muchos,
que el apellido y alcurnia,
toman del lugar en que nacen:
Pedro de Alcalá; son ogros,
Diego de Valladolid,
Juan de Úbeda y más.

Es la simpleza de, Sancho,
quien pide al cura no sea
arzobispo su amo y vea
que de Iglesia él no sabe
tiene hijos y es casado
con renta de poca danza
para la familia, Panza.
Quiere ser gobernador.
que le pide a la princesa
del reino Micomicón.
El barbero y Dorotea
con Sancho se adelantaron,
y a don Quijote encontraron
Vestido y sin armamento.
Así Dorotea vio
de rodillas se le hincó,
suplicándole su ayuda,
es el gigante sin duda
el causante de su mal.-
Muy elevada señora
en pie le ruego se ponga
y me diga ese don.
- Es un gigante malvado
que me tiene acogotado
el reino que yo heredé.
Pues es el don que le pido
que venga donde le lleve
cuya acción breve ha de ser
si el gigante se marchó.

- Digo que así, se lo otorgo,
presto sois restituida,
en vuestro reino en porfía,
del bello Micomicón,
de tierras de Etiopía.
Como, Sancho, se imagina
negros para gobernar.
- Pienso traerlos a España,
negritos de Etiopía,
recogería vendiéndolos
un buen y limpio caudal.

Y con muy mal pensamiento
el dinero que sacara
un buen título comprara
y su vida resolviera.

- Ya, las alabanzas cesen
Don Quijote, de ladijo por las tierras anchas,
y los campos de Montiel.
En esto a relucir saca
el cura muy duro cuento:

. Cuando llevaban dinero
por estos terrenos mismos,
viniendo así de Sevilla,
con los sesenta mil reales
mas fueron perdidos tales
por malditos salteadores,
quienes fueron galeotes
que un loco los liberó.

Pues al soltarles se deja
raposa con las gallinas
al lobo entre las ovejas,
Y las moscas en la miel.
- Será, señor licenciado,
mi amo, quien hizo la hazaña,
no es que no le avisara
que libres no les dejara,
que eran malos como arañas.

- Majadero, -dijo el amo-,
los caballeros andantes
no miran si fueron antes,
malhechores, si ahora sufren
la falta de libertad.
A salvo la dignidad,
del que es señor licenciado,
pero miente el muy bellaco,
hideputa su honradez...
Para calmar, Dorotea,
dijo al bravo Don Quijote,
no puede dar otro golpe,
tiene la promesa en pie.

- Así es, señora mía,
dejemos pues, esta ofensa.
Dígame ese don que pìensa.
- Ya dije: Micomicón
es de Etiopía un reino.
Mi padre fue rey eterno
a la vida que dejó.
Mi madre también murió,
De padre y madre ya huérfana
el gigante nos invade
y con él quiere me case
cosa que no puede ser.

Pues me tuve que marchar.
Y me dije voy a España.
Donde oí que vos estaba
Caballero Don Gigote.
o el de la Triste Figura.
Dijo veloz el buen Sancho
aquella que puede ser
de Don Quijote, la esposa
siendo ella mejor cosa
para hacerle emperador.
-- Esta es toda mi historia.


CAPÍTULO XXX.
Así hubo bien acabado
el cura, cuando ya Sancho
así, dijo al licenciado:
- - Pues por mi fe, señor cura,
el que hizo esa hazaña,
fue mi amo, al que dije
y avisé que era pecado
a estos darles libertad
porque iban todos allí,
por grandísimos bellacos.
- - Majadero - dijo a esta
sazón su amo don Quijote-,
yo soy caballero andante,
no me toca, ni me atañe,
de afligidos averiguar,
si van así, encadenados
por sus culpas o por gracias.

Solo me toca ayudarles,
como a menesterosos,
poniendo ojos en sus penas,
y no en sus bellaquerías,
yo topé con un rosario
sarta de gente mohína
y desgraciada y con ellos,
lo que mi religión pide,
y se avenga la demás;
y a quien mal le ha aparecido,
Salvo santa dignidad
de mi señor licenciado
y de su honrada persona;
digo que sabe muy poco
de achaques caballerescos
miente como un hideputa.
Y mal nacido, señor;
a éste le haré conocer
con mi espada donde más
largamente se contiene.
Y esto dijo afirmándose
en los estribos calándose
el morrión, pues, la bacía,
de barbero que a su cuenta
era yelmo de Mambrino
hasta adobarla del mal
tratamiento que le dieron
galeotes liberados.
Y viéndole Sancho Panza,
tan enojado le dijo
- Señor, caballero andante,
por vuestra merced, membrésele
don que tiene prometido
que así le conforme a él
no puede entremeterse.
Pes, en otra aventura
por urgente que os parezca;
vuestra merced se sosiegue
que si el señor, licenciado
supiera por ese vuestro
brazo invicto quien había
galeotes liberado,
tres puntos se diera él
en la boca y se mordiese
la lengua al menos tres veces,
mas que haber dicho palabra
que en despecho redundara,
de vuestra merced, señor.

- Eso juro yo y aún,
-le replicó el licenciado-,
me hubiera quitado un
bigote
-le dijo a Dorotea,
muy amable don Quijote-,
y reprimiré mi çólera
levantado en mi pecho,
y iré quieto y pacífico
hasta que esté el don cumplido,
el cual os he prometido.

Por calmar a don Quijote,
Dorotea dijo un cuento
Al llegar a don Quijote
referencia de aquel cuento:
- Don Azote o don Gigote
- Don Quijote le dirá,
-dijo Sancho a Dorotea-,
Caballero de la Triste
Figura, por otro nombre.
-

Así pues, es la verdad.
Dijo de él mi padre más:
que, de cuerpo ha de ser
alto, mas seco de rostro
y que en el lado derecho,
debajo del hombro izquierdo,
o por allí junto había
de tener un lunar pardo
con cabellos a manera
de los que dicen de cerda.

En oyendo esto dijo
Don Quijote a su escudero:
- Sancho, hijo, tenme aquí,
ayúdame a desnudar
quiero ver si el caballero
que profetizó aquel sabio
Rey; soy quien el lunar tengo
como vuestro padre dijo
-contestó a Dorotea-,

- No hay para qué desnudarse,
-dijo Sancho-, que yo sé
que tiene vuestra merced,
ese lunar en mitad
del espinazo en señal
clara de ser hombre fuerte.

Dijo Dorotea basta,
eso pues, con los amigos
no se ha de mirar en pocas
cosas, y que esté el lunar
en el hombro o espinazo
esto importa poco; basta
conque allí haya lunar
y él esté donde estuviera
todo es la misma carne
y sin duda acertó
en todo esto mi padre
y yo en encomendarme
al señor que es don Quijote,
fama no solo en España,
también en toda La Mancha,
desde que desembarqué
en Osuna, bien lo sé
y oí todas sus hazañas.
- Pues ¿cómo desembarcó,
en Osuna pues, no hay puerto?
Mas antes que replicase
Dorotea al caballero,
el cura tomó la mano:
- Debe de querer decir
ya, la señora princesa
que desembarcó por Málaga,
y oyó de vuestra merced,
en Osuna, sus hazañas.
Vuestra Majestad prosiga.
_ Que mi suerte es ya tanta
encontrar a don Quijote,
porque ya me encuentro reina
y señora de mi reino
pues se me ha prometido
el don de irse conmigo
do quiera que yo llevase;
será ponerle delante
de Pandafilando de la
Fosca Vista, que le mate
y me restituya el reino,
que me tiene usurpado,
y sea a pedir de boca.
Dejó así profetizado
Tinacrio el Sabidor
mi padre que también dejó
dicho en letras caldeas
griegas que leer no sé.
Y si este buen caballero
de la profecía quiere
ya degollado el gigante
casarse conmigo, otorgo
ser su legítima esposa,
y posesión de mi reino,
tal será de mi persona.
- ¿Qué tal te parece, Sancho
amigo, no oyes que pasa?

¿Yo no te lo había dicho?
Mira si tenemos reino
y reina para casar.-
¡Pues eso juro yo -dijo
Sancho-, al puto que no
se casara ya al señor,
Pandafilandoc. Pues ¡monta
que es mala la reina! ¡ ¡Así
vuelvan pulgas de la cama!
Y diciendo esto dio
dos zapatetas al aire
como muestras de contento.
Y luego tonando riendas
al mulo de Dorotea,
se hincó de rodillas ante
ella, a quien suplicó
le diese las manos para
besarselas, en señal
de recibirla su reina
y señora de él y su amo,
¿Quién no había de reír,
viendo locura de su amo
y simplicidad del criado?
Dijo luego don Quijote
que iría con ella al fin
del mundo, degollaría
al gigante usurpador.
-esto dijo entre dientes-
Ya con la ayuda de Dios,
como con la de mi brazo
y no es posible que arrostre
ni por pienso el casarme
ni que fuera de ave fénix.
Pareciéndole tan mal
lo que oyó a don Quijote
de que no quiere casarse,
y con enojo muy grande
alzando mucha la voz
dijo:
- ¡Voto a mí y juro
¿no tiene vuestra merced,
mi señor, juicio cabal
pone en duda casarse,
ya con tan alta princesa
y luego reina como aquésta?
¿Es por dicha más hermosa,
11i señora Dulcinea?


No la llega ni al zapato; ,
de la que tengo delante.
Noramala alcanzaré
el condado que yo espero,
si vuestra merced se anda
por cotufas en el golfo.
Cásese que yo encomiéndole
a Satanás y ese reino,
que se le viene a las manos
de vobis vobis y en siendo
ya rey, hágame marqués.

Esto oyendo don Quijote
tales blasfemias de Sancho
a la sin par Dulcinea,
alzó el lanzón y con fuerza,
y sin decir esta boca
es mía, dióle dos palos
a Sancho que le tiró
a tierra; fue Dorotea
que se opuso a Don Quijote
evitando le midiera
la vida, tan enojado;
en cabo de un rato dijo:

- Pensáis villano ruin
siempre ponerme la mano
pues, en la horcajadura
Y a menudo perdonaros.

Pues no lo pensáis bellaco
descomulgado sin duda,
el valor que ella me infunde
en mi brazo no tendría
Para matar una pulga.
Decid socarrón de lengua
viperina; ¿Quién pensáis
ha ganado este reino,
quien cortado la cabeza
a este gigante ladrón,
y hechoos a vos marqués;
todo esto doy por hecho,
cosa ganada y juzgada
,si no es por el valor
de las sin par Dulcinea,
tomando por instrumento
mi brazo, de sus hazañas.

Ella es quien, pelea en mí,
y pues vence en mí y yo
y pues vence en mí y yo
vivo y respiro en ella
y tengo vida y ser,
¡Oh, hideputa bellaco
y sois desagradecido
que así os veis levantado,
ya del polvo de la tierra,
para ser señor de título
correspondéis a tan buena


Obra pues con decir mal
a quien tantas cosas hizo.
Detrás del palafrén Sancho,
de Dorotea, se puso,
desde allí dijo a su amo:
- Mas no siendo el reino suyo
¿qué mercedes pueda hacerme?

De esto es que yo me quejo.
Cásese vuestra merced,
con la reina que tenemos,
como llovida del cielo,
y luego puede volverse
con la sin par Dulcinea,
que reyes debe de haber
habido en todo el mundo
que hayan sido amancebados.

En esto de la hermosura,
si he de decir la verdad,
en ello no me entremeto,
que bien parecen entrambas,
Puesto que nunca la vi,
a la señora de mi amo,
a la sin par Dulcinea.

Ni la carta me han escrito.--
- ¿Cómo, traidor mentiroso
no me has traído un recado
de ella que gentil te dio?
- señor, que quise decir,
que la vi de refilón,
y en ello no di atención
por comparar a las dos.
- Digo que ahora te disculpo.

Que un primer pensamiento
dicho sin detenimiento
de enojo te molesté.
Luego le pidió a, Sancho,
que se adelantase un poco
quiere hablarle del Toboso.
No han tenido la ocasión,
desde que, Sancho, volvió,
de su embajada con ella.
Y hablase de Dulcinea.
- Señor, yo no llevé carta
que el librillo aquí quedó.
- Supe que no lo llevabas
al poco de tu salir.
Que volvieses esperaba.
del Toboso estando cerca.


CAPÍTULO XXXI.
- Dime, Sancho, que te dijo
No dejes en el tintero
lo que los oídos oyeron.
Ya, nada me has de ocultar.
¿Leyó la carta?¿Que dijo?
¿Algo sobre mi persona?
_- En mil pedazos rompió.
-dijo así embustero, Sancho-,
Leer no sabe, mas no quiso
darla a otros y secretos
de sus amores que no anden
boca en boca por allí.

- Muy discreta, Dulcinea,
lo habrás apreciado, Sancho,
por el tiempo que has estado,
en el toboso con ella.
- ¿La viste? ¿Cómo se encuentra?
- La vi estando en el corral.
Saco de trigo cargaba;
al molino lo llevara.
- Pues haz cuenta con los granos
de trigo son buenas perlas
tan hermosas como estrellas
cuyo brillo deslumbró.

Pan candeal de esos granos
o pan trechel, has gustado

- No, señor, era rubión.
Le hablé de su loco amor
que está haciendo penitencia;
por ella duerme en el suelo.
La barba no se peinó.
No como ni bebe nada,
maldiciendo su gatuna.

- No, esa palabra impugna.
Por el contrario bendigo,
por merecer de Cupido,
que le ame a Dulcinea,
siéndome testigo el cielo
puestos los pies en el suelo
de este grandísimo amor.
Dime, que joya te dio
costumbre entre caballeros
obsequiar al escudero,
que noticias le llevó.

A lo que, Sancho, contesta:
- Costumbres que fueron de antes,

no se dan ya en los andantes
ricas joyas en albricias
que lleven buenas noticias.
Ahora dan trozo de pan
y buen pedazo de queso
es en agradecimiento
y esto fue lo que me dio,
por las bardas del corral.
- estoy algo intrigado
pues fuiste y has regresado
en menos que un gallo canta
como si fueras por los aires.
Será el mago nigromante
el cual es amigo mío,
es quizá quien ha podido
traerte sin enterarte.
- Pues, así, tuvo de ser
que rocinante camina,
como si fuera un asno,
igual al de un gitano
con azogue en las orejas.
¿Orejas? Demonios son
que hacen mover a quien sea.

Sueños de don Quijote.

- Me dice, Sancho, te vio
con un costal de buen trigo
que llevaba al molino;
Porque él, embrujado está,
mi escudero, Sancho Panza,
no ve tu gracia y realeza
no percibe tu belleza
Ni las perlas de un collar.
- ¿No sabes, zafio muchacho
que esos granos de buen trigo
con sus manos, Sancho, amigo,
en perlas las convirtió?

Es dama de un caballero,
Es la sin par Dulcinea.
Embrujada la ves fea;
porque Merlín te encantó.
Por ella lucho y convenzo
por ella tomé la fama
y mi corazón se inflama,
de mucha dicha y amor.
Si no tuviera esta dama
no sería caballero
ni tu fueras escudero.
Ni yo fuera emperador.
¿Y quién ínsulas te diera
si no fuera caballero?

No serías escudero
Ni fueras gobernador.
- digo que en lo cierto estás
y he de tomar tu consejo
me obliga ser caballero
andante, con la princesa,
que visitar Dulcinea.

Se pararon en la fuente
a descansar y beber.
En esto fue acontecer,
la llegada de un muchacho,
que reconoce el Quijote.
- si es Andrés el de la encina;
liberé de su atadura
que el amo de forma dura,
le estaba fuerte zurrando,

- Para que vean señores
lo importante de que haya
caballeros que complazcan
por completo al mundo entero.
- Todo lo que dice es cierto,
pero es que el fin del negocio,
él fue todo lo contrario,
que me sucedió al revés.

- ¿Luego, no te pagó el villano?
- No, sólo, no me pagó,
vuelve a la encina y me ató.
Y tantos azotes dio
que me dejó desollado
como a samtolomé el santo
sin dejarme encomendar
al que tengo devoción.

De todo lo cual fue suya
la culpa, que se entremete
en negocio sin billete
para intervenir en él.
Tanto donaire y chufeta
a cada azore decía,
de vuesa merced reía,
y llama metomentodo
que de no estar desollado
mucha risa arrancaría,
Mejor que vaya adelante
señor, caballero andante.
Pues sobre mí descargó
el nublado que de cólera
tenía a vuesa merced.
- el daño estuvo con irme.
-pero me aprovechó nada.
- don quijote, de la mancha
le voy a entrar en razón.
Y a sacho manda enfrene
pon bien a Rocinante. .
Dorotea, dice antes
la promesa ha de cumplir:
Libéreme del gigante.
- razón tiene, Sancho Panza.
Primero con la princesa
ha de esperar Dulcinea
que bien lo comprenderá.




CAPÍTULO XXXII.
La comida se acabó
y sin tener de qué hablar
llegaron al otro día
a la venta para espanto
que sufre el buen, Sancho,
aunque no quisiera entrar
no lo puede evitar.
Vio a la ventera, ventero,
la hija y a maritornes,
quienes viendo a don Quijote,
salieron a recibirle
y él les recibe con grave
continente y con aplomo
díjoles que aderezasen
pronto otro mejor lecho,
que la otra vez le pusieron.

A lo cual le respondió:
que si pagaba mejor,
pues de príncipe sería;
le dijo que sí haría.
Fue así, que le aderezaron
el mismo camaranchón
de marras, y se acostó.

Venía muy quebrantado,
de juicio bastante falto.
Necesita descansar.
Apenas se hubo encerrado,
la ventera va al barbero
al que por la barba asiendo,
le dijo sin más rodeos:

- pues para mí santiguada
que más no va a aprovecharse
ya del A para su barba
y así me vuelva mi cola
que anda lo de mi marido
sin vergüenza por los suelos
donde solía colgar
peine de mi buena cola.

No quiso dar el barbero,
que ella por una tiraba.
El cura le aconsejaba,
que dejase rabo y cola
ya no eran necesarios.
Se presente en su forma

Y dijese le enviaba
la princesa y que llevaba
consigo el libertador.
Y de buena gana dio
la cola de la ventera.
Pensado entre los dos
pues el modo que tendrían
dijo el cura que el barbero
ya se disfrazara él,
con ´habito de doncella,
andante más a propósito,
y que él como escudero En tanto que don Quijote,
dormía se aprovecharon
para ir libros sacando
que tenía el ventero,
hace tiempo, arrinconados
de viajeros que olvidaron
a su paso por la venta.

Y los fueron hojeando
el cura como el barbero,
a lo que dijo el ventero:
- Pues mis libros por ventura
son herejes y flemáticos

- Vos quiere decir cismáticos.
-que le dijo el barbero-
- Así es, dijo el ventero
si alguno quiere quemar.
Ese del gran capitán.
Pues quemar dejase antes
un hijo que esotros libros.
- hermano -le dijo el cura-
esos me son mentirosos
y llenos de disparates.
En este del capitán
son los hechos verdaderos
de don Gonzalo Hernández
de Córdoba por sus hechos,
merecido nombre dieron
llamando gran capitán,
y este de Diego Gracia
de Paredes, natural
de Trujillo, con un dedo
paró rueda de molino,
y en un puente no dejó
pasar a todo un ejército.

- ¡Y tomaos con mi padre!
Pues mirad de que se espanta,
Felixmarte de Hircana
de un revés sólo partió
dos gigantes por cintura;
esta es gran aventura,
como si hechos fueran de habas,
y un ejército paró:
con un millón de soldados.
Oyéndole Dorotea,
callando dijo a Cardenio,
- Poco le falta al ventero,
para hacer segunda parte
del Quijote, y su estandarte.
Divierten a los presentes
al leer aquellos cuentos
entre el cura y el barbero,
la novela dijo así:



CAPÍTULO XXXIII.
- En Florencia ciudad rica
famosa y entretenida
de Italia, era toscana;
allí dos amigos viven
son Anselmo, y Lotario,
por su amistad conocidos,
por toda la población
como los amigos, son
unos caballeros ricos
mozos de una misma edad
y de unas mismas costumbres;
al rescoldo de la lumbre
los días juntos pasaban.
Anselmo estaba perdido
de amores de una doncella
su nombre Camila era,
de aquella propia ciudad.
De Anselmo, su remisión
es de su amigo Lotario.
No quiso que la amistad
Entre ellos se rompiera.

Y le dijo mil razones
por mantener la amistad:
que en casa entrara como antes
Con estas muchas razones
que Anselmo, dijo a Lotatio,
Éste con mucha prudencia
como tanta discreción
habló, que Anselmo, quedó
satisfecho de dos días
a la semana y las fiestas
iría a casa de Anselmo,
a comer con él como antes.
- Amigo Lotario, quiero
tu serás el instrumento
sobre obras de mi gusto:
que es conocer mi mujer,
de quien estoy muy seguro:
es honesta y muy honrada,
ella es desinteresada,
lo cual quiero así, probar
para lo que te daré
todos los medios necesarios,
me mueve para fiar;
y confío en tu silencio
que bien sé por tu virtud
será seguro y eterno,
que si de ti es vencida
en este trance Camila,
que no ha de ser con rigor

Si no solo a tener
por hecho este suceso,
de Camila su virtud,
quedara en tu silencio
guardada eternamente.
Lotario, guardó silencio
escuchando con espanto
lo que Anselmo, proponía:
- no me puedo persuadir,
Anselmo, querido amigo,
no sean burlas lo que has dicho
la que de ser verdadera,
esta arenga tan extensa
o no corresponde Anselmo,
o Lotario, no soy yo,
ni de amigos conocidos,
por toda la población.

- Cosas que deben de hacer
entre ellos los amigos
ir no deben contra Dios
y defender honra y vida.
Y dime ¿de estas dos cosas,
cuales tienes en peligro?

Para que yo me aventure
y te pueda complacer.
esta cosa detestable
que me pides y por cierto
te quite la honra y vida:

Porque un hombre es sin honra
peor que un hombre muerto
y siendo yo el instrumento
como quieres que lo sea.
¿No ves que de tanto mal
tuyo me quedo sin vida,
si me lo obligas hacer?
Y voy a decirte versos
oídos en una comedia,
me parecen a propósito
de lo que estamos tratando:

Aconsejó muy prudente
un viejo a otro que es padre,
de una muy bella doncella
que la encerrase, guardase,
por las siguientes razones
Es de vidrio la mujer
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse
y en esta opinión estén
todos, y en razón la fundo
que si hay Dánae en el mundo
que hay pluvias de oro también

Tu me tienes por amigo
y quieres quitarme la honra
queriendo que te la quite;
es contra de la amistad.
- padezco de enfermedad
-le dijo muy cauto Anselmo-,
que algunas mujeres tienen
creyendo que se curarán
comen tierra, cal, y yeso,
y otras muchas porquerías.
Hay que buscar artificio,
para pretender que sane,
del mal que tanto me aqueja,
y esto se podría hacer
con facilidad, tan sólo
que lo comiences fingiéndolo
solicitando a Camila,
la cual no será tan tierna
que a los primeros encuentros
su honestidad dé por tierra,
y con sólo este principio
quedaremos tan contentos
y yo quedaré curado
y tu quedarás cumplido
a nuestra amistad debido,
y así, viendo su entereza
puedes decir la verdad.
Y daré por concluida
la causa que nos embarga.
Por contentarle, Lotario,
termina por aceptarlo,
que a nadie comunicase
aquel deseo pues él
a su cargo toMaría
de conformidad la empresa.


Anselmo, marcha de casa
a una aldea más lejana
dejando en ella a Lotario,
con los meDios necesarios
a los dos le deja solos
como otras veces solía.

Por ver que les ocurría
por el ojo de la llave
quiso ver que es lo que hacían.
Lo que su amigo decía
de respuestas de Camila,
todo es ficción y mentira.

Saliendo del aposento
Anselmo, llamó a Lotario,
le preguntó de Camila,
por el temple que tenía
Lotario, le respondió,
que más no pensaba darle
puntadas en el negocio.
- ¡Ah, tu, Lotario, Lotario,
me- correspondes muy mal,
a lo que me debes tanto
Ahora te he estado mirando
por el lugar que concede
un hueco la cerradura,
y por donde por ventura
ya he visto que a Camila,
pues, ni una palabra has dicho.
Es como si pretendieras
quitarme aquellos recursos
de conseguir mis deseos,
A Lotario, supo mal
que le cogiese en mentira.

Le juró que desde entonces
tomar su deseo a cargo,
de procurar complacerle.
A los tres días de ausencia
de Anselmo, y en su batalla
de resistir a sus deseos,
comenzó a requebrar
y con mucha turbación
tan amorosas razones.

Camila, quedó en suspenso,
se retiró a su aposento
sin contestarle palabra.
Mas bien escribió un billete
el que a Anselmo, le envió
con estas claras razones:


CAPÍTULO XXXIV.
Así tal suele decirse
mal parece un ejército
sin general, y castillo
sin su alto castellano,
peor me parece a mí
la casada sin marido,
cuando justas ocasiones
a él no le impiden eso,
yo me hallo tan mal sin vos,
tan imposibilitada
no poder sufrir tu ausencia
que si presto no venís
me habré de ir a entretenerme
en la casa de mis padres
aunque tenga que dejar
sin guarda la vuestra, porque
la que me dejaste si es
la que quedó con tal título
creo mira por su gusto
y por lo que a vos os toca
pues sois discreto no tengo
más que deciros y ni aún
está bien que más os digan.

La carta recibe Anselmo,
que por ella entendió
Lotario, ya comenzó
la empresa y que Camila,
debió de haber respondido
tal como él lo deseaba.
Contestó que no se mude,
con brevedad volvería.
Quedar decidió Camila,
y no huir más de Lotario,
Para evitar así críticas
de criados sobre su honra.
El cerco apretó Lotario,
alabando su hermosura
pues no hay cosa que más
rinda las encasilladas
torres de la vanidad,
de las hermosas la misma
vanidad de adulación.

Y Camila, se rindió.
Decir no quiso Lotario,
a Camila, pretensión
de Anselmo, de haberle dado
lugar para así llegar
a la situación de amantes.

Anselmo, volvió de allí,
a pocos días después.
No echó de ver lo que falta
que era lo que en mucho tiene
aquello que en más estima.
- las nuevas que te podré
dar son: ¡oh, amigo Anselmo!
Que tienes una mujer
que corona puede ser
de mujeres que son buenas;
palabras se llevó el aire;
las dádivas no admitió;
hizo burlas de mis lágrimas.
En resumen es ejemplo
de toda la honestidad,
las palabras se creyó
Anselmo, como si dichas
lo fueran por un oráculo.
El traidor e impertinente
se celebran el acuerdo,
y Lotario, dijo versos,
y los amantes sabían,
que la Clori de los poemas,
a ella eran referidos.

El soneto bien parece
a Camila, y mejor,
a Anselmo, Camila, dijo:
- ¿Los enamorados poetas,
lo que dicen es verdad?
- Como poetas no dicen
-Lotario, la respondió-
mas sí, como enamorados.
Anselmo, también alaba
aquel segundo soneto,
como hizo del primero;
escalón con escalón
trabando iba su deshonra.

Bajaba, los escalones
Camila, del menosprecio.
Entonces hizo un engaño
que el traidor era Lotario,
para que, Anselmo, creyera,
su perdida honestidad.

Con una daga se clava
superficial en la asila
del mal haciendo teatro.

Leonela su criada,
enterada del suceso
también sube a su aposento,
al que tenía de amante.
Con esto Anselmo, quedó
el hombre mas engañado
que sabrosamente hubo
y podrá haber en el mundo.
Creyó llevar en la mano
el instrumento mejor.
De su gloria y de su fama.

Fue toda su perdición.
Camila, le recibía
con el alma tan risueña.
Con el rostro al parecer
torcido. Duró este engaño
hasta que mala fortuna,
rueda, y sale la maldad
con tanto artificio hasta
allí cubierto. La vida
presto le costó a Anselmo
lo que fue irreverente
curiosidad; siendo ejemplo
la lectura de este cuento
del curioso impertinente.




CAPÍTULO XXXV.
Y poco más le quedaba
de leer en la novela.
del camaranchón en donde
reposaba don Quijote,

Sancho Panza alborotado
sale de allí dando voces:
- Acudid, señores, presto
socorred a mi señor,
que anda envuelto en la reñida
y muy trabada batalla
que mis ojos hayan visto:
¡vive Dios! La cuchillada
que ha dado al mayor gigante
de la princesa, enemigo,
señora Micomicona,
le ha tajado la cabeza
como si un nabo lo fuera.

- ¿Qué decís, hermano Sancho?
-dijo el cura, y dejó
de leer lo que quedaba-.
¿cómo diablos puede ser
si el está a dos mil
leguas de aquí? Se oye en esto
voces en el aposento
a don Quijote, decir:
- ¡Tente, ladrón, malandrín,
que aquí te tengo, follón,
no valdrá tu cimitarra.
Y por las paredes daba
unas cuchilladas fuertes.
- no tienen por qué pararse,
a escuchar, sino ayudar,
a mi amo y señor.

Mas no será menester
el gigante muerto es
dando cuenta a Dios de mala
vida pasada, que he visto
correr la sangre en el suelo
y la cabeza cortada
del cuerpo caída a un lado
grande, tal cuero de vino.

- ¡Que me maten! El ventero
-dijo con esta sazón-
si don Quijote, o el diablo
que dio alguna cuchillada
en alguno de los cueros
de vino, llenos están
a su cabecera: el vino
derramado ha de ser,
y a este le parece sangre.
Duerme el Quijote, en la venta; fuerte ruido en su aposento,
y corren todos a verlo,
¡un espectáculo genial!
Desnudo, con la tizona,
da cuchilladas al cuero,
el insigne caballero.
Todo el vino derramó.
- Entren señores, allí entren
que mi amo con entereza,
al gigante descabeza:.
libera a Micomicona.

- ¿Qué gigante ni cabeza?
Seguro rompió los cueros
será el vino por los suelos
que el infame me tiró.
De lo que el Quijote, rompe
son el cura y Cardenio,
que prometen dar el precio.
El ventero se calmó.

Y sosegados, el cura
leyó lo que le faltaba
del cuento, quien al final,
dijo que:
- Bien me parece
la novela, no me puedo
persuadir sea verdad,
ni imaginar que marido
tan necio haya y bobo,
quiera hacer tal experiencia.
El modo como lo cuenta
eso no me descontenta,
y me da satisfacción.



CAPÍTULO XXXVI.
.Estando en esto el ventero
a la puerta de la venta,
- Hermosa tropa me es esta
que viene por el sendero
si ellos parasen aquí,
pues gaudeamus tenemos
- ¿Qué gente?, -dijo Cardenio-
- A caballo cuatro son
que vienen a la jineta,
sus lanzas, adargas son .

Y todos con antifaces
negros, con una mujer
toda vestida de blanco
montada sobre un sillón
y también cubierto el rostro,
y dos mozos van a pie.
Oyendo esto, Dorotea,
también ella se cubrió,
se escondió en el aposento
del dormido don Quijote.

Entraron los que dijera
el ventero en la puerta.
Apeados, la bajaron
a la dama del sillón.
No se quitan antifaces,
la sentaron en la puerta
donde estaba escondido
Cardenio en el aposento
del Hidalgo don Quijote.
Y ni palabra dijeron.
Al sentarse la mujer
profundo suspiro dio
como enferma y desmayada.

Viendo esto deseoso el cura
de saber quien era aquella.
Con tal traje y tal silencio
pregunta a uno de los mozos
quien sólo sabe decirle
que suspira y solloza
pero no oyeron palabra
alguna en la comitiva.

Y coligió por los trajes
se puede saber que aquella
monja es o va camino,
de serlo
de serlo. Y Dorotea
se interesa qué le ocurre
si cosa es de mujeres
la pueda pues, ayudar.
Se acerca el caballero
por lo visto principal,
a quien dice la señora:
- Pues mi verdad a vos hace
muy falso y mentiroso,
y esa es mi desventura.

Oyéndola esto Cardenio
con una gran voz le dijo:
- ¡Válgame Dios! ¿Qué les oigo?
¿Qué voz llega a mis oídos?
Aquella señora vuelve
la cabeza para ver
quien dijo voz conocida,
muy parecida a su amor.

Quiso entrar al aposento
que Don Quijote dormía,
lo que impidió el caballero
Sujetándola muy fuerte.
A él con esto se le cae
el disfraz y Dorotea
al ver que era Don Fernando
con fuerte ¡ay!, se desmaya;
el barbero la recoge
en sus brazos evitando
en el suelo se dé golpe.
Le quita el cura el embozo
para echar agua en el rostro;
la conoce Don Fernando
de lo interno de su alma,
lanza grito y se desmaya.
Es Luscinda, la que quiere
soltarse de aquellos brazos,
la que a Cardenio, conoce

Don Fernando, reconoce
a Cardenio éste a él.
Y todos tres, Dorotea,
con Cardenio y Luscinda
quedan mudos y suspensos;
se miraban unos a otros.
Y quien habla es Luscinda
a Don Fernando le dijo:

- Dejadme ya Don Fernando,
por lo que debéis de ser
ya que por otro respeto
no lo hagáis y así dejadme
ir al muro de quien soy
yedra, de quien no ha podido
-su imprudencia apartar,
ni sus promesas, ni dádivas.
Dejadme llegue a mi esposo
mi único amor verdadero.

Entretanto Dorotea,
había vuelto en sí.
Con esfuerzos se levanta,
suplicando a don Fernando,
que volviese a sus promesas,
y que con ella cumpliera
lo que había prometido.
A quien apretaba, suelta
aturdido don Fernando,
y le dijo a Dorotea:

- - ¡Oh! Hermosa Dorotea,
no puedo a tantas verdades
dejar de rendir mi empeño.
Se suelta de don Fernando.

Y Luscinda, se desmaya,
cogiéndola con sus brazos
Cardenio, estaba a su espalda,
no ser descubierto de él.
En un momento en la venta,
todos los que desgraciados
que allí de amores estaban,
creyeron que fuera el cielo
por la dicha recibida.



CAPÍTULO XXXVII.
Todo esto escuchaba, Sancho,
con gran dolor en su ánimo
viendo que sería humo
su esperanza por la ínsula
al volverse la princesa,
Micomicona en doncella.
en tan bella Dorotea,
y el gigante en don Fernando,
y su amo estaba durmiendo
sueño suelto y descuidado
de lo que pasaba allí.

Todos contentos quedaron,
pero más fue la ventera
por las promesas del cura
y Cardenio, de pagar
destrozos de don Quijote.
Sólo, Sancho, estaba triste,
y entrando en el aposento,
a don Quijote, le dijo:

- Bien puede vuestra merced,
señor de triste figura,
dormir lo que más quisiere,
sin cuidado de matar
a ningún gigante infame
ni volver a la princesa
su reino, todo está hecho

- Eso creo yo está bien,
-le respondió don Quijote, -
porque con ese gigante
he tenido una batalla
que fue muy descomunal
que tener pueda en mi vida.
Le derribé de un revés¡zas!-,
la cabeza en el suelo
y aquí fue tanta la sangre
que los arroyos corrían
por la tierra como de agua.

- Como si fuera de vino,
pueda su Triste Figura
decir mejor porque quiero
que sepa vuestra merced,
si es que no lo sabe aún
que el gigante muerto, es
cuero de vino, horadado
y la sangre seis arrobas
que encerraba en su vientre
y la cabeza la puta
que me parió. Satanás,
lléveselo todo ya.
- ¿Y qué es lo que dices loco?
-le respondió don Quijote, -

¿Estás en tu seso, Sancho?
- Pues vuestra merced, levántese,
-dijo, Sancho-, y verá
el buen recado que ha hecho
y lo que hay que pagar;
convertida la princesa
en dama particular,
bien llamada Dorotea,
y otros que le han de admirar.

- Nada me maravillaría
nada de eso, -don Quijote,
replicó- porque si bien
te acuerdas de la otra vez,
que aquí también estuvimos,
todo esto que ocurría
te dije era encantamiento.
Y no será mucho que ahora,
fuera lo mismo encantado.

- Todo lo creyera yo
si es que mi manteamiento
lo fuera de este jaez,
si no fuera el hecho real
que vi verdaderamente
al ventero que aquí está
de la manta sostenía
y empujaba hacia el cielo
con mucho donaire, y brío
con mucha risa y con fuerza
y conociendo personas
que tengo para mi simple
y pecador, que no habrá
pues algún encantamiento

Sino mucho molimiento,
y micha mala ventura.
- Bien, Dios lo remediará,
dame de vestir y déjame
salir allá, quiero ver
qué transformaciones hay
y sucesos que me cuentas.

Entre tanto, contó el cura
a don Fernando, locuras
del Quijote, y artificio
usado para sacarlo
de la peña pobre que él
imaginábase estar
por desdén de su señora,
la que tiene por sin par
Dulcinea del toboso.

Se ofreció para seguir
el artificio, Cardenio,
el cual fuera muy bien hecho,
y Luscinda, represente
persona de Dorotea,
para gloria de las letras.
Mas propuso don Fernando,
valiente como un cruzado,
continúe Dorotea,
su papel; él seguiría
cabalgando a donde iba
caminando el caballero.

Como valiente guerrero,
salió don Quijote, armado
con sus mejores pertrechos;
de Mambrino, era el yelmo
abollado, en la cabeza;

Embrazado a la rodela;
arrimado a su lanzón
como tronco de la encina.
Todos suspendidos quedan
ven los que están en la venta
rostro seco, y amarillo
con sus armas desiguales,
mesurado continente;
y callados estuvieron
por ver lo que él decía,
viendo a Dorotea, dijo:

- Estoy informado, señora,
por mi eficaz escudero
el cambio que habéis sufrido:
de la grave mutación
de reina pasa a doncella;
si el motivo haya sido
de su padre nigromante,
buen rey de Micomicón
temeroso de mi ayuda;
nada supo y nada sabe,
de la misa, ni la media
ni versado estará,
de historias caballerescas.

Dorotea, le contesta
que en nada se ha mudado
y quizá se ha equivocado
el escudero eficaz,
Y confía en la fuerza
de sus brazos. Y camina
con la plena confianza
en el valor de su pecho.

- Ahora te digo, Sanchuelo
que ocultando la verdad,
eres el mayor bellaco,
Díme, ladrón vagamundo,
¿no me acabas de decir,
que esta princesa se había
en doncella convertida
la cabeza del gigante
la puta que te parió?

- Vuestra merced se sosiegue,
-respondió Sancho-, pudiere
ser que me haya engañado
en lo que fue mutación
de la princesa, presente,
que malamente le viere
Micomicona, en doncella
que jamás quisiera ver,
pero no con la cabeza
que cueros de vino son,
que en su cabecera están,
de todo su vino tinto

Por el suelo derramado
y que su color ha visto
es un lago el aposento,
y sino con el freír
de los huevos lo verá

En silencio, un pasajero
puso en aquella sazón
con su entrada en la venta
quien mostraba por su traje
venir de tierra de moros,
hombre robusto de talle
con aspecto agraciado
poco más de cuarenta años
algo moreno de cara.

Tras él entra una mujer
encima de su jumento
a la morisca vestida.
En mala hora el ventero
les dijo no hay aposentos
Mostraron gran pesadumbre.
A ella apeó en sus brazos,
robustos y bien formados.
De los que saben amar.
Las mujeres la rodean
contemplandola su traje,
y admirando su buen talle
Dorotea, la ofreció
compañía con las dos:
Dorotea, con Luscinda,
con afecto saludaron.
La embozada no responde,
Se levanta para unir
las manos las cuales cruza
con mejor de las venturas
sobre el pecho inclinándose
con señal de agradecer.

No sabía hablar cristiano.
- Esta doncella, señoras
mías, es mora por traje,
y en el cuerpo; pero el alma
es grandísima cristiana.
Lo que quiere profesar.
- ¿Ella no fue bautizada?

- No ha habido lugar a ello
y no hemos tenido tiempo,
hasta ahora no se ha visto
en gran peligro de muerte,
que nos obligara hacerlo.

Don Fernando, preguntó
como se llama la joven;
el cautivo respondió:
_Lela Zoraida, -que oído
por ella rápida dijo:
- No Zoraida, sí María.
Dio a entender que se llamaba
María, como cristiana.

Puestos a comer, conceden
la cabecera al Hidalgo
princesa Micomicona
a su lado a la derecha
sin dejar entrambos brecha,
Y tomando la palabra
entre otras cosas dijo:
con acento muy prolijo

- Quítenme de delante,
quienes digan que las letras,
aunque sean muy extensas
aventajan a las armas,
porque dicen que trabajos
si estos no son a destajo
del espíritu exceden
a los del cuerpo que sólo
en él se ejercitan como
si fuera solo un oficio
de ganapanes, y así
no requiera el espíritu
para poder entender
necesario es conocer,
la estratagema enemiga.

Y cual de los dos espíritus
del letrado o del guerrero
mejor si es buen caballero,
trabaja más; se vendrá.
a conocer por su fin. ,
El de las letras humanas
-que no trato las divinas
cuyo fin sé que es el cielo; -
es primero en su punto
justicia distributiva
dése a cada cual lo suyo
y buenas leyes se guarden
fin por cierto generoso,
y muy digno de alabanzas.

Pero no más se merecen
las armas, que por objeto
y honroso fin es por cierto
La bien esperada paz.
El mayor bien que tenemos
Los hombres en esta vida.
Cuyo ánimo se reaviva,
Con trabajo en el hogar.
Tales fueron las razones
Que así, dijo don Quijote,
que por loco nadie tuvo
De quienes en la cena hubo.



CAPÍTULO XXXVIII
Prosiguiendo don ´quijote
dijo:
- Pues que comenzamos
a ver en el estudiante,
que vive con la pobreza
es su mayor riqueza,
Su proeza confirmando
de afanar para comer.
No más rico es el soldado
porque tiene su pobreza
de los pies a la cabeza
que mísera paga es;
la cual llega tarde o nunca,
o a lo que pueda, garbeare
con sus manos, con peligro
de tomar malos caminos
tan notable de su vida
y de su buena conciencia,
su desnudez es a veces
y no menos es de trece,
que un coleto acuchillado
sirve de gala y camisa
lo que no toman a risa
que en la mitad del invierno
el aliento de su boca
le ha de servir sin dudar,
está en la campaña rasa
poco le va calentar.

Luego en la dura batalla
que sin pensarlo le estalla
puede que borla le den,
de hilas que le cubriera
por completo la cabeza
y el balazo en las sienes.

Acabaron de cenar
levantaron los manteles.
Por conocer los laureles
Don Fernando, al cautivo
pidió contase su vida,
quizá muy entretenida
a lo cual le contestó,
que haría con mucho gusto:

- Y así, estén vuestras mercedes
atentos que van a oír
este cuento verdadero.
Con esto que dijo, todos
gran silencio ya guardaron,
les dijo de esta manera:
- Procuraré recordarlo
este cuento de mi vida.
La que fuera tan sufrida,
no sé que vaya a gustar.
Y los que comiendo estaban
en una alargada mesa
Don Quijote, en cabeza
Satisfechos esperaban.


CAPÍTULO XXXIX.
Y así el cuento les contó:
En un lugar de león,
por las montañas metido
-cuyo nombre no lo dijo
el sabio que esto escribió-.
Nací un día en el año
de la estrechez de los pueblos
los avatares sufriendo;
mi padre consiguió fama
de rico, y de verdad
que lo fue; pero gastaba.
sin sentido derrochando,
gastador, que de soldado
lo aprendió en su juventud;
en la escuela soldadesca
se hace franco el mezquino,
soldado que no es querido,
el franco que se hace pródigo,
y no siendo esto lógico,
de la hacienda, se privó,
para poder combatir
su tan mala condición.
Pasaba mi padre términos
de la liberalidad,
que rayaba en ser muy prodigo
que ya dije no ea lógico,
ni de provecho en un hombre
casado, más con tres hijos
que le habrán de suceder,
tanto en nombre como en ser.
Los que mi padre tenía
y los tres eran varones
edad de elegir estado.

Viendo mi padre no puede
ir contra su condición,
se privó del instrumento
que le hacía gastador
de la hacienda se privó
sin ella el mismo Alejandro
el que fue tan gran soldado
estrecho parecería.
Y llamándonos un día
a los tres dijo algo así:
- Como padre os quiero, hijos,
y por ello yo deseo
que ya vendida la hacienda,
repartirla en cuatro partes:
las tres os daré a vosotros
lo que toque a cada uno,
sin exceder cosa alguna,
quedaré con la otra parte
para subsistir el tiempo
que a bien me conceda el cielo.

Después seguirá el camino
cada uno que ahora digo.
En España hay un refrán
a mi parecer verdadero
propio de los caballeros
como todos ellos son,
sacados de la experiencia,
las que son breves sentencias,
y el que yo digo nos dice:
"Iglesia o mar o casa real"
O sea, que para medrar
has de seguir a la iglesia;
se navegue ejecutando
oficio de mercancías;
o entre a servir a los reyes
en sus casas, porque dicen:

"Mas vale migaja real
que la merced del señor".
Digo esto porque quiero
que uno de vosotros siga
si la suerte le designa
el buen arte de las letras,
el otro las mercancías,
buenas ganancias consiga
y éste que le sirva al rey,
en la guerra, que en su casa
sé que es dificultoso.
La guerra no da riquezas
pero tiene su grandeza
suele dar mucho valor,
consiguiendo mucha fama,
Sirviendo fiel a la patria
En ocho días os doy
las tres partes en dinero.
Decídme en este momento
si mi consejo seguís
como ahora os he dicho.
Este juicio paternal
Me mandó que respondiera,
por ser su hijo mayor.
Yo dije que no vendiera,
que de la hacienda gastase
lo que su gusto mandase,
que nosotros mozos ya
la sabríamos ganar;
concluyendo que yo haría
lo que mandase a su gusto,
sin temor a ningún susto,
que el mío era seguir
el digno arte de las armas;

Lo que los reyes mandaran
para la patria su bien.
El segundo hermano hizo
los mismos ofrecimientos
y escogió ir a las indias
si la suerte se le brinda
y emplear pueda su parte.
El menor siendo discreto,
ir a la iglesia escogió
terminando en Salamanca,
la que tiene mucha fama,
con estudios que empezó
.
Mi padre nos abrazó
con brevedad quien nos dijo,
que puso por obra a cuanto
nos había prometido.
cuando todo esté vendido
dándonos a cada uno,
la parte correspondiente
mil ducados cada tres.
Al contado un tio nuestro
toda la hacienda ha comprado.

Pareciéndome inhumano
quede viejo y sin hacienda
y sin ninguna prebenda,
dije que de los tres mil
con los dos mil se quedase
que con el resto tendría
suficiente a pertrecharme
lo necesario al soldado
por cierro bien equipado.

Mis dos hermanos movidos
por mi ejemplo dieron mil
cada uno. Y marchamos
uno para Salamanca,
con las letras, bien ganadas;
otro camino a Sevilla,
a embarcar para las Indias;
yendo yo por Alicante,
con estupendo talante
para Génova, embarcar,
Desde allí me fui a Milán.
Varias veces escribí,
noticias no recibí
de mi padre ni de hermanos;
lo que hace veintidós años.

En milán me acomodé
de armas, galas de soldado,
pertrechos muy necesarios.
Con el Duque de Alba voy
con tropas que van a Flandes
a sofocar rebelión.
En la muerte de dos condes:
de Eguemón y en la de Hornos
Ejecutados por traición,
estuve en aquella ocasión.
Alcancé a ser alférez
de tropas de infantería,
es la fuerza más sufrida,
con famoso capitán
de Guadalajara y llaman

Diego de Urbina. La Liga
que el buen Papa Pio Quinto,
Y que Dios le guarde, digo.
Entre Venecia y España,
contra enemigo común
que sin duda era el turco
quien en aquel mismo tiempo
ganaba la tan famosa
isla de Chipre de pérdida
lamentable, y desdichada.

De general de la Liga
venia don juan de Austria,
era hermano natural
de nuestro rey don Felipe
Con la guerra ya ganada
me hallé en la feliz jornada
de Lepanto y capitán
de infantería ya hecho,
acudí a socorrer
a malta con la capitana
del general juan André
con mis mejores soldados
en la lucha entre los barcos
los cuales no me siguieron
cuando salté a la galera
contraria, `por apartarse
de la mía que embistió
y mis soldados no pueden
seguirme. Así me encuentro
imprudente combatiendo
sólo con los enemigos:
me rindo lleno de heridas,
cautivo entre tantos libres,
y los remos ya no vibren
arrojados a la mar.

Quince mil cristianos hallan
la libertad deseada,
iban a la patria amada,
todos vienen de los remos
en la turquesca armada.

Dejar de decir no quiero
de la toma de la nave
La presa por la llamada
La loba regida por
el rayo de la guerra,
conocido en nuestra tierra
como el padre de soldados
por trato que les ha dado
por quien era venturoso
tan feliz como orgulloso
el que jamás fue vencido
Don Alonso de Bazán
y marqués de Santa Cruz.
El hijo de Barbarroja
quien sin ninguna congoja
fue muy cruel con los cautivos;
que los que iban al remo
viendo que loba se acerca
todos al tiempo arrojaron
los remos y sujetaron
al capitán, a quien llevan
de banco en banco y de popa
a proa, y crueles son
y el odio que le tenían
llegó al árbol con el ánima,
sin arrojar una lágrima
le lanzaron al infierno.

En todos aquellos trances
me encontraba yo al remo
sin esperanzas me encuentro
de libertad, ni esperaba
la obtuviera con rescate
yo no soy ningún magnate,
tomo determinación
no escribir dando noticias
de hallarme como cautivo

Los nacidos en montañas,
tienen fama de sensatos
liberales, con ganados,
y, fortuna bien ganada.


CAPÍTULO XL.
Murió mi amo Uchali
le llaman Uchali Fartax,
que quiere decir en lengua
turquesca el renegado
tiñoso, como costumbre
nombres de faltas que tengan
o virtudes que disfruten.

Con mucha hambre y desnudez
pasábamos con mi amo
pero lo que más fatiga
nos daba es ver y oír,
de las canalladas que hacía
mi amo con los cristianos
cada día ahorcaba uno.

A éste quizá le empalaba,
le desorejaba aquel
y esto por poca ocasión,
de natural condición,
suya, pues era homicida
de todo el género humano.
Sólo libraba con él,
un soldado español,
que se llamaba Saavedra
y quien por las cosas que hizo,
temimos fuera empalado.
Lo que hizo este soldado
contaré si os entretiene,
más que el cuento de mi vida.

Digo que encima del patio
de nuestra prisión caían
los ventanales de la casa
nos parece una guasa
fuera moro principal,
las cuales son de ordinario
en las casas de los moros
agujeros por ventanas
donde guardan un tesoro,
celosías apretadas.

Acaeció pues, que un día
estando con otros tres,
con los pies encadenados
en ella a correr probamos,
por entretener el tiempo
que se nos hacía eterno
van otros a trabajar
como cautivos al pueblo
Alcé curioso los ojos
y vi allí que aparecía
una caña y a su extremo,
como que eran unos cepos,
iba puesto un lienzo atado,
tal que señas nos hicieran;
cuando yo pasé debajo,
caer la caña dejaron
de la que el lienzo quité
donde había diez canas
son monedas de oro bajo,
que valen unos diez reales,
como agradecimiento
les hicimos reverencias
que allí llamaban zalemas.

Al poco por la ventana
nos sacaron una cruz,
de la muerte de Jesús,
como que alguna cautiva
cristiana había en la casa

Mas las ajorcas que vimos
así, como mano blanca
no podía ser cristiana.

Llegamos a conocer
el rico moro que allí
nos hacía sufrir tanto,
vivía; se le llamaba
Agí Morato, fue alcaide
de las aguas y los lodos
como oficio entre moros,
que es de mucha calidad.

Cuando descuidado estaba
asomó por la ventana
la caña que nuevamente
con un nudo aún mayor,
Hicimos la misma prueba.
Yendo uno, después otro,
debajo de la ventana;
para ellos no rindió;
yendo yo, dejan caer.
Desaté el nudo y hallé
los cuarenta escudos de oro,
y un papel que estaba escrito
con letras en lengua arábiga
Nuestro afán era acometer
a quien nos lo tradujese

Hechas bien nuestras zalemas
la ventana se cerró
impacientes por saber
lo que el papel contenía.
De un renegado de Murcia
que era gran amigo mío,
volver a tierras cristianas,
tenía grandes deseos.
Determiné fiarme de él.
Dije que, en un agujero
de mi rancho, lo encontré,
no era prudente lo cierto

Él lo estuvo construyendo
para poder traducir
el papel decía así
Cuando yo era niña tuve
con mi padre una esclava
me enseñó zalá cristiano,
y muchas cosas me ha dicho
de Lela Marién y sé
que al morir no fue ella al fuego,
sino que fue con Alá,
que después la vi dos veces
y me dijo que me fuera
a la tierra de cristianos
a ver a Lela Marién.
Que ella me quería mucho.
No sé como ir allá:
me pareces caballero.
Soy muchacha muy hermosa,
Dicen, bella como rosas.
y tengo mucho dinero,
y poder llevar conmigo,
mira si puedes hacer,
seas allá mi marido
En la caña pondré un hilo
y ata allí la respuesta.
Si no sabes escribir
arábigo hadme señas
que Lela Marién hará
que lo que digas entienda
Te guarden ella y Alá.

Mirad señores razón
de razones del papel,
que tanto nos alegrasen.
El renegado rogó
nos fiáramos en él,
que aventuraba la vida
para nuestra libertad.
Y sacando una cruz,
que tenía en el pecho,
juró tener ante ella
lealtad como cristiano.
Y quedó pues de enterarse
quien en la casa vivía
le pedimos escribiera
a la muchacha en respuesta
las razones que ahora digo:

Hermosa señora mía:
verdadero Alá, te guarde,
y la bendita Marién,
madre de Dios verdadero,
la que la ocasión te ha puesto,
para que vayas a tierra
de cristianos, bien te quiera.
Concertamos escribirnos
y estar al tanto de cuanto
que para marchar hiciésemos.
Al hilo até el papel,
y al poco volvió la caña
a bajar con más monedas
variadas en plata y oro;
doblaron nuestro contento

Conformaban la esperanza
de obtener la libertad.
Cuatro días hubo gente
en el patio. Al final
apareció aquella caña,
estando sólo nosotros
cien escudos y un papel,
que el renegado leyó:
Señor mío yo no sé
dar órdenes que marchemos
ni Lela Marién me ha dicho
pues yo se lo pregunté,
sino rescátate tu.
Véte a comprar en España,
una barca y regresa
para irnos todos luego.

Lo que negó el renegado
que tiene
que ninguno había vuelto
de casos que él conoció;
Que se le diera el dinero
y compraría en Argel,
como para ir a tetuán
para hacerse mercader.
Con dinero de la mora
a todos rescataría.
Y libres era más fácil,
conseguir salir de allí.
Zoraida se había ofrecido
darnos mucho más dinero
para rescatarnos todos.



CAPÍTULO XLI.
No pasaron quince días
de la compra de la barca,
capaz a treinta personas.
Hizo un viaje a Sargel,
donde hay contratación
en la compra de higos pasos,
para darse a conocer.
Los viajes que el renegado,
hizo con el tagarino,
Moriscos de la Corona
de aquel reino de Aragón
mudéjares de Granada.
Tuvimos dificultades
para encontrar gente al remo.

Pues hasta Constantinopla
los cautivos con los moros,
con habla que no es morisca,
ni de ninguna nación
Si no una mezcla de lenguas,
con la cual nos entendemos.
El padre de ella pregunta
en su jardín donde fui,
por si veía a Zoraida,
motivo de estar allí,
dije era esclavo de Mami

El cual apresó la nave
que Cervantes cuando vuelve
liberado, pues, a España.
Y buscaba todas yerbas
para hacer una ensalada.
No sabría bien deciros
cuando salió al jardín,
la hermosa y bella Zoraida,
la cual se mostraba sin
melindres, y demasiado
sería mucho deciros,
la hermosura y gentileza
el gallardo y rico adorno:
perlas colgando del cuello
orejas, y el cabello,
que cabellos contenía
en su linda cabeza;
las gargantas de los pies,
descubiertas a su usanza
con dos carcajes traía,
sigo, dos ajorcas de oro
con diamantes incrustados
de un color exagerado

- Casado debes de ser,
-dijo Zoraida- en su tierra.
- No soy, -respondió- casado;
tengo la palabra dada
de casarme al llegar.
- Hermosa será la dama
a quien diste la palabra.
- Para decirte verdad,
se parece mucho a ti.

- Gualá. -contestó su padre-
muy hermosa debe ser,

El renegado un bajel
toma a los moros dormidos,
en el viernes a la noche
ya Zoraida esperaba,
dormido estaba su padre,
le llevamos con nosotros,



CAPÍTULO XLII.

Cesó de hablar el cautivo
y un buen coche entró en la venta,
mas no hay plaza libre en ella.
Cuando oyeron era oidor
el aposento les ceden
de la mujer y ventero
a la hija y caballero.
Los que a Sevilla se irán.

A embarcar para las Indias
plaza el oidor, va a ocupar.
Don Quijote les recibe
con discreción, con afecto
palabras del caballero,
el de la Triste Figura.
Del coche sale una bella,
que acompaña un caballero,
cochero y mozo de mulas
Con Clara, y Pedro de Viedma.
Es su padre el oidor.
Es Clara, joven perfecta
no más quince primaveras,
A la que sigue su amor.

En el grupo de linaje
a Clara le dan cobijo.
Luego a Dorotea dijo
la causa de aquel viaje.
- Mi padre al ocupar plaza
en Mexico, con dolor
me rompe mi corazón
De amor que tengo a Don Luis.
Don Luis de mozo de mulas
con vestido deplorable
que sigue infatigable
el coche, do Clara va.
Dorotea se emociona
oyendo cantar endechas
que por Don Luis están hechas
Con el alma y, corazón.
Se entera Pedro de Viedma
y con Fernando y Cardenio
quieren arreglar aquello
Con el padre de Don Luis.
Por estas conversaciones
el cautivo así se entera
que el oidor su hermano era
Y que su padre vivía.
Fueron todas emociones
hasta que llegaron criados
del padre de aquel muchacho
que venían a por él.
El padre desesperado
sólo y triste abandonado
por Don Luis, que se marchó
siguiendo a su gran amor
y sin compasión seguía
al coche del buen oidor.
Ya zanjado este proceso
allí aparece el barbero
al que Sancho le robara
Desvalijando la albarda;
Don Quijote la bacía
ya ponérsela quería
como yelmo de Mambrino,
no era ningún desatino,
ya que en la lucha ganó.
Pues tomó al noble barbero
por insigne caballero
a quien vence en buena Liz.
El mozo que tan bien canta
es el hijo de un vecino
rico y un buen inquilino
noble, de la casa real.

Don Luis es así llamado
por ser de tan gran linaje
que ahora con este mal traje,
Engañar quiere a sus criados.
Cuatro que el padre desplaza
para que lleven al hijo
que loco por los caminos;
infeliz sigue a su amor.



CAPÍTULO XLIII
Llegando pues, quien cantaba
a este punto, Dorotea
quiso que Clara le oyese
la voz del mozo de mulas,
- Perdona que te despierte
para que gustes oír
la mejor voz que hayas oído,
en toda tu vida, niña.
A poco que oyera, Clara,
le entró un fuerte temblor,
y dijo a Dorotea:
- ¡Ay señora de mi vida!

Y por favor no me riña
Para qué me despertó,
que la fortuna mayor,
es el no haber despertado,
Para no oirle ni verle,
a ese desdichado músico.

- ¿Qué es lo que me dices, niña?
Pues canta el mozo de mulas.
- No es sino señor noble,
de dos lugares y aldeas.
Quien es dueño de mi alma,
Admirada, Dorotea,
de las sentidas razones
de la muchacha le dice:

- Deseo oír estos versos
y luego os ruego me habléis
de esa alma y de lugares.
Cantar lo dejó el muchacho,
se hizo silencio en la venta.
Solamente no dormía
Maritornes la criada,
la hija de la ventera,
y velando don Quijote,
las armas y su castillo.
Como saben el humor
que tenía Don Quijote,
quien estaba haciendo guarda,
fuera de la venta armado.
sólo donde está velando
bajo el hueco del pajar.

.Por él ven a Don Quijote,
dando tan fuertes suspiros,
que el alma se le arrancaba.
Dice con voz muy melosa:
- ¡Oh, señora Dulcinea!
Extremo de la hermosura;
Remate de discreción;
Archivo del buen donaire;
de la honestidad depósito.
La hija de la ventera
comenzó a cecear,
y decirle:
- Señor mío,
lléguese vuestra merced.

A cuyas señas y voz,
Don Quijote, la cabeza
volvió, que viendo a la luz
de la luna, le llamaban
desde el agujero aquel,
que es ventana del castillo,
le parecía tan bien,
como él se imaginaba
en su loco pensamiento,
con la hija de la ventera
es doncella del castillo,
quien vencida por su amor
otra vez le solicita.

Se llegó al agujero
y así como vio a las dos
les dijo:
- Lástima os tengo
mi más fermosa señora,
que hayáis puesto vuestras mientes
en parte que no es posible
y sin causar extrañeza,
corresponder gentileza
y amor de vuestra merced
de lo que me culpo yo,
el caballero andante
el de la Triste Figura
que es fruto de esta aventura,
por haber quedado esclavo
del amor a Dulcinea
del Toboso, la más bella
que conozco en el lugar
a vos daría los rayos
de los más hermosos soles,
puestos en una redoma,
- Nada de eso es menester,
-bien le dijo Maritornes-
- ¿Pues, qué hay menester, discreta
dueña de feliz ventera?
-le preguntó don Quijote-
- Sólo una de vuestras manos.

Maritornes fue a tomar
el cabestro del jumento
del eficaz escudero,
de, Sancho, el cual dormía
sin saber que daba el amo.

- Tomad, señora, esta mano
no tocada por mujer
ni aún de aquella que tiene
de mi cuerpo posesión.
No doy para que beséis,
mas veáis su contextura
capaz de más aventuras
de nervios, su trabazón
de sus músculos, la anchura
y espaciosidad de venas
recorren el cuerpo llenas
donde sacaréis la tal
que debe de ser la fuerza
del brazo con esa mano,
que ahora tomáis `posesión.

- Ahora, pues, ya lo veremos,
-le replico Maritornes-
y haciendo una lazada
corrediza al cabestro
se la echó a la muñeca
y bajando Maritornes
del agujero le ató
del cordel lo que sobraba,
al cerrojo de la puerta.
Don Quijote que sintió
la aspereza del cordel
en su muñeca, dijo:

- Más parece que me ralla,
y no regala a la mano
no me la tratéis tan mal
pues ella no tiene la culpa
del mal de mi voluntad.
Mirad que quien quiere bien,
no se venga con el mal.

De manera que está asido
que no se puede soltar.
Sobre Rocinante estaba
de pie, el brazo metido
por el agujero atado,
temiendo quedar colgado
si Rocinante se mueve,

Se maldecía haber ido
otra vez aquel castillo
donde fue apaleado,
por aquel moro encantado,
con su poca discreción.
Sancho, sepultado en sueño,
no podía así oirle,
Comenzaba a amanecer,
cuando llegan a la venta,
cuatro hombres a caballo,
con sus escopetas puestas
sobre los arzones. Llaman.
a la puerta de la venta,
Don Quijote centinela
con voz arrogante dijo:

- Caballeros esperad
pues, a que amanezca el día,
costumbre de los castillos
es abriros cuando el sol
de pleno dé en el suelo.
- No sé yo de tales ventas;
pero si que disparates
son decir que esto es castillo
como bien se ve que es venta.

- Castillo es, -replicó
enfadado don Quijote-
y aún, se ve de los mejores
donde se alojan personas,
tuvieron corona y cetro,

- No creo que aquí se alojen
personas dignas de cetro.
- Sabéis muy poco del mundo
-le replicó don Quijote-
pues estáis muy ignorantes
de caballeros andantes.
Cansáronse del coloquio,
y vuelven a golpear,
con furia y así, despertaron
al ventero y a los otros,
que en la venta se encontraban.
En esto, de los que vienen
un caballo se acercó
para oler a Rocinante
éste que estaba parado
sin moverse lo menor
muy triste y tan cabizbajo
sosteniendo a don Quijote,
no pudo aguantarse quieto,
se deslizaron sus pies,
del brazo queda colgado.




CAPÍTULO XLIV.
En efecto, fueron tantas
las voces que dio el Hidalgo
despavorido salió
el ventero para ver
quien daba allí tantos gritos.
En tanto, fue Maritornes
al pajar y desató.
sin decir una palabra,
se puso en pie Don Quijote,
subió sobre _Rocinante
embrazó fuerte la adarga,
enristró aquel lanzón
tomando parte del campo
se volvió a medio trote,
muy arrogante diciendo
- Cualquiera que me dijera,
que yo fui con justo título
encantado como fue
princesa Micomicona,
yo le desmiento y le reto,
Desafío a singular batalla,

Quedan los huéspedes nuevos,
admirados; el ventero
dijo que era don Quijote
y estaba fuera de juicio.
Preguntaron al ventero,
por un muchacho de quince
años, quizá no cumplidos
de tales y tales señas,
vestido mozo de mulas.
Uno de ellos que vio el coche
del oidor, dijo:
- Estará
de seguro aquí el muchacho.
Don Quijote que así vio,
no hacen caso a su demanda,
rabiaba por el despecho,
no podía otra empresa
tomar, por el compromiso;
que tenía la palabra
dada a Micomicona,
Princesa en Micomicón.
Calló por estar atento
al interés que tenían
por encontrar el muchacho.
De los cuatro uno encuentra
junto a un mozo de mulas
durmiendo; trabó de un brazo.
- Por cierto, señor don Luis,
no hay duda por su disfraz.

- ¿Pues como supo mi padre?
- Un estudiante, -le responde
- al cual diste cuenta
de este vuestro pensamiento;
venimos para volverle
a su casa.
- Mas será
como yo quisiere ir
o como el cielo lo ordene.

- Pues otra cosa no lo hay
que ha de volver a su casa.
A la disputa acudieron
todos que están en la venta.
Don Quijote comprendió
no había necesidad
de guardar más el castillo,
- Sepámoslo de raíz
qué es esto, -dijo el oidor-

- ¿No conoce su merced
a este nuestro caballero,
que es hijo de su vecino.
Le reconoce y abraza:
- ¿Por qué son estas miserias?
Las lágrimas le vinieron
y no pudo contestar.
En esto que se oyen voces
por la puerta de la venta:
es la hora para la cena,
pide socorro el ventero.

Maritornes y doncella,
que es hija de la ventera
recurren a don Quijote
- Socorra vuestra merced,
señor caballero andante,
moliendo están a mi padre
como si fuera cibera.

- Fermosa doncella no es
posible en el momento,
que pueda estar ya dispuesto
atender su petición
por que yo estoy impedido,
de tener otra aventura,
para mal de mi ventura;
lo que digo ahora haced:
ir y decir a vuestro padre,
descanso no dé a la espada
en tanto pido licencia
a Micomicona que es
Princesa en Micomicón,
que su reino está en peligro,
por el gigante maldito
la que tengo socorrer
en su cuita: que si ella
me la da tened por cierto
le sacaré del aprieto,
en el que metido está.
- ¡Ay, pecadora de mí!
-dijo a esto Maritornes-.
No veo bien don Quijote
que antes que vuestra merced,
alcance esa licencia
ya será nuestra la hacienda
pues mi señor estará,
camino a la eternidad.

- Dadme vos, señora mía,
que la licencia yo alcance
como caballero andante
muy poco ha de hacer al caso,
que él esté en el otro mundo,
que de allí le sacaría,
y con toda mi energía
a pesar del mismo mundo.
Pues os daré por lo menos
de seguro tal venganza
con la fuerza de mi lanza,
de los que allá le enviaron,
quedaréis medianamente
más que satisfechos de ello.

Y fue a ponerse de hinojos
ante la que es Dorotea,
le recuerda a Dulcinea
que princesa pasa a ser,
del reino Micomicón,
en mente calenturienta
como la de don Quijote,
a pedirla la licencia
acorrer y socorrer
castellano del castillo.

Se la dio de buen talante;
al buen caballero andante
quien la adarga embrazó,
y puso mano a la espada,
y, así, acude a la batalla,
acudiendo a la puerta,
donde había aún refriega;
pero así como llegó
el hombre se lo pensó.

Quedo quieto y embazo.
Maritornes y ventera
dijeron a Don Quijote
que por qué se detenía.
- Deténgome por no ser
lícito poner la mano
en la espada contra gente
como se ve, escuderil
tan propio del escudero,

- Señor mío, sólo sé
y con toda el alma mía
deciros que desde el día
que a doña Clara la vi
suya es mi voluntad,
a la que yo bien confío
y si vos y padre mío,
no lo impiden desde hoy
deseo sea mi esposa,
como ya es señora mía,
de mi alma y es de mi vida
con la que quiero casar.
El oidor quedó confuso
muy suspenso y admirado,
con lo que había contado
del repentino negocio,
que llegó a conocer.

Mas como el diablo no duerme
hizo que entrara el barbero
elevado a caballero,
a quien don Quijote quitó
dice: el yelmo de Mambrino.
Sancho la albarda del asno.
de peor del caso en cambio
Así que lo vio el barbero
le dijo:
- ¡Ah, don ladrón!
Que por fin os tengo,venga
mi bacía y mi albarda,
me dejó al asno sin nada,
con todos sus aparejos,
que vilmente me robaste.
Lucha se entabló entre ellos,
y el barbero daba voces
para que acudieran, quienes
en la venta se encontraban,
- ¡Ah salteador de caminos!
- Me roba y quiere matar.
- No soy salteador, que esto
que reclama lo ganó
bien, mi señor don Quijote,
en guerra, estos despojos.

Don Quijote escuchaba
con mucho contento al ver,
como allí se defendía
y ofendía su escudero,
y túbole desde allí
como es hombre de pro.
Propuso en su corazón
de armarle buen caballero,
en la primera ocasión.

Vino a decir el barbero:
- Señores esta bacía
es mía como la madre
que me parió; con azófar
hecha sin ser estrenada
así como fue la albarda
robada con aparejos,
y en la cuadra estaba el asno,
muy tranquilo y sosegado,
que no me deja mentir.


No se pudo contener
con todo esto, Don Quijote:
- Vean el error que tiene
este escudero que llama
y sin alguna esperanza
a lo que es yelmo, bacía
cuando es yelmo de Mambrino
bien sabes con mucho tino
a quien yo se lo gané,
como dice mi escudero
sabio, honrado y muy bueno,
en dura guerra pasada.
Y me hice de él, señor,
con gran esfuerzo y valor,
con la posesión legítima,
quedándome cosa íntima,
Corre, Sancho, y saca el yelmo
para que vean que está
este hombre equivocado.

- Señor, -dijo a esto, Sancho-
si no tiene otra prueba,
de lo que es nuestra intención,
que la que vuestra merced,
dice, tan bacía es
vuestro yelmo de Malino
como jaez del buen hombre
es la albarda de mi asno.

- Had lo que te mando, Sancho,
-le replicó don Quijote-
que no van a ser las cosas
todas las de este castillo
guiadas por encantamiento.
Trajo, Sancho, la bacía,
y tomándola en la mano
les dijo así, don Quijote:
- Miren bien vuestras mercedes
con qué cara dice que es
bacía lo que es el yelmo
ganado como ya he dicho,
mi escudero fue testigo,
sin añadir ni quitarle
desde entonces cosa alguna,
no quiero que me confundan.

- En eso no hay duda, -dijo
a la sazón el buen, Sancho-
porque desde que lo ganó
como dice mi señor,
hasta ahora, no ha hecho
más de una batalla, cuando
libró a los encadenados;
no lo pasara muy bien
sin tomar bacía-yelmo
pues hubo asaz de pedradas,
en el durísimo trance.



CAPÍTULO XLV.
- ¿Qué les parece, señores,
--dijo enfadado el barbero-
lo que gentilhombres, dicen
que la bacía es yelmo?
- Quien lo contrario dijere
le haré conocer que miente
si fuera buen caballero,
y si fuera escudero,
que remiente así mil veces.

Maese Nicolás, barbero,
sería buen caballero,
también, conoce el humor
de, don Quijote, la broma,
pues quiso alargarla más
hablando con quien reclama;
todos reclaman en calma,
la bacía, por ser de él.

- Sabed que también yo soy,
de vuestro oficio, barbero
vecino del caballero
con carta de más de veinte
años, que yo hice el examen,
conozco los instrumentos
de la mejor barbería
y los conozco muy bien
fui en mi juventud soldado,
y sé también lo que es yelmo,
qué morrión y qué celada.

Y remitiéndome siempre
al mejor entendimiento
y al mejor conocimiento,
Digo que esta pieza yelmo,
es; pero no yelmo entero.
- No por cierto, -don Quijote
dijo- porque la mitad
le falta que es la babera
(que protege la mandíbula)
- Así es, -les dijo el cura-
pues, la intención del barbero
Que bien llegó a conocer.
Tanto afirmaron Cardenio,
Don Fernando y los otros,

El oidor está suspenso,
con negocio de don Luis;
- ¡Válame Dios!, -dijo a esto
quien fue barbero burlado-
¿Posible es que tanta gente
tan honrada y distinguida
que esto no es bacía, diga?
Sino yelmo. Lo que puede
poner en admiración,
a nuestra universidad
por más discreto que sea.

Basta si esto no es bacía,
la albarda será jaez.
- A mi albarda me parece,
-dijo en esto Don Quijote-
pero ya he dicho que en eso,
no me entremeto. El cura
dijo:
- Sea o no albarda,
el decirlo no está en más,
por el señor don Quijote,
cosas de caballería.
Estos señores y yo,
ya le damos la ventaja,
- No están ustedes señores,
-les respondió don Quijote-
a efectos de encantamiento,
por que no son caballeros,
andantes y creo yo
que podrán emitir juicio
Justo, de que es albarda,
dijo a esto don _Fernando:
- Tomaré votos secretos,
de estos señores reunidos.

Menos risa les causaban
necedades del barbero
como son los disparates
que decía don Quijote
el cual a esta sazón
dijo, sin hablar más de esto.
- Aquí, pues, no hay más que hacer,
sino que cada cual tome
lo que es suyo, y a quien Dios,
se la dio, como San Pedro
se la bendiga, y en paz.
Uno de los cuatro que entran,
poco antes en la venta
dijo:
- Si esto no es burla
pensada, yo no me puedo
persuadir que, hombres de buen,
entendimiento que son
se atrevan a decir estas
tan disparatadas cosas
es que están como una uva.
- Mientes bellaco villano
-le respondió don Quijote-
quien alzando el lanzón,
el que nunca lo dejaba
de la mano, descargo
contra el cuadrillero, fuerte
golpe, quien se desvió
y evitó caer tendido
en el suelo; que el lanzón,
cse hizo así, muchos pedazos.

Los cuadrilleros pidieron
a Santa Hermandad, ayuda
que acudieran en su ayuda.
El ventero cuadrillero,
sacó varilla y espàda;
los criados de don Luis,
le rodean no se escape;
el barbero ve el revuelo
tornaba asir de la albarda
lo mismo hizo _Sancho Panza;

Don Quijote puso mano
a la espada, arremetiendo
en contra de cuadrilleros;
a sus criados don Luis,
daba voces que acudieran
en defensa a Don Quijote;
Ya Cardenio y don Fernando
todos van con don Quijote;
el cura les daba voces
con Maese Nicolás;
la ventera tal gritaba;
la hija un tanto se afligía;
Maritornes que lloraba;
Dorotea está confusa;

Luscinda estaba suspensa;
Doña Clara desmayada;
el barbero aporreaba
a Sancho, y éste le muele
a palos, coces, puñadas;
contra criado de don Luis
defendiéndole el oidor;
a un cuadrillero tenía
bajo sus pies, don Fernando,
al cual le medía el cuerpo;

Un criado se atrevió
del brazo asir a don Luis,
para que no se escapare,
y éste le dio una puñada
que de sangre le bañó
todos los dientes y boca.
Toda la venta con voces
llantos, gritos, confusiones,
temores y sobresaltos,
con desgracias, cuchilladas,
mojicones, palos y coces,
Efusión de mucha sangre.
En esto que Don Quijote
Reíase don Quijote,
de estas razones oídas,
dijo con mucho sosiego:
- Venid, acá, gente soez
saltear llamáis el dar
a infelice libertad;
por los presos a soltar;
acorrer a miserables;
a los caídos alzar;
remediar menesterosos;
¡Ah, gente infame e indigna!
Que el cielo no os comunique
de caballería andante
el valor que allí se encierra,
ni es de entender el pecado;
Ignorancia en que estáis;
no reverenciar las sombras;
cuanto más es la asistencia
de caballeros andantes.
Venid ladrones en cuadrilla
que no digo cuadrilleros;
salteadores sin licencia
de la Santa Hermandad,
contra un caballero andante.
Decidme, ¿Quién ignorante
el mandamiento firmó
dar prisión a un caballero,
andante como soy yo?
¿Quién ignora son exentos
de todo judicial fuero?
Que sus fuerzas son sus bríos;
su voluntad la pragmática
¿Y quién es el mentecato,
que no sabe que no hay,
ejecutoria de hidalgo,
y con preeminencia tanta,
ni exenciones las que, además
al duro ejercicio nuestro,
de caballeros andantes,
cual pago por la alcabala,
pecho y chapín de la reina,
como moneda forera,
por portazgo ni barca,
¿Y qué sastre le llevará
por la hechura del vestido?
¿Castellano que le acoge
en su castillo, le exige
el pago de aquel escote?
¿Qué rey no sentó en su mesa?
¿Qué doncella no se entrega,
rendida por su talante?
¿Y qué caballero andante
ha habido, hay, o habrá
que no tenga bríos para
dar el sólo cuatrocientos
palos a los cuatrocientos
cuadrilleros que se pongan
delante a dar prisión?





CAPÍTULO XLVI.
En tanto que Don Quijote
esto decía, era el cura
quien estaba persuadiendo
a cuadrilleros tenaces
que a don Quijote le falta
el juicio, que, detener
era en sí perder el tiempo,
pues le soltaría por loco,
le responde el cuadrillero
Que a él no le corresponde
juzgarle sino cumplir
el mandato recibido.
Tanto les habló el cura
que al fin los cuadrilleros
se apaciguaron. Mediando
tranquilizar a los demás,
así trocaron las albardas
y no las cinchas, y jáquimas.
El cura por la bacía,
dio al barbero ocho reales,

Los criados de don Luis
se acordó volvieran tres
el otro acompañaría
en su aventura a don Luis.
Don Fernando pagó gastos
de Don Quijote y de Sancho,
hechos en aquella venta
Castillo de don Quijote.
Xlvi
Todo quedó bien en paz,
resolviendo don Quijote
emprender por fin la marcha
y poniéndose de hinojos
delante de _Dorotea
le exigió se levantara.
Puesto en pie la dijo:
Y nos dice así, el proverbio:
fermosa señora, mía,
diligencia es la madre
de dos mejores venturas,
en muchas y graves cosas,
ha mostrado la experiencia,
pero en ninguna se muestra
más de verdad que en las guerras:
celeridad y presteza
previenen del enemigo,
sus temidos movimientos,
y nuestro enemigo pueda,
fortificase en castillo
fortaleza inexpugnable,
para el valor de mi brazo.
- Y la infanta acomodada,
estilo de don Quijote
con mucho sosiego, dijo:

Yo os agradezco señor
el deseo que mostráis
favorecerme la cuita;
que sea ya la partida.
- Es la tardanza el peligro
-le respondió don Quijote-
ensíllale a Rocinante,
apareja tu jumento,
y el palafrén de la reina,
despidámonos y luego
vámonos de aquí al punto.
Meneando la cabeza
dijo:
- ¡Ay, señor, señor!,
comienzo tenemos mal
en aldeazuela que suena
con perdón de las tocadas
honradas.
- Di mejor tocas,
-continua don Quijote-
¿Qué mal en ninguna aldea
ni en las ciudades del mundo,
suene en menoscabo mío?
- Si vuestra merced se enoja,
yo callaré y dejaré
de deciros lo que debo
como soy buen escudero.

- Di las palabras que quieras,
,que no me metan tus miedos,
que si tú los tienes, haces
como quien era; si yo.
no le tengo, hago como
quien soy, -dijo Don Quijote.
- ¡No es eso, ¡pecador fui!
Sino que tengo por cierto
que esta señora, llamadaOU
princesa Micomicona,
no lo es más que mi madre,
porque a ser lo que ella dice
no se anduviera hocicando
con alguno de la rueda,
al volver de la cabeza.
Dorotea acalorada,
no le contestó a la plática
dejó proseguir a Sancho,
- Digo esto por no haber
prisa en marchar de aquí
ni ensillar a Rocinante,
ni enalbarde al jumento,
ni aderece palafrén
pues será mejor quedarnos,
y que cada puta hile
y en paz todos nos guardemos,
Y cuan grande fue el enojo
que recibió don Quijote.

Con la voz atropellada,
con tartamuda lengua
dijo con fuego en los ojos:
- ¡Oh!, tu, bellaco villano
malmirado, descompuesto
ignorante, infacundo,
deslenguado y atrevido
murmurador maldiciente,
¿Tales palabras osaste,
decírnos en mi presencia
Y estas ínclitas señoras,
tales deshonestidades,
de imaginación confusa
Vete ya y no parezcas
delante mía, sopena
de ser de mi ira víctima,
Y Sancho tan compungido
y tan medroso quedó
que lo que más bien quería
que debajo de sus pies
la tierra se resquebrase
, y no sabiendo que hacer,
vuelve la espalda y se aleja
de la presencia del amo.

La discreta Dorotea
dijo para templar la ira:
- No os despechéis mi señor,
Caballero de la Triste
Figura de las sandeces
que vuestro buen escudero
dijo por encantamiento
por esta vía diabólica
vio lo que dice que viera
contra mi honestidad,

- Pues, vuestra grandeza ha dado
en el punto con visiones
que de otro modo no viera,
este pecador de, Sancho,
que bien sé de su bondad
que no sabe levantar,
falso testimonio a nadie.
- Así es, y así será,
-dijo a esto Don Fernando-
Vuestra merced perdón déle
reduciéndole al gremio
de su gracia como fórmula
de perdón utilizada
por la Santa Inquisición:
"sicut era in principio"
antes que todas visiones
le sacaren de su juicio.
Le perdonó y le dijo:

- Ahora acabas de saber
como otras veces te he dicho
que todo en este castillo
está sometido a encanto,
hincándose de rodillas
el buen escudero Sancho,
la mano dio don Quijote
y cogiéndola besó

- Pues así, lo creo yo,
-dijo muy humilde, Sancho-
salvo aquella de la manta
que realmente sucedió
por la vía ordinaria.
- No creo que así fuera
-le respondió don Quijote-
yo te vengara entonces;
pero antes ni ahora vi
en quien tomar la venganza.
Los ilustres personajes,
llevan dos días en él
castillo de don Quijote.
Resuelven que ya era hora
para emprender el camino
y alcanzar Micomicona.
El reino de Dorotea,
princesa Micomicóna.
En realidad al Toboso,
con intención de curarle
la locura en su casa.

Contratan carro de bueyes,
construyendole una jaula
holgada que don Quijote,
que vaya cómodo en ella
Se cubrieron luego el rostro,
todos presentes allí
incluso los cuadrilleros,
los criados y el ventero,
para que por el Hidalgo,
así vistos parecieran
otras gentes del castillo
que antes él había visto.

Un grandísimo silencio
se entraron donde dormía,
fuertemente le ataron,
que despierto se admiraba,
y suspenso de estar viendo, aquellos raros visajes,
no eran las mismas caras
y sin duda se creyó,
que, así, ya estaba encantado
no se podía mover.
Ni tampoco defender.
Lo había pensado el cura,
artífice de esta máquina
Al sacarle de la venta,
,bien atado, y enjaulado
oyen una fuerte voz
de Maese Nicolás:
- Caballero de la Triste
Figura el afincamiento,
no te dé pues, la prisión,
que vas, así, conviene
para que se acabe pronto
la aventura de tu esfuerzo:
la cual acabare cuando
el más furibundo león manchado, con gentileza,
fue con la blanca paloma,
tobosina, que yoguieren
pues, en uno, de aventura
sea el final matrimonio
del inaudito consorcio
saldrán a la luz del orbe,
y serán nuevos cachorros,
que sienten rampantes garras
del que es valeroso padre;
esto será antes que el
seguidor de fugitiva
ninfa, faga dos vagadas
la visita de lucientes
imágenes con su rápido
que es su curso natural.
Y tú el más noble escudero,
verás cumplidas promesas
que en tan buena hora te hiciera
Don Quijote de la Mancha.
Con tanto merecimiento
fueran hechas las palabras
que casi los de la burla,
creyeran las profecías.
si el juicio también perdieran.



CAPÍTULO XLVII.
Cuando se vio don Quijote
de tal manera enjaulado
y sobre el carro de bueyes
dijo:
- Muchas y muy graves
historias que yo he leído
de caballeros andantes
ni he oído ni he visto
caballeros encantados
les lleven de esta manera
con espacio que prometen
los tardíos animales,
Pues, siempre suelen llevar
por el aire con extraña
ligereza encerrados
en parda y oscura nube,
o en algún carro de fuego,
o sobre algún hipogrifo
y otras bestias semejantes,
me confunde ir en carro
de bueyes, tan perezosos.
Pero de caballería,
quizá y de encantamientos,
de estos nuestros tiempos deben
seguir hoy otros caminos
que siguieron los antiguos

Y también podría ser,
nuevo y en resucitar
la caballería andante,
primero de aventureros
también que hayan inventado
Otro género de encanto.
¿Qué te parece, Sanco?

- No sé yo que me parece,
porque no soy tan leído
como lo es vuestra merced,
en escrituras andantes,
y por todo, osaría,
afirmar que estas visiones
no son del todo católicas
-- ¿Cómo han de ser católicas,
si demonios todos son
que toman cuerpos fantásticos,
a ponerme en este estado,
-respondió así don Quijote-
si ver quieres la verdad,
tócalos y ya verás,
que estos no tienen cuerpo,
Si no aire y apariencia.
- Pues yo ya los he tocado,
diablo rollizo de carnes
Tiene cosas distintas.
- Los demonios dicen huelen
muy mal como piedra azufre
y, a otros peores olores,
- Pues este me huele ámbar

A muchas leguas de mí.
- No te maravilles, Sancho,
-le respondió don Quijote-
porque te hago saber que,
los diablos saben mucho;

ellos no huelen a nada
porque son ellos espíritu,
no pueden oler cosas buenas
Sino muy malas y hediondas,
y no pueden recibir
alivios a sus tormentos:
Por ser el buen olor cosa
que deleita y contenta.

Si dices que ese demonio,
a ti te huele muy bien,
digo pues, que tu te engañas,
o ese te quiere engañar
en hacer que no le tengas,
por demonio por ahora
Antes de mover el carro
Maritornes la ventera,
con la hija de esta salen
despidiendo a don Quijote,
haciendo que le lloraban,
el dolor de su desgracia.
-Así dijo don Quijote-
- No lloréis vuestras mercedes,
que todas estas desdichas
nuevas a los que profesan
son como yo las profeso,
y si no me acontecieran,
no me tendrán por famoso

Don Quijote de la Mancha,
y buen caballero andante.
Al que no le dan la fama
nunca le sucede nada.
A otros que se acuerden de ellos
a los valerosos sí,
pero tienen envidiosos,
que procuran destruirlos
a los buenos caballeros.

Mas la virtud es fuerte,
que pese a la nigromancia
de su primer inventor
,Zoroastes (conocido
más como rey Zoroastro
que, así, fuera de los persas).
En tanto que estas damas,
del castillo que pasaban
estas palabras con él,
se despiden, el barbero,
y el cura, con Don Fernando,
con Dorotea y Cardenio,
y de todos de la venta,
prometiéndose noticias,
y esperando recibir,
también de ellos, del cautivo
de Zoraida y Luscinda.
Se llegó el ventero al cura,
y le da unos papeles,
lo que halló en el aforro,
de la maleta y sabemos
contenía la novela:
El Curioso Impertinente.

Al repasar los papeles
vio el cura al principio de ellos,
que por lo escrito decía:
Rinconete y Cortadillo,
Y que el autor era el mismo,
pues si este tanto gustó,
la otra también era buena.
Formaban la comitiva
primero el carro de bueyes,
guiado por el fiel boyero,
ambos lados cuadrilleros
con escopetas al brazo.

Luego, Sancho, con su asno,
tirando de Rocinante,
Detrás el cura, y barbero
con sus disfraces fantásticos,
según dijo don Quiote
para que no conociera
sus amigos don Quijote,
con grave y muy reposado
continente caminando
al paso tan perezoso,
y tardío de los bueyes.
El cura vio a sus espaldas,
que llegan seis a caballo,
bien puestos y aderezados,

Uno de ellos de Toledo
canónigo, quien al verle
de esa manera enjaulado,
y, así, como aprisionado,
que la pregunta no pudo
por menos, que hubo de hacer:
- ¿Qué significa llevar
de tal manera a ese hombre?
Uno de los cuadrilleros
respondió:
- Dígalo él,
pues nosotros no sabemos.
Don Quijote respondió:
- ¿Acaso vuestras mercedes,
son peritos o versados
en caballería andante?
Si son comunicaré
con ellos tantas desdichas,
si no he de estar callado,
por no cansar en decirlas.
Le respondió bien el mismo: :
- He leído tantos libros
y de esta caballería
que de ellos estoy versado,
de Villalpando; podéis
comunicar sus desdichas.
- El maldito encantador
envidioso me persigue;
perseguida la virtud
es más por los envidiosos
que es amada por los buenos.

Caballero andante soy,
no de aquellos que la fama
jamás de ellos se acordó,
para eternizar su nombre,
para siempre en su memoria,
sino quien es a despecho
y de envidia a su pesar,
de cuantos magos que son
de Persia; brahmanes de India;
Gimnosofistas del reino
antiguo de Etiopía
así, pues, poner su nombre
en el más sagrado templo,
para la inmortalidad.
Que dé ejemplo y dechado
para siglos venideros,
para que llegar les sirva,
a la cumbre con altura
tan honrosa de las armas.

- Dice verdad el señor,
Don Quijote de la Mancha.
-dijo el cura con razón-
que en esta carreta que va,
no por su culpa encantado,
si por aquellos malvados.
A quien enoja y enfada,
la virtud y valentía;
éste es el muy valeroso,
Caballero de la Triste
Figura, de tanta fama,
cuyos valerosos hechos,
grandes hazañas serán
esculpidas en los bronces,
en los mármoles eternos;
oscurecerlos borrando,
y, la malicia ocultando.

El canónigo admirose
oyendo al preso y al libre.
Sancho se acercó a la plática
y para adobarlo dijo:
- Encantado mi señor,
como lo fuera mi madre,
él tiene su entero juicio
él come, él bebe bien
y hace sus necesidades,
tal hacen los demás hombres,

Como las hacía ayer.
- Si es, así, como me ven
hacer; entender que está
encantado, y estos dicen,
que ni comen, ni ellos hablan,
si no le dan a la mano
como un procurador habla.
- ¡Señor cura, señor cura!
Disfrazado le conozco,
y si todos sus embustes
y el lugar también conozco,
donde lleva a mi señor,
que donde la envidia está
no prospera la virtud,
y donde existe escasea
vive liberalidad.

.Y maldito sea el diablo
no fuera su reverencia
que estaría hoy mi amo
a estas horas bien casado,
con la que pudo ser reina:
Princesa Micomicona
del reino Micomiçón,
y yo por lo menos conde.
Por allí sé lo que dicen
la rueda de la fortuna
anda más lista que, rueda
de molino y los que ayer
pues, estaban pingonitos
están hoy ya por los suelos.
Esperarian mis hijos
como entraba por la puerta
gobernador o virrey
de alguna ínsula o reino;
y me verán hoy entrar
de mozo de los caballos,
- ¡Adobadme esos candiles!
-dijo en esto el barbero-
¿Es que también estáis vos
Sancho, en la cofradía
de vuestro querido amo?

¿Que hasta le tenéis que hacer
en la jaula compañía?
¿Y encantado como él?
Lo que os toca de su humor
y de su caballería.
En mal punto os empreñaste
de promesas de la ínsula
en mal hora entró en los cascos
gobierno que deseáis.

- Yo de nadie estoy preñado
-le respondió, Sancho Panza,
ni preñar del rey que fuese,
que aunque pobre, soy cristiano
viejo y no debo nada
y si ínsulas deseo
pues otras cosas peores
desean, que cada uno
es, pues, hijo de sus obras
y debajo de ser hombre
Papa puedo, cuanto más,
gobernador de una ínsula.
Y en cuanto a lo del encanto,
de mi amo, Dios ya sabe
la verdad, que meneallo
es peor, y así, dejémoslo


Se adelantaron el cura,
el barbero y el canónigo
y a éste el cura le dio cuenta
de costumbres y locura
del insigne Don Quijote
y llevarle en la jaula,
y quedase en su casa
por encontrar un remedio
a su pérdida de juicio.

Dijo admirado el canónigo:
- Señor cura, de verdad
lo que hallo por mi cuenta
que perjudiciales son
libros de caballería,
aunque algunos he leído,
por falso y ocioso gusto,
todos son la misma cosa,
y no tiene este más
que aquel y esotro del otro.

Me parece esta escritura
cae debajo de las fábulas
esas que llaman milesias
que son muy disparatadas
los cuentos que a deleitar
ellos solamente atienden,
y no a enseñar; al contrario,
sí hacen las fábulas
apólogas que deleitan
y enseñan tan juntamente;
no lo pueden conseguir
las otras con disparates
desaforados, violentos,
cuando el alma requiere
la hermosura, y concordancia
que contempla en las cosas,
y que la imaginación
y la vista van delante.

Razonando, así, Cervantes
por la boca del canónigo
libros de caballería,
de pié no deja ninguno.
No puede la fealdad
como la descompostura
causarnos algún contento

Libros de caballería
no hay uno que forme cuerpo
entero como es de fábula,
de manera que es el medio
que corresponde al principio.
Son en el estilo duro;
en las hazañas, increibles;
en los amores lascivo;
cortesías, malparados
en las batallas muy largos;
son necios en las razones;
en viajes disparatados;
sin discreto artificio;
y por esto dignos son
por ello, a ser desterrados,
de la cristiana república
como a gente inútil se hace.
El cura estuvo escuchando
con muchísima atención,
y el hombre le pareció
de muy buen entendimiento,
y díjole que por ser
de su misma opinión
con ojeriza a los libros
que eran de caballería
habían quemado todos
los que en su casa tenía
el insigne Don Quijote.
- Mas hechos esos escritos,
con el apacible estilo
con ingeniosa invención,
que tire lo que más fuere
posible a la verdad
que sin duda compondrá
la tela de hermosos lizosque se pretende en, los libros: consiguiendo el mejor fin
enseñar y deleitar.

Está dormido el Hidalgo.
El cura y barbero emprenden
llevarlo en carro de bueyes,
el cual llegó muy casual.
Sujetaron al coloso
de camino hacia el Toboso.
brazos y piernas con cuerdas
y meten en una jaula
no escape haciendose el maula,
sobre ruedas poder ir
hasta llegar al Toboso.
Formaron la comitiva
con su carro, el boyero,
que llevaba al caballero
Cuadrilleros por los lados.

Sancho iba con el asno,
tirando de Rocinante.
Cuando se vio Don Quijote
de tal manera enjaulado
creyendo estaba encantado,
Como si fuera un mal bote.

y, así, metido en el carro
dijo: He, graves historias,
leídas de caballeros
andantes con escuderos;
pero nunca en esta forma
metido en carro sin gomas
Es costumbre por los aires,
con ligereza llevarle,
en blanca nube encerrado.

Yno de bueyes el carro.
¡Vive Dios que me confunde!
En pozo de dudas me hunde,
si en estos tiempos cambiado
hayan, los encantamientos.
- De su merced -dijo Sancho-
no sé de estas aventuras
y ni de otras cosas más
ni que se encuentre encantado.
Por aquí ya estas visiones
no me parecen católicas.
- ¿Católicas? ¡Es mi padre!
Como van a ser católicas
si ellas serán anacrónicas
y demonios todos son
Vamos, tócalos y pálpalos
y verás no tienen cuerpo
Y si quieres conocerlo
son aire y aparentados.
- Por Dios, Señor, ya he tocado,
este diablo que aquí anda
para mi no huele nada,
- Y si alguno huele a ámbar
lo que quiere es engañar.



CAPÍTULO XLVIII.
- Pues, así, como me dice,
su merced, señor canónigo,
y por esta, -dijo el cura-
causa es más digna de
represión los que hasta aquí,
han compuesto esos libros,
sin tener la advertencia,
de hacer alguna licencia,
guardando el arte y las reglas
por donde puedan hacerse,
famosos en prosa y verso,
como son los dos príncipes,
de la poesía griega
Y latina.
- A lo menos,
yo -le replicó el canónigo-
he tenido tentación
de hacer de caballería
un libro guardando en él,
los pintos significados,

La verdad es que ya tengo,
más de cien hojas escritas,
las he dado a leer,
a los doctos más discretos,
y con otros ignorantes,
que sólo atienden al gusto,
en oír tantos disparates,
y de todos he hallado
agradable aprobación.

Advirtiendo que son más
los simples que los prudentes,
y digo que hay que poner
comedias para que el pueblo
se entretenga y se evite
la peor ociosidad,
que tantos males mayores,
es causa, y hay que evitar
En esto se llegó a ellos
el barbero y dijo al cura.
Aquí, señor licenciado
es el lugar ideal
para sestear nosotros,
y los bueyes tengan pasto.
- Así, me parece a mí,
-el cura le respondió-.
También quiso el canónigo,
invitado por el sitio,
quedarse en el valle aquel.
Sancho, aprovecha que el cura,
y su amigo el barbero,
estuvieran alejados,
para hablar a don Quijote:
- Señor, quiero descargar
mi conciencia, y decir quiero,
lo que pasa con su encanto
y es que estos dos que vienen
aquí cubiertos los rostros,
son el cura y el barbero,
de llevarle, son artífices
de esta manera, envidiosos,
porque se ha adelantado
con sus hechos tan famosos,
de lo que esto es verdad,
más que encantado, embaído,
teniéndole, así, por tonto,
como prueba una pregunta,
le quiero hacer, mi señor,
- Pregunta lo que te plazca,
que yo te satisfaré
a toda tu voluntad.
Podrá ser que te parezcan
sobre el cura y el barbero
podrá ser que te parezcan,
más que sean realidad,
Por tanto, de esta manera,
cree que el encantador,
te quiere, así, engañar
que ves esa apariencia,
y poner un laberinto
pues en tu imaginación.
- ¡Váleme Nuestra Señora!
¿Pero es posible que sea,
tan duro, vuestra merced,
de cerebro y de meollo,
que no lo eche de ver
lo que es tan pura verdad
y que su prisión es causa,
de la malicia de aquellos,
no por el encantamiento?

- Acaba de conjurarme.
Y preguntame te responda.
- Que si le han venido en ganas
de hacer sus aguas menores
o mayores, como suelen decir, -le, Sancho Panza, preguntó:
- No entiendo eso de hacer aguas, aclárate, Sancho.
- ¿Es posible que no entienda?

Pues en la escuela destetan
a los muchachos con ello
de hacer lo que no se excusa,
- Y en esto momento digo
que no ando, pues, ya muy limpio,
Sácame pues de este encierro,



CAPÍTULO XLIX.
-¡Ah!, -dijo Sancho-, cogido
le tengo. Negar que puede
lo que muy corriente dicen
personas con voluntad
mala, fulano no come,
no bebe, no duerme, pues
él está como encantado
pero no aquellos que tienen,
como vuestra merced, gana
y responden a preguntas.

- Mucha verdad dices, Sancho,
-le respondió, don Quijote,
pero ya te tengo dicho,
que hay varios encantamientos
y podría con el tiempo,
haberse mudado de unos
en otros los encantados
se use ahora que haga todo
lo que yo hago, aunque antes,
no lo hacían, contra el uso
de los tiempos, ni hay que argüir
ni de qué se haga
conciencia
Yo sé que estoy encantado
y esto para mí me basta,
para mi seguridad
de conciencia, que firmara
muy grande si yo pensaba
que no estaba encantado, y estar aquí me dejara,
perezoso, y cobarde,
defraudando el socorro
a muchos menesterosos
de tantos necesitados,
de mi socorro y ayuda
deben tener a la hora
de ahora precisa y extrema
necesidad.
- Pues con todo
eso, -le replicó, Sancho-
yo probaría sacarle
y liberar de esta cárcel,
que subir pruebe de nuevo
en Rocinante; también,
parece que va encantado,
según va de melancólico.

Dicho esto probaremos
otra vez ir a buscar
por los campos aventuras,
y si bien no sucediere
en volver tiempo tenemos,
a la jaula; y prometo
fiel y leal escudero
encerrarme juntamente
si entonces por desdichado
estaba vuestra merced.
- Yo soy contento de hacer
lo que dices, Sancho hermano,
y coyuntura que veas
de obtener mi libertad,
yo te obedeceré en todo
pero tu, Sancho, verás
como te engañas en el
conocimiento de mí
triste y duro encantamiento.

Sancho, le rogó al cura,
le dejen de allí salir
no estaría la prisión
lo limpia que un caballero
requería su decencia.

Entendió el cura y dijo:
- que por él, con mucha gana
si no temiera que su amo
viéndose libre le hiciera
así, alguna de las suyas
e irse donde nunca viesen.-
- Yo le fío de la fuga,
--Sancho, le respondió-

- También yo, dije el canónigo.
Más, si me da su palabra,
como caballero andante.
No apartarse de nosotros,
hasta nuestra voluntad.
- Si doy, -estaba escuchando
y respondió don Quijote-
cuanto más soy encantado,
y no tengo libertad
para hacer lo que quisiere,
porque el que me encantó
puede hacer que no me, mueva
de tal lugar en tres siglos
y de huir mudando le hace
volver puede en volandas

Y puesto que fuera así,
siendo en provecho de todos,
si no soltar protestaba
que no podía dejar
de fatigar el olfato,
si de allí no se desviaban.
Tomó su mano el canónigo
aunque las tenía atadas,
y debajo de su fe
y de las palabras dadas,
desenjaularon por fin,
alegrándose infinito,
y en gran manera por verse,
fuera de jaula encantada;
lo primero que hizo fue
estirarse todo el cuerpo
donde estaba Rocinante.

Y dándole dos palmadas
en las flacas ancas, dijo:

- Pues aún espero en Dios
y en su muy bendita madre
flor u espejo de caballos,
presto nos hemos de ver
y lo cual lo deseamos,
tú con tu señor a cuestas
y yo que esté encima de ti,
ejercitando el oficio,
Para el cual Dios me echó al mundo.
Y don Quijote diciendo
esto se apartó con, Sancho,
en muy remoto lugar,
de donde vino aliviado
con más deseos poner
en obra que su escudero
lo que éste bien ordenase,

Le miraba el canónigo
y admirábase de ver
lo extraño de su locura,
y de que en cuanto le hablaba
le mostraba a las luces,
bonísimo entendimiento.
Con amplio conocimiento.
Y bueno, pero solamente
viene a perder los estribos,
cuando de caballería.

Trataba; de compasión.
movido, sentados todos
en la verde yerba dijo,
con sentimiento el canónigo:
- ¿Posible es, señor hidalgo,
que le haya podido tanto,
libros de caballería
que con su lectura le han
vuelto el juicio, creyendo
que se encuentra encantado
y otros muchos que están lejos
de poder ser verdaderos?
Y no hay espíritu humano
con su buen entendimiento
crea hay tantos Amadís,
de famosos caballeros,
y con tanto emperador
de Trapisonda, y más reinos,
tanto Felixmarte de
Hircana, tantas doncellas,
tanta sierpe, tanto endriago,
tantos gigantes malditos,
inauditas aventuras,
y tantos encantamientos,
tantas batallas, y tantos
desaforados encuentros,
casos tan disparatados,
que contienen esos libros,
que al fuego los echaría
por embusteros y falsos

- Parece, señor hidalgo,
-después de estar muy atento
Don Quijote respondió-
- Ha encaminado su plática
en negarme la existencia,
de tantos Héctor y Aquiles, ni que hubo guerra de Troya,
ni Doce Ni el rey Artús de Inglaterra.
Niega que no fue a buscar,
aventuras a Alemania.
Don Fernando de Guevara
y que combatió a Jorge,
de casa del duque de Austria,
y de Suero de Quiñones.
Que las justas fueran burla.
- Algo que nos dijo es cierto,
-el canónigo respondió-
pueden ser; pero no todas.



CAPÍTULO L.
Los libros que están impresos
con licencia de los reyes,
que con gusto leen mayores,
y chicos, pobres y ricos,
de letrados e ignorantes,
plebeyos y caballeros.
¿Habían de ser mentiras
llevando tanta apariencia
de verdad? Vuestra merced
calle y no diga blasfemias,
lealos y verá el gusto
que tiene en su leyenda.

Dijo, Sancho, a las últimas
palabras de don Quiote-
- Trabaje vuestra merced
en darme ese condado
prometido y por mí
esperado, y prometo,
no me falte habilidad,
para gobernarle bien
y que tengo oído que hay
quien arrienda esos estados,
y les dan a los señores
un tanto por ciento al año,
y ellos se tienen cuidado
de gobernarlos en tanto
el señor se está a pierna

tendida y así gozando,
de la renta que le dan;
y, así, haré yo gozando
de mi renta como un duque.

- Pues eso entiéndese, Sancho
en cuanto a gozar la renta
empero el administrar
justicia ha de atender
el señor que es del estado,
y aquí entra el buen juicio
y la intención de acertar,
que si falta en los primeros,
errados los medios van,
y los fines y, así, Dios,
siempre ayuda al buen deseo,
del simple, y desfavorece
al malo del bien discreto.
Y fue lo que habló el canónigo.
- Mas de esas filosofías
-le respondió, Sancho Panza-
no sé yo; si sé que presto
el condado que tuviese
le sabría gobernar
que yo tengo tanta alma
como otros; y tanto cuerpo
como el que más, y tan rey
sería yo de mi estado,
como cada uno el suyo;
haría lo que quisiere
y haciendo lo que quisiere,
así, haría mi gusto,
y hacer entonces mi gusto
yo me estaría contento,
que estando uno contento
si desear más no tiene
acabose, y el estado
venga, y veámonos ya,
dijo un ciego a otro ciego,.

- No malas filosofías
-le contestó el canónigo.
Y en esto oyen un gran
ruido y sonar de esquilas
Que por entre unas zarzas,
le una hermosa cabra
toda manchada de negro,
blanco y pardo. El cabrero
tras ella dándole voces
con palabras a su uso
para que se detuviese
o al rebaño ya volviese.

La cabra despavorida,
a favorecerse vino
a la gente; se detuvo.
Asiéndola por los cuernos,
y como si entendimiento
tuviera, el animal, dijo:

- ¡Ah, tú cerrera, cerrera!
(Entendieron montaraz) - ¡Manchada, Manchada!, y como
de pie cojo andas, estos
días y el lobo te espanta.
¡Hermosa, Hermosa mía! ¿Todos de ti dicen esto?
Mas hija que puede ser,
sino que sois como hembra,
no podéis, pues, sosegaros.

¡Malditas todas aquellas,
a quien estáis imitando!
Volved, volved, pues si al menos
si no contenta, segura
entre vuestras compañeras
en el aprisco del monte!

Vos que sois con ellas guía,
y si andáis descaminada,
¿Qué será de todas ellas?
El canónigo le dijo:
- Por la vida vuestra, hermano,
que os soseguéis un momento
y no os acuciéis en volver
esa cabra a su rebaño
pues siendo como decís,
hembra, seguirá su instinto,
natural por mas que vos,
os opongáis, pues hacerlo.
Comed y bebed, un rato
que se apague vuestra cólera
y la cabra se descanse.

Tomó el lomo de conejo
de la punta del cuchillo.
Lo tomó. Agradeciéndolo
el cabrero, quien bebió
y ya sosegado dijo:
- No me tengáis por un simple
y un rudo hombre que habla
de esta forma a las bestias,
con palabras misteriosas,

- Eso creo yo muy bien,
que yo ya sé, -dijo el cura-
y experiencia de los montes
que crean buenos letrados,
y cabañas de pastores
encierran buenos filósofos,
- Al menos, señor, acogen
los hombres escarmentados
Si no molestó os contara
una verdad que acredita
lo que ese, señor, -al cura
le señala- nos ha dicho.

- Por ver que tiene este caso
-le respondió don Quijote-
con un no sé que de sombra
caballeresca aventura,
tiene, así, que por mi parte,
oiré de muy buena gana
y así, lo harán todos estos
señores, y por lo mucho
que tienen como discretos
son amigos de curiosas
novedades que suspendan
nos alegren y distraigan
los sentidos, y sin duda
que lo ha de hacer vuestro cuento.

- Saco la mía, -dijo Sancho-
yo me voy aquel arroyo
hartarme de esta empanada,
al menos para tres días,
ya que según mi señor
los escuderos de andantes,
caballeros, han de proveer,
lo necesario en la selva.
Tan intrincado no salgan
en menos de seis días,
y allí quedar como momias.
Todo según tengo oído,
a mi señor don Quijote.
Tú estas en lo cierto, Sancho,
-le respondió don Quijote-
Vete donde tu quieres,
y come lo que pudieres,
que yo ya estoy satisfecho
y sólo me falta dar
al alma su refacción,
como las daré escuchando
el cuento de este buen hombre,
- Así las daremos todo
-dijo el canónigo, presto.
rogando al cabrero empiece
Dio palmadas da a la cabra
y de esta manera dijo,
con sentimiento a la cabra:
Recuéstate junto a mí
Manchada, nos queda tiempo
de volver a nuestro apero.
Parece que lo entendió,
que sentándose su dueño
la cabra se tendió junto
al cabrero muy atento
lo que éste iba diciendo
el cual comenzó su historia
diciendo de esta manera:



CAPÍTULO LI.
- Tres leguas de este valle,
hay una aldea pequeña
muy próxima ya, a una peña,es de las más ricas que hay
en todos estos contornos,
Un labrador muy honrado
había en ella, y tanto,
que aunque es anejo al ser
rico: más honrado lo era ser así así, él por la virtud
que tenía mil riquezas
ganadas bien con destreza,
lo que le hacía dichoso
-según él-, era tener
una hija muy hermosa,
y de rara discreción
con donaire y virtud,
que aquel que la conocía
y la mira se admiraba
ver las extremadas partes
al cielo y naturaleza
le habían enriquecido.
De niña fue muy hermosa
y, a la de dieciséis años,
fue una joven hermosísima,
la fama de su belleza
se comenzó a extender
a todas circunvecinas
aldeas, y a las ciudades,
y por salas de los reyes
por oídos de las gentes.
Como imagen de milagro
de todas partes venían
a ver su rara belleza.
Guárdala bien su padre
guardábase ella mejor
que no hay candado ni guarda
ni mejores cerraduras
y que no se tiene en duda,
que guarden a una doncella
que las del recato propio.
La riqueza de su padre
y belleza de la hija,
movieron pedir a muchos
se la diera como esposa;
aquella flor tan hermosa

Él andaba muy confuso
a quien entregar su joya
de tantos que importunaban
entre ellos yo me encontraba,
bien me conocía el padre
y cuando vivía, su madre
como natural del pueblo,
limpio de sangre, y floreciente
en edad y mis riquezas.

Otro hubo que pidió
también natural del pueblo.
Así, pues quedó en la balanza
la voluntad de su padre.
Y consultó con Leandra
la más rica del lugar.
Quien al padre aconseja
sea la hija quien elija,
cosa digna de imitar:
por los padres que a sus hijas
poner quieren en su estado
dejen, pues que ellas escojan
aquello que mejor sea;
lo mejor aconsejando,
lo que elijan a su gusto.

El padre nos entretuvo
con poca edad de su hija,
palabras que no obligaban
ni tampoco desobligan.
Mi competidor se llama
Anselmo y yo Eugenio
para que sepáis los nombres
de personas que intervienen
en esta infame tragedia,
cuyo fin está aún pendiente.

A esta sazón vino un
-un, lo dijo despectivo-
tal Vicente de la Roca,
de un pobre labrador hijo,
Venía de ser soldado.
vestido muy adornado
con mil dijes de cristal
raras cadenas de acero.

Hoy se ponía unas galas,
y mañana otra cosa,
todas malas y pintadas
poco peso y menos tomo,
Con la gente labradora
que es de suyo maliciosa;
con el ocio es la malicia
misma. Lo notó; primero
le contó punto por punto
toda gala y vestido
No tengan de impertinencia
esto que de los vestidos
y plumajes voy contando
Forman parte de esta historia,
que conozcan nuestros nombres.

En un poyo de la plaza
hazañas iba contando
todos con la boca abierta,
escuchábamos los mozos,
no hubo tierra por él vista,
ni batalla donde estuvo
como soldado héroe
con arrogancia llamaba
de vos a todos iguales,

A sus arrogancias tuvo
de gracia ser algo músico,
tocaba una guitarra
no más que a lo rasgado,
y de poeta les hizo
alguno que otro romance
A Leandra enamorola,
viéndolo por la ventana,
de su casa en la plaza
Tantos oropeles, música.

Y romances, muchos copias
que por él se atribuía
Ella se enamoró de él,
lo que facilitó al soldado
los que huyeron de la casa,
de su entristecido padre,

Yo me quedé muy suspenso;
el padre triste. Anselmo
atónito; los parientes,
afrentados; con solícita
justicia. Los cuadrilleros
tomáronse los caminos;
escudrillaron los bosques;
a los tres días hallaron
a la antojadiza Leandra,
,en una cueva del monte
y desnuda y en camisa,

Volviéronla a la presencia
de su lastimado padre,
Preguntaron por su desgracia,
confesó y sin apremio
que Vicente la ha engañado,
y debajo de su palabra
ser su esposo y persuadió
que la casa de su padre
dejara para casar,
y sin perder el honor
la robó y dejó en la cueva.

Duro se hizo creer
la continencia del mozo,

en inclinación natural
de las mujeres que tienen
desatinada fortuna,
en la elección a su gusto

Los ojos ciegos de Anselmo
sin nada donde mirar
que ello nos fuera contento
como los míos quedaron
con la ausencia de Leandra
Crecía nuestra tristeza,
maldecimos las galas,
abominábamos poco
recato padre de Leandra,

Finalmente acordamos
venir a apacentar ganado
con ovejas, a este valle
Tanto Anselmo como yo,
con muy numerosas cabras
pasamos la vida entre
los árboles, dando vado
a nuestras personas juntas.
Cantando alabanzas, más
vituperios a la hermosa,
y a solas comunicando
al cielo nuestras querellas,

A imitación nuestra llegan
otros pretendientes a estos
ásperos montes, vinieron,
de igual ejercicio nuestro;.
tantos que han convertido
este lugar con la Arcadia.
No hay lugar que no se nombre
la hermosura de Leandra.



CAPÍTULO LII.
General gusto causó
el buen cuento del cabrero,
a todos los que escucharon
en especial don Quijote.
- Por cierto, hermano cabrero,
si yo posible tuviera
del monasterio sacara
a la que llaman Leandra
pues seguro estoy yo
está en contra de su gusto
carente de libertad.

De mis principios primero,
es liberar a los presos,
forzados sin libertad
y en vuestras manos pusiera
seguro que respetaba
según la caballería.
El cabrero preguntó
- Señores, ¿quién es el hombre
que de tal manera habla?
- ¿Quién va a ser? -dijo el barbero-
el famoso don Quijote,
el desfacedor de agravios
enderezador de tuertos
el amparo de doncellas
el asombro de gigantes
y vencedor de batallas.
- Eso me semeja a libros
y orden de caballería.
Vuestra merced se burla
de este gentilhombre tiene
vacíos los aposentos
de la cabeza.
- Vos sois
un grandísimo bellaco
-dijo a esto don Quijote-
vos sois vacío y menguado
que yo estoy mejor que nunca,
y la hideputa pura
que os parió en muy mala hora.

Coge de la mesa un pan,
y, dio con tal fuerza en el rostro
que la nariz le aplastó.
El cabrero que se ve
de esa forma maltratado
salto sobre don Quijote
y asiéndole con dos manos
el cuello no dudaría
en ahogarle, cuando, Sancho,
acude rápido y coge
a enfurecido cabrero
por la espalda lanzándole
sobre encima de la mesa,
quebrando todos los plastos
rompe tazas y derrama
y, así, esparce cuanto en ellas

Tiene. Don Quijote, libre
se subió sobre el cabrero,
quien lleno de sangre el rostro
molido a coces de, Sancho,
Andaba buscando a gatas
un cuchillo. Sanguinolenta.
venganza estorba el canónigo.
En esto que, Don Quijote,
del cabrero queda encima,
quien molido a mojicones
sangraba tanto como él:
el famoso don Quijote.

Todos se ríen, no Sancho,
que un criado le estorbaba,
que fuera ayudar a su amo.
Les hizo volver el rostro
el sonar de una trompeta.
El que más se alborotó
fue, don Quijote quien harto
de estar debajo le dijo:
- Hermano demonio, es que
no es posible que lo dejes
pues has tenido valor
y fuerza en sujetarme;
ruégote hagamos tregua
y no más de por una hora
pues me parece que aquella
trompeta alguna aventura
me estará llamando a mí.
El cabrero ya cansado
de moler y ser molido
le dejó. Mas Don Quijote.
vio que por un recuesto
bajaban ya muchos hombres
vestidos todos de blanco
a modo disciplinantes.

El caso es que no llovía
por la comarca y salían
rogándole en procesión
a Dios que abriese la mano
y así, que un poco lloviese
y aquellos en procesión
va a una devota ermita
que en un recuento del valle
había. Mas don Quijote
ve aquellos extraños trajes
sin pasarle en la memoria
las muchas veces que viera.

Imaginó que era cosa
de aventura que la imagen
que portaban, la tenían
que librar imaginando
que llevaban a la fuerza
a una principal señora
aquellos tan desmedidos
follones y malandrines.
Arremete a Rocinante
que paciendo se encontraba
les dijo a los que allí estaban

- Valerosa compañía
ahora veredes que importa
mucho, que haya caballeros
que bien profesen la orden
de caballería andante;
ahora digo que veredes
en la libertad aquella
buena señora, que va
cautiva allí, si se estiman
los caballeros andantes.

A Rocinante apretó
los muslos, que no tenía
espuelas, y a galope
porque a carrera tirada
no se lee en esta historia,
se la diese Rocinante.

Con esos disciplinantes
se fue a encontrar pese al cura,
el barbero, y el canónigo
que fueron a detenerle,
y menos le fue posible
a, Sancho, que daba voces:
- ¿Dónde va, Señor Hidalgo?
¿Qué demonios lleva encima?
¿Qué le hace ir en contra nuestra santa fe católica?
Advierta que la señora
que llevan en la peana
es la imagen benditísima,
de la virgen sin mancilla
que por esta vez se puede
decir que no es lo que sabe.

Nada le sirvió a, Sancho,
pues iba puesto en llegar
a aquellos ensabanados
liberar a la señora.
No oyó palabra, si oyera
no volviera, aunque el rey
se lo mandara. Llegó.
y, a Rocinante paró.

Que ya llevaba deseo
y con voz turbada y ronca:
- Vosotros por no ser buenos
tenéis cubiertos los rostros
pues lo que deciros quiero.
Se detienen los primeros
los que llevaban la imagen
uno de los cuatro clérigos
que cantaban letanías
viendo extraña catadura
del famoso Don Quijote,
flaqueza de Rocinante
y otras de risa, contestó:
- Señor, hermano si quiere
decirnos algo, pues, dígalo
que nuestros hermanos van
abriéndoseles las carnes,
No podemos detenernos
más, díganos dos palabras.

- Yo pienso en una decíroslo
-le replicó don Quijote-
Esta es: que luego al punto
dejéis libre a esa hermosa
señora con el semblante
triste y sus muchas lágrimas
dan clara muestra que llevan
en contra su voluntad
y que algún desaguisado notorio le habedes fecho.

Yo nací en el mundo para
desfacer estos agravios;
no consentiré que deis
un solo paso adelante
sin darle la libertad
deseada que merece.
Con estas razones vieron
que fuera un hombre loco
y tomáronselo a risa,

Que fue pólvora a la cólera
y sin decir más palabra
del cinto sacó la espada
arremetiendo a las andas.
Uno de ellos al encuentro
de don Quijote salió,
enarbolando la horquilla,
que sujetaba las andas
opuso a la cuchillada
que le tiró don Quijote,
hizo el golpe dos pedazos;
con el trozo que quedó
dio tal golpe a don Quijote
encima el hombro derecho
con lo cual se vino al suelo
malparado don Quijote.
Lo que detuvo al villano
no fueron voces de, Sancho:
ni pies ni manos bullían
y, así, creyéndole muerto
con prisa se alzó la túnica
dio a huir por la campaña
que corría como un gamo.
Los otros viendo venir
compaña de don Quijote,
cuadrilleros con ballestas
quitando los capirotes
se concentraron en círculo
a la imagen, y, empuñando
las disciplinas, y clérigos
los ciriales, y, esperando
el asalto, determinan
defenderse y ofender
a sus acometedores.
Mejor lo hizo la fortuna
que, Sancho, con su jumento
con llanto tan doloroso
creyendo que estaba muerto.
El cura fue conocido
por el de la procesión,
cuyo fue el conocimiento
que al grupo puso en sosiego.
Sancho, con su lloriqueo
diciendo, así, estaba al amo
- ¡Flor de la caballería
que con solo un garrotazo,
acabaste la carrera
de los bien gastados años!
¡Oh, honra de tu linaje
honor, gloria de la Mancha
y aún de todo este mundo!
El cual al faltar en él,
quedarán los malhechores,
follones y malandrines
sin temor ser castigados
de sus malas fechorías.

¡Liberal sobre Alejandros!
Pues por solo ocho meses
ya me daba una ínsula.
que el mar ciñe y rodea.
¡Humilde con los soberbios,
arrogante con los humildes
(Es cómica alabanza,
de la inversión virgiliana)
Sufridor de tanta afrenta,
enamorado sin causa
imitador de los buenos
azote de los malvados,
enemigo de los ruines
en fin caballero andante
que es todo lo que decir
hoy se puede en este mundo!
Con los gemidos de, Sancho,
nos revivió don Quijote.
Y la primera palabra:
- El que de vos vive ausente
dulcísima, Dulcinea,
el que a mayores miserias
que éstas, sujeto estoy yo.
Ayúdame, Sancho, amigo
a ponerme en ese carro
que encantado sigue estando
que no estoy para oprimir
la silla de Rocinante,
pues tengo todo este hombro
del palo hecho pedazos.
- Y volvamos a la aldea
-le respondió, Sancho Panza-
en tan buena compañía
de estos buenos señores
que su mejor bien desean
y allí nos daremos orden
para hacer otra salida
que nos dé provecho y fama
- Bien dices, Sancho, y será
gran prudencia el dejar
pasar este mal influjo
de las estrellas ahora.
Le pusieron nuevamente
como venía en el carro.

Se ordenó la comitiva,
prosiguiendo su camino
a la aldea del Hidalgo;
se despidió el cabrero;
cuadrilleros no quisieron
pasar adelante; el cura
les pagó lo que debían;
al cura pidió el canónigo
le avisara del suceso
del insigne caballero
si sanaba su locura
o proseguía en ella.
Quedaron solos: el cura,
el barbero, don Quijote,
Sancho Panza, y el boyero
acomodó al caballero
en un haz de heno para bien.
Al cabo de los seis días
en la aldea del Hidalgo,
lentamente caminando
entraron a la mitad
del día, en un domingo
cuando estaban en la plaza.

Todos se acercan por ver
que trae el carro de bueyes.
Un muchacho fue a su casa,
para que sobrina y ama
sepan que venía flaco
amarillo y demacrado,
tumbado en un montón de heno
sobre un carro de bueyes.
Fue oír cosa de lástima
los gritos de las señoras
la buena ama y sobrina,
bofetadas que se dieron
maldiciones que de nuevo
echan a malditos libros
causantes de tantos males,
todo volvió a renovarse,
la entrada de don Quijote.
Las nuevas de esta venida,
acude la mujer de, Sancho,
lo primero que pregunta,
si viene muy bien el asno

Responde, Sancho, que viene
bastante mejor que su amo,
- Gracias a Dios sean dadas
-ella así, le replicó-
que tanto bien ha hecho;
pero ahora contadme, amigo,
de vuestra escudería

¿Qué bienes habéis sacado?
¿Qué saboyanas traéis
zapaticos a mis hijos?
- Nada de eso traigo, mujer
aunque tengo de otras cosas,
-con sosiego, dijo Sancho-
de más consideración.

- Recibo con mucho gusto,
-le replicó la mujer-
y mostradme esas cosas,
de más consideración,
y que son de este momento
pues ahora quiero ver,
y alegrar mi corazón.
que tan triste y descontento
estuvo con vuestra ausencia.

- En casa las mostraré,
mujer, -dijo Sancho Panza-
por ahora estad contenta,
pues otra vez que salgamos
me veréis gobernador
de una ínsula o conde,

- Marido, quiéralo el cielo,
bien habemos menester,
pero, ¿Qué es eso de ínsula?
- No es la miel para la boca
del asno, -respondió, Sancho-
a su tiempo lo verás
de otros, admirada oirte
llamar de otros señoría,
de los que son tus vasallos.

- ¿Qué es lo que decís, marido
de vasallos o de ínsulas,
y señorías y condes?
-le preguntó Juana Panza-
aunque no eran parientes,
se acostumbra en la Mancha
por las mujeres usar
del marido el apellido.

-Mujer por saber todo esto
no te acucies tan apriesa
basta que digo verdad,
y cose la boca, Juana,
que no hay cosa más gustosa
que ser honrado escudero
de un andante caballero,
de aventuras buscador.
Íes es verdad que las más,
que salen no son a gusto
de lo que el hombre querría,
que de ciento que se encuentran,
noventa y nueve aviesas,
y torcidas, sélo yo
por experiencia que algunas
he salido manteado
y molido mas con todo
es linda cosa esperar
sucesos atravesando
montes mil y escudriñando
selvas y pisando las peñas,
y visitando castillos
alojándose en las ventas
tenido con discreción;
al diablo el maravedí
que ni en castillo ni venta
nosotros nada pagamos.

A esta plática en tanto
el ama, con la sobrina
a don Quijote reciben,
desnudaron y tendieron
en su buen antiguo lecho
mirábalas con los ojos
cruzados y no acababa
de entender en que lugar
estaba. El cura encarga
a la sobrina tuviere
gran cuenta de regalar
a su tío, y estuviesen
atentas para impedir
que volviese a salir
y no se les escapare.

Contándolas que hicieron
que fue menester hacer
para traerle a su casa.
Solo su fama ha guardado
en memoria de la Mancha,
sucesos de la tercera
salida como que fue
a Zaragoza en unas juntas
en aquella, que en las fiestas organizaba, San Jorge
de la ciudad cofradía.
C
La suerte le deparó
al autor de esta historia,
quien tuvo valor y gloria
que llegara a conocer,
a un médico que tenía
caja de plomo hallada,
de una muy antigua ermita;
dentro unos pergaminos
escritos con letra gótica.
(En monumentos, mayúsculas)
pero en versos castellanos,
que contenían hazañas:
Noticias de la hermosura
tenidas con gran ventura
De Dulcinea en Toboso;
figura de Rocinante
la fidelidad de, Sancho;
y lo que fue sepultura
del Hidalgo de la Mancha,
con diferente epitafio
los elogios de su vida,
y sus mejores costumbres.

Y lo que en limpio sacó
fueron los que aquí pone
el autor de verdadera
historia, fue jamás vista.
Solo pide a quien leyere
como `premio a tan inmenso
trabajo para inquirir
y buscando en los archivos
manchegos dar a la luz
crédito que suelen dar
los discretos a los libros,
de caballería tan
validos que hay por el mundo
que con esto se tendrá
por bien pagado su afán
y se animará a sacar
otras, sino verdaderas,
tanto, al menos de invención
y con ello el pasatiempo.
Los epitafios que saca
de aquella caja de plomo
eran estos verdaderos.


Del cachidiablo académico
del pueblo de Argamasilla
en la sepultura del
muy famoso don Quijote:
EPITAFIO.
Aquí yace el caballero
bien molido y malandante
a quien llevó Rocinante,
por uno y otro sendero
Sancho Panza el majadero
yace también junto a él
escudero el más fiel
que vio el trato de escudero.

Del Tiquitoc académico
del pueblo de Argamasilla,
EPITAFIO.
Reposa aquí Dulcinea
y aunque de carnes rolliza
la muerte espantable y fea
fue de castiza ralea
y tuvo asomos de dama,
del gran Quijote fue llama
y fue gloria de su aldea,

Fin primer libro.



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